Por Mateo Madridejos, periodista e historiador (EL PERIÓDICO, 21/02/09):
La crisis económica está sometiendo a muy dura prueba la cohesión y hasta los cimientos de la Unión Europea (UE), desgarrada por la peligrosa tentación proteccionista, las discrepancias crecientes entre los países grandes y la ausencia total de concertación para combatir la peor recesión desde 1945. Aumenta la distancia que separa a la vieja Europa, que sufre para salvar sus bancos o nacionalizarlos (Alemania), de la nueva Europa surgida del marasmo soviético, que busca su modernización, pero cuyas finanzas se deterioran de manera inquietante, según los informes de las agencias especializadas en medir la solvencia.
El cambio de guardia entre Francia y la República Checa provoca incidentes diplomáticos, episodios chuscos o infantiles que confirman tanto la irrefrenable y contraproducente ambición de aquella como el euroescepticismo que prevalece en esta. El presidente Vaclav Klaus, que se niega a izar la bandera azul de las estrellas en el castillo de Praga, censura el presunto paternalismo francés y se mofa de la pretensión de Nicolas Sarkozy de convertirse en “el presidente europeo permanente”, a lo que este replica con sorna que los checos “están haciendo lo que pueden”, que no es mucho.
“LA UE SE HUNDE en los egoísmos miopes”, clama el diputado británico Denis MacShane, exministro de Asuntos Europeos y eurófilo náufrago en el océano de eurofobia en que navegan los Comunes. Los dicterios proferidos por Sarkozy contra el primer ministro británico, Gordon Brown, acusado de actuar de forma insolidaria, causaron estragos en las filas laboristas, y el plan francés para ayudar al automóvil desató una enconada polémica con Londres. Se agravó el sonambulismo de la Comisión de Bruselas, encargada de velar por el mercado único, pero aparentemente alejada del puente de mando cuando arrecia la tormenta o lanzando tímidas e inoperantes amonestaciones sobre los déficits presupuestarios.
En esa atmósfera sofocante, las promesas de prosperidad implícitas en la masiva ampliación hacia el este del 2004 han sido sustituidas por la administración de la penuria, un corsé monetario y el respeto escrupuloso del acervo comunitario y del Estado del bienestar. El aumento del desempleo y la deuda, el frenazo del crecimiento y la dependencia tanto del sistema bancario como del sector automovilístico, dirigidos desde las capitales occidentales, generan tensiones sociales y ofrecen punzantes argumentos a los que dudan en Europa oriental de los beneficios de una integración poco meditada.
Todas las líneas de fractura están bajo fuerte presión, en abierto desafío para las instituciones encargadas de vigilar el funcionamiento y fortalecer la cohesión de la Unión Europea. Las normas de la competencia, del mercado único y de la disciplina presupuestaria se relajan con diversos pretextos para servir los intereses de los países grandes, lo que dispara el rencor de los pequeños. Los que tienen una economía más globalizada, como Gran Bretaña o Bélgica, censuran a los más intervencionistas, como Francia. La locomotora franco-alemana sigue averiada y París se irrita por la novedosa alianza de Berlín con Moscú para el desarrollo de la energía nuclear.
El plan francés del automóvil, condicionado al mantenimiento de las fábricas en Francia, bloquea las deslocalizaciones hacia el este y torpedea la integración de los 27. “¿Qué clase de Unión Europea queremos, si los más fuertes pueden vulnerar las reglas?”, inquiere el exministro polaco Leszek Balcerowicz, europeísta notorio, mientras Praga echa mano de los agravios históricos. La situación es tan delicada que el diario francés Le Monde, tras criticar las decisiones de Sarkozy, advierte del “peligroso viraje que se está adueñando de Europa: el del repliegue nacional, el de cada uno en su casa”, lo que no significa que Dios esté en la de todos.
El fantasma del proteccionismo recorre Europa y desembarca en Gran Bretaña, donde los trabajadores desfilan bajo pancartas que reclaman “empleos británicos para trabajadores británicos”. La aparente desenvoltura o ceguera de algunos gobiernos (Francia, España, Italia, Irlanda, Grecia), cada día más lejos del rigor presupuestario, alarma a Berlín y justifica la diatriba del ministro checo de Exteriores, Karel Schwarzenberg, cuando denuncia “la emergencia de los instintos atávicos” o las pretensiones dominadoras y los efectos colaterales negativos para otros países.
LOS MINISTROS del G-7 predicaron contra “unas medidas proteccionistas que no pueden hacer otra cosa que exacerbar la recesión”, pero sin tomar ninguna medida. Todo el mundo asume que la crisis de 1929 fue prolongada, y ahondada por el proteccionismo, y los historiadores recuerdan que el comercio mundial se contrajo el 66% en el periodo 1929-1934. En una Europa en construcción y de geometría variable no solo rebrotan las pugnas comunitarias, sino que los políticos se entregan a la demagogia del “compra nacional” mientras decae la voluntad política para sacar las consecuencias de un precedente tan ominoso.
