Por Ian Gibson, escritor (EL PERIÓDICO, 06/07/07):
Perder el control de las mentes juveniles siempre ha sido la peor pesadilla no solo de la Iglesia católica, sino de todos los dogmatismos y fanatismos que han ido brotando a lo largo de los siglos. Inculcar al niño las hipótesis de turno como si fuesen verdades eternas demostradas y comprobadas; imponer el mapa de ruta consagrado por la tradición, sin tolerar desvíos; consignar los castigos preparados por la deidad ofendida para los discrepantes, de modo que la lección, apuntalada por el miedo, cale hondo… siempre ha sido la práctica de los guardianes de la ortodoxia, y cabe suponer que será así, irremediablemente, hasta el fin de los tiempos.
Hay una conclusión que, a la vista de ello, se impone. Y es que cada vez que vuelven a levantar la voz los enemigos de la libertad, que no duermen nunca, incumbe hacerles vigoroso frente dialéctico, en nombre de la cultura, de la razón, de la caridad y de los logros conseguidos pese a ellos por la humanidad, a duras penas, en su difícil caminar hacia la luz y hacia la vida. Incumbe hacerles frente, no intentar apaciguarlos. Porque, como se ha visto siempre, los matones desprecian a quienes les dan coba, y se crecen esperando el momento de acabar con ellos. En plena guerra civil, Antonio Machado pronosticó una y otra vez que Francia y Gran Bretaña, tan miserables en su actitud con la Repú- blica asediada, pagarían su política conciliadora con Hitler. Y así resultó.
SIEMPRE me han gustado los términos ciudadano, ciudadanía, así como los relacionados cívico y civil, que llevan en las entrañas, se diría que con orgullo, su ilustre raíz romana, y hacen pensar, indefectiblemente, en los derechos y responsabilidades del individuo y en el concepto del bien común. Por ello me parece lamentable y bochornoso que la jerarquía ca- tólica española haya decidido ir a la lucha sin cuartel, en la recta final electoral, contra la asignatura obligatoria de Educación para la Ciudadanía, que va a introducir el Gobierno a partir de septiembre. Los prelados me recuerdan a sus antecesores de los años 30, cuando la CEDA, que nunca apoyó lealmente el régimen republicano, proclamaba que la escuela laica era poco menos que una creación del diablo, y obraba en consecuencia.
Los libros de texto de la nueva asignatura ya están publicados. Cualquiera puede consultar los contenidos en la web del Ministerio de Educación. La enseñanza tan rechazada por la Conferencia Episcopal consistirá, en síntesis, en fomentar, desde la educación primaria, el reconocimiento de la dignidad de todas las personas, el respeto al prójimo –sea del color que sea y tenga las creencias que tenga–, el diálogo, la tolerancia, la solidaridad, la cultura de la paz, la diversidad de las personas, el rechazo del racismo, la xenofobia y la homofobia; en insistir en la igualdad de hombres y mujeres; y en explicar a los alumnos los derechos y las obligaciones del ciudadano en la España democrática de hoy. Todo ello dentro del marco de la Constitución y de los compromisos internacionales del país. Y en perfecta consonancia con los valores predicados y preconizados por Cristo.
Pero los obispos no lo quieren ver así. Especialmente inquietos, como siempre, ante el hecho sexual, que quisieran encauzado exclusivamente a través del matrimonio de hombres y mujeres, están molestos sobre todo, según parece, por la carta de naturaleza acordada por la flamante asignatura a la homosexualidad. Enseñar que la “nefanda desviación” no es tal va en contra de todo lo que ha dicho el catolicismo desde siempre, con las innumerables víctimas consiguientes. ¿Qué hacer? ¿Admitir que se han equivocado? ¿Lamentar haber impuesto, en nombre del Salvador, tanta tortura, tanta inmolación, tanto dolor, tanto sufrimiento? ¿Pedir perdón? ¡Pedir peras al olmo!
EN SU declaración oficial sobre la asignatura de marras –similar a la que se enseña en al menos 15 países europeos–, los obispos, ante el “desafío” que supone la misma (”El Estado se arroga un papel de educador moral”), aseveran que “la gravedad de la situación no permite posturas pasivas ni acomodaticias”. Las posturas, es decir, deben ser activas, y “se puede recurrir a todos los medios legítimos para defender la libertad de conciencia y de enseñanza”. Se trata, en realidad, de una llamada a la desobediencia civil. El hecho de que Rajoy haya dicho que si accede al poder abolirá la asignatura está dando ánimos a los prelados, y parece inevitable que a lo largo de los próximos meses mareen mucho la perdiz. Un indicio de lo que nos viene encima lo acaba de proporcionar –¿quién si no?– el arzobispo de Toledo. Para monseñor Antonio Cañizares la nueva asignatura se basa “en el nihilismo”. Es “una reducción cultural en la que Dios no cuenta”, un “laicismo excluyente”. Agrede a la familia e impone un relativismo moral inaceptable. Acogerla sería, para un católico, colaborar con “el mal”.
La lectura es perversa, maquiavélica, patética. Y demuestra que la jerarquía española es incapaz de adaptarse a los tiempos que corren. Qué pobre.
