Por Juan Jacinto Muñoz Rengel, escritor (EL PAÍS, 24/02/09):
Desde que hace unos días la diputada argentina María Lenz anunciara un proyecto para repatriar los restos mortales del escritor Jorge Luis Borges, las preguntas en torno al significado de la tumba del argentino universal han vuelto a flotar en el aire.
Viajemos, viajemos pues hasta los pies de su lápida. Cerremos los ojos. Solidaricémonos por un momento con la ceguera de nuestro autor. Estamos en Ginebra, una de las patrias de Borges, le pese a quien le pese. Nos encontramos bajo las cumbres de los Alpes, nos llega el frescor del lago Léman, caminamos y nos vamos adentrando en la ciudad. Luego, llamamos un taxi. Cuando nos acomodamos en el asiento, le indicamos al taxista:
-Al número 10 de la Rue des Rois. Al cementerio de Plainpalais -pronunciamos despacio, ci-me-tiére.
Llegamos a un lugar con la apariencia de un gran parque, que queda en el centro mismo de Ginebra, en la orilla izquierda del Ródano. Cruzamos la entrada y, sin demasiado esfuerzo, descubrimos una vitrina con un listado en su interior. Buscamos con la mirada la “B”, de Borges. Y vemos su nombre, y los fúnebres datos: “Número de tumba 735. Posición D-6″. Nuestros pasos suenan por el solitario sendero, y vamos dejando atrás bifurcaciones, longevos árboles, césped bien regado, lápidas grises y alguna fuente, hasta llegar al pie de un ciprés, a cuya derecha está la sepultura.
La ejecución de la lápida fue encargada al escultor argentino Eduardo Longato. La piedra es blanca y áspera, y en lo alto de su cara anterior se lee “Jorge Luis Borges”. Justo debajo, la inscripción “And ne forhtedon na”, junto a un grabado circular con siete figuras humanas. Por último, una pequeña cruz de Gales y “1899/1986″. Es todo lo que puede apreciarse en el anverso.
La inscripción “And ne forhtedon na”, formulada en inglés antiguo, ha sido erróneamente traducida hasta la saciedad -acaso por la influencia del libro Borges, esplendor y derrota, de María Esther Vázquez- como “Las puertas del cielo se abrieron hacia él”. La traducción correcta es, en realidad, “Y que no temieran”. No sería posible descifrar el sentido de esta frase si no recordáramos que Borges era un enamorado de las antiguas sagas nórdicas, y que en colaboración con la propia María Esther Vázquez escribió el volumen Literaturas germánicas medievales. Allí mismo podemos encontrar un artículo titulado “La balada de Maldon”, que nos habla de un poema épico del siglo X. El poema describe el enfrentamiento que tuvo lugar el 10 u 11 de agosto del año 991, en el río Blackwater, en Essex, Inglaterra. El pasaje que nos interesa es el que sigue: “Entonces comenzó Byrhtnoth a arengar a los hombres /Cabalgando les aconsejó, enseñó a sus guerreros / Cómo debían pararse y defender sus lugares / Les ordenó que sostuvieran bien sus escudos / Con sus puños firmes y que no temieran. / Entonces cuando sus huestes estuvieron bien ordenadas / Byrhtnoth descansó entre sus hombres donde más le gustaba estar / Entre aquellos guerreros que él sabía más fieles”. El epitafio del anverso de la lápida de Borges se corresponde con la segunda mitad de este quinto verso.
Por otra parte, el grabado de los siete guerreros es copia a su vez del grabado de otra lápida -posiblemente la lápida erigida en el siglo IX en el monasterio de Lindisfarne, en el norte de Inglaterra, que conmemora el ataque vikingo sufrido por el monasterio en el año 793-, y que Borges relacionó con “La balada de Maldon”. Él mismo nos habla de ella: “Una lápida del norte de Inglaterra representa, con torpe ejecución, un grupo de guerreros nortumbrios. Uno blande una espada rota; todos han arrojado sus escudos; su señor ha muerto en la derrota y ellos avanzan para hacerse matar, porque el honor les obliga a acompañarlo”.
