Por Diego López Garrido es secretario de Estado para la Unión Europea (EL PAÍS, 11/11/08):
Se ha dicho con razón que Estados Unidos ha avanzado cuando sus líderes han comprendido la naturaleza de los cambios en el mundo. No tengo dudas acerca de que Barack Obama es del estilo de tales presidentes. Obama es consciente de que, con una política del pasado, su país ya no puede aspirar a tener la hegemonía de un concierto de naciones que trabaja por el interés común en la era de la globalización.
La política unilateral, el endeudamiento por las acciones exteriores y la degradación de las políticas sociales interiores han debilitado a Estados Unidos en su seguridad de forma clamorosa y le han hecho perder autoridad y centralidad. Algo especialmente grave para su “destino manifiesto” cuando han emergido con fuerza países tan potentes como China, India o Brasil, y cuando la Unión Europa se ha consolidado con 27 países y cerca de 500 millones de habitantes, ampliándose hacia el centro y este del continente y a los países bálticos y extendiendo su perímetro de influencia hacia el Mediterráneo.
Ya no se trata de frenar la expansión alemana o soviética como en el siglo pasado. Hacer una política así con China (que es quien sufraga el déficit de EE UU) o Rusia (cuyo gasto militar es la décima parte del de EE UU), no tiene hoy sentido. Ahora se trata de abordar los grandes flujos migratorios, de combatir el cambio climático, de prevenir crisis energéticas, financieras o alimenticias, de impedir ataques terroristas que no provienen de Estados sino de organizaciones supraestatales fundamentalistas. Esas amenazas no se pueden conjurar con la fuerza militar, ni de forma unilateral. Obama parece saberlo muy bien, como ha demostrado en una campaña electoral en la que reiteró su oposición a la guerra de Irak, enfatizó la necesidad de un sistema de salud para su país que merezca ese nombre y propuso sustituir la política económica favorable a las grandes petroleras por una dirigida a fortalecer la clase media norteamericana golpeada por la crisis.
No nos engañemos los europeos. Obama no va a renunciar a que Estados Unidos sea el país más poderoso del mundo desde un punto de vista económico y militar, ni a tomar sus propias decisiones para conseguirlo. Sin embargo, ha venido expresando nítidamente que su doctrina de las relaciones internacionales pasa por un diálogo preferente con Europa, a través de la OTAN y a través de la Unión Europea y con otros aliados. Obama sabe que su proyecto de cambio sólo será posible con la complicidad y la asociación de la Unión Europea. El presidente electo lo expresó implícita y explícitamente: Europa es el “socio prioritario” de Estados Unidos.
Barack Obama se encontrará con una Europa deseosa de la concertación, pero también con una Europa que es consciente de su importante capacidad comercial y económica, de su creciente autonomía política y militar, de su vocación de referente moral y, a la vez, global player en el mundo. Y ello, en pie de igualdad con el gran actor global norteamericano, aunque sin pretender hacer de contrapeso a éste.
Europa ha cambiado más que EE UU en los últimos años. La caída del Muro fue una liberación, pero surgió de inmediato una responsabilidad para Europa: cuidarse a sí misma, sin delegar en Estados Unidos su relación con la superpotencia soviética como había hecho durante casi medio siglo. Europa, en estos últimos meses, ha sido capaz de actuar con unidad para enfrentarse a retos tan complejos como la crisis de Georgia o la crisis financiera y ha mantenido la iniciativa sobre estos hechos en todo momento.
Europa le puede ofrecer a EE UU un pensamiento diplomático según el cual lo mejor no es que tu vecino o tu socio sea débil y atrasado -como era la diplomacia de Westfalia-, sino que sea próspero, estable y fuerte. Ésa es la filosofía de la política europea, que debe profundizar en un discurso unitario y cohesionado.
Europa debe colaborar con Obama en lo que éste defiende: un medio ambiente sostenible, un sistema de salud universalizado, un bienestar creciente y compartido, y la prevención de catástrofes económicas o humanitarias. Nadie puede aspirar a conseguir todo eso por sí solo.
La Unión Europea y Estados Unidos tienen la máxima responsabilidad de conseguir un acuerdo mundial para un comercio justo, dando fin a la interminable Ronda de Doha. Lo mismo cabe decir de acuerdos que, en otro ámbito, pueden obtenerse para la colaboración judicial y policial contra la criminalidad organizada y en lo relativo a la circulación de personas y movimientos migratorios. Europa puede y debe también construir con EE UU y otros países un nuevo orden financiero mundial, basado en la transparencia, la supervisión coordinada y la fortaleza de las instituciones financieras internacionales.
Pero la Unión Europea va a exigir para todo ello respeto al Derecho internacional y a Naciones Unidas como mecanismo básico de paz y trabajará por una política basada en el multilateralismo y en el consenso.
¿Puede y quiere Estados Unidos responder a esa llamada a la concertación euroatlántica? Éste es el desafío que tendrá Obama y que se escenificará, en todo caso, en su cumbre con Europa, que se celebrará cuando sea España quien presida la Unión, en el primer semestre de 2010. Estoy seguro de que el presidente de EE UU sabrá orientar en esa dirección a su país, porque no ignora que es el camino para el liderazgo global que lícitamente desea mantener. Y los liderazgos pueden ejercerse sólo si hay un fondo de legitimidad y credibilidad, esa legitimidad y credibilidad que se ha erosionado de forma alarmante en EE UU, y que es lo que sus ciudadanos han decidido restaurar con su voto el 4 de noviembre.
Los ciudadanos norteamericanos han dado un mandato a su futuro presidente para concertar, para dialogar, para establecer alianzas con actores tan relevantes como Europa. Ésta es precisamente la vía para la seguridad de EE UU, que lo que necesita no es unilateralismo sino cooperación, es decir, acercarse al ideal kantiano, no alejarse de él.
El dictamen democrático e inapelable de los estadounidenses ha llegado algunos años después del final “técnico” del siglo XX, que, por ello, no es el “siglo corto”, como lo llamó Eric Hobsbawn después de la implosión del bloque soviético. En realidad, el siglo XX ha sido “largo”, determinado por el desarrollo impresionante de la nación norteamericana. Se anticipó de algún modo cuando EE UU arrebató a España las colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898, dando una señal de que iba a empezar a salir de sus fronteras territoriales para ocuparse del resto del mundo, y que ya tenía la capacidad para ello. Y el siglo XX está acabando realmente en estos momentos.
Tanto el viejo esquema bipolar como el unipolar son un espectro. El unipolarismo no volverá después de la crisis financiera y, podríamos añadir, después de la llegada a la Casa Blanca de Obama, inspirador de esperanza a los americanos, a los europeos y a millones de personas del mundo. Porque su horizonte no será confrontar para liderar, sino liderar mediante la cooperación y el diálogo multilateral, empezando por Europa. Ésa es la única estrategia para resolver los problemas globalizados del presente.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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