Por Mabel González Bustelo, periodista y analista del Centro de Investigación para la Paz (EL CORREO DIGITAL, 19/07/07):
Corea del Norte ha cerrado las cinco instalaciones que componen el complejo nuclear de Yongbyon, según han verificado inspectores del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA). Se trata del primer paso de un proceso que será largo y complejo, y cuyos objetivos finales, mucho más ambiciosos, incluyen la desnuclearización de la península y la firma de un tratado de paz definitivo entre ambas Coreas. La noticia es positiva, pese a dificultades que quedan por delante. Y si demuestra algo de forma clara es que una diplomacia multilateral real, dirigida a la no proliferación nuclear, es mucho más eficaz que los discursos ideologizados y huecos que la Administración Bush había utilizado y sigue usando, por ejemplo, en Irán.
El cierre es parte de un acuerdo alcanzado el pasado mes de febrero en el marco de las conversaciones a seis bandas, en las que participan Corea del Norte y del Sur, China, Japón, Rusia y EE UU. Los próximos pasos deberían ser el desmantelamiento de la planta y la declaración por parte de Corea del Norte de todos sus programas y actividades nucleares. A cambio recibirá 950.000 toneladas de combustible y verá aliviadas las sanciones económicas, además de ’salir’ de la lista de Estados que patrocinan el terrorismo. Posteriormente, los seis países implicados abordarían la desnuclearización de la península, así como la negociación de un acuerdo de paz que ponga fin formalmente a la guerra de Corea (reemplazando al alto el fuego de 1953, que nunca se convirtió en permanente).
Varios factores complicarán el proceso de negociación, entre otros, la doctrina nuclear de EE UU en el Pacífico, donde ha aumentado su presencia y conduce regularmente ejercicios militares; el historial de enfrentamientos entre Corea del Norte y Japón; o el carácter impredecible del régimen coreano. Los escépticos recuerdan, además, que el cierre de Yongbyang es reversible. Tampoco está claro si Corea del Norte tiene más programas nucleares desconocidos hasta ahora o qué pasará con las armas nucleares de las que dispone. Pero la mayor dificultad es la desconfianza entre todas las partes.
Sin embargo, y a pesar de las posibles complicaciones, el paso adoptado por Corea del Norte es altamente simbólico y la valoración debe ser positiva. La gestión de la crisis nuclear coreana en los últimos meses, que ha dejado de lado las posturas ideologizadas de los neoconservadores para apostar por el pragmatismo, se ha demostrado mucho más eficaz que la anterior. Durante años, la aproximación de EE UU a esta cuestión se basó en amenazas y declaraciones altisonantes sin contenido real, y en desmarcarse del acuerdo que había conseguido el Gobierno de Bill Clinton en 1994. La estrategia fue un rotundo fracaso: durante ese tiempo, Corea del Norte prosiguió sus programas y logró enriquecer suficiente plutonio para obtener, al menos, seis bombas nucleares, realizando su primera prueba en octubre del año pasado. El fracaso abrió la puerta a una aproximación más realista, liderada por el subsecretario de Estado Christopher Hill, que condujo al acuerdo de febrero y a los acontecimientos de los últimos días. Ni el vicepresidente Dick Cheney ni sus colaboradores han tenido suficiente poder como para vetarlo. Al menos en este caso, la era de los neoconservadores parece haber pasado.
Ahora sería importante extraer las lecciones adecuadas. Una estrategia basada en la diplomacia multilateral, el diálogo y la negociación es mucho más eficaz que las amenazas o el aislamiento. Esto debería aplicarse a Irán, cuyo programa nuclear debería ser abordado en el marco de negociaciones globales sobre seguridad regional. Pero, sobre todo, es preciso reforzar los marcos multilaterales. Las potencias nucleares reconocidas por el Tratado de no Proliferación no han cumplido sus compromisos: no sólo mantienen más de 12.000 cabezas nucleares activas, sino que están modernizando sus arsenales y transformando la doctrina para que pasen a ser armas tácticas. Esto mina su credibilidad cuando tratan de convencer a otros países de que renuncien a un programa nuclear. Si no se reconocen y abordan estas incoherencias, casos como el de Corea del Norte o el de Irán serán cada vez más frecuentes.