Las afirmaciones que Borges hizo en vida sobre la muerte son contradictorias. A veces dijo no temerla, sino ansiarla como la única vía para salvarse de sí mismo. Otras, dijo no suicidarse sólo por cobardía. Los heroicos guerreros sajones de su lápida parecen querer infundirle valor ante su último acto en el mundo… y que no temiera.
Pero todo no es batalla y valor en el frío mármol sepulcral. La cara posterior de la lápida del cementerio de Plainpalais contiene la frase “Hann tekr sverthit Gram okk / legger i methal theira bert”, que se corresponde con dos de los versos del capítulo 27 de la Völsunga Saga (una saga islandesa del siglo XIII): “Él tomó su espada, Gram, y colocó el metal desnudo entre los dos”. Bajo esta segunda inscripción aparece el grabado de una nave vikinga. Y bajo ésta, una tercera inscripción: “De Ulrica a Javier Otálora”.
El sentido original de la segunda inscripción hace referencia a la historia del héroe Sigurd, que para evitar tocar a la pretendida por el hermano de su esposa, Brynhild, una noche que comparte el lecho con ella, coloca la espada entre ambos. Años después, en una crisis de celos, Brynhild hace matar a Sigurd. Después, cuando comprende que no puede sobrevivir a su muerte, se apuñala. Y pide yacer en la misma pira que Sigurd, y que de nuevo esté entre los dos la espada desnuda, igual que aquella noche en la que compartieron un mismo lecho. Gram, como Excalibur, como Durandal, era el nombre de una espada.
Estos dos mismos versos los utilizó también Borges como epígrafe de su relato Ulrica, el único relato de amor del autor. En 1975, el año de composición de este relato, cuyo protagonista se hace llamar Javier Otálora, Borges ya mantenía relaciones con María Kodama, su último amor, su heredera universal. Lo que nos hará inevitable pensar que la tercera inscripción debe interpretarse necesariamente como “De María Kodama a Jorge Luis Borges”.
Parece ser que, después de todo, María Kodama tiene mucho que decir respecto a dónde deben descansar los restos mortales de Borges, como su heredera legal, como su viuda, su amante, la conocedora de su última voluntad, y la responsable de su último artificio.
Desde que hace unos días la diputada argentina María Lenz anunciara un proyecto para repatriar los restos mortales del escritor Jorge Luis Borges, las preguntas en torno al significado de la tumba del argentino universal han vuelto a flotar en el aire.
Viajemos, viajemos pues hasta los pies de su lápida. Cerremos los ojos. Solidaricémonos por un momento con la ceguera de nuestro autor. Estamos en Ginebra, una de las patrias de Borges, le pese a quien le pese. Nos encontramos bajo las cumbres de los Alpes, nos llega el frescor del lago Léman, caminamos y nos vamos adentrando en la ciudad. Luego, llamamos un taxi. Cuando nos acomodamos en el asiento, le indicamos al taxista:
-Al número 10 de la Rue des Rois. Al cementerio de Plainpalais -pronunciamos despacio, ci-me-tiére.
Llegamos a un lugar con la apariencia de un gran parque, que queda en el centro mismo de Ginebra, en la orilla izquierda del Ródano. Cruzamos la entrada y, sin demasiado esfuerzo, descubrimos una vitrina con un listado en su interior. Buscamos con la mirada la “B”, de Borges. Y vemos su nombre, y los fúnebres datos: “Número de tumba 735. Posición D-6″. Nuestros pasos suenan por el solitario sendero, y vamos dejando atrás bifurcaciones, longevos árboles, césped bien regado, lápidas grises y alguna fuente, hasta llegar al pie de un ciprés, a cuya derecha está la sepultura.
La ejecución de la lápida fue encargada al escultor argentino Eduardo Longato. La piedra es blanca y áspera, y en lo alto de su cara anterior se lee “Jorge Luis Borges”. Justo debajo, la inscripción “And ne forhtedon na”, junto a un grabado circular con siete figuras humanas. Por último, una pequeña cruz de Gales y “1899/1986″. Es todo lo que puede apreciarse en el anverso.
