Por José Antonio Bueno, socio de Europraxis (EL PERIÓDICO, 28/02/09):
Es normal aprender de casi todo, hasta de lo malo. De esta crisis financiera global en la que nos encontramos, el mundo debería salir con muchas lecciones aprendidas, casi todas relacionadas con las consecuencias de la codicia y del ansia desmedida de enriquecimiento rápido. Pero hay evidencias de que siguen, y seguirán, presentes en los mercados algunas actividades financieras altamente especulativas.
Vuelven a estar tristemente de moda las posiciones cortas en acciones a crédito, es decir, quienes venden una acción antes de comprarla. Un mecanismo que nació para aumentar la liquidez del mercado y para facilitar la distribución de riesgos es, en estos momentos, un claro distorsionador de los precios que beneficia a unos pocos en detrimento de muchos y que incluso puede poner en jaque a todo el sistema financiero, si quien puede no acaba con él o al menos lo limita de forma clara.
Ahora que los temas financieros se han puesto en el centro del debate ciudadano y político, es necesario que se ponga coto a esta forma de enriquecerse legal pero de moralidad dudosa. La compra de valores a crédito para su venta la puede hacer cualquiera, pero la forma en que la hacen los fondos hedge (de alto riesgo y poco control institucional) sí merece una profunda reflexión. Son fondos de perfil muy agresivo y de todo vale para lograr una rentabilidad siempre positiva, pase lo que pase en los mercados.
ASÍ, COMPRAN y venden no solo acciones sino que, literalmente, apuestan sobre la evolución de los precios mediante opciones de compra y venta, con altos niveles de endeudamiento. No son inversores, son profesionales de la especulación. Los fondos hedge han llegado a tener una exposición ante el sistema financiero global de 24 billones de dólares. Están reduciendo rápidamente esta exposición en nada más y nada menos que unos 20 billones, es decir, 1,5 veces el PIB norteamericano o cerca de 40 veces la capitalización de todas las empresas del Ibex 35. Con este sálvese quien pueda están haciendo mucho, pero mucho daño a un sistema financiero mundial extraordinariamente debilitado.
Algunos de estos fondos hedge (Harbinger, Blue Ridge, Amber Master…) han encontrado la manera de aprovechar cualquier rumor, cualquier situación de inestabilidad para, literalmente, atacar ciertos valores con posiciones cortas –compras especultivas de acciones que se prevé que bajarán– hasta precipitar su derrumbe bursátil. Con la caída de las acciones contra las que apuesta, el fondo gana mucho dinero a costa de los accionistas de las entidades atacadas. Entre estos accionistas se encuentran ciudadanos de a pie que, en teoría, deberían ser defendidos por los reguladores.
¿Por qué no interviene la Comisión Nacional del Mercado de Valores cuando detecta posiciones a corto por razones claramente especulativas? ¿No deben prohibirse movimientos coordinados justo antes de que se publiquen informes negativos o simplemente rumores sobre ciertas entidades? ¿No hay riesgo de conflicto de interés entre, por ejemplo, el fondo Amber Master Fund, con sede en el paraíso fiscal de las islas Caimán, y su accionista, el banco Goldman Sachs, que periódicamente hace análisis de los bancos? ¿Por qué no se protege al pequeño inversor de esta especulación salvaje?
La bolsa ha perdido prácticamente su conexión con el mundo real. La valoración según los fundamentales –los datos clásicos de un país o de una empresa– ya no sirve de nada. Es inútil hacerlo mejor que tus competidores, implementar programas de reducción de costes, reforzar estructuras de capital. La cotización la mueven los rumores e intereses especulativos. Ocurre el mismo fenó- meno que el que ha movido el precio del petróleo hasta hace poco. Ni el crecimiento chino ni la recesión mundial están detrás de la escalada del petróleo a 140 dólares ni de su derrumbe hasta los 30 dólares. Tampoco hay ahora motivo para la debacle bursátil de nuestras entidades financieras, de momento las mejores en resultados y solvencia del mundo sin necesidad de intervención del Gobierno. Pero ello no les protege de los ataques bajistas de los fondos hedge.
ESTO NO ES un juego: es algo tan serio como la estabilidad de nuestro sistema financiero. Pero a veces leyendo cierta prensa económica parece que se está retransmitiendo una jugada de rol: “El toro vende cara su piel”, “Hoy ha vencido el lado oscuro del mercado”… Pero detrás de cada acción de una empresa que se vende o se compra hay un inversor, y la mayoría no son ni profesionales de la bolsa ni grandes potentados, a lo que hay que añadir la pérdida de valor de las aportaciones particulares a los fondos de inversión y planes de pensiones.
No tiene ningún sentido que los gobiernos intervengan en unos mercados que se han demostrado ineficientes y, a la vez, los accionistas minoritarios en fondos de inversión y planes de pensiones que se han regido por políticas normales de inversión, incluso las entidades que los han gestionado, queden indefensas ante la inversión especulativa en estado puro. Si los fondos hedge se equivocaron en sus políticas de inversión del pasado no es justo que traten de recuperarlo a costa del más débil.
