Por César Antonio Molina, ministro de Cultura (EL PAÍS, 16/07/07):
Se cumplen 66 años de que el escritor austriaco Stefan Zweig añadiera un libro de título elocuente a su caudalosa obra: Brasil, país del futuro. “Si el paraíso existe en algún lado del planeta, ¡no podría estar muy lejos de aquí!”, aseguraba emocionado. Zweig había llegado a Brasil poco antes, tras haberse instalado temporalmente en Francia e Inglaterra en su angustiosa huida del acoso nazi, pero el entusiasmo de encontrarse por fin en un nuevo mundo alejado de la barbarie que destruía la vieja civilización europea no fue suficiente para evitar que, un año después, el 22 de febrero de 1942, decidiera terminar con su vida en Petrópolis. El temor de que el nazismo invadiera el mundo fue más fuerte.
Desde entonces, la apelación de Stefan Zweig a que Brasil era el país del futuro ha pasado a convertirse en frase de obligada cita, lo que al tiempo encierra una cierta desesperanza, como si esa profecía hecha hace tanto no acabara de cumplirse nunca. Nada menos cierto. Los cambios, las transformaciones sociales, el bienestar de las naciones sufren de forma continua altibajos ante nuestros propios ojos, pero ocurre con demasiada frecuencia que sólo con el tiempo somos capaces de percibirlos. Los clichés y los tópicos que los extranjeros mantienen en torno a un país forman parte de las imágenes más duraderas y difíciles de desarraigar, y los españoles algo sabemos de ello.
Hace tiempo que Brasil ha dejado de ser reserva de futuro para convertirse en la décima potencia económica del mundo, con cerca del 90% de la población infantil escolarizada, una envidiable creatividad en el ámbito de las tecnologías de la información y la comunicación y un lugar de referencia para el arte, el urbanismo, el diseño y, en definitiva, la modernidad cultural. La Unión Europea acaba de sellar con él una alianza estratégica que pone de relieve que Brasil, sin perder el futuro, es ya pleno presente.
Muchos escritores españoles, como Ángel Crespo y Basilio Losada, supieron verlo con antelación, y anudaron lazos tan íntimos con la literatura de aquel país que pudieron verter al español de forma magistral algunos de los clásicos brasileños, al igual que nos los acercó la Revista de Cultura Brasileña, que durante muchos años se publicó en Madrid dirigida por el propio Ángel Crespo. Por fortuna, el viaje ha sido de ida y vuelta. La excepcional escritora Nélida Piñón, Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2005, tiene una obra que encarna como pocas la comunicación que existe entre las diversas tradiciones que conviven en el cuerpo cultural iberoamericano, pero la misma querencia por lo español han sentido otros novelistas, cineastas, músicos y poetas brasileños como Glauber Rocha, Euclides da Cunha, Jorge Amado, Clarice Lispector, Guimarães Rosa, Rubem Fonseca, Loyola Brandão, Guilherme de Almeida y João Cabral de Melo Neto, que vivió en Barcelona, Sevilla y Madrid, que fue amigo de Miró y de Tàpies y que se apasionó por la poesía en español y en catalán.
Pero la mejor prueba de afecto e interés la ha dado el propio país hace justamente dos años, cuando el Parlamento aprobó el 7 de julio de 2005 la Ley 11.161 que establece que todas las escuelas de enseñanza media deben ofrecer obligatoriamente la asignatura de español a los alumnos. Se trata de un hito de tales dimensiones para la difusión internacional de nuestra lengua que las escuetas cifras hablan por sí solas.
En el continente americano se concentra la mayor demanda de español en el mundo. Lo aprenden a día de hoy más de 7 millones de estudiantes -de los que 6 millones corresponden a Estados Unidos-, cifra que, con total certeza, se triplicará en los próximos años, dado que, del millón de estudiantes de español que registra Brasil en la actualidad, se pasará a un mínimo de 11 millones en el momento en que se haga plenamente efectiva la Ley del Español. Los niños podrán elegir o no la nueva asignatura, pero el propio ponente de la ley, el diputado Attila Lira, afirmaba que los niños brasileños estudiarán español ya que de una manera u otra saben que les abrirá muchas puertas en su futuro. Por eso, el Ministerio de Educación brasileño calculó que serán necesarios en torno a 210.000 nuevos profesores en los próximos años.
En Brasil ya hace tiempo que todas las universidades incluyen el conocimiento del español como requisito para superar las pruebas de acceso, y en algunas de ellas es la lengua extranjera más demandada, por delante incluso del inglés. Durante el pasado año académico, en la Universidad de Río de Janeiro unos 28.000 candidatos eligieron examinarse de español, 18.000 de inglés y 800 de francés. Hay en total 26 universidades públicas y 24 privadas que ya ofrecen licenciaturas en español, y si se contempla el progresivo despliegue de las grandes empresas brasileñas en los países hispanoamericanos vecinos se entenderá que domine nuestra lengua el 45% de los ejecutivos. En fin, las previsiones indican que dentro de diez años la hablarán 30 millones de brasileños.
Lo mismo sucede en el estricto ámbito de la cultura. Si una treintena de autores españoles -entre ellos Rafael Argullol, Juan Luis Arsuaga, Javier Cercas, Elvira Lindo, Julio Llamazares, Javier Marías, Ignacio Martínez de Pisón, Juan José Millás, Rosa Montero, Antonio Muñoz Molina, Mercé Rodoreda y Albert Sánchez Piñol- han sido traducidos en los últimos años, la presencia de nuestro teatro y cine aumenta día a día, y resulta lógico que el Festival Internacional de Cine de Río de Janeiro se abra a finales de septiembre con Fados, la nueva película de Carlos Saura.
Mañana, martes, el Príncipe de Asturias inaugurará la puesta en marcha del proyecto más ambicioso y completo que el Instituto Cervantes tiene en su red mundial de centros y que, con toda lógica, ha destinado al inmenso y vigoroso país que, pese a la distancia física, a los españoles nos resulta tan próximo. La presencia del Instituto en Brasilia, en Salvador de Bahía, en Curitiba y en Porto Alegre, además de en São Paulo y Río de Janeiro, así como, dentro de unos meses, en Belo Horizonte, en Florianópolis y en Recife, es decir, en las nueve ciudades más representativas de Brasil, supondrá el mayor despliegue cultural en el exterior hecho nunca por España.
El pintor Cândido Portinari realizó entre 1955 y 1956 una veintena de magistrales ilustraciones para una edición del Quijote que incluía también poemas de Carlos Drummond de Andrade. Uno de aquellos versos decía: somos “ricos en quimeras”. No es cierto, ya no son quimeras ni delirios, porque el país del futuro ya está aquí.
Se cumplen 66 años de que el escritor austriaco Stefan Zweig añadiera un libro de título elocuente a su caudalosa obra: Brasil, país del futuro. “Si el paraíso existe en algún lado del planeta, ¡no podría estar muy lejos de aquí!”, aseguraba emocionado. Zweig había llegado a Brasil poco antes, tras haberse instalado temporalmente en Francia e Inglaterra en su angustiosa huida del acoso nazi, pero el entusiasmo de encontrarse por fin en un nuevo mundo alejado de la barbarie que destruía la vieja civilización europea no fue suficiente para evitar que, un año después, el 22 de febrero de 1942, decidiera terminar con su vida en Petrópolis. El temor de que el nazismo invadiera el mundo fue más fuerte.
Desde entonces, la apelación de Stefan Zweig a que Brasil era el país del futuro ha pasado a convertirse en frase de obligada cita, lo que al tiempo encierra una cierta desesperanza, como si esa profecía hecha hace tanto no acabara de cumplirse nunca. Nada menos cierto. Los cambios, las transformaciones sociales, el bienestar de las naciones sufren de forma continua altibajos ante nuestros propios ojos, pero ocurre con demasiada frecuencia que sólo con el tiempo somos capaces de percibirlos. Los clichés y los tópicos que los extranjeros mantienen en torno a un país forman parte de las imágenes más duraderas y difíciles de desarraigar, y los españoles algo sabemos de ello.
Hace tiempo que Brasil ha dejado de ser reserva de futuro para convertirse en la décima potencia económica del mundo, con cerca del 90% de la población infantil escolarizada, una envidiable creatividad en el ámbito de las tecnologías de la información y la comunicación y un lugar de referencia para el arte, el urbanismo, el diseño y, en definitiva, la modernidad cultural. La Unión Europea acaba de sellar con él una alianza estratégica que pone de relieve que Brasil, sin perder el futuro, es ya pleno presente.
Muchos escritores españoles, como Ángel Crespo y Basilio Losada, supieron verlo con antelación, y anudaron lazos tan íntimos con la literatura de aquel país que pudieron verter al español de forma magistral algunos de los clásicos brasileños, al igual que nos los acercó la Revista de Cultura Brasileña, que durante muchos años se publicó en Madrid dirigida por el propio Ángel Crespo. Por fortuna, el viaje ha sido de ida y vuelta. La excepcional escritora Nélida Piñón, Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2005, tiene una obra que encarna como pocas la comunicación que existe entre las diversas tradiciones que conviven en el cuerpo cultural iberoamericano, pero la misma querencia por lo español han sentido otros novelistas, cineastas, músicos y poetas brasileños como Glauber Rocha, Euclides da Cunha, Jorge Amado, Clarice Lispector, Guimarães Rosa, Rubem Fonseca, Loyola Brandão, Guilherme de Almeida y João Cabral de Melo Neto, que vivió en Barcelona, Sevilla y Madrid, que fue amigo de Miró y de Tàpies y que se apasionó por la poesía en español y en catalán.
Pero la mejor prueba de afecto e interés la ha dado el propio país hace justamente dos años, cuando el Parlamento aprobó el 7 de julio de 2005 la Ley 11.161 que establece que todas las escuelas de enseñanza media deben ofrecer obligatoriamente la asignatura de español a los alumnos. Se trata de un hito de tales dimensiones para la difusión internacional de nuestra lengua que las escuetas cifras hablan por sí solas.
En el continente americano se concentra la mayor demanda de español en el mundo. Lo aprenden a día de hoy más de 7 millones de estudiantes -de los que 6 millones corresponden a Estados Unidos-, cifra que, con total certeza, se triplicará en los próximos años, dado que, del millón de estudiantes de español que registra Brasil en la actualidad, se pasará a un mínimo de 11 millones en el momento en que se haga plenamente efectiva la Ley del Español. Los niños podrán elegir o no la nueva asignatura, pero el propio ponente de la ley, el diputado Attila Lira, afirmaba que los niños brasileños estudiarán español ya que de una manera u otra saben que les abrirá muchas puertas en su futuro. Por eso, el Ministerio de Educación brasileño calculó que serán necesarios en torno a 210.000 nuevos profesores en los próximos años.
En Brasil ya hace tiempo que todas las universidades incluyen el conocimiento del español como requisito para superar las pruebas de acceso, y en algunas de ellas es la lengua extranjera más demandada, por delante incluso del inglés. Durante el pasado año académico, en la Universidad de Río de Janeiro unos 28.000 candidatos eligieron examinarse de español, 18.000 de inglés y 800 de francés. Hay en total 26 universidades públicas y 24 privadas que ya ofrecen licenciaturas en español, y si se contempla el progresivo despliegue de las grandes empresas brasileñas en los países hispanoamericanos vecinos se entenderá que domine nuestra lengua el 45% de los ejecutivos. En fin, las previsiones indican que dentro de diez años la hablarán 30 millones de brasileños.
Lo mismo sucede en el estricto ámbito de la cultura. Si una treintena de autores españoles -entre ellos Rafael Argullol, Juan Luis Arsuaga, Javier Cercas, Elvira Lindo, Julio Llamazares, Javier Marías, Ignacio Martínez de Pisón, Juan José Millás, Rosa Montero, Antonio Muñoz Molina, Mercé Rodoreda y Albert Sánchez Piñol- han sido traducidos en los últimos años, la presencia de nuestro teatro y cine aumenta día a día, y resulta lógico que el Festival Internacional de Cine de Río de Janeiro se abra a finales de septiembre con Fados, la nueva película de Carlos Saura.
Mañana, martes, el Príncipe de Asturias inaugurará la puesta en marcha del proyecto más ambicioso y completo que el Instituto Cervantes tiene en su red mundial de centros y que, con toda lógica, ha destinado al inmenso y vigoroso país que, pese a la distancia física, a los españoles nos resulta tan próximo. La presencia del Instituto en Brasilia, en Salvador de Bahía, en Curitiba y en Porto Alegre, además de en São Paulo y Río de Janeiro, así como, dentro de unos meses, en Belo Horizonte, en Florianópolis y en Recife, es decir, en las nueve ciudades más representativas de Brasil, supondrá el mayor despliegue cultural en el exterior hecho nunca por España.
El pintor Cândido Portinari realizó entre 1955 y 1956 una veintena de magistrales ilustraciones para una edición del Quijote que incluía también poemas de Carlos Drummond de Andrade. Uno de aquellos versos decía: somos “ricos en quimeras”. No es cierto, ya no son quimeras ni delirios, porque el país del futuro ya está aquí.
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