Por Boban Minic, periodista (EL PERIÓDICO, 23/02/09)
Un nuevo turismo curioso y morboso, conocido como turismo de guerra, arrasa en el mundo. Los turistas –en su mayoría, occidentales, y muy especialmente estadounidenses– viajan a lo largo del planeta buscando los lugares donde han acontecido batallas, bombardeos y masacres. Los que pueden visitan el Oriente Próximo, Medio y Lejano –el Líbano, Irak, Pakistán y Afganistán–, donde, con escasa escolta –lo que da más morbo al asunto–, suben las montañas que, hace poco, estaban, y parece que de nuevo estarán, en manos de los talibanes. Los demás, con la misma morbosidad, pero menor poder adquisitivo, se satisfacen con los lugares más cercanos, como Croacia, Bosnia y Serbia.
Por ejemplo, en Vukovar (Croacia), el símbolo de la guerra de este país y del principio de las guerras balcánicas, a los turistas les llevan al hospital local donde, en 1991, los soldados serbios masacraron a sangre fría a unos 300 pacientes y refugiados, que eran civiles y soldados rendidos. Para reconstruir el ambiente, las autoridades políticas (y turísticas) han puesto en las camas 300 muñecos de plástico, que fingen ser los pacientes masacrados. Puedo imaginar el doble horror que se experimenta allí: uno, por las víctimas reales y otro, por el mal gusto de la idea y la imagen que se ofrece (la que buscan) a los turistas.
EL DIRECTOR de una agencia de Sarajevo especializada en el turismo de guerra explica que la demanda de este tipo de turismo crece, y que el interés de los turistas en la capital de Bosnia se concentra en la avenida de los francotiradores –los sitios desde los cuales la artillería disparaba sobre la ciudad– y los lugares de masacres como la del mercado y la cola de pan. En Mostar, el punto más visitado es el puente otomano, patrimonio de la humanidad, de una belleza y valor incalculables, destruido por los croatas y reconstruido (en realidad, hecho de nuevo) por la comunidad internacional. En la Republika Srpska, miles de turistas visitan los campos de concentración de Omarska, Keraterm y Trnopolje.
Pero, sin duda, el sitio más visitado por este turismo de guerra en los Balcanes es Srebrenica: su museo del holocausto, sus fosas comunes y los lugares de ejecución de miles de prisioneros bosnios. El director de la agencia turística que organiza la visita guiada, casi como excusa, dice que el fenómeno en Bosnia es un poco diferente, porque la mayoría de los visitantes junta la curiosidad que les despertaron las noticias y reportajes que abundaban en los medios de comunicación durante la guerra con el homenaje a las víctimas en los lugares señalados.
Me parece bien. Pero ¿cómo entender el boom turístico que entre los turistas (de nuevo, en su mayoría, estadounidenses) ha generado performances y una nueva ruta turística bautizada como Pop Art… Radovan, con reservas cerradas para meses, que lleva a los visitantes por las direcciones y lugares de Belgrado en los que, en las mismas narices de la policía nacional e internacional, se escondía el carnicero de Bosnia, psiquiatra y curandero, prisionero en La Haya, Radovan Karadzic, alias David Dabic?
Los turistas que tienen suerte de encontrar hueco en el overbooking del turoperador pueden visitar las cafeterías de Belgrado que frecuentaba Dabic, beber la misma cerveza y comer la misma comida que él, incluso escuchar la misma música épica y patriótica que escuchaba y, a veces, cantaba, el criminal y genocida. La visita acaba en autobús y en la estación donde la policía (o la política) serbia, al final, decidió acabar el juego. Dicen que, junto con el interés internacional, este montaje tiene notable éxito entre los turistas del país, entre los cuales hay muchos jóvenes atraídos por la morbosidad y las curiosas imágenes de la noticia de la detención de Karadzic-Dabic que aparecieron en los medios de comunicación locales e internacionales. Si los jóvenes serbios ya no se pueden identificar con un pésimo poeta, flojo político y destacado criminal de guerra, sí que pueden hacerlo con su nueva imagen freaky, su medicina alternativa, la espiritualidad oriental y la vida clandestina con la que se burlaba del Tribunal Penal Internacional para la extinta Yugoslavia, del fiscal, de la policía y de los políticos occidentales.
ACERCA DEL interés y el éxito que Pop Art Radovan tiene entre los turistas del primer mundo, es interesante la explicación que ha dado la directora de la agencia de Belgrado que promueve la ruta: es en parte el mismo interés que, de modo creciente, se experimenta, sobre todo en EEUU, por los criminales de guerra, los asesinos y los líderes o dictadores ex comunistas. Por eso, añade con satisfacción la directora, su oferta más amplia incluye visitas a los sitios vinculados al expresidente de Serbia y prisionero en La Haya Slobodan Milosevic, la casa y el hotel donde fue asesinado el criminal Zeljko Raznjatovic –alias Arkan– comandante, en Bosnia y Croacia, de los temidos paramilitares llamados Los Tigres de Arkan y, también, la residencia y tumba del expresidente de Yugoslavia Josip Broz, Tito.
