Por Ignasi Guardans, diputado al Parlamento Europeo (EL PAÍS, 29/07/07):
“La legislación polaca en los ámbitos que corresponden al orden moral que rigen la vida social, la dignidad de la familia, el matrimonio y la educación, así como la protección de la vida, no podrán en ningún caso ser limitados por disposiciones internacionales”. Así lo proclamaba solemnemente el 11 de abril de 2003 la Dieta (Parlamento) de Polonia con el apoyo de los que hoy son oposición. Los días 7 y 8 de junio de ese año se iba a celebrar el referéndum de adhesión de Polonia a la Unión Europea. Y un tal Roman Giertych estaba organizando con eficacia el frente del no levantando serios temores morales en la población a los que había que dar respuesta. El discurso radicalmente ultramontano de su católica Liga de las Familias, apoyado expresa o tácitamente por una parte del clero y de la jerarquía ponía seriamente en peligro el proceso de adhesión.
Hoy la situación es paradójica. Roman Giertych es vicepresidente del Gobierno y ministro de Educación, en justo precio al apoyo que presta su partido al mayoritario Ley y Justicia de los gemelos Kaczynski. Un Gobierno que exigió en el último Consejo Europeo la aprobación de una Declaración “protectora” en términos prácticamente idénticos a los de esa votación del 2003, y que si pudiera evitaría la aplicación de la Carta de Derechos fundamentales por los mismos motivos. Mientras, según el Eurobarómetro, los polacos están entre los más entusiastas defensores del europeísmo, por delante de sus vecinos y a enorme distancia de las poblaciones de los Estados fundadores de la Unión.
Hay que reconocer que entre este Giertych y su padre, el eurodiputado Maciej Giertych, acumulan juntos los derechos de autor de la mayoría de los temas que han convertido a Polonia y su Gobierno en motivo de conversación en millones de hogares en el último año: amenazas de despido a los profesores gays; reivindicación del noble papel de Franco en la defensa de la Europa cristiana; cuarentena a los Teletubbies por apología homosexual; escritos antisemitas; ataques a la población gitana; proclamas contra el acceso de la mujer al trabajo; equiparación de Merkel con Hitler, etcétera. En consecuencia, cabría pensar que en realidad buena parte del ruido y de la alarma que despierta son anecdóticos o pasajeros. Si todo procede de una misma fuente, bien puede apagarse en cuanto haya unas nuevas elecciones. Y en cierto modo es así. A mi modo de ver, estas actitudes requieren atención y seria condena. Pero no son problemas estructurales de la Polonia de hoy.
Mucho más grave resultan las actitudes de fondo, y la consecuente acción de Gobierno, de los hermanos Kaczynski y de su partido. Más grave porque, como me decía un prestigioso eurodiputado polaco y buen amigo, si logran permanecer en el poder durante un tiempo suficientemente largo, pueden llevar a algo así como la “putinización” de Polonia. Un Estado aparentemente democrático, en el que se salvan las apariencias, pero llevado de una deriva autoritaria que nada tiene que ver con las democracias libres que queremos como socios. Algo de lo que Polonia y sus vecinos tienen experiencia, en esa tradición de gobierno de coroneles de los años treinta encubierta de formas parlamentarias.
¿Y cuál ha de ser la actitud de Europa? La respuesta, si la hay, no es sencilla. Las cosas no son en blanco y negro, los buenos y demócratas a un lado, los malos y autoritarios del otro. No es así. Por ejemplo, porque estos mismos Kaczynski encabezan hoy el Gobierno menos corrupto que ha tenido nunca ese país. Hoy por hoy, los millones de euros que la Unión Europea vierte sobre el campo y las infraestructuras polacas tienen unas garantías de buena gestión, o cuando menos de gestión honrada, que no está claro que nadie más pueda ofrecer en el panorama político actual. Eso sería ya un argumento para actuar con pies de plomo. Pero es que además no se debilita con críticas externas a quien fundamenta su poder y su autoridad en la defensa acérrima de la patria frente al enemigo exterior. Para millones de polacos el concepto de nación se basa casi exclusivamente en la memoria colectiva de los agravios del pasado. Pocos Estados-nación tienen una historia tan cargada de ofensas y ataques, hasta el punto de que la supervivencia misma de Polonia parece a veces un milagro. De ahí nace un poso de desconfianza infinita hacia sus vecinos, uno de los cuales es precisamente el Estado más influyente en la Unión Europea. El patriotismo cosmopolita y abierto es hoy el de una élite ilustrada. Para una inmensa mayoría, el patriotismo es autoprotección y desconfianza. ¿Cómo se conjuga el europeísmo que reflejan las encuestas con esa tensión emocional con el vecino alemán, y ese temor profundo a la intromisión de las instituciones de Bruselas? Es posible que la lluvia de euros y las crecientes facilidades laborales, todavía incompletas, tengan mucho que decir en la explicación a esa contradicción. Pero el hecho es que hoy tenemos como socio a alguien dispuesto a obtener de la Unión Europea todo aquello a lo que cree tener legítimo derecho. Y al tiempo, alguien que no desea aportar al proyecto europeo ese mínimo de ilusión compartida, esa complicidad de valores y de aspiraciones sin la cual sería imposible que el proyecto mismo pudiera sobrevivir como tal. Por ello, la UE y sus líderes deberían combinar mejor la seducción con la firmeza frente al socio incómodo. Sonreír y convencer allí donde sea posible, respetando las diferencias culturales y con la máxima comprensión a los recelos derivados de la historia. Condenar y sancionar con firmeza las medidas que limiten derechos y libertades de los que hoy son, además de polacos, ciudadanos europeos.
