Por PILAR BONET / LUIS PRADOS - Moscú - (El País.com, 01/03/2009)
Dmitri Medvédev, el jefe del Kremlin desde el pasado mayo, es un afable abogado de 44 años, que responde a las preguntas sin alterarse, casi imperturbable comparado con sus antecesores, el susceptible Vladímir Putin y, antes, el desmesurado Borís Yeltsin.
Su presidencia, heredada de Putin, su protector, no ha sido el tránsito del invierno a la primavera. Sobre ella se cierne la tormenta financiera global, convertida ya en crisis económica. El rublo se ha devaluado un 35% y la producción industrial ha caído un 16%. Y en cuestión de meses, puede verse conmocionada por la crisis social que se gesta en las fábricas paralizadas y en el alza del desempleo.
Medvédev está en una encrucijada. La caída de los precios del gas y del petróleo amenaza el contrato social de los años de Putin, esa fórmula de éxito consistente en un Estado autoritario que a cambio de restaurar el orgullo nacional y subir el nivel de vida de los ciudadanos restringía el ejercicio de sus derechos y libertades.
El presidente ruso se distancia del pasado, de Gorbachov, pero sobre todo del desorden de la era Yeltsin, y apuesta por una solución global a una crisis global. La obsesión con la seguridad, el temor al aislamiento y el papel central del Estado, son tradiciones grabadas en el ADN de los dirigentes rusos, pero pese a ello Medvédev reconoce la debilidad de las instituciones y suena sincero cuando insiste en la necesidad de cooperar con el resto del mundo ante amenazas comunes. La visita a España, que inicia mañana, alentada por su amistad con el rey Juan Carlos, es parte de este esfuerzo.
La entrevista con este periódico se celebra en Gorki 9, la dacha del presidente, una residencia al oeste de Moscú, construida en la década de los cuarenta para los dirigentes comunistas y ocupada posteriormente por Yeltsin. A esta zona de bellísimos bosques nevados se llega después de muchos atascos y de cruzar los barrios más lujosos de las afueras de la capital. El ambiente es relajado, tanto que accede a comentar la metáfora que lo presenta como un joven guerrero que todavía debe "matar al león" para convertirse en el gran jefe. Se ríe. "No voy a matar al león porque le tengo el debido respeto, pero si hablamos de las tareas que tenemos que cumplir y usted equipara estas grandes tareas a dar muerte al león, entonces sí trabajaré para conseguir el objetivo: matar al león".
Pregunta. ¿Cree usted que la crisis económica global puede acabar desestabilizando a Rusia?
Respuesta. La crisis siempre crea problemas al hombre de la calle y genera tensión en la sociedad, pero no se puede decir que vaya a cambiar de forma radical la situación en el país. En primer lugar, la Rusia de hoy, su sistema económico y social, se diferencia mucho de la de hace 15 años. Entonces Rusia era débil y había perdido gran parte de su potencial económico. En los últimos años se logró cambiar esa situación, y por eso la crisis actual, a mi juicio, no desestabilizará sustancialmente a la sociedad. Pero debemos vigilar la calidad de vida del ciudadano, no podemos permitir que el nivel de vida en el país descienda al que había en los años 90. Esta es la prioridad del Estado y del Gobierno.
P. Pero, ¿va a resolver la crisis con más democratización o con menos? ¿Apretará las tuercas o al revés?
R. No estoy seguro de que la superación de la crisis esté relacionada con el desarrollo de la democracia. El problema está en otra parte, en la falta de mecanismos económicos normales que permitan superar la crisis sin pérdidas. Claro que es mejor que el Estado tenga las instituciones democráticas que le permitan tomar las decisiones correctas. Recordemos lo que pasaba en los años 30 en EE UU y en otros países, no creo que fueran los mejores ejemplos de democracia. Al contrario, en varios casos los Estados se vieron obligados a apretar las tuercas para superar la crisis. No lo digo porque vayamos a hacer lo mismo en Rusia, sino porque me parece que la superación de la crisis y el desarrollo de las instituciones democráticas son cosas separadas.
P. Hay quien, amparándose en las medidas anticrisis, busca hacer dinero.
R. De este problema he hablado en tres reuniones con la dirección de los órganos del orden público: los servicios de seguridad, el Ministerio del Interior y la fiscalía, y les dije que quienes intentan sacar partido de la crisis cometen un delito socialmente peligroso.
P. En la comunidad internacional hay preocupación con la situación de los derechos humanos en Rusia. En concreto, con los casos de periodistas asesinados que no se han resuelto, como el de Anna Politkóvskaya.
