Por Josep Oliver, catedrático de Economía Aplicada en la UAB (EL PERIÓDICO, 22/02/09):
El Congreso americano ha dado luz verde al paquete económico propuesto por el presidente Obama. Y, aunque es de suma importancia, las medidas adoptadas por la nueva Administración de EEUU van mucho más allá del impulso de la actividad a corto plazo: intentan abordar los distintos problemas a los que se enfrenta el país. En primer lugar, porque el país afronta una crisis financiera insólita por su profundidad (la capitalización de la banca ha caído de los 1,4 billones a 400.000 millones de dólares), lo que ha llevado a la insolvencia, o cerca de ella, a grandes entidades. El programa que diseñó la Administración de Bush, que inyectó cerca de 350.000 millones, tuvo resultados mediocres.
Sigue, en segundo término, la pavorosa crisis inmobiliaria. El desplome del mercado continúa, a pesar de la dureza del ajuste que ya se ha hecho. Los precios de la vivienda han caído un 25% desde su cota máxima, y el inicio de nuevas viviendas y su venta se sitúa en mínimos históricos. Ya son 11 millones los propietarios con una hipoteca que supera el valor de su casa.
A todo ello se añade la recesión, con sus consecuencias sobre el mercado laboral (más de 3,6 millones de puestos de trabajo destruidos), la caída importante en la actividad y las negras expectativas que podrían conducir a una severa depresión.
ESTOS TRES choques se refuerzan mutuamente. De hecho, el origen de la crisis se encuentra en el mercado inmobiliario, con sus negativas repercusiones sobre los balances bancarios. Y su impacto se ha canalizado hacia la economía por el colapso del crédito, que, a su vez, repercute sobre el mercado inmobiliario, impulsando su descenso. Este círculo vicioso es el que intentan quebrar las distintas medidas de Obama. Los casi 800.000 millones de dólares que forman el paquete de impulso fiscal de la nueva Administración americana suponen el 2,5% de su PIB en el periodo 2009–2010, con un tercio del total en recortes fiscales, otro tercio en ayudas a los Estados (para educación y sanidad), ade- más de una mayor inversión para infraestructuras, energía y gastos médicos y educativos. Se estima que el impacto de estas propuestas puede hacer que el PIB de EEUU, hasta finales del 2010, crezca hasta cerca del 3,5%, que se reduzca la tasa de paro unos 2 puntos y que se creen entre 3,5 y 4 millones de empleos.
A este impulso hay que sumar el enorme paquete previsto para estabilizar el sistema financiero y el que se dirige al mercado inmobiliario. De hecho, el plan del Tesoro americano para recuperar el colapso del crédito tiene un contenido más relevante que el destinado a estimular la economía. Se debe tanto a la pretensión de crear las condiciones para permitir fluir otra vez el crédito, como por los recursos que se espera movilizar. La inyección de capital a las instituciones financieras con problemas, los recursos para incentivar el crédito (con un coste entre los 200.000 y el billón de dólares) y los dirigidos a neutralizar los activos tóxicos de la banca (estimados en un billón de dólares) suman una cifra que se acerca a los 2,5 billones.
Finalmente, para sostener el mercado inmobiliario, la Administración de Obama intenta frenar la fuerte tasa de desahucios. Así, para facilitar la refinanciación de hipotecas, se inyectan 200.000 millones en el capital de las grandes hipotecarias Fanny Mae y Freddi Mac, y se añaden otros 75.000 millones para reducir la carga por intereses, hasta el 31% de la renta familiar. El objetivo es evitar que cuatro millones de hogares pierdan su vivienda.
En síntesis, el plan Obama propone una inversión próxima a los 800.000 millones de dólares para activar la economía, otros 300.000 para frenar el deterioro inmobiliario y unos 2,5 billones para estabilizar el sistema financiero. Ese es el verdadero alcance económico de los planes de la Administración que asumió el gobierno de EEUU el pasado 20 de enero. Unas cifras gigantescas, que equivalen al 24% de su PIB.
¿Conseguirá ese amplio conjunto de medidas evitar males mayores? Cabe esperar que, en los próximos trimestres, se note una mejora en la actividad y el empleo. No obstante, los resultados de las políticas inmobiliarias son más complejos de predecir, ya que implican también a quienes tienen un préstamo. Y tampoco hay consenso sobre la idoneidad del plan para el sistema financiero.
SEA CUAL sea el éxito final de estas iniciativas, lo que es seguro es que el aumento de la deuda pública que suponen va a gravitar sobre el crecimiento de los EEUU de la próxima década. Así, de un déficit de 455.000 millones de dólares en el 2008, se estima que en el 2009 ya podrían alcanzarse al menos los 1,6 billones (cerca del 11% del PIB) y otro billón en el 2010. De hecho, el Congreso americano ha elevado el límite de deuda pública hasta los 12 billones de dólares, mientras que se espera que esta alcance un 85% del PIB este año.