No entiendo qué hace entre estos personajes oscuros, fascistoides y ultranacionalistas un líder que consiguió la paz más duradera en la historia de su país, un partisano que luchó precisamente contra el fascismo y el ultranacionalismo de todos los colores. Tal vez baste con que lo entiendan los turistas y los organizadores de las guías. Además, esa no es ni la primera ni la última cosa de todo este asunto que ni entiendo ni entenderé.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Un nuevo turismo curioso y morboso, conocido como turismo de guerra, arrasa en el mundo. Los turistas –en su mayoría, occidentales, y muy especialmente estadounidenses– viajan a lo largo del planeta buscando los lugares donde han acontecido batallas, bombardeos y masacres. Los que pueden visitan el Oriente Próximo, Medio y Lejano –el Líbano, Irak, Pakistán y Afganistán–, donde, con escasa escolta –lo que da más morbo al asunto–, suben las montañas que, hace poco, estaban, y parece que de nuevo estarán, en manos de los talibanes. Los demás, con la misma morbosidad, pero menor poder adquisitivo, se satisfacen con los lugares más cercanos, como Croacia, Bosnia y Serbia.
Por ejemplo, en Vukovar (Croacia), el símbolo de la guerra de este país y del principio de las guerras balcánicas, a los turistas les llevan al hospital local donde, en 1991, los soldados serbios masacraron a sangre fría a unos 300 pacientes y refugiados, que eran civiles y soldados rendidos. Para reconstruir el ambiente, las autoridades políticas (y turísticas) han puesto en las camas 300 muñecos de plástico, que fingen ser los pacientes masacrados. Puedo imaginar el doble horror que se experimenta allí: uno, por las víctimas reales y otro, por el mal gusto de la idea y la imagen que se ofrece (la que buscan) a los turistas.
EL DIRECTOR de una agencia de Sarajevo especializada en el turismo de guerra explica que la demanda de este tipo de turismo crece, y que el interés de los turistas en la capital de Bosnia se concentra en la avenida de los francotiradores –los sitios desde los cuales la artillería disparaba sobre la ciudad– y los lugares de masacres como la del mercado y la cola de pan. En Mostar, el punto más visitado es el puente otomano, patrimonio de la humanidad, de una belleza y valor incalculables, destruido por los croatas y reconstruido (en realidad, hecho de nuevo) por la comunidad internacional. En la Republika Srpska, miles de turistas visitan los campos de concentración de Omarska, Keraterm y Trnopolje.
Pero, sin duda, el sitio más visitado por este turismo de guerra en los Balcanes es Srebrenica: su museo del holocausto, sus fosas comunes y los lugares de ejecución de miles de prisioneros bosnios. El director de la agencia turística que organiza la visita guiada, casi como excusa, dice que el fenómeno en Bosnia es un poco diferente, porque la mayoría de los visitantes junta la curiosidad que les despertaron las noticias y reportajes que abundaban en los medios de comunicación durante la guerra con el homenaje a las víctimas en los lugares señalados.
Me parece bien. Pero ¿cómo entender el boom turístico que entre los turistas (de nuevo, en su mayoría, estadounidenses) ha generado performances y una nueva ruta turística bautizada como Pop Art… Radovan, con reservas cerradas para meses, que lleva a los visitantes por las direcciones y lugares de Belgrado en los que, en las mismas narices de la policía nacional e internacional, se escondía el carnicero de Bosnia, psiquiatra y curandero, prisionero en La Haya, Radovan Karadzic, alias David Dabic?
Los turistas que tienen suerte de encontrar hueco en el overbooking del turoperador pueden visitar las cafeterías de Belgrado que frecuentaba Dabic, beber la misma cerveza y comer la misma comida que él, incluso escuchar la misma música épica y patriótica que escuchaba y, a veces, cantaba, el criminal y genocida. La visita acaba en autobús y en la estación donde la policía (o la política) serbia, al final, decidió acabar el juego. Dicen que, junto con el interés internacional, este montaje tiene notable éxito entre los turistas del país, entre los cuales hay muchos jóvenes atraídos por la morbosidad y las curiosas imágenes de la noticia de la detención de Karadzic-Dabic que aparecieron en los medios de comunicación locales e internacionales. Si los jóvenes serbios ya no se pueden identificar con un pésimo poeta, flojo político y destacado criminal de guerra, sí que pueden hacerlo con su nueva imagen freaky, su medicina alternativa, la espiritualidad oriental y la vida clandestina con la que se burlaba del Tribunal Penal Internacional para la extinta Yugoslavia, del fiscal, de la policía y de los políticos occidentales.
ACERCA DEL interés y el éxito que Pop Art Radovan tiene entre los turistas del primer mundo, es interesante la explicación que ha dado la directora de la agencia de Belgrado que promueve la ruta: es en parte el mismo interés que, de modo creciente, se experimenta, sobre todo en EEUU, por los criminales de guerra, los asesinos y los líderes o dictadores ex comunistas. Por eso, añade con satisfacción la directora, su oferta más amplia incluye visitas a los sitios vinculados al expresidente de Serbia y prisionero en La Haya Slobodan Milosevic, la casa y el hotel donde fue asesinado el criminal Zeljko Raznjatovic –alias Arkan– comandante, en Bosnia y Croacia, de los temidos paramilitares llamados Los Tigres de Arkan y, también, la residencia y tumba del expresidente de Yugoslavia Josip Broz, Tito.
No entiendo qué hace entre estos personajes oscuros, fascistoides y ultranacionalistas un líder que consiguió la paz más duradera en la historia de su país, un partisano que luchó precisamente contra el fascismo y el ultranacionalismo de todos los colores. Tal vez baste con que lo entiendan los turistas y los organizadores de las guías. Además, esa no es ni la primera ni la última cosa de todo este asunto que ni entiendo ni entenderé.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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