Por Esther Bendahan, escritora marroquí. Su última novela es La cara de Marte (Algaida). Es jefa de programación cultural de Casa Sefarad (EL PAÍS, 24/07/07):
Hay milagros, aunque nos resulta difícil creer en ellos. Sí, también para los incrédulos hay ocasiones en las que milagro es la única palabra que puede explicar un acontecimiento o suceso. Así lo sienten las miles de personas que recientemente se acercaron a zorear (como se llama en la tradición judía al peregrinaje a las tumbas de los santos) a La Extranjera, La Ghriba.
El milagro del respeto y la convivencia sucede cada año, al principio del verano, en la isla tunecina de Djerba, un oasis situado en el golfo de Gabes. Allí peregrinan mujeres judías y musulmanas, allí se juntan, unas con pañuelos y otras sin él, todas con el rostro enrojecido por la emoción y muchas con el pelo encrespado por la brisa del Mediterráneo. Caminan juntas estas mujeres y hablan el idioma de lo cotidiano, las jóvenes con sus hijos en los brazos, las más ancianas apoyándose en brazos generosos.
La Ghriba es una sinagoga de la isla de Djerba donde se sitúa la tumba muchas veces centenaria de una santa judía a la que veneran judíos y musulmanes, en lo que también es una manifestación del culto ancestral de lo femenino entre los pueblos Hara Kebira y Hara Seguira. Que la santa sea mujer, judía y que la recuerden entre otros muchos musulmanes y judíos es lo que singulariza la celebración.
¿Quién era La Ghriba? Es importante señalar que en el judaísmo la palabra santo -tzadik- viene de la palabra justicia, así que más que a quien ejecuta un fenómeno inexplicable según las leyes de lo real, se refiere a la idea de persona justa y cuya elevación a la santidad surge de la conciencia popular. No estamos, pues, ante lo que sucede en el catolicismo, que en este asunto es mucho más formal y donde puede llegarse a solicitarse santidad a personajes como la reina Isabel La Católica -una santidad cuestionable según el concepto de justicia-.
De La Ghriba se dice que llegó a la isla de Djerba en la época de la segunda destrucción del Templo de Jerusalén. Desembarcó con una piedra de las ruinas del Templo con la que edificó la sinagoga. Ésta terminó incendiándose y la mujer pereció en las llamas, aunque su cuerpo permaneció intacto. Por esto, en Djerba, a pesar de que no haya confirmación ni jerarquía religiosa que pueda otorgarla, se decidió espontáneamente que La Ghriba era una santa, la extranjera judía que llegó del mar lejano según la leyenda.
La presencia judía en esta isla tunecina ha sido muy importante. Existe desde la antigüedad una comunidad formada por los descendientes de un grupo de exiliados judíos que llegaron a la isla después de la destrucción del primer Templo de Jerusalén en el 584 antes de Cristo. Aunque también se dice que en Túnez había judíos desde el tiempo del rey Salomón.
No es extraño que Túnez,uno de los países musulmanes que más ha desarrollado los derechos de la mujer, tenga en su historia una judía considerada como reina, La Kahina. También, aunque no hay pruebas ni documentos que lo certifiquen, se dice que a la isla llegaron sobre todo los Cohen (nombre de la familia sacerdotal), con una puerta del Templo que permanecería escondida para siempre.
La capital de esta isla es Hount Souk, donde se encuentra el Museo Arqueológico, situado en un fuerte del siglo XV, y en La Ghriba hay una Torah de las más antiguas del mundo. Pero éste no es un caso único: son muchos los santos compartidos por judíos y musulmanes en otros países magrebíes como Marruecos, y mucha la historia de los judíos en los países árabes y musulmanes, una historia que no conviene que ni unos ni otros olviden.
En la memoria judía, que no en la iraní, se menciona también un milagro ocurrido en tierras persas, hoy Irán. Es la historia bíblica de la reina Esther, soberana que es el cauce del milagro de la salvación del pueblo judío, gracias a una cadena de acontecimientos entrelazados que parecen azar, un azar que explica lo inexplicable, al modo del mundo del escritor Paul Auster, y ordena unos hechos que permiten finalmente la salvación del pueblo judío, condenado por un ministro autoritario y tirano, enfermo de odio. Esther consigue que el rey condene a su ministro y, ya que no puede anular el decreto de aniquilación firmado por él mismo, permite defenderse al pueblo judío, que celebra desde entonces la fiesta de Purim, la suerte. Pero en Irán no se recuerda este hecho -ay, el valor de la memoria- aunque, sin embargo, parece que permanece ese mismo e inexplicable impulso destructor.
La reciente peregrinación de este año a La Ghriba coincidió con el congreso organizado en Túnez bajo el lema “Razón y Fe: por un mundo solidario”. Participaron en él más de setenta representantes de las tres religiones monoteístas, al igual que otros pensadores, provenientes de más de veinte países. Esta coincidencia no es casual, parecen decirnos: “Confiemos en los milagros”.
La lección del encuentro de Túnez es que no hay un conflicto de creencias enfrentadas. Participamos de identidades sin fronteras definidas, identidades líquidas y permeables. Sólo los que temen los lugares y pensamientos complejos, o sea, los totalitarismos, generan ese odio vano y amenazante.
Quien amenaza a un pueblo amenaza a toda la humanidad. Túnez, en este sentido, es el ejemplo de cómo un país árabe puede preparar el camino de contención de la barbarie y no es extraño que sea en Djerba el umbral donde se guarda esa puerta del templo.