Corea del Norte ha cerrado las cinco instalaciones que componen el complejo nuclear de Yongbyon, según han verificado inspectores del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA). Se trata del primer paso de un proceso que será largo y complejo, y cuyos objetivos finales, mucho más ambiciosos, incluyen la desnuclearización de la península y la firma de un tratado de paz definitivo entre ambas Coreas. La noticia es positiva, pese a dificultades que quedan por delante. Y si demuestra algo de forma clara es que una diplomacia multilateral real, dirigida a la no proliferación nuclear, es mucho más eficaz que los discursos ideologizados y huecos que la Administración Bush había utilizado y sigue usando, por ejemplo, en Irán.
El cierre es parte de un acuerdo alcanzado el pasado mes de febrero en el marco de las conversaciones a seis bandas, en las que participan Corea del Norte y del Sur, China, Japón, Rusia y EE UU. Los próximos pasos deberían ser el desmantelamiento de la planta y la declaración por parte de Corea del Norte de todos sus programas y actividades nucleares. A cambio recibirá 950.000 toneladas de combustible y verá aliviadas las sanciones económicas, además de ’salir’ de la lista de Estados que patrocinan el terrorismo. Posteriormente, los seis países implicados abordarían la desnuclearización de la península, así como la negociación de un acuerdo de paz que ponga fin formalmente a la guerra de Corea (reemplazando al alto el fuego de 1953, que nunca se convirtió en permanente).
Varios factores complicarán el proceso de negociación, entre otros, la doctrina nuclear de EE UU en el Pacífico, donde ha aumentado su presencia y conduce regularmente ejercicios militares; el historial de enfrentamientos entre Corea del Norte y Japón; o el carácter impredecible del régimen coreano. Los escépticos recuerdan, además, que el cierre de Yongbyang es reversible. Tampoco está claro si Corea del Norte tiene más programas nucleares desconocidos hasta ahora o qué pasará con las armas nucleares de las que dispone. Pero la mayor dificultad es la desconfianza entre todas las partes.
Sin embargo, y a pesar de las posibles complicaciones, el paso adoptado por Corea del Norte es altamente simbólico y la valoración debe ser positiva. La gestión de la crisis nuclear coreana en los últimos meses, que ha dejado de lado las posturas ideologizadas de los neoconservadores para apostar por el pragmatismo, se ha demostrado mucho más eficaz que la anterior. Durante años, la aproximación de EE UU a esta cuestión se basó en amenazas y declaraciones altisonantes sin contenido real, y en desmarcarse del acuerdo que había conseguido el Gobierno de Bill Clinton en 1994. La estrategia fue un rotundo fracaso: durante ese tiempo, Corea del Norte prosiguió sus programas y logró enriquecer suficiente plutonio para obtener, al menos, seis bombas nucleares, realizando su primera prueba en octubre del año pasado. El fracaso abrió la puerta a una aproximación más realista, liderada por el subsecretario de Estado Christopher Hill, que condujo al acuerdo de febrero y a los acontecimientos de los últimos días. Ni el vicepresidente Dick Cheney ni sus colaboradores han tenido suficiente poder como para vetarlo. Al menos en este caso, la era de los neoconservadores parece haber pasado.
Ahora sería importante extraer las lecciones adecuadas. Una estrategia basada en la diplomacia multilateral, el diálogo y la negociación es mucho más eficaz que las amenazas o el aislamiento. Esto debería aplicarse a Irán, cuyo programa nuclear debería ser abordado en el marco de negociaciones globales sobre seguridad regional. Pero, sobre todo, es preciso reforzar los marcos multilaterales. Las potencias nucleares reconocidas por el Tratado de no Proliferación no han cumplido sus compromisos: no sólo mantienen más de 12.000 cabezas nucleares activas, sino que están modernizando sus arsenales y transformando la doctrina para que pasen a ser armas tácticas. Esto mina su credibilidad cuando tratan de convencer a otros países de que renuncien a un programa nuclear. Si no se reconocen y abordan estas incoherencias, casos como el de Corea del Norte o el de Irán serán cada vez más frecuentes.
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