La inscripción “And ne forhtedon na”, formulada en inglés antiguo, ha sido erróneamente traducida hasta la saciedad -acaso por la influencia del libro Borges, esplendor y derrota, de María Esther Vázquez- como “Las puertas del cielo se abrieron hacia él”. La traducción correcta es, en realidad, “Y que no temieran”. No sería posible descifrar el sentido de esta frase si no recordáramos que Borges era un enamorado de las antiguas sagas nórdicas, y que en colaboración con la propia María Esther Vázquez escribió el volumen Literaturas germánicas medievales. Allí mismo podemos encontrar un artículo titulado “La balada de Maldon”, que nos habla de un poema épico del siglo X. El poema describe el enfrentamiento que tuvo lugar el 10 u 11 de agosto del año 991, en el río Blackwater, en Essex, Inglaterra. El pasaje que nos interesa es el que sigue: “Entonces comenzó Byrhtnoth a arengar a los hombres /Cabalgando les aconsejó, enseñó a sus guerreros / Cómo debían pararse y defender sus lugares / Les ordenó que sostuvieran bien sus escudos / Con sus puños firmes y que no temieran. / Entonces cuando sus huestes estuvieron bien ordenadas / Byrhtnoth descansó entre sus hombres donde más le gustaba estar / Entre aquellos guerreros que él sabía más fieles”. El epitafio del anverso de la lápida de Borges se corresponde con la segunda mitad de este quinto verso.
Por otra parte, el grabado de los siete guerreros es copia a su vez del grabado de otra lápida -posiblemente la lápida erigida en el siglo IX en el monasterio de Lindisfarne, en el norte de Inglaterra, que conmemora el ataque vikingo sufrido por el monasterio en el año 793-, y que Borges relacionó con “La balada de Maldon”. Él mismo nos habla de ella: “Una lápida del norte de Inglaterra representa, con torpe ejecución, un grupo de guerreros nortumbrios. Uno blande una espada rota; todos han arrojado sus escudos; su señor ha muerto en la derrota y ellos avanzan para hacerse matar, porque el honor les obliga a acompañarlo”.
Las afirmaciones que Borges hizo en vida sobre la muerte son contradictorias. A veces dijo no temerla, sino ansiarla como la única vía para salvarse de sí mismo. Otras, dijo no suicidarse sólo por cobardía. Los heroicos guerreros sajones de su lápida parecen querer infundirle valor ante su último acto en el mundo… y que no temiera.
Pero todo no es batalla y valor en el frío mármol sepulcral. La cara posterior de la lápida del cementerio de Plainpalais contiene la frase “Hann tekr sverthit Gram okk / legger i methal theira bert”, que se corresponde con dos de los versos del capítulo 27 de la Völsunga Saga (una saga islandesa del siglo XIII): “Él tomó su espada, Gram, y colocó el metal desnudo entre los dos”. Bajo esta segunda inscripción aparece el grabado de una nave vikinga. Y bajo ésta, una tercera inscripción: “De Ulrica a Javier Otálora”.
El sentido original de la segunda inscripción hace referencia a la historia del héroe Sigurd, que para evitar tocar a la pretendida por el hermano de su esposa, Brynhild, una noche que comparte el lecho con ella, coloca la espada entre ambos. Años después, en una crisis de celos, Brynhild hace matar a Sigurd. Después, cuando comprende que no puede sobrevivir a su muerte, se apuñala. Y pide yacer en la misma pira que Sigurd, y que de nuevo esté entre los dos la espada desnuda, igual que aquella noche en la que compartieron un mismo lecho. Gram, como Excalibur, como Durandal, era el nombre de una espada.
Estos dos mismos versos los utilizó también Borges como epígrafe de su relato Ulrica, el único relato de amor del autor. En 1975, el año de composición de este relato, cuyo protagonista se hace llamar Javier Otálora, Borges ya mantenía relaciones con María Kodama, su último amor, su heredera universal. Lo que nos hará inevitable pensar que la tercera inscripción debe interpretarse necesariamente como “De María Kodama a Jorge Luis Borges”.
Parece ser que, después de todo, María Kodama tiene mucho que decir respecto a dónde deben descansar los restos mortales de Borges, como su heredera legal, como su viuda, su amante, la conocedora de su última voluntad, y la responsable de su último artificio.
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