Por Eugenio Trías (ABC, 28/02/09):
Uno de los acontecimientos musicales más interesantes de este año en Madrid tiene lugar en la programación de Musicadhoy 2009, dirigida por Xavier Güell, y consagrada a un músico italiano todavía poco conocido, Giacinto Scelsi, Conde de Ayala-Valva, cuya vida se prolongó a través de todo el siglo XX (1905-1988). El ciclo se titula El universo Scelsi.
En vida fue sencillamente ignorado y hasta despreciado por el club de la música contemporánea, por utilizar la apropiada expresión de Tomás Marco. Murió sin haber recibido el reconocimiento que su obra merecía. Se hizo verdad una vez más que la época de la información y la comunicación es también la que hace posible que se produzcan, en ocasiones, las más llamativas carencias de reconocimiento de lo que es valioso. La nascita del Verbo, la obra más ambiciosa del compositor, compuesta entre 1946-1948, en la que esperaba al fin la síntesis de sus incursiones en el continente de la modernidad, quedó lamentablemente fallida. Giacinto Scelsi lo advirtió muy pronto, con amargura y desesperación.Ese fracaso mordió en el ánimo de Scelsi hasta el extremo de que tuvo que recluirse en una casa de salud, en Suiza. Confiesa que estuvo a un paso de seguir el camino de Robert Schumann. No tomó esa trágica, terrible, definitiva decisión. No consumó el más grande y grave de todos los sacrificios imaginables, la ofrenda de la propia vida.
Los médicos le decían a Giacinto Scelsi: «Usted en parte no ha nacido, sólo la mitad de usted ha venido al mundo». Una lucecita de sonido le mantenía en el ser. En este tiempo de peligrosa turbación insistió en el mismo procedimiento que en su infancia había ya probado. Siempre -dice Giacinto Scelsi- hay en todo sanatorio un piano olvidado, antiguo, en desuso.
Desde que lo descubrió, insistió en lo que ya había ensayado en su primera infancia: se ejercitaba en tocar una sola nota. Siempre una sola nota. De este sencillo modo mantenía vivo el hilo conductor de su aventura musical incluso en una circunstancia tan penosa. A partir de cuatro años de descensus ad inferos, logra el compositor, poco a poco, re-nacer. Vuelve al ser tras su visita a la casa de salud, en la cual tan sólo la nota única repetida en el piano le salvó de la pura y total esterilidad creadora (y acaso también de la locura).
En el período creador más importante de este músico, a partir de 1959, logrará la proeza de componer una pieza musical en cuatro movimientos cada uno de los cuales se ciñe a una única nota musical (asistida y enriquecida por micro-tonalidades, y por toda suerte de modificaciones de velocidad, intensidad y densidad instrumental). La nota se convierte de pronto en un ser vivo, o en un pequeño mundo sonoro.
La música necesita, en circunstancias cruciales, reencontrarse con su sustento natural, el sonido. Es preciso comprender que el sonido -como dice Giacinto Scelsi- puede existir sin el arte musical, pero éste debe asumir siempre las características -físicas, materiales- del sonido. Deben dejarse de lado consideraciones historicistas sobre el material musical, o modos externos y extrínsecos de acercarse a la materia sonora.
Es un error creer, como se dice a veces, que el procedimiento musical de este creador es intuitivo. Se afirma esto como prueba de escaso rigor formal, por mucho que se diga con empatía. Lo que sorprende de la música de Giacinto Scelsi a partir de las Quatro pezzi (per una sola nota), es su clara conciencia reflexiva. Una vez consumado ese tour de force -la sinfonía en cuatro movimientos, cada uno de ellos centrado en una única nota- no repetirá la proeza, pero siempre, a partir de entonces, se hallará continuamente connotada.
Con gran sentido del arte musical quedará incorporado el procedimiento como el principal pensamiento musical, o la más específica propuesta musical que guía a este compositor. El sonido, en todo caso, es considerado del mismo modo en las obras que siguen a las Quatro pezzi: como un organismo viviente de naturaleza cósmica. Pero el sonido admite una doble caracterización, que es fundamental tener en cuenta.
Cuanto más se concentra el método en el sonido uno y único, más se esparce su fragancia sonora a través de la materia tímbrica. Eso da a esta música una cualidad material -o matérica, como suele decirse- que la hace inconfundible. Siempre se halla bordeando el frágil límite entre el sonido y el ruido. Pero siempre logra rescatarse de toda confusión al prevalecer el tonus que «entona» la pieza.
La ilusión de la música consiste en creerla cartesiana: como si solo la verticalidad espacial de las alturas y la horizontalidad lineal de las duraciones alojasen, a modo de bisectriz, la totalidad del evento sonoro.
