Por Josep Borrell, presidente de la Comisión de Desarrollo del Parlamento Europeo (EL PERIÓDICO, 15/07/07):
Darfur es una gran herida abierta en el corazón de África. En esa meseta desértica, tan grande como España, en la que convivían seis millones de habitantes de distintas tribus árabo-africanas, se está produciendo una de las mayores tragedias de nuestro tiempo. La guerra, iniciada a principios del 2003, ha afectado a 4,5 millones de personas, ha producido 3 millones de refugiados y entre 250.000 y 400.000 víctimas, sin que nadie pueda saber precisamente cuántas son.
Las Naciones Unidas están desplegando en Darfur la mayor operación de ayuda humanitaria de su historia. En los campos de refugiados situados a ambos lados de la frontera entre Sudán y el Chad, todos los días, con la colaboración de unos 12.000 trabajadores de las oenegés, se distribuyen alimentos para mantener vivas, en condiciones muy precarias, a casi 3 millones de personas.
EL GRAN depósito de alimentos del campo de refugiados de El Geneina distribuye 10.000 toneladas mensuales de alimentos básicos: lentejas, aceite, maíz y sorgo. Los Transalls del Ejército francés completan, a través del aeropuerto de Adeche, las reservas necesarias para la época de lluvias que ahora empieza. Pero si las condiciones de seguridad no mejoran será imposible distribuirlas en zonas en las que el acceso es ya muy difícil. En efecto, pese a los acuerdos de paz firmados en Abuja hace un año, las condiciones de seguridad han empeorado, las milicias árabes jenjawis no han sido desarmadas, los ataques a los civiles continúan, con 170.000 desplazados más en el 2007, y la capacidad de las organizaciones humanitarias para ayudar a la población afectada se sitúa en el nivel más bajo de los últimos tres años.
El centro de coordinación de la ONU en Al-Fashir estima que no pueden alcanzar a ayudar a una de cada cuatro personas afectadas por una guerra que es ya de todos contra todos, sin frentes ni líneas claras de división entre combatientes. Los grupos rebeldes que no firmaron los acuerdos de paz se han dividido en grupúsculos enfrentados, las milicias árabes siguen activas y menos controladas que nunca por el Gobierno sudanés, y el bandidismo puro y simple se instala en un país desértico descompuesto por la violencia y la pobreza, y se extiende a los países vecinos.
En el campo de refugiados de Koloma, en el Chad, se han reagrupado 140.000 chadianos desplazados por los ataques a sus aldeas. Los jefes de las tribus atacadas no saben identificar a sus agresores, genéricamente milicianos árabes procedentes de Sudán, pese a los acuerdos de paz entre los dos países, rebeldes chadianos o simples bandidos sin ninguna referencia política. No volverán a sus tierras sin protección, y cuando se les pregunta sobre la capacidad de la policía o del Ejército para dársela, su risa suena macabra en el desierto.
Las fuerzas de la misión de la Unión Africana en Sudán (Amis), unos 7.000 hombres, poco pueden hacer para proteger a la población civil. El coronel nigeriano al mando de un destacamento expresa su frustración diciéndonos que más que un soldado es un predicador, porque a las bandas armadas solo puede amenazarlas con informar de su actitud. En efecto, muy pocos para un país tan grande, sin equipamiento suficiente, con un mandato que no les permite utilizar las armas para hacer respetar el alto el fuego y sufriendo numerosas bajas, bastante tienen con protegerse a sí mismos y no gozan de demasiada confianza de la población civil.
LA UNIÓN Europea financia la práctica totalidad del despliegue de Amis, unos 400 millones de euros, casi tanto como la ayuda humanitaria propiamente dicha. Pero, para colmo, los soldados y oficiales de Amis se quejaron de que hacía meses que no recibían su sueldo, pese a que el presupuesto comunitario ha pagado religiosamente sus compromisos…
El gran riesgo es que la inseguridad aumente hasta hacer imposible la labor de las organizaciones humanitarias. Hoy la situación en los campos está relativamente estabilizada, aunque su seguridad no está garantizada por nadie, pero el sistema es frágil y vulnerable. Si se rompiese la cadena de ayuda se produciría una tragedia de enormes consecuencias, porque esa gente no tienen otro recurso ni perspectiva que la alimentación básica que recibe de la FAO (el programa alimentario mundial) y la relativa protección de los campos.
UNA MAYOR seguridad solo puede provenir de una fuerza exterior, más numerosa, dotada de más medios y con un mandato claro que le permita intervenir para proteger a la población civil. Hasta ahora, el Gobierno de Sudán se había opuesto al despliegue de una fuerza de la ONU de estas características, argumentando que la amplificación mediática del drama de Darfur no era sino una excusa de los occidentales para intervenir militarmente al viejo estilo colonial. Pero la novedad es que ahora no solo no se opone, sino que la pide, quizá porque la situación es tan compleja que ya no puede controlarla, o porque cree que a la hora de la verdad no seremos capaces de desplegarla efectivamente.
Y quizá tenga razón y, después de tanto exigirla y tanto reprochar a China que impidiese acuerdos en el Consejo de Seguridad, el mundo demuestre su impotencia para resolver el drama de Darfur y dar contenido a esa “obligación de proteger” que tantas veces hemos proclamado. La pelota está ahora en nuestro tejado. En los próximos meses veremos qué hacemos con Darfur, pero nadie podrá decir,como en Ruanda, que no sabíamos lo que podía ocurrir.