R. En cada país se pueden encontrar casos sobre los que se pueden hacer reproches mutuos sobre la observancia de los derechos humanos básicos, en el plano social, económico... No somos un país ideal. Creo que Rusia en los últimos 17 años ha recorrido un gran camino. ¿Qué derechos humanos podía haber en la URSS? Y hay que decir que España se acuerda bien de un periodo parecido y eso fue hace relativamente poco. Pero ahora la situación aquí es otra, porque nuestra Constitución funciona y garantiza los derechos humanos y libertades cívicas básicas. Hay algunos derechos elementales en los que no se ha tenido éxito, como por ejemplo la defensa del ciudadano ante la delincuencia y la defensa de la propiedad. En 2008 hubo más de 2.000 asesinatos que no han sido esclarecidos. Es una estadística penosa. Así que el perfeccionamiento de instituciones de la Justicia es una tarea que el Estado no puede postergar.
P. ¿Por qué el Kremlin le tiene tanto miedo al pueblo? ¿Por qué la oposición radical recibe siempre una negativa cuando quiere hacer un mitin en la calle? No hablamos de los comunistas, que sí reciben permiso, sino de gente como Kaspárov, los de la Otra Rusia.
R. Yo no sigo las actividades de la oposición radical en el mismo grado que seguramente las siguen ustedes, pero desde mi punto de vista es un grupo pequeño de políticos radicales, empeñados en atraer el interés hacia sí mismos. A juzgar por lo que yo veo y veo mucho, porque entro en las páginas de Internet a menudo, hacen lo que quieren, salen a la calle y gritan que hay que destituir al presidente y al Gobierno. Nadie les cierra la boca. Dicen todo lo que quieren. Pero que no intervengan en la Plaza Roja. La Plaza Roja no es sitio para ellos.
P. Pero si les han detenido en los restaurantes y antes de que pudieran intervenir en la calle.
R. Si ha habido irregularidades, habría que aclararlas. Pero dicen lo que quieren y lo dicen sin tapujos, con un lenguaje proletario directo.
P. En enero hubo una guerra del gas entre Ucrania y Rusia, donde su país perdió dinero y reputación. ¿Qué hará en la próxima crisis con Kiev?
R. En primer lugar, no cerramos el grifo, sino que Ucrania no firmó un acuerdo con nosotros y por eso no teníamos una base jurídica para suministrar el gas. De ahí que se tomara esa decisión tan difícil para nosotros, una decisión que no queríamos y que quisiéramos evitar en el futuro. El resultado fue la firma del acuerdo del 19 de enero, según el cual el suministro de gas a Ucrania se hace a precios de mercado y nuestros socios deben pagar a tiempo. Si esto no se cumple, Ucrania, según el acuerdo, deberá pasar a pagar por anticipado sus suministros. No queremos que se repita la situación anterior, pero si se niegan a pagar, tendremos que hacer algo. A la Comisión Europea le he explicado que si queremos dar garantías a todos, incluidos los consumidores europeos, debemos ayudar a Ucrania, que está al borde del colapso económico. Si vemos que no son capaces de pagar, formemos un consorcio internacional y ayudémosle con dinero. Yo creo que esto sería una salida para todos. He propuesto, además, una nueva versión de la Carta Energética, que no esté unilateralmente dirigida al servicio de los consumidores, aunque estos sean la parte más vulnerable. A veces hay que pensar en el productor y en los países de tránsito. He ordenado a nuestro Gobierno y también a nuestras principales compañías que preparen propuestas al respecto. Pronto se las entregaré a nuestros socios.
P. Cuando la petrolera rusa Lukoil mostró interés en hacerse con un paquete de Repsol, en España fueron evidentes las reticencias. ¿Falta confianza en los socios rusos?
R. Estamos interesados en que haya inversiones españolas en Rusia y que las compañías rusas vayan al mercado español e inviertan allí en los sectores más diversos. Cuanto mayor sea el nivel de inversiones, tanto mayor será el nivel de seguridad en Europa, porque si los países están vinculados por negocios comunes, nunca habrá motivo para conflictos. Sobre Lukoil y Repsol, no voy a entrar en detalles porque se trata de dos compañías privadas. Por lo que sé, era un paquete pequeño, inferior incluso al llamado de control, que no ejercía una influencia sustancial en la toma de decisiones de la compañía. Oí que a algunos esta inversión les gustaba y que otros actuaban de acuerdo con los estereotipos y la lógica del que llegan los rusos y que resultaba peligroso para la independencia del Estado, etcétera. Creo que es una lógica nociva o idiota, llámele como quiera, porque dividir a los inversores en buenos y malos, en correctos e incorrectos, es levantar un nuevo muro de Berlín en la economía.
