Por Francisco Veiga, profesor de Historia Contemporánea de Europa Oriental y Turquía de la UAB (EL PERIÓDICO, 18/01/09):
La nueva guerra del gas entre Ucrania y Rusia ha sido una versión corregida y ampliada de otras dos crisis similares, acaecidas en enero del 2006 y el 2008; y ello no ha sido por casualidad. El nuevo incidente ha tenido lugar precisamente pocos días antes de que el próximo presidente norteamericano, Barack Obama, jure el cargo: todo ello lo convierte en uno más de los conflictos sonda o recordatorio en este mismo periodo, tal como lo es la destrucción del gueto de Gaza. Se trata de aprovechar ese momento de claroscuro, los minutos de vacío de poder en Washington, para hostigar y lanzar un desafío que el nuevo inquilino de la Casa Blanca se verá obligado a atender en primera instancia, y al cual deberá dedicar todas sus energías justo en los momentos en los que estará más verde en el cargo. Esta situación tiene una faceta preocupante en lo que concierne a Europa, porque demuestra que una serie de países continúan depositando toda su esperanza en que el amigo americano les solucione la papeleta. Y algunos conflictos, pura y simplemente, fueron puestos en marcha durante la era de George W. Bush para erosionar la autoridad comunitaria europea.
RESULTA evidente que en la guerra del gas de enero del 2009, los protagonistas centrales han sido Ucrania y Rusia, por este orden. Los gobernantes del primer país, por su contribución, con alevosía, al desencadenamiento del conflicto por motivos políticos, buscando situarse, junto con Israel, en los primeros puestos de la agenda exterior del nuevo presidente norteamericano. A Moscú le ha venido de perlas el amago de represalia ucraniana, porque, en el caso concreto del gas, lo que buscan los rusos es marcar precios al alza en el mercado internacional del gas, en el cual ese país es la mayor potencia mundial. No es el caso del petróleo: no existe un mercado mundial del gas unificado, y tampoco un mecanismo que lo regule, por lo cual ahí Rusia tiene mucho que decir. Y ahora le conviene trabajar en esa dirección, dada la caída del precio del petróleo, que los grandes especuladores internacionales estuvieron hinchando entre la crisis de las subprime (agosto de 2007) y el crash del pasado septiembre. Este es el quid de la cuestión.
PARA LA UE es una situación delicada, y nada coyuntural; por eso son temerarias las llamadas al desplante o el desafío contra los rusos, como si estuviéramos en 1909. Las únicas armas que deben utilizarse, con la contundencia que sea, son las financieras y las económicas. En ese contexto, tratar el asunto como una continuación de la guerra de Georgia del pasado verano resulta muy perjudicial para los europeos. Pero más aún lo es jalear a esos países definidos por algunos como rogue eastates (granujas o gamberros del Este) en alusión a los rogue states, término acuñado durante la era de Ronald Reagan, traducible como estados granujas. Se denominaba así a todos aquellos países de régimen autoritario, con una desafiante actitud antinorteamericana y dispuestos a poses duras y/o melodramáticas en política internacional: armas nucleares, provocaciones, propaganda agresiva y manipulación de sus primos mayores o potencias favorables. Si cambiamos totalitarismo por populismo (lo que muchos norteamericanos aceptarían para la Venezuela chavista), se puede ver cómo en Europa oriental y el Cáucaso han proliferado una serie de países proclives a actuar forzando a su favor los equilibrios de poder internacionales.
Aunque se pueden señalar algunos países concretos que iniciaron esta tendencia, al comienzo de las guerras de secesión yugoslavas, los orígenes de la actual generación de países del Este partidarios de jugar al límite con el apoyo de países occidentales poderosos, se puede datar en 1996, cuando Georgia, Ucrania, Moldavia y Azerbaiyán pusieron los cimientos de lo que en el 2001 sería el el GUAM, Organización para la Democracia y el Desarrollo Económico. Posteriormente, Moldavia se daría de baja y Azerbaiyán no coincidiría con la política antirrusa de Georgia y Ucrania; lo cual, junto con el activo apoyo norteamericano, serían dos marcas de origen del GUAM.
