Por Mariano Aguirre, director del Norwegian Peacebuilding Centre, Oslo (EL CORREO DIGITAL, 23/02/09):
Estados Unidos y los aliados de la OTAN están discutiendo nuevas forma de ocuparse de Afganistán. Washington ha anunciado que aumentará en 30.000 efectivos su presencia en ese país, pero casi nadie confía en que haya una solución solamente militar. Al mismo tiempo, en Europa se espera que Estados Unidos pida en breve un mayor compromiso con efectivos.
Siete años después de que Washington desplazara a los talibanes del poder y de que comenzara la iniciativa internacional para la reconstrucción del país, hay una opinión generalizada en medios de la Alianza Atlántica de que las políticas aplicadas, tanto en el terreno civil como en el militar, no han sido adecuadas y que es necesario revisar la estrategia futura.
Por un lado se discute poner más énfasis en el desarrollo y la denominada ‘afganización’, es decir, consolidar el poder del gobierno local. Por otro, hay cada vez más apertura a entablar negociaciones con algunos de los grupos insurgentes. Al mismo tiempo, se considera que no es posible encontrar una solución para Afganistán mientras no se adopte una perspectiva regional que empiece por Pakistán, pero incluya también a India y, en el medio plazo, a Irán, China y Rusia.
También en Afganistán hay una creciente sensación de malestar por verse incluidos durante años en la ‘guerra contra el terror’ del Gobierno de George W. Bush. Esto ha originado un fuerte rechazo hacia una intervención extranjera que en demasiadas ocasiones ha empleado la violencia de forma indiscriminada con la población, además del uso de la tortura. Un reciente informe de Naciones Unidas indica que las fuerzas del Gobierno y las extranjeras mataron a 828 personas en 2008, la mayor parte en ataques aéreos. Por su parte, los talibanes se cobraron 1.290 víctimas.
Un problema muy grave es la creciente deslegitimación, dentro y fuera, que tiene el presidente Hamid Karzai. Después de haber disfrutado un largo período de apoyo por parte de Estados Unidos y los donantes internacionales, Karzai es visto ahora como parte del problema debido a la inmensa corrupción que ha consentido, al igual que a la falta de decisión para adoptar medidas que confirmen su poder, y a su política de hacer pactos con líderes regionales o ’señores de la guerra’. A la vez, el presidente censura a la OTAN por los bombardeos que afectan a la población civil y las críticas a su gestión, que considera injustas.
Desde hace algunos años, el Gobierno de Karzai sólo controla Kabul y alrededores. La policía afgana es ineficaz y lenta, y el sistema judicial, ineficiente. En una conferencia reciente en Oslo, el ex representante especial de las Naciones Unidas para Afganistán, Lakhdar Brahimi, resumió la situación indicando que el país está asolado por «el narcotráfico, la corrupción, la erosión de la confianza, la inestabilidad, la violencia y una economía criminal».
Según Brahimi, se cometieron muchos errores desde 2001, entre otros, no haber dialogado entonces con los talibanes en vez de solamente expulsarlos del poder; no haber aumentado el número de tropas internacionales de la International Security Assistance Force (ISAF) para que controlaran el conjunto del territorio en vez de restringirse sólo a Kabul; haber dejado fuera de toda negociación a Pakistán cuando por razones geográficas, étnicas e históricas pueden ser considerados una sola entidad; y haber dejado que EE UU concentrara su esfuerzo en la operación Enduring Freedom para perseguir a Al-Qaida en vez de prestar más recursos a ISAF.
Estos errores se ampliaron con la estrategia de la OTAN de los Provincial Reconstruction Team (Equipos de Reconstrucción Provincial), que le quitan capacidad al Gobierno de Karzai. A su vez, los fondos comprometidos por la comunidad internacional no han sido entregados en su totalidad. Para Brahimi, además, no hay una estrategia sino múltiples estrategias extranjeras hacia Afganistán, y ésa es una de las principales equivocaciones.
El Gobierno de Barack Obama ha designado al diplomático Richard Holbrooke como enviado especial para Afganistán y Pakistán. Al mismo tiempo, el general David Petraeus, considerado el artífice de la mejorada situación de seguridad en Irak, está definiendo una nueva estrategia diplomática y militar, que combine un mayor control del territorio con una perspectiva regional. Holbrooke anunció días atrás que el proceso será muy largo y que Afganistán está muy lejos de un acuerdo de paz estilo Dayton, como el que negoció en los Balcanes en los años noventa. En su estrategia diplomática, Pakistán es el primer país clave.
Los grupos insurgentes afganos tienen la zona sur de Pakistán como retaguardia. Asimismo, la ciudad de Quetta, capital de Baluchistán, por ejemplo, es una fuente de dinero y armas para los talibanes, según informes de la inteligencia de Estados Unidos citados por ‘The New York Times’.
El problema es que parte del servicio de inteligencia y de las fuerzas armadas paquistaníes han visto a los talibanes con cierta simpatía ideológica y como instrumento para controlar Afganistán por razones geoestratégicas. Por lo tanto, estos elementos les han dado apoyo durante años para tener peso en Afganistán con el fin de que este país no caiga bajo la influencia de India.
El acercamiento de EE UU a India en los últimos años, y en particular la firma de un acuerdo sobre material nuclear entre estos países ha acrecentado el sentimiento de los militares paquistaníes en contra de Washington. El ex representante especial Brahimi considera que la presencia militar es imprescindible, pero que es preciso encontrar una ‘ecuación diplomática’ que incluya a los talibanes, ofreciéndoles una salida para la integración en la vida política, y una negociación regional. Y todo esto debería hacerse en el marco de las Naciones Unidas.
Para Washington y los aliados de la OTAN, el problema es que Afganistán se puede convertir en un nuevo Vietnam, que absorba cada vez más tropas, se ganen las batallas tácticas pero no se alcance una victoria estratégica, al tiempo que las opiniones públicas de cada país se vuelvan crecientemente contrarias a participar en esa guerra.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Estados Unidos y los aliados de la OTAN están discutiendo nuevas forma de ocuparse de Afganistán. Washington ha anunciado que aumentará en 30.000 efectivos su presencia en ese país, pero casi nadie confía en que haya una solución solamente militar. Al mismo tiempo, en Europa se espera que Estados Unidos pida en breve un mayor compromiso con efectivos.
Siete años después de que Washington desplazara a los talibanes del poder y de que comenzara la iniciativa internacional para la reconstrucción del país, hay una opinión generalizada en medios de la Alianza Atlántica de que las políticas aplicadas, tanto en el terreno civil como en el militar, no han sido adecuadas y que es necesario revisar la estrategia futura.
Por un lado se discute poner más énfasis en el desarrollo y la denominada ‘afganización’, es decir, consolidar el poder del gobierno local. Por otro, hay cada vez más apertura a entablar negociaciones con algunos de los grupos insurgentes. Al mismo tiempo, se considera que no es posible encontrar una solución para Afganistán mientras no se adopte una perspectiva regional que empiece por Pakistán, pero incluya también a India y, en el medio plazo, a Irán, China y Rusia.
También en Afganistán hay una creciente sensación de malestar por verse incluidos durante años en la ‘guerra contra el terror’ del Gobierno de George W. Bush. Esto ha originado un fuerte rechazo hacia una intervención extranjera que en demasiadas ocasiones ha empleado la violencia de forma indiscriminada con la población, además del uso de la tortura. Un reciente informe de Naciones Unidas indica que las fuerzas del Gobierno y las extranjeras mataron a 828 personas en 2008, la mayor parte en ataques aéreos. Por su parte, los talibanes se cobraron 1.290 víctimas.
Un problema muy grave es la creciente deslegitimación, dentro y fuera, que tiene el presidente Hamid Karzai. Después de haber disfrutado un largo período de apoyo por parte de Estados Unidos y los donantes internacionales, Karzai es visto ahora como parte del problema debido a la inmensa corrupción que ha consentido, al igual que a la falta de decisión para adoptar medidas que confirmen su poder, y a su política de hacer pactos con líderes regionales o ’señores de la guerra’. A la vez, el presidente censura a la OTAN por los bombardeos que afectan a la población civil y las críticas a su gestión, que considera injustas.
Desde hace algunos años, el Gobierno de Karzai sólo controla Kabul y alrededores. La policía afgana es ineficaz y lenta, y el sistema judicial, ineficiente. En una conferencia reciente en Oslo, el ex representante especial de las Naciones Unidas para Afganistán, Lakhdar Brahimi, resumió la situación indicando que el país está asolado por «el narcotráfico, la corrupción, la erosión de la confianza, la inestabilidad, la violencia y una economía criminal».
Según Brahimi, se cometieron muchos errores desde 2001, entre otros, no haber dialogado entonces con los talibanes en vez de solamente expulsarlos del poder; no haber aumentado el número de tropas internacionales de la International Security Assistance Force (ISAF) para que controlaran el conjunto del territorio en vez de restringirse sólo a Kabul; haber dejado fuera de toda negociación a Pakistán cuando por razones geográficas, étnicas e históricas pueden ser considerados una sola entidad; y haber dejado que EE UU concentrara su esfuerzo en la operación Enduring Freedom para perseguir a Al-Qaida en vez de prestar más recursos a ISAF.
Estos errores se ampliaron con la estrategia de la OTAN de los Provincial Reconstruction Team (Equipos de Reconstrucción Provincial), que le quitan capacidad al Gobierno de Karzai. A su vez, los fondos comprometidos por la comunidad internacional no han sido entregados en su totalidad. Para Brahimi, además, no hay una estrategia sino múltiples estrategias extranjeras hacia Afganistán, y ésa es una de las principales equivocaciones.
El Gobierno de Barack Obama ha designado al diplomático Richard Holbrooke como enviado especial para Afganistán y Pakistán. Al mismo tiempo, el general David Petraeus, considerado el artífice de la mejorada situación de seguridad en Irak, está definiendo una nueva estrategia diplomática y militar, que combine un mayor control del territorio con una perspectiva regional. Holbrooke anunció días atrás que el proceso será muy largo y que Afganistán está muy lejos de un acuerdo de paz estilo Dayton, como el que negoció en los Balcanes en los años noventa. En su estrategia diplomática, Pakistán es el primer país clave.
Los grupos insurgentes afganos tienen la zona sur de Pakistán como retaguardia. Asimismo, la ciudad de Quetta, capital de Baluchistán, por ejemplo, es una fuente de dinero y armas para los talibanes, según informes de la inteligencia de Estados Unidos citados por ‘The New York Times’.
El problema es que parte del servicio de inteligencia y de las fuerzas armadas paquistaníes han visto a los talibanes con cierta simpatía ideológica y como instrumento para controlar Afganistán por razones geoestratégicas. Por lo tanto, estos elementos les han dado apoyo durante años para tener peso en Afganistán con el fin de que este país no caiga bajo la influencia de India.
El acercamiento de EE UU a India en los últimos años, y en particular la firma de un acuerdo sobre material nuclear entre estos países ha acrecentado el sentimiento de los militares paquistaníes en contra de Washington. El ex representante especial Brahimi considera que la presencia militar es imprescindible, pero que es preciso encontrar una ‘ecuación diplomática’ que incluya a los talibanes, ofreciéndoles una salida para la integración en la vida política, y una negociación regional. Y todo esto debería hacerse en el marco de las Naciones Unidas.
Para Washington y los aliados de la OTAN, el problema es que Afganistán se puede convertir en un nuevo Vietnam, que absorba cada vez más tropas, se ganen las batallas tácticas pero no se alcance una victoria estratégica, al tiempo que las opiniones públicas de cada país se vuelvan crecientemente contrarias a participar en esa guerra.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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