P. EE UU ha perdido la base de Manás en Kirguizistán, crucial para la OTAN en Afganistán. ¿Puede y quiere Rusia hacer algo para compensar esta pérdida?
R. El cierre de esa base es una decisión soberana de las autoridades de Kirguizistán. Se debió a que la decisión de abrirla había sido para un par de años, pero su presencia se prolongó durante ocho y sobre esto no se habían puesto de acuerdo con EE UU. En cuanto a Afganistán, estamos interesados en activar nuestro trabajo en la región, porque vemos las amenazas de los grupos radicales que existen en Afganistán, Pakistán y otros países. Por lo que sé, el nuevo presidente de EE UU ha incluido esta tarea entre sus prioridades internacionales. Compartimos este enfoque. Y es más, estamos dispuestos a participar en la estabilización de Afganistán, recurriendo a la autoridad de organizaciones internacionales como la Organización de Cooperación de Shanghai (OCSh) [China, Kazajstán, Kirguizistán, Rusia, Tayikistán y Uzbekistán]. Todos estamos interesados en que en Afganistán haya un Estado democrático, civilizado y eficaz. Hemos pensado celebrar una conferencia sobre este tema, probablemente este año.
P. ¿Invitarán a la OTAN?
R. La OCSh bien podría hacerlo. Sus miembros son países fronterizos con Afganistán, los que más sufren del extremismo que allí existe. Toda esa corriente turbia de narcóticos y terroristas nos afecta a nosotros. Por eso vamos a discutir en la conferencia estos temas, pero en vista de que la operación se lleva a cabo en Afganistán, creo que debe haber representantes suyos.
P. Por último, ¿no le parece que el nuevo proceso contra el multimillonario Mijaíl Jodorkovski, acusado ahora de robar miles de millones de euros, aumentará la desconfianza hacia Rusia?
R. El tribunal mostró su intransigencia e independencia en el caso de Politkóvskaya cuando, a pesar de que creo que el asunto no era tan sencillo, pronunció un veredicto absolutorio al afirmar que las pruebas eran insuficientes. Por eso hay que esperar y ver cómo se desarrolla este juicio. No tiene sentido comentar un juicio antes de que haya comenzado. La consistencia de las acusaciones es responsabilidad de la fiscalía; si creen tener suficiente, que lo presenten. Y ya veremos lo que sucede en el juicio.
Dmitri Medvédev, el jefe del Kremlin desde el pasado mayo, es un afable abogado de 44 años, que responde a las preguntas sin alterarse, casi imperturbable comparado con sus antecesores, el susceptible Vladímir Putin y, antes, el desmesurado Borís Yeltsin.
Su presidencia, heredada de Putin, su protector, no ha sido el tránsito del invierno a la primavera. Sobre ella se cierne la tormenta financiera global, convertida ya en crisis económica. El rublo se ha devaluado un 35% y la producción industrial ha caído un 16%. Y en cuestión de meses, puede verse conmocionada por la crisis social que se gesta en las fábricas paralizadas y en el alza del desempleo.
Medvédev está en una encrucijada. La caída de los precios del gas y del petróleo amenaza el contrato social de los años de Putin, esa fórmula de éxito consistente en un Estado autoritario que a cambio de restaurar el orgullo nacional y subir el nivel de vida de los ciudadanos restringía el ejercicio de sus derechos y libertades.
El presidente ruso se distancia del pasado, de Gorbachov, pero sobre todo del desorden de la era Yeltsin, y apuesta por una solución global a una crisis global. La obsesión con la seguridad, el temor al aislamiento y el papel central del Estado, son tradiciones grabadas en el ADN de los dirigentes rusos, pero pese a ello Medvédev reconoce la debilidad de las instituciones y suena sincero cuando insiste en la necesidad de cooperar con el resto del mundo ante amenazas comunes. La visita a España, que inicia mañana, alentada por su amistad con el rey Juan Carlos, es parte de este esfuerzo.
La entrevista con este periódico se celebra en Gorki 9, la dacha del presidente, una residencia al oeste de Moscú, construida en la década de los cuarenta para los dirigentes comunistas y ocupada posteriormente por Yeltsin. A esta zona de bellísimos bosques nevados se llega después de muchos atascos y de cruzar los barrios más lujosos de las afueras de la capital. El ambiente es relajado, tanto que accede a comentar la metáfora que lo presenta como un joven guerrero que todavía debe "matar al león" para convertirse en el gran jefe. Se ríe. "No voy a matar al león porque le tengo el debido respeto, pero si hablamos de las tareas que tenemos que cumplir y usted equipara estas grandes tareas a dar muerte al león, entonces sí trabajaré para conseguir el objetivo: matar al león".
