Por Ignacio Sánchez-Cuenca, profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid (EL PAÍS, 11/01/09):
Al igual que ha ocurrido siempre en los conflictos protagonizados por Israel en Oriente Medio, la discusión sobre la actual campaña militar contra Hamás aparece envuelta en datos erróneos y argumentos tramposos. Todas las partes recurren a la manipulación para ganar la batalla de la opinión pública.
Conviene recordar, ante todo, que desde el inicio de la segunda Intifada en septiembre de 2000 hasta el 30 de noviembre de 2008, las fuerzas de seguridad israelíes mataron a 4.850 palestinos; los palestinos, por su parte, mataron, en ese mismo periodo de tiempo, a 1.062 israelíes. Los datos proceden de la prestigiosa organización israelí de derechos humanos B’tselem. La ratio, hasta noviembre pasado, era, por tanto, cercana a 5:1; es decir, por cada israelí matado por los palestinos, los israelíes mataron a casi cinco palestinos. Esta ratio se descompensará aún más cuando se incorporen las cifras de víctimas mortales del actual ataque a Gaza.
La intervención en Gaza es consecuencia de la ruptura de la tregua entre Hamás e Israel que comenzó a mediados de junio de 2008. De acuerdo con la información proporcionada por las autoridades israelíes, entre enero y mayo del año pasado cayeron 988 cohetes sobre Israel. En el mes en el que se inició la tregua, junio, todavía se produjeron 87 lanzamientos. Sin embargo, en los meses posteriores este tipo de violencia desapareció casi por completo. Entre julio y octubre de 2008 hubo tan sólo 11 cohetes, lo que muestra que la tregua funcionó razonablemente bien durante ese tiempo.
El objetivo de la tregua consistía en que se detuviera el lanzamiento de cohetes contra Israel a cambio de mejorar las condiciones del bloqueo que el Gobierno israelí impuso a Gaza tras la victoria arrolladora de Hamás en las elecciones de 2006. El bloqueo se había endurecido notablemente a raíz de que Hamás diera un golpe de mano y expulsara a las fuerzas de Fatah en junio de 2007.
A comienzos de noviembre, miembros del Ejército israelí realizaron una incursión en Gaza para cerrar un túnel que supuestamente podía servir para secuestrar soldados. Un miliciano de Hamás perdió la vida en esta operación. Hamás se vengó lanzando nuevos cohetes, a lo que Israel respondió arrojando bombas que mataron a cinco palestinos más. A partir de ese momento volvieron los cohetes de forma sistemática: 126, en noviembre, y 98, en diciembre. Hamás recurre a los cohetes ante la dificultad extrema para penetrar en territorio israelí tras la construcción del muro de seguridad.
No es cierto, por tanto, que la ruptura de la tregua sea responsabilidad exclusiva de Hamás. Ambos bandos llevaron a cabo acciones que ponían en peligro el precario cese de hostilidades. Israel podía haber intentado reconstruir la tregua, pero ha preferido lanzar una campaña durísima contra la población de Gaza. Se alega para justificar la matanza de palestinos (cerca de 700 en el momento de escribir estas líneas, incluyendo un altísimo número de menores de edad y de civiles que nada tienen que ver con Hamás) que los israelíes no pueden vivir con el pánico que genera el lanzamiento constante de cohetes. En efecto, resulta intolerable que acciones terroristas como las de Hamás sometan a la población israelí a un estado de alarma permanente. Ahora bien, esas duras condiciones de vida no justifican de ninguna manera que el Ejército israelí pueda matar civiles palestinos en su intento de destruir a los miembros e infraestructuras de Hamás. De hecho, si intolerables son las condiciones de vida de los israelíes que habitan bajo el radio de alcance de los cohetes, no menos lo son las de los palestinos que tienen la desgracia de vivir en una Gaza depauperada y aislada como consecuencia del bloqueo israelí. De la misma manera que las condiciones límite de Gaza no pueden utilizarse para justificar la violencia de Hamás y otras organizaciones extremistas contra la población de Israel, tampoco los ataques con cohetes pueden servir de coartada para sancionar la represión generalizada contra los palestinos de Gaza.
El Ejército israelí no reconoce que se esté usando la fuerza contra los civiles palestinos. Afirma que sus operaciones son selectivas y que si, en todo caso, mueren civiles, se debe fundamentalmente a que los miembros de Hamás utilizan a los civiles como “escudos humanos”. Es un recurso éste muy socorrido. También ETA acusa a las fuerzas de seguridad de emplear a sus parejas e hijos como escudos humanos cuando hace explotar una bomba en una casa cuartel de la Guardia Civil.
Por un lado, debe recordarse que tan crimen es utilizar escudos humanos para tratar de evitar un ataque enemigo, como atacar al enemigo cuando se ha rodeado de civiles ajenos al conflicto. Las leyes internacionales de la guerra condenan ambas prácticas.
Por otro lado, el examen de lo ocurrido en la invasión del sur del Líbano en el verano de 2006 permite poner en cuestión las tesis del Ejército israelí. En aquella ocasión las tropas israelíes mataron a 1.109 libaneses, la mayoría de ellos civiles. Como ahora, las autoridades de Israel recurrieron sistemáticamente al pretexto de los escudos humanos. Sin embargo, una organización independiente y fuera de toda sospecha como Human Rights Watch realizó un examen sistemático de la campaña del Líbano y concluyó que en la gran mayoría de los casos en que los israelíes mataron civiles, la existencia de “escudos humanos” era una exageración, cuando no inventos o simples mentiras. El informe (Why They Died, septiembre de 2007) mostraba de forma convincente la escasa preocupación que tuvo el Ejército israelí por la vida de los civiles.
Israel es, en muchos sentidos, una democracia admirable, sobre todo en comparación con los regímenes de sus países vecinos. Ahora bien, la historia del colonialismo demuestra que las democracias pueden en ocasiones tener hacia grupos externos comportamientos tan crueles como los de cualquier régimen despótico. Las circunstancias de Israel son, ciertamente, muy especiales, pues la colonia, Gaza en este caso, está pegada a la metrópoli, lo que hace a ésta mucho más vulnerable. En este sentido, Israel tiene el derecho, incluso la obligación, de defenderse de los ataques que recibe. Pero no puede hacerlo utilizando procedimientos que son tan inaceptables como los que pretende combatir. Israel no puede ponerse a la altura de Hamás. La situación en Gaza antes del ataque ya era una vergüenza desde el punto de vista humanitario. ¿Qué decir ahora, tras la matanza de civiles emprendida por el Ejército Israelí?
Si abandonamos el terreno de los principios y nos centramos en las consecuencias del ataque, el panorama no mejora mucho. La idea misma de acabar a sangre y fuego con una organización tan compleja como Hamás, con tantos apoyos sociales, tiene mala defensa. La experiencia comparada pone de manifiesto que este tipo de represión indiscriminada rara vez consigue sus propósitos. Suele más bien dar lugar a efectos contrarios a los buscados. Puede que Hamás se vea obligada en el corto plazo a aceptar una nueva tregua, pero lo que es indudable es que las posibilidades de que esta organización acabe apostando por una solución pragmática basada en la coexistencia de dos Estados, el israelí y el palestino, se alejan peligrosamente.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Al igual que ha ocurrido siempre en los conflictos protagonizados por Israel en Oriente Medio, la discusión sobre la actual campaña militar contra Hamás aparece envuelta en datos erróneos y argumentos tramposos. Todas las partes recurren a la manipulación para ganar la batalla de la opinión pública.
Conviene recordar, ante todo, que desde el inicio de la segunda Intifada en septiembre de 2000 hasta el 30 de noviembre de 2008, las fuerzas de seguridad israelíes mataron a 4.850 palestinos; los palestinos, por su parte, mataron, en ese mismo periodo de tiempo, a 1.062 israelíes. Los datos proceden de la prestigiosa organización israelí de derechos humanos B’tselem. La ratio, hasta noviembre pasado, era, por tanto, cercana a 5:1; es decir, por cada israelí matado por los palestinos, los israelíes mataron a casi cinco palestinos. Esta ratio se descompensará aún más cuando se incorporen las cifras de víctimas mortales del actual ataque a Gaza.
La intervención en Gaza es consecuencia de la ruptura de la tregua entre Hamás e Israel que comenzó a mediados de junio de 2008. De acuerdo con la información proporcionada por las autoridades israelíes, entre enero y mayo del año pasado cayeron 988 cohetes sobre Israel. En el mes en el que se inició la tregua, junio, todavía se produjeron 87 lanzamientos. Sin embargo, en los meses posteriores este tipo de violencia desapareció casi por completo. Entre julio y octubre de 2008 hubo tan sólo 11 cohetes, lo que muestra que la tregua funcionó razonablemente bien durante ese tiempo.
El objetivo de la tregua consistía en que se detuviera el lanzamiento de cohetes contra Israel a cambio de mejorar las condiciones del bloqueo que el Gobierno israelí impuso a Gaza tras la victoria arrolladora de Hamás en las elecciones de 2006. El bloqueo se había endurecido notablemente a raíz de que Hamás diera un golpe de mano y expulsara a las fuerzas de Fatah en junio de 2007.
A comienzos de noviembre, miembros del Ejército israelí realizaron una incursión en Gaza para cerrar un túnel que supuestamente podía servir para secuestrar soldados. Un miliciano de Hamás perdió la vida en esta operación. Hamás se vengó lanzando nuevos cohetes, a lo que Israel respondió arrojando bombas que mataron a cinco palestinos más. A partir de ese momento volvieron los cohetes de forma sistemática: 126, en noviembre, y 98, en diciembre. Hamás recurre a los cohetes ante la dificultad extrema para penetrar en territorio israelí tras la construcción del muro de seguridad.
No es cierto, por tanto, que la ruptura de la tregua sea responsabilidad exclusiva de Hamás. Ambos bandos llevaron a cabo acciones que ponían en peligro el precario cese de hostilidades. Israel podía haber intentado reconstruir la tregua, pero ha preferido lanzar una campaña durísima contra la población de Gaza. Se alega para justificar la matanza de palestinos (cerca de 700 en el momento de escribir estas líneas, incluyendo un altísimo número de menores de edad y de civiles que nada tienen que ver con Hamás) que los israelíes no pueden vivir con el pánico que genera el lanzamiento constante de cohetes. En efecto, resulta intolerable que acciones terroristas como las de Hamás sometan a la población israelí a un estado de alarma permanente. Ahora bien, esas duras condiciones de vida no justifican de ninguna manera que el Ejército israelí pueda matar civiles palestinos en su intento de destruir a los miembros e infraestructuras de Hamás. De hecho, si intolerables son las condiciones de vida de los israelíes que habitan bajo el radio de alcance de los cohetes, no menos lo son las de los palestinos que tienen la desgracia de vivir en una Gaza depauperada y aislada como consecuencia del bloqueo israelí. De la misma manera que las condiciones límite de Gaza no pueden utilizarse para justificar la violencia de Hamás y otras organizaciones extremistas contra la población de Israel, tampoco los ataques con cohetes pueden servir de coartada para sancionar la represión generalizada contra los palestinos de Gaza.
El Ejército israelí no reconoce que se esté usando la fuerza contra los civiles palestinos. Afirma que sus operaciones son selectivas y que si, en todo caso, mueren civiles, se debe fundamentalmente a que los miembros de Hamás utilizan a los civiles como “escudos humanos”. Es un recurso éste muy socorrido. También ETA acusa a las fuerzas de seguridad de emplear a sus parejas e hijos como escudos humanos cuando hace explotar una bomba en una casa cuartel de la Guardia Civil.
Por un lado, debe recordarse que tan crimen es utilizar escudos humanos para tratar de evitar un ataque enemigo, como atacar al enemigo cuando se ha rodeado de civiles ajenos al conflicto. Las leyes internacionales de la guerra condenan ambas prácticas.
Por otro lado, el examen de lo ocurrido en la invasión del sur del Líbano en el verano de 2006 permite poner en cuestión las tesis del Ejército israelí. En aquella ocasión las tropas israelíes mataron a 1.109 libaneses, la mayoría de ellos civiles. Como ahora, las autoridades de Israel recurrieron sistemáticamente al pretexto de los escudos humanos. Sin embargo, una organización independiente y fuera de toda sospecha como Human Rights Watch realizó un examen sistemático de la campaña del Líbano y concluyó que en la gran mayoría de los casos en que los israelíes mataron civiles, la existencia de “escudos humanos” era una exageración, cuando no inventos o simples mentiras. El informe (Why They Died, septiembre de 2007) mostraba de forma convincente la escasa preocupación que tuvo el Ejército israelí por la vida de los civiles.
Israel es, en muchos sentidos, una democracia admirable, sobre todo en comparación con los regímenes de sus países vecinos. Ahora bien, la historia del colonialismo demuestra que las democracias pueden en ocasiones tener hacia grupos externos comportamientos tan crueles como los de cualquier régimen despótico. Las circunstancias de Israel son, ciertamente, muy especiales, pues la colonia, Gaza en este caso, está pegada a la metrópoli, lo que hace a ésta mucho más vulnerable. En este sentido, Israel tiene el derecho, incluso la obligación, de defenderse de los ataques que recibe. Pero no puede hacerlo utilizando procedimientos que son tan inaceptables como los que pretende combatir. Israel no puede ponerse a la altura de Hamás. La situación en Gaza antes del ataque ya era una vergüenza desde el punto de vista humanitario. ¿Qué decir ahora, tras la matanza de civiles emprendida por el Ejército Israelí?
Si abandonamos el terreno de los principios y nos centramos en las consecuencias del ataque, el panorama no mejora mucho. La idea misma de acabar a sangre y fuego con una organización tan compleja como Hamás, con tantos apoyos sociales, tiene mala defensa. La experiencia comparada pone de manifiesto que este tipo de represión indiscriminada rara vez consigue sus propósitos. Suele más bien dar lugar a efectos contrarios a los buscados. Puede que Hamás se vea obligada en el corto plazo a aceptar una nueva tregua, pero lo que es indudable es que las posibilidades de que esta organización acabe apostando por una solución pragmática basada en la coexistencia de dos Estados, el israelí y el palestino, se alejan peligrosamente.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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