Pero eso implica una tremenda amputación que Scelsi ha sabido comprender en sus aforismos, sus definiciones y su música. Se deja de lado la dimensión más sorprendente del sonido, su profundidad. El sonido tiene altura y duración; también profundidad. Dice Scelsi que el sonido es esférico, y que es un error concebirlo, al modo cartesiano, como la bisectriz entre la altura y la duración. En la esfera del sonido se aloja aquello que confiere profundidad de campo al sonido: las microtonalidades que acompañan, como una orla necesaria, a cada tonalidad que se elige, y que dotan a éste de carácter de organismo viviente, o de microcosmos. El músico es el artista capaz de situarse en el centro mismo de esa esfera del sonido.
La más interesante de todas sus innovaciones, con la que pretende conseguir estos objetivos, es también, como a veces sucede, la novedad que mayor incomprensión, equívoco y absurdo ha generado: su facultad chamánica por entrar en trance a través de la improvisación -una improvisación en laboratorio, en estudio cerrado, en cierto modo clandestina- y a través de un procedimiento que cuestiona la escritura musical.
Improvisaba al tiempo que un grupo de amanuenses transcribían en el pentagrama lo que, por otra parte, era siempre grabado. Improvisaba al piano acompañado de un sintetizador arcaico que le permitía incorporar micro-tonalidades, glissandi, vibratos.
Uno de los escribanos, también músico (Vieri Tossati) no tardó, tras la muerte de Scelsi, en proclamarse el verdadero autor de las obras en que había participado (Scelsi c´est moi). Pero el simple cotejo de su obra y la transcrita evitó cualquier equívoco. El escándalo nuevamente redundó en que el ejército de enemigos de Scelsi redoblara su inquina a esta música tan innovadora y que podía cuestionar muchas ideas musicales.
Hoy por fortuna todos estos asuntos quedan anegados en el gozo que la audición de esta música provoca. Y que justamente ahora suena fresca, cercana, contemporánea. Y cuya principal proeza ha sido restituir el Ton (tonus, tono) en un sentido radicalmente distinto de su tratamiento tradicional o serial: como si constituyese un ser vivo que debe ser asistido, y cuya forma dimana de su propia peculiaridad de auténtico microcosmos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Uno de los acontecimientos musicales más interesantes de este año en Madrid tiene lugar en la programación de Musicadhoy 2009, dirigida por Xavier Güell, y consagrada a un músico italiano todavía poco conocido, Giacinto Scelsi, Conde de Ayala-Valva, cuya vida se prolongó a través de todo el siglo XX (1905-1988). El ciclo se titula El universo Scelsi.
En vida fue sencillamente ignorado y hasta despreciado por el club de la música contemporánea, por utilizar la apropiada expresión de Tomás Marco. Murió sin haber recibido el reconocimiento que su obra merecía. Se hizo verdad una vez más que la época de la información y la comunicación es también la que hace posible que se produzcan, en ocasiones, las más llamativas carencias de reconocimiento de lo que es valioso. La nascita del Verbo, la obra más ambiciosa del compositor, compuesta entre 1946-1948, en la que esperaba al fin la síntesis de sus incursiones en el continente de la modernidad, quedó lamentablemente fallida. Giacinto Scelsi lo advirtió muy pronto, con amargura y desesperación.Ese fracaso mordió en el ánimo de Scelsi hasta el extremo de que tuvo que recluirse en una casa de salud, en Suiza. Confiesa que estuvo a un paso de seguir el camino de Robert Schumann. No tomó esa trágica, terrible, definitiva decisión. No consumó el más grande y grave de todos los sacrificios imaginables, la ofrenda de la propia vida.
Los médicos le decían a Giacinto Scelsi: «Usted en parte no ha nacido, sólo la mitad de usted ha venido al mundo». Una lucecita de sonido le mantenía en el ser. En este tiempo de peligrosa turbación insistió en el mismo procedimiento que en su infancia había ya probado. Siempre -dice Giacinto Scelsi- hay en todo sanatorio un piano olvidado, antiguo, en desuso.
Desde que lo descubrió, insistió en lo que ya había ensayado en su primera infancia: se ejercitaba en tocar una sola nota. Siempre una sola nota. De este sencillo modo mantenía vivo el hilo conductor de su aventura musical incluso en una circunstancia tan penosa. A partir de cuatro años de descensus ad inferos, logra el compositor, poco a poco, re-nacer. Vuelve al ser tras su visita a la casa de salud, en la cual tan sólo la nota única repetida en el piano le salvó de la pura y total esterilidad creadora (y acaso también de la locura).
En el período creador más importante de este músico, a partir de 1959, logrará la proeza de componer una pieza musical en cuatro movimientos cada uno de los cuales se ciñe a una única nota musical (asistida y enriquecida por micro-tonalidades, y por toda suerte de modificaciones de velocidad, intensidad y densidad instrumental). La nota se convierte de pronto en un ser vivo, o en un pequeño mundo sonoro.
La música necesita, en circunstancias cruciales, reencontrarse con su sustento natural, el sonido. Es preciso comprender que el sonido -como dice Giacinto Scelsi- puede existir sin el arte musical, pero éste debe asumir siempre las características -físicas, materiales- del sonido. Deben dejarse de lado consideraciones historicistas sobre el material musical, o modos externos y extrínsecos de acercarse a la materia sonora.