Pregunta. ¿Cree usted que la crisis económica global puede acabar desestabilizando a Rusia?
Respuesta. La crisis siempre crea problemas al hombre de la calle y genera tensión en la sociedad, pero no se puede decir que vaya a cambiar de forma radical la situación en el país. En primer lugar, la Rusia de hoy, su sistema económico y social, se diferencia mucho de la de hace 15 años. Entonces Rusia era débil y había perdido gran parte de su potencial económico. En los últimos años se logró cambiar esa situación, y por eso la crisis actual, a mi juicio, no desestabilizará sustancialmente a la sociedad. Pero debemos vigilar la calidad de vida del ciudadano, no podemos permitir que el nivel de vida en el país descienda al que había en los años 90. Esta es la prioridad del Estado y del Gobierno.
P. Pero, ¿va a resolver la crisis con más democratización o con menos? ¿Apretará las tuercas o al revés?
R. No estoy seguro de que la superación de la crisis esté relacionada con el desarrollo de la democracia. El problema está en otra parte, en la falta de mecanismos económicos normales que permitan superar la crisis sin pérdidas. Claro que es mejor que el Estado tenga las instituciones democráticas que le permitan tomar las decisiones correctas. Recordemos lo que pasaba en los años 30 en EE UU y en otros países, no creo que fueran los mejores ejemplos de democracia. Al contrario, en varios casos los Estados se vieron obligados a apretar las tuercas para superar la crisis. No lo digo porque vayamos a hacer lo mismo en Rusia, sino porque me parece que la superación de la crisis y el desarrollo de las instituciones democráticas son cosas separadas.
P. Hay quien, amparándose en las medidas anticrisis, busca hacer dinero.
R. De este problema he hablado en tres reuniones con la dirección de los órganos del orden público: los servicios de seguridad, el Ministerio del Interior y la fiscalía, y les dije que quienes intentan sacar partido de la crisis cometen un delito socialmente peligroso.
P. En la comunidad internacional hay preocupación con la situación de los derechos humanos en Rusia. En concreto, con los casos de periodistas asesinados que no se han resuelto, como el de Anna Politkóvskaya.
R. En cada país se pueden encontrar casos sobre los que se pueden hacer reproches mutuos sobre la observancia de los derechos humanos básicos, en el plano social, económico... No somos un país ideal. Creo que Rusia en los últimos 17 años ha recorrido un gran camino. ¿Qué derechos humanos podía haber en la URSS? Y hay que decir que España se acuerda bien de un periodo parecido y eso fue hace relativamente poco. Pero ahora la situación aquí es otra, porque nuestra Constitución funciona y garantiza los derechos humanos y libertades cívicas básicas. Hay algunos derechos elementales en los que no se ha tenido éxito, como por ejemplo la defensa del ciudadano ante la delincuencia y la defensa de la propiedad. En 2008 hubo más de 2.000 asesinatos que no han sido esclarecidos. Es una estadística penosa. Así que el perfeccionamiento de instituciones de la Justicia es una tarea que el Estado no puede postergar.
P. ¿Por qué el Kremlin le tiene tanto miedo al pueblo? ¿Por qué la oposición radical recibe siempre una negativa cuando quiere hacer un mitin en la calle? No hablamos de los comunistas, que sí reciben permiso, sino de gente como Kaspárov, los de la Otra Rusia.
R. Yo no sigo las actividades de la oposición radical en el mismo grado que seguramente las siguen ustedes, pero desde mi punto de vista es un grupo pequeño de políticos radicales, empeñados en atraer el interés hacia sí mismos. A juzgar por lo que yo veo y veo mucho, porque entro en las páginas de Internet a menudo, hacen lo que quieren, salen a la calle y gritan que hay que destituir al presidente y al Gobierno. Nadie les cierra la boca. Dicen todo lo que quieren. Pero que no intervengan en la Plaza Roja. La Plaza Roja no es sitio para ellos.
P. Pero si les han detenido en los restaurantes y antes de que pudieran intervenir en la calle.
R. Si ha habido irregularidades, habría que aclararlas. Pero dicen lo que quieren y lo dicen sin tapujos, con un lenguaje proletario directo.
P. En enero hubo una guerra del gas entre Ucrania y Rusia, donde su país perdió dinero y reputación. ¿Qué hará en la próxima crisis con Kiev?