A regañadientes, la presidencia checa ha convocado una cumbre extraordinaria para el 1 de marzo en Bruselas, irrelevante para conocer los males del proteccionismo, pero quizá necesaria para combatirlo antes de que sea demasiado tarde e impedir que la historia se repita en forma de tragedia. La última oportunidad antes de que Barack Obama llegue a un continente en plena ebullición y azaroso desconcierto.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
La crisis económica está sometiendo a muy dura prueba la cohesión y hasta los cimientos de la Unión Europea (UE), desgarrada por la peligrosa tentación proteccionista, las discrepancias crecientes entre los países grandes y la ausencia total de concertación para combatir la peor recesión desde 1945. Aumenta la distancia que separa a la vieja Europa, que sufre para salvar sus bancos o nacionalizarlos (Alemania), de la nueva Europa surgida del marasmo soviético, que busca su modernización, pero cuyas finanzas se deterioran de manera inquietante, según los informes de las agencias especializadas en medir la solvencia.
El cambio de guardia entre Francia y la República Checa provoca incidentes diplomáticos, episodios chuscos o infantiles que confirman tanto la irrefrenable y contraproducente ambición de aquella como el euroescepticismo que prevalece en esta. El presidente Vaclav Klaus, que se niega a izar la bandera azul de las estrellas en el castillo de Praga, censura el presunto paternalismo francés y se mofa de la pretensión de Nicolas Sarkozy de convertirse en “el presidente europeo permanente”, a lo que este replica con sorna que los checos “están haciendo lo que pueden”, que no es mucho.
“LA UE SE HUNDE en los egoísmos miopes”, clama el diputado británico Denis MacShane, exministro de Asuntos Europeos y eurófilo náufrago en el océano de eurofobia en que navegan los Comunes. Los dicterios proferidos por Sarkozy contra el primer ministro británico, Gordon Brown, acusado de actuar de forma insolidaria, causaron estragos en las filas laboristas, y el plan francés para ayudar al automóvil desató una enconada polémica con Londres. Se agravó el sonambulismo de la Comisión de Bruselas, encargada de velar por el mercado único, pero aparentemente alejada del puente de mando cuando arrecia la tormenta o lanzando tímidas e inoperantes amonestaciones sobre los déficits presupuestarios.
En esa atmósfera sofocante, las promesas de prosperidad implícitas en la masiva ampliación hacia el este del 2004 han sido sustituidas por la administración de la penuria, un corsé monetario y el respeto escrupuloso del acervo comunitario y del Estado del bienestar. El aumento del desempleo y la deuda, el frenazo del crecimiento y la dependencia tanto del sistema bancario como del sector automovilístico, dirigidos desde las capitales occidentales, generan tensiones sociales y ofrecen punzantes argumentos a los que dudan en Europa oriental de los beneficios de una integración poco meditada.
Todas las líneas de fractura están bajo fuerte presión, en abierto desafío para las instituciones encargadas de vigilar el funcionamiento y fortalecer la cohesión de la Unión Europea. Las normas de la competencia, del mercado único y de la disciplina presupuestaria se relajan con diversos pretextos para servir los intereses de los países grandes, lo que dispara el rencor de los pequeños. Los que tienen una economía más globalizada, como Gran Bretaña o Bélgica, censuran a los más intervencionistas, como Francia. La locomotora franco-alemana sigue averiada y París se irrita por la novedosa alianza de Berlín con Moscú para el desarrollo de la energía nuclear.
El plan francés del automóvil, condicionado al mantenimiento de las fábricas en Francia, bloquea las deslocalizaciones hacia el este y torpedea la integración de los 27. “¿Qué clase de Unión Europea queremos, si los más fuertes pueden vulnerar las reglas?”, inquiere el exministro polaco Leszek Balcerowicz, europeísta notorio, mientras Praga echa mano de los agravios históricos. La situación es tan delicada que el diario francés Le Monde, tras criticar las decisiones de Sarkozy, advierte del “peligroso viraje que se está adueñando de Europa: el del repliegue nacional, el de cada uno en su casa”, lo que no significa que Dios esté en la de todos.
El fantasma del proteccionismo recorre Europa y desembarca en Gran Bretaña, donde los trabajadores desfilan bajo pancartas que reclaman “empleos británicos para trabajadores británicos”. La aparente desenvoltura o ceguera de algunos gobiernos (Francia, España, Italia, Irlanda, Grecia), cada día más lejos del rigor presupuestario, alarma a Berlín y justifica la diatriba del ministro checo de Exteriores, Karel Schwarzenberg, cuando denuncia “la emergencia de los instintos atávicos” o las pretensiones dominadoras y los efectos colaterales negativos para otros países.
LOS MINISTROS del G-7 predicaron contra “unas medidas proteccionistas que no pueden hacer otra cosa que exacerbar la recesión”, pero sin tomar ninguna medida. Todo el mundo asume que la crisis de 1929 fue prolongada, y ahondada por el proteccionismo, y los historiadores recuerdan que el comercio mundial se contrajo el 66% en el periodo 1929-1934. En una Europa en construcción y de geometría variable no solo rebrotan las pugnas comunitarias, sino que los políticos se entregan a la demagogia del “compra nacional” mientras decae la voluntad política para sacar las consecuencias de un precedente tan ominoso.
A regañadientes, la presidencia checa ha convocado una cumbre extraordinaria para el 1 de marzo en Bruselas, irrelevante para conocer los males del proteccionismo, pero quizá necesaria para combatirlo antes de que sea demasiado tarde e impedir que la historia se repita en forma de tragedia. La última oportunidad antes de que Barack Obama llegue a un continente en plena ebullición y azaroso desconcierto.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario