Por Samas Hadas, analista diplomático, primer embajador de Israel en España y la Santa Sede (LA VANGUARDIA, 08/01/09):
Finalizadas las vacaciones navideñas, la diplomacia internacional emerge de su pasividad y comienza, por fin, a ocuparse de la guerra de Gaza. Algunos, ni siquiera esperaron la llegada de los Reyes Magos para decidirse a llegar a este sufrido rincón de Oriente Medio. Incluso la aletargada Administración de Washington despierta de su cuesta de enero. Todos salen al rescate del proceso de paz palestino-israelí, ¿o más bien deberíamos llamarlo “proceso de guerra”? (¿acaso israelíes y palestinos conocieron un momento de paz en su casi centenario conflicto?).
El lento retorno de la diplomacia internacional a esta parte del mundo tiene expresión, además de incontables declaraciones para todos los gustos, en la llegada de jefes de Gobierno, ministros, dos delegaciones de la Unión Europea, etcétera. Así como enviar un equipo olímpico para ganar medallas de oro, tener tu propia política de paz en Oriente Medio - escribe Anne Applebaum, de The Washington Post-es, parece, un signo de prestigio internacional.
La pasividad y errores de la Administración del presidente George W. Bush, la impotencia de una Unión Europea incapaz de elaborar una política exterior homogénea y consecuente, la debilidad de los gobernantes árabes, las pretensiones hegemónicas de fanáticos megalómanos, el retorno de una ex potencia mundial a los vicios de la guerra fría en esta parte del mundo evitan que palestinos e israelíes, rehenes de sus extremistas, salgan de la gigantesca trampa en la que han caído sin que tengan a quienes los salven de sí mismos.
Israel se propone debilitar a Hamas hasta un grado tal que renuncie a la guerra de cohetes contra su población civil, si no definitivamente, sí al menos por un largo periodo, exigiendo una tregua duradera que impida restablecer el statu quo, por lo que intentará evitar un alto el fuego “prematuro” que le impida llegar a este objetivo. Sólo que en el camino para lograr su meta está la sufrida población de Gaza, cuya tragedia es ignorada por todos, incluso y - especialmente-por su régimen gobernante, el de los dirigentes de Hamas, un movimiento radical que ha sido calificado por la Unión Europea, entre otros, de organización terrorista.
Los palestinos no consiguen superar sus divergencias y se encuentran en una abismal división interna que aleja la visión de un Estado propio entre aquellos que consideran que el diálogo con Israel para un acuerdo es más beneficioso para la causa palestina y aquellos que preconizan la guerra santa. Las condenas árabes a Israel son unánimes, pero los palestinos han sido dejados de la mano de Dios por el mundo árabe, hoy en camino hacia una fractura irremediable causada por los extremistas chiíes y suníes (que tiran bombas unos a las mezquitas de los otros), entre los gobiernos moderados y aquellos que responden a “los persas que tratan de devorar a los estados árabes”, en palabras del presidente egipcio, Hosni Mubarak, quien, además, ha acusado a Hamas de aventurismo e irresponsabilidad y de ignorar sus advertencias (y que además advirtió a la UE que “no debe permitirse a Hamas la victoria en su conflicto con Israel”). Egipto, Arabia Saudí y Jordania desprecian a Hamas. Lo que sucede en Gaza tiene menos que ver con el conflicto palestino-israelí que, como escribe el Daily Star de Beirut, con una confrontación de árabes contra árabes, entre regímenes establecidos décadas atrás y nuevos actores regionales, hoy en acelerado contraataque, como Hamas, Hizbulah y la Yihad Islámica, todos apoyados por Irán.
En esta situación, ¿qué puede esperarse de la diplomacia que se ha movilizado - por fin-contra la guerra y que además está dividida respecto a sus actitudes frente a la posición de Israel y a la categorización de la naturaleza de Hamas y que, para peor, olvida que se trata de un conflicto entre dos partes que están convencidas, por lo menos en estos momentos, de que sus objetivos deben ser obtenidos a través de las armas y no de las negociaciones y que la otra parte “sólo conoce el idioma de la fuerza”? Un conflicto entre una parte, un obnubilado Hamas, convencido de que su guerra permanente terminará por colapsar al Estado judío, y otra, la israelí, convencida de que esta organización sólo debe contemplarse a través de la mira del fusil. Paradójicamente, no olvidemos, más de dos tercios de los israelíes y palestinos aceptan la existencia de dos estados nacionales conviviendo en paz.
El drama que se vive en Gaza, donde los obuses y misiles no diferencian entre terroristas y la población civil y causan escalofriantes episodios como el de la escuela de la ONU, obliga a Israel a actuar rápidamente para poner fin a este episodio, en cooperación con la comunidad internacional. Es la hora de la diplomacia, para acabar si no con las guerras palestino-israelíes, por lo menos sí con la que nos atenaza hoy. Aunque mientras se escriben estas líneas ello parece difícil, del tira y afloja diplomático podrá surgir la fórmula que detenga la guerra, cambie radicalmente la situación, devuelva la calma y no sea el preludio de la próxima guerra.
La clave para una resolución permanente de la guerra de Gaza la tendremos sólo después de que Obama asuma la presidencia (aunque en el ínterin se logre pactar un acuerdo, su cumplimiento dependerá sobre todo de Washington). No le faltarán retos en la tarea que le espera para liberarse del calamitoso legado de Bush. Su sabiduría pasará una dura prueba. ¿Pero no será entonces demasiado tarde?
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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