“La legislación polaca en los ámbitos que corresponden al orden moral que rigen la vida social, la dignidad de la familia, el matrimonio y la educación, así como la protección de la vida, no podrán en ningún caso ser limitados por disposiciones internacionales”. Así lo proclamaba solemnemente el 11 de abril de 2003 la Dieta (Parlamento) de Polonia con el apoyo de los que hoy son oposición. Los días 7 y 8 de junio de ese año se iba a celebrar el referéndum de adhesión de Polonia a la Unión Europea. Y un tal Roman Giertych estaba organizando con eficacia el frente del no levantando serios temores morales en la población a los que había que dar respuesta. El discurso radicalmente ultramontano de su católica Liga de las Familias, apoyado expresa o tácitamente por una parte del clero y de la jerarquía ponía seriamente en peligro el proceso de adhesión.
Hoy la situación es paradójica. Roman Giertych es vicepresidente del Gobierno y ministro de Educación, en justo precio al apoyo que presta su partido al mayoritario Ley y Justicia de los gemelos Kaczynski. Un Gobierno que exigió en el último Consejo Europeo la aprobación de una Declaración “protectora” en términos prácticamente idénticos a los de esa votación del 2003, y que si pudiera evitaría la aplicación de la Carta de Derechos fundamentales por los mismos motivos. Mientras, según el Eurobarómetro, los polacos están entre los más entusiastas defensores del europeísmo, por delante de sus vecinos y a enorme distancia de las poblaciones de los Estados fundadores de la Unión.
Hay que reconocer que entre este Giertych y su padre, el eurodiputado Maciej Giertych, acumulan juntos los derechos de autor de la mayoría de los temas que han convertido a Polonia y su Gobierno en motivo de conversación en millones de hogares en el último año: amenazas de despido a los profesores gays; reivindicación del noble papel de Franco en la defensa de la Europa cristiana; cuarentena a los Teletubbies por apología homosexual; escritos antisemitas; ataques a la población gitana; proclamas contra el acceso de la mujer al trabajo; equiparación de Merkel con Hitler, etcétera. En consecuencia, cabría pensar que en realidad buena parte del ruido y de la alarma que despierta son anecdóticos o pasajeros. Si todo procede de una misma fuente, bien puede apagarse en cuanto haya unas nuevas elecciones. Y en cierto modo es así. A mi modo de ver, estas actitudes requieren atención y seria condena. Pero no son problemas estructurales de la Polonia de hoy.
Mucho más grave resultan las actitudes de fondo, y la consecuente acción de Gobierno, de los hermanos Kaczynski y de su partido. Más grave porque, como me decía un prestigioso eurodiputado polaco y buen amigo, si logran permanecer en el poder durante un tiempo suficientemente largo, pueden llevar a algo así como la “putinización” de Polonia. Un Estado aparentemente democrático, en el que se salvan las apariencias, pero llevado de una deriva autoritaria que nada tiene que ver con las democracias libres que queremos como socios. Algo de lo que Polonia y sus vecinos tienen experiencia, en esa tradición de gobierno de coroneles de los años treinta encubierta de formas parlamentarias.
¿Y cuál ha de ser la actitud de Europa? La respuesta, si la hay, no es sencilla. Las cosas no son en blanco y negro, los buenos y demócratas a un lado, los malos y autoritarios del otro. No es así. Por ejemplo, porque estos mismos Kaczynski encabezan hoy el Gobierno menos corrupto que ha tenido nunca ese país. Hoy por hoy, los millones de euros que la Unión Europea vierte sobre el campo y las infraestructuras polacas tienen unas garantías de buena gestión, o cuando menos de gestión honrada, que no está claro que nadie más pueda ofrecer en el panorama político actual. Eso sería ya un argumento para actuar con pies de plomo. Pero es que además no se debilita con críticas externas a quien fundamenta su poder y su autoridad en la defensa acérrima de la patria frente al enemigo exterior. Para millones de polacos el concepto de nación se basa casi exclusivamente en la memoria colectiva de los agravios del pasado. Pocos Estados-nación tienen una historia tan cargada de ofensas y ataques, hasta el punto de que la supervivencia misma de Polonia parece a veces un milagro. De ahí nace un poso de desconfianza infinita hacia sus vecinos, uno de los cuales es precisamente el Estado más influyente en la Unión Europea. El patriotismo cosmopolita y abierto es hoy el de una élite ilustrada. Para una inmensa mayoría, el patriotismo es autoprotección y desconfianza. ¿Cómo se conjuga el europeísmo que reflejan las encuestas con esa tensión emocional con el vecino alemán, y ese temor profundo a la intromisión de las instituciones de Bruselas? Es posible que la lluvia de euros y las crecientes facilidades laborales, todavía incompletas, tengan mucho que decir en la explicación a esa contradicción. Pero el hecho es que hoy tenemos como socio a alguien dispuesto a obtener de la Unión Europea todo aquello a lo que cree tener legítimo derecho. Y al tiempo, alguien que no desea aportar al proyecto europeo ese mínimo de ilusión compartida, esa complicidad de valores y de aspiraciones sin la cual sería imposible que el proyecto mismo pudiera sobrevivir como tal. Por ello, la UE y sus líderes deberían combinar mejor la seducción con la firmeza frente al socio incómodo. Sonreír y convencer allí donde sea posible, respetando las diferencias culturales y con la máxima comprensión a los recelos derivados de la historia. Condenar y sancionar con firmeza las medidas que limiten derechos y libertades de los que hoy son, además de polacos, ciudadanos europeos.
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