Es momento de decir basta ya. Los supervisores deben proteger a los ciudadanos de a pie de estos galácticos de la especulación. La CNMV debe ejercer sus funciones de protección de los inversores y prohibir cuanto antes la venta a corto especulativa.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Es normal aprender de casi todo, hasta de lo malo. De esta crisis financiera global en la que nos encontramos, el mundo debería salir con muchas lecciones aprendidas, casi todas relacionadas con las consecuencias de la codicia y del ansia desmedida de enriquecimiento rápido. Pero hay evidencias de que siguen, y seguirán, presentes en los mercados algunas actividades financieras altamente especulativas.
Vuelven a estar tristemente de moda las posiciones cortas en acciones a crédito, es decir, quienes venden una acción antes de comprarla. Un mecanismo que nació para aumentar la liquidez del mercado y para facilitar la distribución de riesgos es, en estos momentos, un claro distorsionador de los precios que beneficia a unos pocos en detrimento de muchos y que incluso puede poner en jaque a todo el sistema financiero, si quien puede no acaba con él o al menos lo limita de forma clara.
Ahora que los temas financieros se han puesto en el centro del debate ciudadano y político, es necesario que se ponga coto a esta forma de enriquecerse legal pero de moralidad dudosa. La compra de valores a crédito para su venta la puede hacer cualquiera, pero la forma en que la hacen los fondos hedge (de alto riesgo y poco control institucional) sí merece una profunda reflexión. Son fondos de perfil muy agresivo y de todo vale para lograr una rentabilidad siempre positiva, pase lo que pase en los mercados.
ASÍ, COMPRAN y venden no solo acciones sino que, literalmente, apuestan sobre la evolución de los precios mediante opciones de compra y venta, con altos niveles de endeudamiento. No son inversores, son profesionales de la especulación. Los fondos hedge han llegado a tener una exposición ante el sistema financiero global de 24 billones de dólares. Están reduciendo rápidamente esta exposición en nada más y nada menos que unos 20 billones, es decir, 1,5 veces el PIB norteamericano o cerca de 40 veces la capitalización de todas las empresas del Ibex 35. Con este sálvese quien pueda están haciendo mucho, pero mucho daño a un sistema financiero mundial extraordinariamente debilitado.
Algunos de estos fondos hedge (Harbinger, Blue Ridge, Amber Master…) han encontrado la manera de aprovechar cualquier rumor, cualquier situación de inestabilidad para, literalmente, atacar ciertos valores con posiciones cortas –compras especultivas de acciones que se prevé que bajarán– hasta precipitar su derrumbe bursátil. Con la caída de las acciones contra las que apuesta, el fondo gana mucho dinero a costa de los accionistas de las entidades atacadas. Entre estos accionistas se encuentran ciudadanos de a pie que, en teoría, deberían ser defendidos por los reguladores.
¿Por qué no interviene la Comisión Nacional del Mercado de Valores cuando detecta posiciones a corto por razones claramente especulativas? ¿No deben prohibirse movimientos coordinados justo antes de que se publiquen informes negativos o simplemente rumores sobre ciertas entidades? ¿No hay riesgo de conflicto de interés entre, por ejemplo, el fondo Amber Master Fund, con sede en el paraíso fiscal de las islas Caimán, y su accionista, el banco Goldman Sachs, que periódicamente hace análisis de los bancos? ¿Por qué no se protege al pequeño inversor de esta especulación salvaje?
La bolsa ha perdido prácticamente su conexión con el mundo real. La valoración según los fundamentales –los datos clásicos de un país o de una empresa– ya no sirve de nada. Es inútil hacerlo mejor que tus competidores, implementar programas de reducción de costes, reforzar estructuras de capital. La cotización la mueven los rumores e intereses especulativos. Ocurre el mismo fenó- meno que el que ha movido el precio del petróleo hasta hace poco. Ni el crecimiento chino ni la recesión mundial están detrás de la escalada del petróleo a 140 dólares ni de su derrumbe hasta los 30 dólares. Tampoco hay ahora motivo para la debacle bursátil de nuestras entidades financieras, de momento las mejores en resultados y solvencia del mundo sin necesidad de intervención del Gobierno. Pero ello no les protege de los ataques bajistas de los fondos hedge.
ESTO NO ES un juego: es algo tan serio como la estabilidad de nuestro sistema financiero. Pero a veces leyendo cierta prensa económica parece que se está retransmitiendo una jugada de rol: “El toro vende cara su piel”, “Hoy ha vencido el lado oscuro del mercado”… Pero detrás de cada acción de una empresa que se vende o se compra hay un inversor, y la mayoría no son ni profesionales de la bolsa ni grandes potentados, a lo que hay que añadir la pérdida de valor de las aportaciones particulares a los fondos de inversión y planes de pensiones.
No tiene ningún sentido que los gobiernos intervengan en unos mercados que se han demostrado ineficientes y, a la vez, los accionistas minoritarios en fondos de inversión y planes de pensiones que se han regido por políticas normales de inversión, incluso las entidades que los han gestionado, queden indefensas ante la inversión especulativa en estado puro. Si los fondos hedge se equivocaron en sus políticas de inversión del pasado no es justo que traten de recuperarlo a costa del más débil.
Es momento de decir basta ya. Los supervisores deben proteger a los ciudadanos de a pie de estos galácticos de la especulación. La CNMV debe ejercer sus funciones de protección de los inversores y prohibir cuanto antes la venta a corto especulativa.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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