Por Antonio Elorza, catedrático de Ciencia Política (EL PAÍS, 27/02/09):
Tanto en el caso de la Roma clásica como en las ciudades-república de la Italia medieval, el factor que provocó la degeneración de las instituciones republicanas fue la conversión de magistraturas sometidas a límites temporales muy estrictos en magistraturas ejercidas indefinidamente, incluso de modo vitalicio. El armazón institucional permanecía; su contenido pasaba a ser un poder personal. No es casual que fuera la extensión de la “dictadura”, en principio semestral, por Sila y por César, lo que diera lugar tanto al cambio semántico como a la naturaleza de los nuevos regímenes centrados en el ejercicio individual del poder. El tránsito de las repúblicas urbanas a las señorías en el siglo XIII, con la entrada en escena del signore permanente, en otro marco histórico, reproduce la deriva autoritaria.
Porque ese señor permanente, aun cuando subsistan las instituciones democráticas, dispondrá de los medios para someter el funcionamiento de las mismas a su voluntad, desfigurándolas. Es lo que convierte en extremadamente peligroso el resultado del referéndum ganado por Hugo Chávez. Sus turiferarios recuerdan que las futuras elecciones siguen ahí y que él se ha impuesto en un proceso democrático. Pero eso significa olvidar que el episodio se sitúa en el marco de un proyecto de poder personal archiproclamado por el propio líder venezolano, una revolución “socialista” ya confirmada a su juicio hasta el año 2019, y que parte de la formulación torticera creada para eliminar el precedente resultado desfavorable del referéndum de 2007. Es decir, si un resultado no le conviene a Chávez, se repetirá la consulta hasta que gane y se estreche cada vez más el cerco a la libertad. Curioso respeto a la democracia.
El caos de su política económica no le preocupa. Le basta con declarar la bondad del proyecto populista radical, personificado en él y ennoblecido con la etiqueta de socialismo, y con denostar y aplastar progresivamente a los opositores. El gorila ilustrado que nos describe Enrique Krauze en El poder y el delirio exhibe aquí esa primera condición. Sabe que mientras se sostenga la política asistencial en vigor, y domine en los medios, podrá seguir adelante hasta la eliminación del pluralismo. Conviene recordar que la construcción del totalitarismo fascista no fue en su primer modelo, el italiano, el resultado de un vuelco súbito sino el resultado de un largo proceso de eliminación de libertades e instituciones representativas que, según Emilio Gentile, llega a los años 30. Chávez sigue esa vía hacia su encuentro con el papel soñado de nuevo Fidel Castro que ahora guía a todo un continente.
La cuestión es entonces qué hacer desde planteamientos democráticos cuando la democracia es arruinada de modo irreversible. Pensaba en ello cuando esta misma semana presenté la primera edición española por B. Pendás del clásico de la oposición al poder despótico, el Vyndiciae contra tyrannos: el ejercicio del derecho de resistencia recupera su necesidad.
Hace unos años, el último residuo dictatorial era el castrismo. Ahora su precaria supervivencia resulta garantizada por la tutela chavista, y se perfilan otras sombras, además justificadas por el carácter oligárquico de los regímenes democráticos que parecieron asentarse en el último cuarto del siglo XX. Si hoy Evo Morales, con su nueva Constitución, parte en dos la nación boliviana haciéndola recaer sobre la mayoría indígena y marginando a los criollos, vistos como herederos de la opresión colonial, hasta su llegada al Gobierno y durante dos siglos la jerarquía de poder fue la inversa. En otras circunstancias, la exigencia de cambio resultaba asimismo bien explicable en Ecuador. Pero eso no exime del riesgo de autoritarismo que también despunta en Nicaragua, con Daniel Ortega en busca de su perpetuación como presidente, conjugando el fraude electoral (municipales de 2008), las políticas asistenciales y la persecución del aborto.
Frente a las conmociones externas, Javier Pradera habló alguna vez de “la Europa-balneario”. Desde el ángulo de la democracia, eso parecía gracias a las transformaciones políticas del último cuarto del novecientos: caída de las dictaduras en la Europa del sur, desplome del totalitarismo comunista. Las expectativas favorables empezaron a nublarse con el nuevo autoritarismo de Putin, otro que busca perpetuarse. Ahora el riesgo de un eclipse de la democracia reaparece en Italia. La resistible ascensión de Silvio Berlusconi ha culminado en una situación radicalmente nueva: la perversión del sistema democrático por su subordinación a una trama de poder que destruye el espíritu de las instituciones, consagra la corrupción hecha Gobierno y sume en la impotencia a la oposición. Todo ello logrado merced a la hegemonía del poder de los medios controlados por un líder, atento sólo al dominio del mercado político y carente de escrúpulos. En el trágico episodio de la muerte de Eluana, no le importó al ateo Berlusconi aliarse con el clericalismo vaticano. Sólo el fallecimiento de la joven evitó que de paso lograra la autorización para gobernar a voluntad con decretos-leyes saltándose el Parlamento con la excusa de la urgencia. Dejó claro que en Italia, por encima de su pésima gestión económica, el poder es todo suyo. Las elecciones en Cerdeña le han dado la razón y consagrado el hundimiento de la izquierda. Las formas democráticas perviven.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Tanto en el caso de la Roma clásica como en las ciudades-república de la Italia medieval, el factor que provocó la degeneración de las instituciones republicanas fue la conversión de magistraturas sometidas a límites temporales muy estrictos en magistraturas ejercidas indefinidamente, incluso de modo vitalicio. El armazón institucional permanecía; su contenido pasaba a ser un poder personal. No es casual que fuera la extensión de la “dictadura”, en principio semestral, por Sila y por César, lo que diera lugar tanto al cambio semántico como a la naturaleza de los nuevos regímenes centrados en el ejercicio individual del poder. El tránsito de las repúblicas urbanas a las señorías en el siglo XIII, con la entrada en escena del signore permanente, en otro marco histórico, reproduce la deriva autoritaria.