Es un error creer, como se dice a veces, que el procedimiento musical de este creador es intuitivo. Se afirma esto como prueba de escaso rigor formal, por mucho que se diga con empatía. Lo que sorprende de la música de Giacinto Scelsi a partir de las Quatro pezzi (per una sola nota), es su clara conciencia reflexiva. Una vez consumado ese tour de force -la sinfonía en cuatro movimientos, cada uno de ellos centrado en una única nota- no repetirá la proeza, pero siempre, a partir de entonces, se hallará continuamente connotada.
Con gran sentido del arte musical quedará incorporado el procedimiento como el principal pensamiento musical, o la más específica propuesta musical que guía a este compositor. El sonido, en todo caso, es considerado del mismo modo en las obras que siguen a las Quatro pezzi: como un organismo viviente de naturaleza cósmica. Pero el sonido admite una doble caracterización, que es fundamental tener en cuenta.
Cuanto más se concentra el método en el sonido uno y único, más se esparce su fragancia sonora a través de la materia tímbrica. Eso da a esta música una cualidad material -o matérica, como suele decirse- que la hace inconfundible. Siempre se halla bordeando el frágil límite entre el sonido y el ruido. Pero siempre logra rescatarse de toda confusión al prevalecer el tonus que «entona» la pieza.
La ilusión de la música consiste en creerla cartesiana: como si solo la verticalidad espacial de las alturas y la horizontalidad lineal de las duraciones alojasen, a modo de bisectriz, la totalidad del evento sonoro.
Pero eso implica una tremenda amputación que Scelsi ha sabido comprender en sus aforismos, sus definiciones y su música. Se deja de lado la dimensión más sorprendente del sonido, su profundidad. El sonido tiene altura y duración; también profundidad. Dice Scelsi que el sonido es esférico, y que es un error concebirlo, al modo cartesiano, como la bisectriz entre la altura y la duración. En la esfera del sonido se aloja aquello que confiere profundidad de campo al sonido: las microtonalidades que acompañan, como una orla necesaria, a cada tonalidad que se elige, y que dotan a éste de carácter de organismo viviente, o de microcosmos. El músico es el artista capaz de situarse en el centro mismo de esa esfera del sonido.
La más interesante de todas sus innovaciones, con la que pretende conseguir estos objetivos, es también, como a veces sucede, la novedad que mayor incomprensión, equívoco y absurdo ha generado: su facultad chamánica por entrar en trance a través de la improvisación -una improvisación en laboratorio, en estudio cerrado, en cierto modo clandestina- y a través de un procedimiento que cuestiona la escritura musical.
Improvisaba al tiempo que un grupo de amanuenses transcribían en el pentagrama lo que, por otra parte, era siempre grabado. Improvisaba al piano acompañado de un sintetizador arcaico que le permitía incorporar micro-tonalidades, glissandi, vibratos.
Uno de los escribanos, también músico (Vieri Tossati) no tardó, tras la muerte de Scelsi, en proclamarse el verdadero autor de las obras en que había participado (Scelsi c´est moi). Pero el simple cotejo de su obra y la transcrita evitó cualquier equívoco. El escándalo nuevamente redundó en que el ejército de enemigos de Scelsi redoblara su inquina a esta música tan innovadora y que podía cuestionar muchas ideas musicales.
Hoy por fortuna todos estos asuntos quedan anegados en el gozo que la audición de esta música provoca. Y que justamente ahora suena fresca, cercana, contemporánea. Y cuya principal proeza ha sido restituir el Ton (tonus, tono) en un sentido radicalmente distinto de su tratamiento tradicional o serial: como si constituyese un ser vivo que debe ser asistido, y cuya forma dimana de su propia peculiaridad de auténtico microcosmos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
1 comentario:
El artículo del señor Trías es mediocre, no deja de redundar en los tópicos que circulan sobre Scelsi y de remarcar lo tantas veces nombrado sobre su muy personal historia. Scelsi no se recluyó en ninguna casa para enfermos en Suiza a consecuencia de la fallida del estreno de su Nascita del Verbo. Scelsi se exilió con su mujer inglesa en Lausanne durante la segunda guerra mundial, y estuvo bien activo, compuso y estrenó algunas obras allí, hasta llegó a redactar algunos ensayos sobre el ritmo y la armonía que vieron la luz y fueron publicados, allí acogió a amigos en el exilio (el poeta Pierre Jean Jouve y su mujer). En su autobiografía (Il sogno 101) narra cómo visitó a numerosos doctores buscando sanación a una especie de decaimiento nervioso que sufría, y del que él afirma haberse curado tocando una sola nota durante períodos de tiempo prolongados en algunos de los pianos que había en los famosos balnearios que abundaban en Suiza en la época (como el famoso aludido por Thomas Mann en la Montaña Mágica). El resto, incluida esa tentativa de suicidio "a la Schumann" (que bien pudiera el autor haber dicho "a la Celan") es palabrería barata, a la cual estamos acostumbrados. Pero siempre cae en buenas manos cuando la palabrería viene de "sabios". Bravo pues!
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