Hay milagros, aunque nos resulta difícil creer en ellos. Sí, también para los incrédulos hay ocasiones en las que milagro es la única palabra que puede explicar un acontecimiento o suceso. Así lo sienten las miles de personas que recientemente se acercaron a zorear (como se llama en la tradición judía al peregrinaje a las tumbas de los santos) a La Extranjera, La Ghriba.
El milagro del respeto y la convivencia sucede cada año, al principio del verano, en la isla tunecina de Djerba, un oasis situado en el golfo de Gabes. Allí peregrinan mujeres judías y musulmanas, allí se juntan, unas con pañuelos y otras sin él, todas con el rostro enrojecido por la emoción y muchas con el pelo encrespado por la brisa del Mediterráneo. Caminan juntas estas mujeres y hablan el idioma de lo cotidiano, las jóvenes con sus hijos en los brazos, las más ancianas apoyándose en brazos generosos.
La Ghriba es una sinagoga de la isla de Djerba donde se sitúa la tumba muchas veces centenaria de una santa judía a la que veneran judíos y musulmanes, en lo que también es una manifestación del culto ancestral de lo femenino entre los pueblos Hara Kebira y Hara Seguira. Que la santa sea mujer, judía y que la recuerden entre otros muchos musulmanes y judíos es lo que singulariza la celebración.
¿Quién era La Ghriba? Es importante señalar que en el judaísmo la palabra santo -tzadik- viene de la palabra justicia, así que más que a quien ejecuta un fenómeno inexplicable según las leyes de lo real, se refiere a la idea de persona justa y cuya elevación a la santidad surge de la conciencia popular. No estamos, pues, ante lo que sucede en el catolicismo, que en este asunto es mucho más formal y donde puede llegarse a solicitarse santidad a personajes como la reina Isabel La Católica -una santidad cuestionable según el concepto de justicia-.
De La Ghriba se dice que llegó a la isla de Djerba en la época de la segunda destrucción del Templo de Jerusalén. Desembarcó con una piedra de las ruinas del Templo con la que edificó la sinagoga. Ésta terminó incendiándose y la mujer pereció en las llamas, aunque su cuerpo permaneció intacto. Por esto, en Djerba, a pesar de que no haya confirmación ni jerarquía religiosa que pueda otorgarla, se decidió espontáneamente que La Ghriba era una santa, la extranjera judía que llegó del mar lejano según la leyenda.
La presencia judía en esta isla tunecina ha sido muy importante. Existe desde la antigüedad una comunidad formada por los descendientes de un grupo de exiliados judíos que llegaron a la isla después de la destrucción del primer Templo de Jerusalén en el 584 antes de Cristo. Aunque también se dice que en Túnez había judíos desde el tiempo del rey Salomón.
No es extraño que Túnez,uno de los países musulmanes que más ha desarrollado los derechos de la mujer, tenga en su historia una judía considerada como reina, La Kahina. También, aunque no hay pruebas ni documentos que lo certifiquen, se dice que a la isla llegaron sobre todo los Cohen (nombre de la familia sacerdotal), con una puerta del Templo que permanecería escondida para siempre.
La capital de esta isla es Hount Souk, donde se encuentra el Museo Arqueológico, situado en un fuerte del siglo XV, y en La Ghriba hay una Torah de las más antiguas del mundo. Pero éste no es un caso único: son muchos los santos compartidos por judíos y musulmanes en otros países magrebíes como Marruecos, y mucha la historia de los judíos en los países árabes y musulmanes, una historia que no conviene que ni unos ni otros olviden.
En la memoria judía, que no en la iraní, se menciona también un milagro ocurrido en tierras persas, hoy Irán. Es la historia bíblica de la reina Esther, soberana que es el cauce del milagro de la salvación del pueblo judío, gracias a una cadena de acontecimientos entrelazados que parecen azar, un azar que explica lo inexplicable, al modo del mundo del escritor Paul Auster, y ordena unos hechos que permiten finalmente la salvación del pueblo judío, condenado por un ministro autoritario y tirano, enfermo de odio. Esther consigue que el rey condene a su ministro y, ya que no puede anular el decreto de aniquilación firmado por él mismo, permite defenderse al pueblo judío, que celebra desde entonces la fiesta de Purim, la suerte. Pero en Irán no se recuerda este hecho -ay, el valor de la memoria- aunque, sin embargo, parece que permanece ese mismo e inexplicable impulso destructor.
La reciente peregrinación de este año a La Ghriba coincidió con el congreso organizado en Túnez bajo el lema “Razón y Fe: por un mundo solidario”. Participaron en él más de setenta representantes de las tres religiones monoteístas, al igual que otros pensadores, provenientes de más de veinte países. Esta coincidencia no es casual, parecen decirnos: “Confiemos en los milagros”.
La lección del encuentro de Túnez es que no hay un conflicto de creencias enfrentadas. Participamos de identidades sin fronteras definidas, identidades líquidas y permeables. Sólo los que temen los lugares y pensamientos complejos, o sea, los totalitarismos, generan ese odio vano y amenazante.
Quien amenaza a un pueblo amenaza a toda la humanidad. Túnez, en este sentido, es el ejemplo de cómo un país árabe puede preparar el camino de contención de la barbarie y no es extraño que sea en Djerba el umbral donde se guarda esa puerta del templo.
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