Tendremos que estar atentos al impacto que causarán todos estos datos sobre la cotización del dólar y los tipos de interés. Las alzas recientes de ambos indicadores avisan de los temores de los mercados financieros a este creciente déficit. Y los menores excedentes de ahorro de China, Rusia y los países de la OPEP limitan el alcance del endeudamiento exterior de Estados Unidos. Por ello no es extraño que, tras tanto activismo de sus primeros días, la última medida de Obama haya sido convocar una cumbre bipartidista para frenar el incremento de la deuda pública norteamericana. Desear que haya suerte es por su bien, pero también por el nuestro.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
El Congreso americano ha dado luz verde al paquete económico propuesto por el presidente Obama. Y, aunque es de suma importancia, las medidas adoptadas por la nueva Administración de EEUU van mucho más allá del impulso de la actividad a corto plazo: intentan abordar los distintos problemas a los que se enfrenta el país. En primer lugar, porque el país afronta una crisis financiera insólita por su profundidad (la capitalización de la banca ha caído de los 1,4 billones a 400.000 millones de dólares), lo que ha llevado a la insolvencia, o cerca de ella, a grandes entidades. El programa que diseñó la Administración de Bush, que inyectó cerca de 350.000 millones, tuvo resultados mediocres.
Sigue, en segundo término, la pavorosa crisis inmobiliaria. El desplome del mercado continúa, a pesar de la dureza del ajuste que ya se ha hecho. Los precios de la vivienda han caído un 25% desde su cota máxima, y el inicio de nuevas viviendas y su venta se sitúa en mínimos históricos. Ya son 11 millones los propietarios con una hipoteca que supera el valor de su casa.
A todo ello se añade la recesión, con sus consecuencias sobre el mercado laboral (más de 3,6 millones de puestos de trabajo destruidos), la caída importante en la actividad y las negras expectativas que podrían conducir a una severa depresión.
ESTOS TRES choques se refuerzan mutuamente. De hecho, el origen de la crisis se encuentra en el mercado inmobiliario, con sus negativas repercusiones sobre los balances bancarios. Y su impacto se ha canalizado hacia la economía por el colapso del crédito, que, a su vez, repercute sobre el mercado inmobiliario, impulsando su descenso. Este círculo vicioso es el que intentan quebrar las distintas medidas de Obama. Los casi 800.000 millones de dólares que forman el paquete de impulso fiscal de la nueva Administración americana suponen el 2,5% de su PIB en el periodo 2009–2010, con un tercio del total en recortes fiscales, otro tercio en ayudas a los Estados (para educación y sanidad), ade- más de una mayor inversión para infraestructuras, energía y gastos médicos y educativos. Se estima que el impacto de estas propuestas puede hacer que el PIB de EEUU, hasta finales del 2010, crezca hasta cerca del 3,5%, que se reduzca la tasa de paro unos 2 puntos y que se creen entre 3,5 y 4 millones de empleos.
A este impulso hay que sumar el enorme paquete previsto para estabilizar el sistema financiero y el que se dirige al mercado inmobiliario. De hecho, el plan del Tesoro americano para recuperar el colapso del crédito tiene un contenido más relevante que el destinado a estimular la economía. Se debe tanto a la pretensión de crear las condiciones para permitir fluir otra vez el crédito, como por los recursos que se espera movilizar. La inyección de capital a las instituciones financieras con problemas, los recursos para incentivar el crédito (con un coste entre los 200.000 y el billón de dólares) y los dirigidos a neutralizar los activos tóxicos de la banca (estimados en un billón de dólares) suman una cifra que se acerca a los 2,5 billones.
Finalmente, para sostener el mercado inmobiliario, la Administración de Obama intenta frenar la fuerte tasa de desahucios. Así, para facilitar la refinanciación de hipotecas, se inyectan 200.000 millones en el capital de las grandes hipotecarias Fanny Mae y Freddi Mac, y se añaden otros 75.000 millones para reducir la carga por intereses, hasta el 31% de la renta familiar. El objetivo es evitar que cuatro millones de hogares pierdan su vivienda.
En síntesis, el plan Obama propone una inversión próxima a los 800.000 millones de dólares para activar la economía, otros 300.000 para frenar el deterioro inmobiliario y unos 2,5 billones para estabilizar el sistema financiero. Ese es el verdadero alcance económico de los planes de la Administración que asumió el gobierno de EEUU el pasado 20 de enero. Unas cifras gigantescas, que equivalen al 24% de su PIB.
¿Conseguirá ese amplio conjunto de medidas evitar males mayores? Cabe esperar que, en los próximos trimestres, se note una mejora en la actividad y el empleo. No obstante, los resultados de las políticas inmobiliarias son más complejos de predecir, ya que implican también a quienes tienen un préstamo. Y tampoco hay consenso sobre la idoneidad del plan para el sistema financiero.
SEA CUAL sea el éxito final de estas iniciativas, lo que es seguro es que el aumento de la deuda pública que suponen va a gravitar sobre el crecimiento de los EEUU de la próxima década. Así, de un déficit de 455.000 millones de dólares en el 2008, se estima que en el 2009 ya podrían alcanzarse al menos los 1,6 billones (cerca del 11% del PIB) y otro billón en el 2010. De hecho, el Congreso americano ha elevado el límite de deuda pública hasta los 12 billones de dólares, mientras que se espera que esta alcance un 85% del PIB este año.
Tendremos que estar atentos al impacto que causarán todos estos datos sobre la cotización del dólar y los tipos de interés. Las alzas recientes de ambos indicadores avisan de los temores de los mercados financieros a este creciente déficit. Y los menores excedentes de ahorro de China, Rusia y los países de la OPEP limitan el alcance del endeudamiento exterior de Estados Unidos. Por ello no es extraño que, tras tanto activismo de sus primeros días, la última medida de Obama haya sido convocar una cumbre bipartidista para frenar el incremento de la deuda pública norteamericana. Desear que haya suerte es por su bien, pero también por el nuestro.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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