Por Jesús López-Medel, abogado del Estado. Autor de La larga conquista de la libertad (EL PERIÓDICO, 16/01/09):
Hace ahora un año, visitaba por segunda vez el Museo del Holocausto de Jerusalén. Iba junto a cargos políticos de varias naciones, algunos alemanes, descendientes, acaso, de aquellos que 60 años antes asistieron impávidos o participaron en una de las masacres más horrendas en la historia. El recorrido por el museo es estremecedor. Todas las imágenes y relatos están tejidos sobre nombres y rostros de aquellos que, solo por razón de su raza, fueron exterminados.
En esa nueva visita al museo volví a sentirme (sin serlo) profundamente judío, solidario o cercano a ese pueblo sufriente en ese ingente genocidio que desarrolló el nazismo. Es imposible no tener vergüenza de aquello. Me golpeaba la pregunta de cómo el ser humano puede llegar a tal grado de perversión e infinita crueldad. Muchos nos sentimos conmovidos al leer el libro de Boyne, El niño con el pijama de rayas. Nuestra identificación con el dolor del niño judío preso en un campo de concentración contrasta grandemente en el relato con la ignorancia del niño alemán, hijo del militar nazi, que se encontraba con aquel en la alambrada y le hacía unas preguntas llenas de ingenuidad casi macabra.
EL ESCENARIO final del museo, después de recorrer las terroríficas galerías de imágenes, fotos y objetos, es muy bello. Un enorme ventanal con una vista preciosa donde se combina el azul del cielo con el verde de los viejos olivos. Hay muchas razones para visitar esa tierra. Para los cristianos o simplemente respetuosos con la persona de Jesús, es algo lleno de emoción, unido también al origen de uno de los centros de donde emerge la historia de la religión hebraica. El Muro de las Lamentaciones es, sobre todo en la amanecida, conmovedor.
Pero aquellos que nos sentimos especialmente solidarios con el pueblo judío visitando ese museo de los horrores, también nos sentidos del mismo modo con el pueblo palestino que está padeciendo en Gaza. No es evidentemente la primera vez en que los feroces ataques del potente Ejército israelí provocan, sin duelo alguno, matanzas genocidas entre la población palestina. No es que les resulte indiferente matar niños, mujeres y hombre ajenos a la lucha armada. Es que parece que eso forma parte del plan. No se oyen después lamentos desde las autoridades israelís. Son muy tristes las palabras de personas galardonadas con el Nobel de la Paz, como Simón Peres, actual presidente del Estado de Israel, justificando la acción militar del presidente del Gobierno Ehud Olmert, a punto de dejar el poder, rodeado de escándalos y con unas inminentes elecciones. Quizás esto haya impulsado el ataque, al rentabilizarse electoralmente estas acciones.
Es también triste ver, una vez más, cómo la organización supranacional por excelencia, la ONU, vuelve a fracasar en su deber de imponer la paz o, al menos, sensatez en este horrible conflicto. Es también muy triste (y era esperable) que tantas esperanzas de cambio con la llegada de Barack Obama no cambiase la identificación absoluta de la política de EEUU con la causa israelí, sin condenar jamás las matanzas. Es decepcionante para aquellos que creyeron que el presidente electo era una reencarnación de John Lennon o Gandhi y ver cómo en este asunto poco cambiará, y menos con la elección de Hillary Clinton como secretaria de Estado, cuya identificación con la causa israelí es total.
Habrá quienes argumenten que lo que está haciendo el ejército israelí es defenderse de los cohetes de los radicales palestinos de Hamás. No justifico en modo alguno la violencia de éstos pero no puedo olvidar las elecciones que allí viví como observador internacional. Fueron impecablemente democráticas, y el triunfo de Hamás estaba construido sobre el odio que las fuerzas israelís venían sembrando en los corazones palestinos. La cumbre de Annápolis, en noviembre de 2007, se ha revelado como un fracaso. La situación actual es un notable retroceso histórico respecto a los acuerdos de Oslo de hace 15 años sobre los que hace poco escribió el catedrático Pere Villanova. El silencio de las autoridades de una inexistente política exterior europea sigue siendo clamoroso.
Pero eso es política. Y yo quiero, sobre todo, hablar del comportamiento humano. Del sufrimiento. De la sensibilidad. De la pena. De la rebeldía. De la insondable tristeza de ver unos rostros expresión del dolor y la muerte. De la bajeza humana que es capaz de utilizar la violencia como arma de destrucción de un pueblo como tal. Del pavoroso silencio de la población que mira hacia otro lado, como también instituciones internacionales hicieron al comienzo del nazismo.
QUIERO recordar y expresar mi profunda tristeza, emoción y abatimiento con que llegué al final del recorrido por ese Museo del Holocausto judío en Jerusalén. Mis ojos enrojecidos se perdían en ese cielo que era la luz tras la negritud de lo que había visto sobre el sufrimiento de ese pueblo. Ese dolor y esos mismos sentimientos que ahora vuelven a invadirme cuando veo las imágenes en televisión y leo las crónicas de todos los reporteros allí y que son testimonio del sufrimiento y dolor de otro pueblo, el palestino, ante lo que la humanidad no sabe poner fin y clamar como hace dos mil años allá: Paz a los hombres de buena voluntad.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Hace ahora un año, visitaba por segunda vez el Museo del Holocausto de Jerusalén. Iba junto a cargos políticos de varias naciones, algunos alemanes, descendientes, acaso, de aquellos que 60 años antes asistieron impávidos o participaron en una de las masacres más horrendas en la historia. El recorrido por el museo es estremecedor. Todas las imágenes y relatos están tejidos sobre nombres y rostros de aquellos que, solo por razón de su raza, fueron exterminados.
En esa nueva visita al museo volví a sentirme (sin serlo) profundamente judío, solidario o cercano a ese pueblo sufriente en ese ingente genocidio que desarrolló el nazismo. Es imposible no tener vergüenza de aquello. Me golpeaba la pregunta de cómo el ser humano puede llegar a tal grado de perversión e infinita crueldad. Muchos nos sentimos conmovidos al leer el libro de Boyne, El niño con el pijama de rayas. Nuestra identificación con el dolor del niño judío preso en un campo de concentración contrasta grandemente en el relato con la ignorancia del niño alemán, hijo del militar nazi, que se encontraba con aquel en la alambrada y le hacía unas preguntas llenas de ingenuidad casi macabra.
EL ESCENARIO final del museo, después de recorrer las terroríficas galerías de imágenes, fotos y objetos, es muy bello. Un enorme ventanal con una vista preciosa donde se combina el azul del cielo con el verde de los viejos olivos. Hay muchas razones para visitar esa tierra. Para los cristianos o simplemente respetuosos con la persona de Jesús, es algo lleno de emoción, unido también al origen de uno de los centros de donde emerge la historia de la religión hebraica. El Muro de las Lamentaciones es, sobre todo en la amanecida, conmovedor.
Pero aquellos que nos sentimos especialmente solidarios con el pueblo judío visitando ese museo de los horrores, también nos sentidos del mismo modo con el pueblo palestino que está padeciendo en Gaza. No es evidentemente la primera vez en que los feroces ataques del potente Ejército israelí provocan, sin duelo alguno, matanzas genocidas entre la población palestina. No es que les resulte indiferente matar niños, mujeres y hombre ajenos a la lucha armada. Es que parece que eso forma parte del plan. No se oyen después lamentos desde las autoridades israelís. Son muy tristes las palabras de personas galardonadas con el Nobel de la Paz, como Simón Peres, actual presidente del Estado de Israel, justificando la acción militar del presidente del Gobierno Ehud Olmert, a punto de dejar el poder, rodeado de escándalos y con unas inminentes elecciones. Quizás esto haya impulsado el ataque, al rentabilizarse electoralmente estas acciones.
Es también triste ver, una vez más, cómo la organización supranacional por excelencia, la ONU, vuelve a fracasar en su deber de imponer la paz o, al menos, sensatez en este horrible conflicto. Es también muy triste (y era esperable) que tantas esperanzas de cambio con la llegada de Barack Obama no cambiase la identificación absoluta de la política de EEUU con la causa israelí, sin condenar jamás las matanzas. Es decepcionante para aquellos que creyeron que el presidente electo era una reencarnación de John Lennon o Gandhi y ver cómo en este asunto poco cambiará, y menos con la elección de Hillary Clinton como secretaria de Estado, cuya identificación con la causa israelí es total.
Habrá quienes argumenten que lo que está haciendo el ejército israelí es defenderse de los cohetes de los radicales palestinos de Hamás. No justifico en modo alguno la violencia de éstos pero no puedo olvidar las elecciones que allí viví como observador internacional. Fueron impecablemente democráticas, y el triunfo de Hamás estaba construido sobre el odio que las fuerzas israelís venían sembrando en los corazones palestinos. La cumbre de Annápolis, en noviembre de 2007, se ha revelado como un fracaso. La situación actual es un notable retroceso histórico respecto a los acuerdos de Oslo de hace 15 años sobre los que hace poco escribió el catedrático Pere Villanova. El silencio de las autoridades de una inexistente política exterior europea sigue siendo clamoroso.
Pero eso es política. Y yo quiero, sobre todo, hablar del comportamiento humano. Del sufrimiento. De la sensibilidad. De la pena. De la rebeldía. De la insondable tristeza de ver unos rostros expresión del dolor y la muerte. De la bajeza humana que es capaz de utilizar la violencia como arma de destrucción de un pueblo como tal. Del pavoroso silencio de la población que mira hacia otro lado, como también instituciones internacionales hicieron al comienzo del nazismo.
QUIERO recordar y expresar mi profunda tristeza, emoción y abatimiento con que llegué al final del recorrido por ese Museo del Holocausto judío en Jerusalén. Mis ojos enrojecidos se perdían en ese cielo que era la luz tras la negritud de lo que había visto sobre el sufrimiento de ese pueblo. Ese dolor y esos mismos sentimientos que ahora vuelven a invadirme cuando veo las imágenes en televisión y leo las crónicas de todos los reporteros allí y que son testimonio del sufrimiento y dolor de otro pueblo, el palestino, ante lo que la humanidad no sabe poner fin y clamar como hace dos mil años allá: Paz a los hombres de buena voluntad.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario