Por Daniel Esparza Ruiz, doctor europeo en Ciencias Políticas y profesor en la Universidad Palacký de Olomouc, República Checa (EL PAÍS, 31/12/08):
La República Checa asumirá el próximo 1 de enero la presidencia de la Unión Europea bajo el lema “Europa sin barreras”. Y lo hace cuando en Praga ya no hay quien lidere un sueño nacional que entusiasme dentro y fuera de la República Checa, al contrario de otros tiempos, como cuando vivía el primer presidente checoslovaco Masaryk (1918- 1935), o durante la Primavera de Praga de 1968, o incluso en aquellos años en que Václav Havel llegó a la presidencia tras la Revolución de Terciopelo que destronó al régimen comunista checoslovaco. Hoy en Praga se vive bajo el imperio del discurso “eurorrealista”, por no decir “eurocínico”, que lidera el presidente de la República Checa, Václav Klaus, que en vez de despertar interés y movilización por los asuntos europeos, genera, al contrario, la mayor desmoralización en medio del sentimiento de que nada puede cambiar y todo es lo mismo de siempre.
El proyecto Evropa bez bariér que la República Checa presenta para su presidencia de la Unión está bien elaborado en la línea ideológica liberal del ODS, principal partido de la coalición de gobierno. Es cierto que el lema sonaría mejor si lo de las “barreras” no encerrara un mensaje de grave cinismo y doble filo, que lleva la impronta indirecta del propio Klaus, fundador del ODS. El lema, que no el programa en sí, encarna el espíritu derrotista de quien critica a la Unión Europea pero reconoce que no hay otra alternativa. Y cuando digo que critica a la UE no quiero decir que la UE no sea criticable, sino que Klaus ataca la estructura misma de la organización, presentándola como si no fuera otra cosa que un superestado que amenaza las libertades fundamentales de los ciudadanos (imponiendo barreras). El presidente checo es alguien que disfruta yendo “contra todo” (proti všem), como reconoce en su autobiografía, y desde hace años, allá donde se encuentre, no cesa de resaltar de forma casi obsesiva el “déficit democrático” de la Unión Europea, hasta el extremo de llegar a comparar a Bruselas con el Moscú de la era soviética, afirmando que la amenaza de hoy no es el comunismo sino el europeísmo.
Klaus, un viejo lobo de la política que considera el Tratado de Lisboa un “error trágico”, ejerce una gran influencia en la opinión pública de su país. Y recientemente afirmó en una entrevista en el canal de la televisión checa Prima, que la presidencia europea era como “jugar a la democracia”, dando a entender irónicamente con ello que la República Checa, como el resto de países pequeños o medianos de la UE, haría el paripé como quien cree de verdad en ese juego, pese a que sea evidente que la Unión siempre ha estado dirigida por Alemania, Francia, Reino Unido e Italia. Esta desmoralización, teñida de complejo de inferioridad, es la que pretende infundir a sus conciudadanos; es un sentimiento que sobrevuela al propio gobierno checo ante sus inminentes responsabilidades europeas. Pero: ¿es que ya nadie sueña en Praga?
Sí, todavía unos pocos lo hacen, pero para sí y consigo mismos. Desde la marcha de Havel ya nadie sueña en una Praga para los demás. Es cierto que el anterior presidente decepcionó a muchos al firmar la carta de los Ocho en favor de la invasión de Irak en 2003, y que una parte de la izquierda europea lo considera todavía un lacayo de Estados Unidos; pero lo que apenas se puede negar es que hoy nadie enarbola una idea renovadora que ilusione dentro y fuera de la República Checa, como sí ocurría en tiempo de Havel. Y al final, lo que nos ha demostrado el discurso “eurorrealista”, o mejor, eurocínico, con Klaus a la cabeza, es que no ha conseguido ni ilusionar, ni movilizar a nadie; tan solo generar una extendida sensación de impotencia entre muchos ciudadanos ante la sola idea de cambio.
Ese discurso es, por añadidura, trágico porque está marcado por el miedo a ser “traicionado” de nuevo por un aliado, como ocurrió en el pasado con Francia y el Reino Unido, que entregaron al país al nazismo en Múnich en 1938; o con Moscú en 1968, con el aplastamiento de la Primavera de Praga. Hoy, ese mismo trauma de traición se proyecta patológica e imaginariamente sobre la Unión Europea.
Por eso, este miedo arcaico es la principal “barrera” que debe superar la República Checa si quiere volver a ser baluarte -por muy pequeño que se diga que es el país- del sueño europeo en el corazón de Europa, como muchos soñaron anteriormente desde Praga. Y creer firmemente, al contrario que Klaus, que el impulso reformador que espera la Unión Europea puede venir de un país pequeño, o de varios de ellos, si fueran capaces de abanderar una propuesta valiente y entusiasta más allá del típico enroque en la llamada defensa de los intereses nacionales. Suena bien y también, claro, suena idealista. Para empezar el Oeste duda del Este. Pero, ya se sabe, el miedo puede acabar por convertirnos en lo que más tememos, y la imaginada destrucción de la Unión Europea con la que “sueña” Klaus conllevaría precisamente eso: el fin de la independencia y la libertad nacional de la República Checa.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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