SIN EMBARGO, con el tiempo, al no recibir el esperado e incondicional amparo europeo (dado que las cruzadas contra Rusia apoyadas desde Washington no tienden a beneficiar a Bruselas), estas actitudes han sido semillero de euroescepticismo, incluso en aquellos países que se han convertido en miembros de la Unión Europea. Es importante tenerlo en cuenta para valorar si nos interesa apoyar presiones contra Rusia que posiblemente terminarán en beneficio de los instaladores de centrales nucleares: algo en lo cual tienen especial interés algunos de los denostadores pertinaces de llegar a alguna forma de concordia estable y permanente con Moscú. En cuanto a las historias sobre mafias, son pintorescas: pero a la vista de fraudes como el de Bernard Madoff y de lo que ha destapado la actual crisis financiera norteamericana, lo de los malos del Este suena ya un poco a calderilla.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
La nueva guerra del gas entre Ucrania y Rusia ha sido una versión corregida y ampliada de otras dos crisis similares, acaecidas en enero del 2006 y el 2008; y ello no ha sido por casualidad. El nuevo incidente ha tenido lugar precisamente pocos días antes de que el próximo presidente norteamericano, Barack Obama, jure el cargo: todo ello lo convierte en uno más de los conflictos sonda o recordatorio en este mismo periodo, tal como lo es la destrucción del gueto de Gaza. Se trata de aprovechar ese momento de claroscuro, los minutos de vacío de poder en Washington, para hostigar y lanzar un desafío que el nuevo inquilino de la Casa Blanca se verá obligado a atender en primera instancia, y al cual deberá dedicar todas sus energías justo en los momentos en los que estará más verde en el cargo. Esta situación tiene una faceta preocupante en lo que concierne a Europa, porque demuestra que una serie de países continúan depositando toda su esperanza en que el amigo americano les solucione la papeleta. Y algunos conflictos, pura y simplemente, fueron puestos en marcha durante la era de George W. Bush para erosionar la autoridad comunitaria europea.
RESULTA evidente que en la guerra del gas de enero del 2009, los protagonistas centrales han sido Ucrania y Rusia, por este orden. Los gobernantes del primer país, por su contribución, con alevosía, al desencadenamiento del conflicto por motivos políticos, buscando situarse, junto con Israel, en los primeros puestos de la agenda exterior del nuevo presidente norteamericano. A Moscú le ha venido de perlas el amago de represalia ucraniana, porque, en el caso concreto del gas, lo que buscan los rusos es marcar precios al alza en el mercado internacional del gas, en el cual ese país es la mayor potencia mundial. No es el caso del petróleo: no existe un mercado mundial del gas unificado, y tampoco un mecanismo que lo regule, por lo cual ahí Rusia tiene mucho que decir. Y ahora le conviene trabajar en esa dirección, dada la caída del precio del petróleo, que los grandes especuladores internacionales estuvieron hinchando entre la crisis de las subprime (agosto de 2007) y el crash del pasado septiembre. Este es el quid de la cuestión.
PARA LA UE es una situación delicada, y nada coyuntural; por eso son temerarias las llamadas al desplante o el desafío contra los rusos, como si estuviéramos en 1909. Las únicas armas que deben utilizarse, con la contundencia que sea, son las financieras y las económicas. En ese contexto, tratar el asunto como una continuación de la guerra de Georgia del pasado verano resulta muy perjudicial para los europeos. Pero más aún lo es jalear a esos países definidos por algunos como rogue eastates (granujas o gamberros del Este) en alusión a los rogue states, término acuñado durante la era de Ronald Reagan, traducible como estados granujas. Se denominaba así a todos aquellos países de régimen autoritario, con una desafiante actitud antinorteamericana y dispuestos a poses duras y/o melodramáticas en política internacional: armas nucleares, provocaciones, propaganda agresiva y manipulación de sus primos mayores o potencias favorables. Si cambiamos totalitarismo por populismo (lo que muchos norteamericanos aceptarían para la Venezuela chavista), se puede ver cómo en Europa oriental y el Cáucaso han proliferado una serie de países proclives a actuar forzando a su favor los equilibrios de poder internacionales.
Aunque se pueden señalar algunos países concretos que iniciaron esta tendencia, al comienzo de las guerras de secesión yugoslavas, los orígenes de la actual generación de países del Este partidarios de jugar al límite con el apoyo de países occidentales poderosos, se puede datar en 1996, cuando Georgia, Ucrania, Moldavia y Azerbaiyán pusieron los cimientos de lo que en el 2001 sería el el GUAM, Organización para la Democracia y el Desarrollo Económico. Posteriormente, Moldavia se daría de baja y Azerbaiyán no coincidiría con la política antirrusa de Georgia y Ucrania; lo cual, junto con el activo apoyo norteamericano, serían dos marcas de origen del GUAM.
SIN EMBARGO, con el tiempo, al no recibir el esperado e incondicional amparo europeo (dado que las cruzadas contra Rusia apoyadas desde Washington no tienden a beneficiar a Bruselas), estas actitudes han sido semillero de euroescepticismo, incluso en aquellos países que se han convertido en miembros de la Unión Europea. Es importante tenerlo en cuenta para valorar si nos interesa apoyar presiones contra Rusia que posiblemente terminarán en beneficio de los instaladores de centrales nucleares: algo en lo cual tienen especial interés algunos de los denostadores pertinaces de llegar a alguna forma de concordia estable y permanente con Moscú. En cuanto a las historias sobre mafias, son pintorescas: pero a la vista de fraudes como el de Bernard Madoff y de lo que ha destapado la actual crisis financiera norteamericana, lo de los malos del Este suena ya un poco a calderilla.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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