Perder el control de las mentes juveniles siempre ha sido la peor pesadilla no solo de la Iglesia católica, sino de todos los dogmatismos y fanatismos que han ido brotando a lo largo de los siglos. Inculcar al niño las hipótesis de turno como si fuesen verdades eternas demostradas y comprobadas; imponer el mapa de ruta consagrado por la tradición, sin tolerar desvíos; consignar los castigos preparados por la deidad ofendida para los discrepantes, de modo que la lección, apuntalada por el miedo, cale hondo… siempre ha sido la práctica de los guardianes de la ortodoxia, y cabe suponer que será así, irremediablemente, hasta el fin de los tiempos.
Hay una conclusión que, a la vista de ello, se impone. Y es que cada vez que vuelven a levantar la voz los enemigos de la libertad, que no duermen nunca, incumbe hacerles vigoroso frente dialéctico, en nombre de la cultura, de la razón, de la caridad y de los logros conseguidos pese a ellos por la humanidad, a duras penas, en su difícil caminar hacia la luz y hacia la vida. Incumbe hacerles frente, no intentar apaciguarlos. Porque, como se ha visto siempre, los matones desprecian a quienes les dan coba, y se crecen esperando el momento de acabar con ellos. En plena guerra civil, Antonio Machado pronosticó una y otra vez que Francia y Gran Bretaña, tan miserables en su actitud con la Repú- blica asediada, pagarían su política conciliadora con Hitler. Y así resultó.
SIEMPRE me han gustado los términos ciudadano, ciudadanía, así como los relacionados cívico y civil, que llevan en las entrañas, se diría que con orgullo, su ilustre raíz romana, y hacen pensar, indefectiblemente, en los derechos y responsabilidades del individuo y en el concepto del bien común. Por ello me parece lamentable y bochornoso que la jerarquía ca- tólica española haya decidido ir a la lucha sin cuartel, en la recta final electoral, contra la asignatura obligatoria de Educación para la Ciudadanía, que va a introducir el Gobierno a partir de septiembre. Los prelados me recuerdan a sus antecesores de los años 30, cuando la CEDA, que nunca apoyó lealmente el régimen republicano, proclamaba que la escuela laica era poco menos que una creación del diablo, y obraba en consecuencia.
Los libros de texto de la nueva asignatura ya están publicados. Cualquiera puede consultar los contenidos en la web del Ministerio de Educación. La enseñanza tan rechazada por la Conferencia Episcopal consistirá, en síntesis, en fomentar, desde la educación primaria, el reconocimiento de la dignidad de todas las personas, el respeto al prójimo –sea del color que sea y tenga las creencias que tenga–, el diálogo, la tolerancia, la solidaridad, la cultura de la paz, la diversidad de las personas, el rechazo del racismo, la xenofobia y la homofobia; en insistir en la igualdad de hombres y mujeres; y en explicar a los alumnos los derechos y las obligaciones del ciudadano en la España democrática de hoy. Todo ello dentro del marco de la Constitución y de los compromisos internacionales del país. Y en perfecta consonancia con los valores predicados y preconizados por Cristo.
Pero los obispos no lo quieren ver así. Especialmente inquietos, como siempre, ante el hecho sexual, que quisieran encauzado exclusivamente a través del matrimonio de hombres y mujeres, están molestos sobre todo, según parece, por la carta de naturaleza acordada por la flamante asignatura a la homosexualidad. Enseñar que la “nefanda desviación” no es tal va en contra de todo lo que ha dicho el catolicismo desde siempre, con las innumerables víctimas consiguientes. ¿Qué hacer? ¿Admitir que se han equivocado? ¿Lamentar haber impuesto, en nombre del Salvador, tanta tortura, tanta inmolación, tanto dolor, tanto sufrimiento? ¿Pedir perdón? ¡Pedir peras al olmo!
EN SU declaración oficial sobre la asignatura de marras –similar a la que se enseña en al menos 15 países europeos–, los obispos, ante el “desafío” que supone la misma (”El Estado se arroga un papel de educador moral”), aseveran que “la gravedad de la situación no permite posturas pasivas ni acomodaticias”. Las posturas, es decir, deben ser activas, y “se puede recurrir a todos los medios legítimos para defender la libertad de conciencia y de enseñanza”. Se trata, en realidad, de una llamada a la desobediencia civil. El hecho de que Rajoy haya dicho que si accede al poder abolirá la asignatura está dando ánimos a los prelados, y parece inevitable que a lo largo de los próximos meses mareen mucho la perdiz. Un indicio de lo que nos viene encima lo acaba de proporcionar –¿quién si no?– el arzobispo de Toledo. Para monseñor Antonio Cañizares la nueva asignatura se basa “en el nihilismo”. Es “una reducción cultural en la que Dios no cuenta”, un “laicismo excluyente”. Agrede a la familia e impone un relativismo moral inaceptable. Acogerla sería, para un católico, colaborar con “el mal”.
La lectura es perversa, maquiavélica, patética. Y demuestra que la jerarquía española es incapaz de adaptarse a los tiempos que corren. Qué pobre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario