Por Kendal Nezan, presidente del Instituto Kurdo de París. © Libération. Traducción Xavier Nerín (EL PERIÓDICO, 22/07/07):
El Kurdistán iraquí es un remanso de paz y de estabilidad en un Irak desgarrado por los enfrentamientos confesionales y el terrorismo masivo de Al Qaeda, que cuenta con el apoyo multiforme de Siria y de Irán. Tras decenios de guerras y de dictadura, con su secuela de destrucciones, deportaciones e infortunios de todas clases, los kurdos han forjado su unidad, han reconstruido una gran parte de sus cerca de 4.500 pueblos y una veintena de ciudades arrasadas y han instaurado una democracia parlamentaria vibrante.
Las libertades fundamentales están aseguradas; desde los islamistas no violentos hasta los comunistas, todas las corrientes políticas se expresan y se organizan libremente. Las minorías asirio-caldeas y turcomanas poseen sus propias instituciones; sus escuelas, sus medios de comunicación y sus partidos políticos están representados en el Parlamento y en el Gobierno. Aproximadamente un tercio de los miembros de la Asamblea Nacional de Kurdistán son mujeres que, por otra parte, son muy activas en las numerosas organizaciones de la sociedad civil y en las universidades. Los kurdos aseguran por sí mismos la seguridad de su región, donde hay menos de un centenar de consejeros norteamericanos y alrededor de un millar de surcoreanos que participan en la reconstrucción del país.
Desde mayo del 2003, el Kurdistán autónomo ha sufrido media docena de atentados terroristas, pero ningún extranjero ha resultado herido o asesinado. Esta democracia tranquila y prometedora –que sirve de referencia al resto de Irak–, se ve, en la actualidad, seriamente amenazada por Turquía.
El Ejército turco procede a concentraciones masivas de tropas en las fronteras y su jefe, el general Buyukanit, insiste en reivindicar el derecho de invadir militarmente “el norte de Irak” y de “castigar a sus jefes de tribu”. Uno de estos “jefes” es el presidente elegido de Kurdistán, Masud Barzani, y el otro, el presidente elegido de Irak, Yalal Talabani. Para los turcos, que en sus escuelas y en los cuarteles aprenden que sus antepasados inventaron las grandes civilizaciones universales y que “un turco vale todo el universo” (máxima de Ataturk), los kurdos no son más que tribus atrasadas y salvajes que la gran nación turca debe civilizar o terroristas a los que hay que abatir. El pretexto invocado es precisamente “la lucha contra el terrorismo del PKK”. Esta organización –que esperaba al menos una amnistía general que autorizara un retorno digno de sus millares de resistentes y su integración en la vida civil– ha relanzado estos últimos tiempos sus acciones armadas.
LOS DIRIGENTES kurdos iraquís, apoyados discretamente por Washington, han ofrecido a Ankara sus buenos oficios para la búsqueda de una solución política honorable al problema del PKK que, para ellos, no tiene solución militar. Los generales turcos han rechazado con desdén estas ofertas. Ahora bien, a pesar de la política de tierra quemada practicada en los años 90 por el Ejército turco, que ha supuesto la destrucción de 3.400 pueblos kurdos y el desplazamiento de más de tres millones de civiles, la erradicación prometida no ha tenido lugar. Una veintena de incursiones militares turcas en territorio kurdo iraquí “para destruir las bases de retaguardia del PKK” no han producido ningún resultado tangible. Por otra parte, como ha recordado el primer ministro turco, las tres cuartas partes de los resistentes del PKK actúan en el interior de Turquía, llevan a cabo acciones en provincias como Dersim, situadas a más de 500 kilómetros de la frontera iraquí, y el Ejército es incapaz de eliminarlos.
Además del “derecho de persecución contra el PKK”, los generales turcos invocan también su derecho a “proteger a la minoría turcomana”, que estaría amenazada por la integración eventual de la provincia de Kirkuk en el Kurdistán autónomo; integración que, según el artículo 140 de la Constitución iraquí, debe decidirse de aquí a finales del 2007 por referendo entre la población de esta provincia. Esta, en su gran mayoría, rechaza las pretensiones turcas y recuerda que cuando era perseguida bajo el régimen de Sadam Husein, Ankara nunca elevó la más mínima protesta. Ahora que goza de grandes derechos lingüísticos y culturales, y que está representada en las instancias de Kurdistán, Turquía pretende querer impedir su “dominación por los kurdos”. A pesar de todo el apoyo financiero de Ankara, el Frente Turcomano proturco no ha obtenido una parte significativa de los sufragios de esta comunidad, que se niega a ser instrumentalizada.
DE HECHO, los argumentos de Ankara solo son aparentes y poco convincentes, incluso para una buena parte de la opinión turca. Todo sucede como si el Ejército turco –que más que un Estado dentro del Estado, se considera como el propietario legítimo del Estado turco– tuviera necesidad de crisis, de conflictos y de “enemigos de la patria” para justificar su supremacía en la vida política turca. Los enemigos más cómodos del ultranacionalismo turco siguen siendo los kurdos. Los de Turquía, que persisten en rechazar “la satisfacción de decir que se es turco”, un artículo obligatorio del nacionalismo de Ataturk, ideología oficial de Turquía, pero también los de Irak.
La cruzada entablada por el Ejército, al abrigo de la defensa de los valores laicos y de la lucha contra el terrorismo, disimula mal las derivas ultranacionalistas y autoritarias. En lugar de perderse en negociaciones laboriosas sobre capítulos técnicos, Europa debe notificar claramente a Turquía que cualquier aventura militar en Irak o cualquier intervención del Ejército en la vida política pondría definitivamente fin al proceso de adhesión a la Unión Europea. También podría proponer la búsqueda de una solución justa a la cuestión kurda en Turquía y al contencioso con el Kurdistán iraquí.
El Kurdistán iraquí es un remanso de paz y de estabilidad en un Irak desgarrado por los enfrentamientos confesionales y el terrorismo masivo de Al Qaeda, que cuenta con el apoyo multiforme de Siria y de Irán. Tras decenios de guerras y de dictadura, con su secuela de destrucciones, deportaciones e infortunios de todas clases, los kurdos han forjado su unidad, han reconstruido una gran parte de sus cerca de 4.500 pueblos y una veintena de ciudades arrasadas y han instaurado una democracia parlamentaria vibrante.
Las libertades fundamentales están aseguradas; desde los islamistas no violentos hasta los comunistas, todas las corrientes políticas se expresan y se organizan libremente. Las minorías asirio-caldeas y turcomanas poseen sus propias instituciones; sus escuelas, sus medios de comunicación y sus partidos políticos están representados en el Parlamento y en el Gobierno. Aproximadamente un tercio de los miembros de la Asamblea Nacional de Kurdistán son mujeres que, por otra parte, son muy activas en las numerosas organizaciones de la sociedad civil y en las universidades. Los kurdos aseguran por sí mismos la seguridad de su región, donde hay menos de un centenar de consejeros norteamericanos y alrededor de un millar de surcoreanos que participan en la reconstrucción del país.
Desde mayo del 2003, el Kurdistán autónomo ha sufrido media docena de atentados terroristas, pero ningún extranjero ha resultado herido o asesinado. Esta democracia tranquila y prometedora –que sirve de referencia al resto de Irak–, se ve, en la actualidad, seriamente amenazada por Turquía.
El Ejército turco procede a concentraciones masivas de tropas en las fronteras y su jefe, el general Buyukanit, insiste en reivindicar el derecho de invadir militarmente “el norte de Irak” y de “castigar a sus jefes de tribu”. Uno de estos “jefes” es el presidente elegido de Kurdistán, Masud Barzani, y el otro, el presidente elegido de Irak, Yalal Talabani. Para los turcos, que en sus escuelas y en los cuarteles aprenden que sus antepasados inventaron las grandes civilizaciones universales y que “un turco vale todo el universo” (máxima de Ataturk), los kurdos no son más que tribus atrasadas y salvajes que la gran nación turca debe civilizar o terroristas a los que hay que abatir. El pretexto invocado es precisamente “la lucha contra el terrorismo del PKK”. Esta organización –que esperaba al menos una amnistía general que autorizara un retorno digno de sus millares de resistentes y su integración en la vida civil– ha relanzado estos últimos tiempos sus acciones armadas.
LOS DIRIGENTES kurdos iraquís, apoyados discretamente por Washington, han ofrecido a Ankara sus buenos oficios para la búsqueda de una solución política honorable al problema del PKK que, para ellos, no tiene solución militar. Los generales turcos han rechazado con desdén estas ofertas. Ahora bien, a pesar de la política de tierra quemada practicada en los años 90 por el Ejército turco, que ha supuesto la destrucción de 3.400 pueblos kurdos y el desplazamiento de más de tres millones de civiles, la erradicación prometida no ha tenido lugar. Una veintena de incursiones militares turcas en territorio kurdo iraquí “para destruir las bases de retaguardia del PKK” no han producido ningún resultado tangible. Por otra parte, como ha recordado el primer ministro turco, las tres cuartas partes de los resistentes del PKK actúan en el interior de Turquía, llevan a cabo acciones en provincias como Dersim, situadas a más de 500 kilómetros de la frontera iraquí, y el Ejército es incapaz de eliminarlos.
Además del “derecho de persecución contra el PKK”, los generales turcos invocan también su derecho a “proteger a la minoría turcomana”, que estaría amenazada por la integración eventual de la provincia de Kirkuk en el Kurdistán autónomo; integración que, según el artículo 140 de la Constitución iraquí, debe decidirse de aquí a finales del 2007 por referendo entre la población de esta provincia. Esta, en su gran mayoría, rechaza las pretensiones turcas y recuerda que cuando era perseguida bajo el régimen de Sadam Husein, Ankara nunca elevó la más mínima protesta. Ahora que goza de grandes derechos lingüísticos y culturales, y que está representada en las instancias de Kurdistán, Turquía pretende querer impedir su “dominación por los kurdos”. A pesar de todo el apoyo financiero de Ankara, el Frente Turcomano proturco no ha obtenido una parte significativa de los sufragios de esta comunidad, que se niega a ser instrumentalizada.
DE HECHO, los argumentos de Ankara solo son aparentes y poco convincentes, incluso para una buena parte de la opinión turca. Todo sucede como si el Ejército turco –que más que un Estado dentro del Estado, se considera como el propietario legítimo del Estado turco– tuviera necesidad de crisis, de conflictos y de “enemigos de la patria” para justificar su supremacía en la vida política turca. Los enemigos más cómodos del ultranacionalismo turco siguen siendo los kurdos. Los de Turquía, que persisten en rechazar “la satisfacción de decir que se es turco”, un artículo obligatorio del nacionalismo de Ataturk, ideología oficial de Turquía, pero también los de Irak.
La cruzada entablada por el Ejército, al abrigo de la defensa de los valores laicos y de la lucha contra el terrorismo, disimula mal las derivas ultranacionalistas y autoritarias. En lugar de perderse en negociaciones laboriosas sobre capítulos técnicos, Europa debe notificar claramente a Turquía que cualquier aventura militar en Irak o cualquier intervención del Ejército en la vida política pondría definitivamente fin al proceso de adhesión a la Unión Europea. También podría proponer la búsqueda de una solución justa a la cuestión kurda en Turquía y al contencioso con el Kurdistán iraquí.
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