Porque ese señor permanente, aun cuando subsistan las instituciones democráticas, dispondrá de los medios para someter el funcionamiento de las mismas a su voluntad, desfigurándolas. Es lo que convierte en extremadamente peligroso el resultado del referéndum ganado por Hugo Chávez. Sus turiferarios recuerdan que las futuras elecciones siguen ahí y que él se ha impuesto en un proceso democrático. Pero eso significa olvidar que el episodio se sitúa en el marco de un proyecto de poder personal archiproclamado por el propio líder venezolano, una revolución “socialista” ya confirmada a su juicio hasta el año 2019, y que parte de la formulación torticera creada para eliminar el precedente resultado desfavorable del referéndum de 2007. Es decir, si un resultado no le conviene a Chávez, se repetirá la consulta hasta que gane y se estreche cada vez más el cerco a la libertad. Curioso respeto a la democracia.
El caos de su política económica no le preocupa. Le basta con declarar la bondad del proyecto populista radical, personificado en él y ennoblecido con la etiqueta de socialismo, y con denostar y aplastar progresivamente a los opositores. El gorila ilustrado que nos describe Enrique Krauze en El poder y el delirio exhibe aquí esa primera condición. Sabe que mientras se sostenga la política asistencial en vigor, y domine en los medios, podrá seguir adelante hasta la eliminación del pluralismo. Conviene recordar que la construcción del totalitarismo fascista no fue en su primer modelo, el italiano, el resultado de un vuelco súbito sino el resultado de un largo proceso de eliminación de libertades e instituciones representativas que, según Emilio Gentile, llega a los años 30. Chávez sigue esa vía hacia su encuentro con el papel soñado de nuevo Fidel Castro que ahora guía a todo un continente.
La cuestión es entonces qué hacer desde planteamientos democráticos cuando la democracia es arruinada de modo irreversible. Pensaba en ello cuando esta misma semana presenté la primera edición española por B. Pendás del clásico de la oposición al poder despótico, el Vyndiciae contra tyrannos: el ejercicio del derecho de resistencia recupera su necesidad.
Hace unos años, el último residuo dictatorial era el castrismo. Ahora su precaria supervivencia resulta garantizada por la tutela chavista, y se perfilan otras sombras, además justificadas por el carácter oligárquico de los regímenes democráticos que parecieron asentarse en el último cuarto del siglo XX. Si hoy Evo Morales, con su nueva Constitución, parte en dos la nación boliviana haciéndola recaer sobre la mayoría indígena y marginando a los criollos, vistos como herederos de la opresión colonial, hasta su llegada al Gobierno y durante dos siglos la jerarquía de poder fue la inversa. En otras circunstancias, la exigencia de cambio resultaba asimismo bien explicable en Ecuador. Pero eso no exime del riesgo de autoritarismo que también despunta en Nicaragua, con Daniel Ortega en busca de su perpetuación como presidente, conjugando el fraude electoral (municipales de 2008), las políticas asistenciales y la persecución del aborto.
Frente a las conmociones externas, Javier Pradera habló alguna vez de “la Europa-balneario”. Desde el ángulo de la democracia, eso parecía gracias a las transformaciones políticas del último cuarto del novecientos: caída de las dictaduras en la Europa del sur, desplome del totalitarismo comunista. Las expectativas favorables empezaron a nublarse con el nuevo autoritarismo de Putin, otro que busca perpetuarse. Ahora el riesgo de un eclipse de la democracia reaparece en Italia. La resistible ascensión de Silvio Berlusconi ha culminado en una situación radicalmente nueva: la perversión del sistema democrático por su subordinación a una trama de poder que destruye el espíritu de las instituciones, consagra la corrupción hecha Gobierno y sume en la impotencia a la oposición. Todo ello logrado merced a la hegemonía del poder de los medios controlados por un líder, atento sólo al dominio del mercado político y carente de escrúpulos. En el trágico episodio de la muerte de Eluana, no le importó al ateo Berlusconi aliarse con el clericalismo vaticano. Sólo el fallecimiento de la joven evitó que de paso lograra la autorización para gobernar a voluntad con decretos-leyes saltándose el Parlamento con la excusa de la urgencia. Dejó claro que en Italia, por encima de su pésima gestión económica, el poder es todo suyo. Las elecciones en Cerdeña le han dado la razón y consagrado el hundimiento de la izquierda. Las formas democráticas perviven.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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