R. En primer lugar, no cerramos el grifo, sino que Ucrania no firmó un acuerdo con nosotros y por eso no teníamos una base jurídica para suministrar el gas. De ahí que se tomara esa decisión tan difícil para nosotros, una decisión que no queríamos y que quisiéramos evitar en el futuro. El resultado fue la firma del acuerdo del 19 de enero, según el cual el suministro de gas a Ucrania se hace a precios de mercado y nuestros socios deben pagar a tiempo. Si esto no se cumple, Ucrania, según el acuerdo, deberá pasar a pagar por anticipado sus suministros. No queremos que se repita la situación anterior, pero si se niegan a pagar, tendremos que hacer algo. A la Comisión Europea le he explicado que si queremos dar garantías a todos, incluidos los consumidores europeos, debemos ayudar a Ucrania, que está al borde del colapso económico. Si vemos que no son capaces de pagar, formemos un consorcio internacional y ayudémosle con dinero. Yo creo que esto sería una salida para todos. He propuesto, además, una nueva versión de la Carta Energética, que no esté unilateralmente dirigida al servicio de los consumidores, aunque estos sean la parte más vulnerable. A veces hay que pensar en el productor y en los países de tránsito. He ordenado a nuestro Gobierno y también a nuestras principales compañías que preparen propuestas al respecto. Pronto se las entregaré a nuestros socios.
P. Cuando la petrolera rusa Lukoil mostró interés en hacerse con un paquete de Repsol, en España fueron evidentes las reticencias. ¿Falta confianza en los socios rusos?
R. Estamos interesados en que haya inversiones españolas en Rusia y que las compañías rusas vayan al mercado español e inviertan allí en los sectores más diversos. Cuanto mayor sea el nivel de inversiones, tanto mayor será el nivel de seguridad en Europa, porque si los países están vinculados por negocios comunes, nunca habrá motivo para conflictos. Sobre Lukoil y Repsol, no voy a entrar en detalles porque se trata de dos compañías privadas. Por lo que sé, era un paquete pequeño, inferior incluso al llamado de control, que no ejercía una influencia sustancial en la toma de decisiones de la compañía. Oí que a algunos esta inversión les gustaba y que otros actuaban de acuerdo con los estereotipos y la lógica del que llegan los rusos y que resultaba peligroso para la independencia del Estado, etcétera. Creo que es una lógica nociva o idiota, llámele como quiera, porque dividir a los inversores en buenos y malos, en correctos e incorrectos, es levantar un nuevo muro de Berlín en la economía.
P. EE UU ha perdido la base de Manás en Kirguizistán, crucial para la OTAN en Afganistán. ¿Puede y quiere Rusia hacer algo para compensar esta pérdida?
R. El cierre de esa base es una decisión soberana de las autoridades de Kirguizistán. Se debió a que la decisión de abrirla había sido para un par de años, pero su presencia se prolongó durante ocho y sobre esto no se habían puesto de acuerdo con EE UU. En cuanto a Afganistán, estamos interesados en activar nuestro trabajo en la región, porque vemos las amenazas de los grupos radicales que existen en Afganistán, Pakistán y otros países. Por lo que sé, el nuevo presidente de EE UU ha incluido esta tarea entre sus prioridades internacionales. Compartimos este enfoque. Y es más, estamos dispuestos a participar en la estabilización de Afganistán, recurriendo a la autoridad de organizaciones internacionales como la Organización de Cooperación de Shanghai (OCSh) [China, Kazajstán, Kirguizistán, Rusia, Tayikistán y Uzbekistán]. Todos estamos interesados en que en Afganistán haya un Estado democrático, civilizado y eficaz. Hemos pensado celebrar una conferencia sobre este tema, probablemente este año.
P. ¿Invitarán a la OTAN?
R. La OCSh bien podría hacerlo. Sus miembros son países fronterizos con Afganistán, los que más sufren del extremismo que allí existe. Toda esa corriente turbia de narcóticos y terroristas nos afecta a nosotros. Por eso vamos a discutir en la conferencia estos temas, pero en vista de que la operación se lleva a cabo en Afganistán, creo que debe haber representantes suyos.
P. Por último, ¿no le parece que el nuevo proceso contra el multimillonario Mijaíl Jodorkovski, acusado ahora de robar miles de millones de euros, aumentará la desconfianza hacia Rusia?
R. El tribunal mostró su intransigencia e independencia en el caso de Politkóvskaya cuando, a pesar de que creo que el asunto no era tan sencillo, pronunció un veredicto absolutorio al afirmar que las pruebas eran insuficientes. Por eso hay que esperar y ver cómo se desarrolla este juicio. No tiene sentido comentar un juicio antes de que haya comenzado. La consistencia de las acusaciones es responsabilidad de la fiscalía; si creen tener suficiente, que lo presenten. Y ya veremos lo que sucede en el juicio.
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