Por Gustavo de Arístegui, diputado y portavoz del PP en la Comisión de Asuntos Exteriores en el Congreso (EL MUNDO, 10/11/08):
El atentado terrorista -sí, atentado terrorista- que ha segado la vida a dos servidores del Estado nos vuelve a recordar brutalmente lo que nos jugamos en esta guerra que se dirime en Afganistán. Los terroristas, que no son adoradores de la muerte como algunos despistados se empeñan en afirmar, saben muy bien lo que quieren y cómo lograrlo. El terrorismo es un instrumento de poder a través de la violencia y la amenaza de la violencia. Los talibán y otros movimientos yihadistas son expertos en las artes del terror. ¿Creemos de verdad que la población de los pueblos y territorios que dominan estas bestias se someten voluntariamente y por convicción a su barbarie? Lo hacen porque los talibán asesinan y torturan por no llevar burka, por ir a la escuela, por enseñar matemáticas o historia, por escuchar música, por trabajar en una compañía extranjera, por ser a sus ojos infieles, por ayudar a su pueblo a salir del horror de la miseria (¿a cuántos cooperantes han asesinado?). A cualquier musulmán moderado (la aplastante mayoría) los consideran apóstatas. Afganistán es el epicentro de la lucha contra el terror, la batalla central y más importante, y los europeos en general y los españoles en particular debemos tomar conciencia de esta grave realidad con urgencia.
Ayman Al-Zawahiri, que es el número dos de la más conocida, y hasta ahora más eficazmente sanguinaria red de terroristas del mundo Al-Qaeda, ha dejado bien claro en su libro que se consideran la vanguardia del Islam (cosa que evidentemente no son, pues el islamismo radical que ellos abrazan nos es verdadero Islam, es una ideología brutal, despiadada y totalitaria). Dice Al-Zawahiri en Los caballeros a la sombra del Profeta que la derrota del imperio soviético en Afganistán en 1989 es un paralelismo histórico con la batalla de Qadisiya reñida en el 637 de la era común, tantas veces blandida por Sadam Hussein, en la que los ejércitos árabes aplastaron literalmente a los del Imperio Persa Sasánida que entonces era la segunda potencia del mundo tras el Imperio Bizantino.
Zawahiri dice que ahora le toca a Occidente, y que tardarán más o menos pero que al final acabarán derrotando a Estados Unidos y a sus aliados, que esta vez están presentes en Afganistán. Si los talibán logran expulsar por hartazgo, agotamiento o presión de la opinión pública a los países que estamos presentes allí, será considerado por el yihadismo mundial como una victoria, un punto de inflexión y una señal de que las cosas van a cambiar y de que su victoria -primero sobre el Islam moderado y después sobre las democracias y la libertad- será inevitable. Es indispensable que nos demos cuenta de la trascendental simbología de este conflicto.
Hay otra cuestión especialmente preocupante, y es el mensaje que estamos transmitiendo al mundo por medio de muy desafortunadas declaraciones que han hecho recientemente personajes de la importancia del general británico comandante de su contingente en Afganistán, felizmente dimitido, que aseguró sin ruborizarse que estábamos perdiendo la guerra y que no podíamos vencer a los monstruos talibán, y que en consecuencia debíamos (nos incluía a todos) negociar con los terroristas. ¿No nos damos cuenta del monumental disparate que suponen estas declaraciones en boca de un altísimo mando militar europeo?
El mensaje es terrible, las democracias no negociamos con terroristas si son poquitos. ¿Cabe preguntarle al general dónde está el límite, cuál es la cifra mágica a partir de la cual se debe negociar con terroristas? ¿Mil, 10.000 o como los talibán, que son aproximadamente 30.000? Es dramático que hayamos permitido que esto ocurriera. ¿Cuántos pasos atrás hemos dado en la credibilidad y en la solidez de la respuesta de la democracia y la libertad frente al terror? El daño está ahí, y créanme, será difícil de reparar. Tres cuartos de lo mismo se puede decir del encargado de negocios (embajador en funciones) francés que hizo declaraciones similares.
Hay otra cuestión esencial a tener en cuenta en este análisis y es que no podemos abandonar tampoco a su suerte a la inmensa mayoría de los 31 millones de afganos, moderados, inocentes y víctimas de estas alimañas, que volverían a caer en sus garras y se convertirían en los esclavos de un brutal y despiadado régimen de terror. Los talibán y buena parte de sus aliados, por convicción o circunstancia, financian sus campañas de terror con el dinero del tráfico de drogas, especialmente el opio. Es conocido que las organizaciones terroristas han recurrido a la comisión de los más graves y lucrativos delitos para financiar sus operaciones y hacer pingües beneficios, con los que compran voluntades y sobornan, además de procurarse de armas y explosivos. También con ellos adquieren medios de propaganda eficaces, portales de internet y redes de información para el adoctrinamiento.
Debemos plantearnos seriamente qué debemos hacer y qué medios humanos y materiales vamos a dedicar a esta lucha, que es evidente que no es popular en casi ningún país, y cuyas sociedades no han sido correctamente informadas por sus gobiernos del alcance e implicaciones que este conflicto tiene para la libertad y la democracia en el siglo XXI. Algunos han intentado camuflar y disfrazar estas peligrosas misiones de pacificación y estabilización -que también son de derrota del fanatismo talibán- como misiones humanitarias, negando en público lo que la trágica actualidad, como la de ayer, nos pone de manifiesto que estamos en una lucha sin cuartel con algunos de los terroristas más bestiales y despiadados del mundo. Lo primero, pues, es reconocer la verdadera naturaleza de nuestras misiones en el exterior, y muy especialmente, la de Afganistán.
Se debe combinar y hasta fusionar si se pudiese las misiones Libertad Duradera de los Estados Unidos e ISAF de la OTAN (ambas con cobertura de la ONU) en una sola, en beneficio de la eficacia operativa y la coordinación. Por otra parte será, sin duda, imprescindible aumentar los efectivos de ambas operaciones actualmente en curso, pero también sería importante que otros actores internacionales que no tienen tropas en Afganistán se comprometan con esta trascendental misión. En este sentido, conviene recordar que España tiene un contingente importante, que sin embargo, no está en proporción con nuestra población e importancia en el contexto internacional. Deberíamos suprimir el muy negativo y contraproducente límite de 3.000 efectivos desplegados en el extranjero. Si las misiones de nuestras Fuerzas Armadas son cada vez más internacionales, deberíamos asumirlo con naturalidad, enviando en cada momento el número de efectivos necesarios en función de la naturaleza y exigencias de la misión. Ello contribuirá, sin ninguna duda, a la eficacia y a aumentar la seguridad de nuestras tropas.
El presidente electo de Estados Unidos lo ha reconocido ya, él ha visto con claridad lo que supone Afganistán como símbolo para el terrorismo yihadista internacional, y lo que se juegan su país y otras democracias del mundo. Que nadie se llame a engaño cuando el presidente Obama requiera a sus aliados y les pida que arrimen aún más el hombro en esta trascendental tarea de derrotar al terrorismo en Afganistán, pacificar, estabilizar y reconstruir ese país y dar apoyo y esperanza a un pueblo que ha vivido casi toda su historia sojuzgado, oprimido y aterrorizado.
Los europeos y los españoles muy en particular, tras los asesinatos de ayer, debemos ser conscientes de que se está luchando por nuestra libertad a miles de kilómetros de distancia. No puedo terminar sin rendir un emocionado homenaje a nuestras Fuerzas Armadas hoy en las personas de Rubén Alonso Ríos y Juan Andrés Suárez.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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