Darfur es una gran herida abierta en el corazón de África. En esa meseta desértica, tan grande como España, en la que convivían seis millones de habitantes de distintas tribus árabo-africanas, se está produciendo una de las mayores tragedias de nuestro tiempo. La guerra, iniciada a principios del 2003, ha afectado a 4,5 millones de personas, ha producido 3 millones de refugiados y entre 250.000 y 400.000 víctimas, sin que nadie pueda saber precisamente cuántas son.
Las Naciones Unidas están desplegando en Darfur la mayor operación de ayuda humanitaria de su historia. En los campos de refugiados situados a ambos lados de la frontera entre Sudán y el Chad, todos los días, con la colaboración de unos 12.000 trabajadores de las oenegés, se distribuyen alimentos para mantener vivas, en condiciones muy precarias, a casi 3 millones de personas.
EL GRAN depósito de alimentos del campo de refugiados de El Geneina distribuye 10.000 toneladas mensuales de alimentos básicos: lentejas, aceite, maíz y sorgo. Los Transalls del Ejército francés completan, a través del aeropuerto de Adeche, las reservas necesarias para la época de lluvias que ahora empieza. Pero si las condiciones de seguridad no mejoran será imposible distribuirlas en zonas en las que el acceso es ya muy difícil. En efecto, pese a los acuerdos de paz firmados en Abuja hace un año, las condiciones de seguridad han empeorado, las milicias árabes jenjawis no han sido desarmadas, los ataques a los civiles continúan, con 170.000 desplazados más en el 2007, y la capacidad de las organizaciones humanitarias para ayudar a la población afectada se sitúa en el nivel más bajo de los últimos tres años.
El centro de coordinación de la ONU en Al-Fashir estima que no pueden alcanzar a ayudar a una de cada cuatro personas afectadas por una guerra que es ya de todos contra todos, sin frentes ni líneas claras de división entre combatientes. Los grupos rebeldes que no firmaron los acuerdos de paz se han dividido en grupúsculos enfrentados, las milicias árabes siguen activas y menos controladas que nunca por el Gobierno sudanés, y el bandidismo puro y simple se instala en un país desértico descompuesto por la violencia y la pobreza, y se extiende a los países vecinos.
En el campo de refugiados de Koloma, en el Chad, se han reagrupado 140.000 chadianos desplazados por los ataques a sus aldeas. Los jefes de las tribus atacadas no saben identificar a sus agresores, genéricamente milicianos árabes procedentes de Sudán, pese a los acuerdos de paz entre los dos países, rebeldes chadianos o simples bandidos sin ninguna referencia política. No volverán a sus tierras sin protección, y cuando se les pregunta sobre la capacidad de la policía o del Ejército para dársela, su risa suena macabra en el desierto.
Las fuerzas de la misión de la Unión Africana en Sudán (Amis), unos 7.000 hombres, poco pueden hacer para proteger a la población civil. El coronel nigeriano al mando de un destacamento expresa su frustración diciéndonos que más que un soldado es un predicador, porque a las bandas armadas solo puede amenazarlas con informar de su actitud. En efecto, muy pocos para un país tan grande, sin equipamiento suficiente, con un mandato que no les permite utilizar las armas para hacer respetar el alto el fuego y sufriendo numerosas bajas, bastante tienen con protegerse a sí mismos y no gozan de demasiada confianza de la población civil.
LA UNIÓN Europea financia la práctica totalidad del despliegue de Amis, unos 400 millones de euros, casi tanto como la ayuda humanitaria propiamente dicha. Pero, para colmo, los soldados y oficiales de Amis se quejaron de que hacía meses que no recibían su sueldo, pese a que el presupuesto comunitario ha pagado religiosamente sus compromisos…
El gran riesgo es que la inseguridad aumente hasta hacer imposible la labor de las organizaciones humanitarias. Hoy la situación en los campos está relativamente estabilizada, aunque su seguridad no está garantizada por nadie, pero el sistema es frágil y vulnerable. Si se rompiese la cadena de ayuda se produciría una tragedia de enormes consecuencias, porque esa gente no tienen otro recurso ni perspectiva que la alimentación básica que recibe de la FAO (el programa alimentario mundial) y la relativa protección de los campos.
UNA MAYOR seguridad solo puede provenir de una fuerza exterior, más numerosa, dotada de más medios y con un mandato claro que le permita intervenir para proteger a la población civil. Hasta ahora, el Gobierno de Sudán se había opuesto al despliegue de una fuerza de la ONU de estas características, argumentando que la amplificación mediática del drama de Darfur no era sino una excusa de los occidentales para intervenir militarmente al viejo estilo colonial. Pero la novedad es que ahora no solo no se opone, sino que la pide, quizá porque la situación es tan compleja que ya no puede controlarla, o porque cree que a la hora de la verdad no seremos capaces de desplegarla efectivamente.
Y quizá tenga razón y, después de tanto exigirla y tanto reprochar a China que impidiese acuerdos en el Consejo de Seguridad, el mundo demuestre su impotencia para resolver el drama de Darfur y dar contenido a esa “obligación de proteger” que tantas veces hemos proclamado. La pelota está ahora en nuestro tejado. En los próximos meses veremos qué hacemos con Darfur, pero nadie podrá decir,como en Ruanda, que no sabíamos lo que podía ocurrir.
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