Por Fawaz A. Gerges, de la cátedra Christian A. Johnson de Oriente Medio, Sarah Lawrence College, Nueva York. Autor de El viaje del yihadista: dentro de la militancia musulmana, Ed. Libros de Vanguardia. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 09/11/08):
En los últimos seis meses, varias empresas de sondeos de opinión han preguntado a los ciudadanos del resto del mundo sobre sus preferencias en las elecciones presidenciales en Estados Unidos y el consenso ha sido - quizá como era de esperar- abrumador. Según el sondeo mundial de Gallup, 71 de 73 países preferían a Barack Obama. Y según un sondeo de la BBC, Obama obtuvo apoyo en el total de 22 países encuestados.
Sin embargo, en estos sondeos el apoyo a Obama se situó en su nivel más bajo en los países árabes y musulmanes, donde la mayoría de las personas encuestadas afirmaron que no creían que cambiaran las relaciones de Estados Unidos con el resto del mundo. La opinión de consenso entre numerosos comentaristas árabes y musulmanes, en este sentido, vendría a apuntar que la política exterior de Barack Obama representará una continuación de los últimos ocho años de presidencia estadounidense.
Este escepticismo resulta injustificado. La elección histórica de Barack Hussein Obama como cuadragésimo cuarto presidente de Estados Unidos imprimirá efectivamente un viraje radical a la política exterior estadounidense, en ninguna parte más que en Oriente Medio y el mundo musulmán, donde el enfoque de Obama será radicalmente distinto del de George W. Bush tanto en el estilo como en la sustancia.
Obama no es un pacifista y no apartará la política exterior estadounidense de la defensa de los intereses estadounidenses en la región, eso seguro. Sin embargo, Obama está profundamente comprometido con el diálogo y la diplomacia, y con un saludable escepticismo sobre el recurso a la fuerza bruta para solucionar las diferencias y los conflictos con los adversarios. “No soy contrario a todas las guerras”, dijo en su ahora famoso discurso del 2002 contra la invasión de Iraq. “Soy contrario a las guerras estúpidas y sin sentido”.
Este mismo discurso expuso un argumento realista contra la guerra de Iraq, que según predijo Obama de modo clarividente “exigiría una ocupación estadounidense de duración indefinida, coste impreciso y consecuencias inciertas”. Una enorme fractura intelectual separa las respectivas doctrinas de Bush - que suscribió la causa de la guerra preventiva contra los países susceptibles de ser considerados una amenaza- y de Obama, que pone el acento en la colaboración y el multilateralismo.
Obama lo expresó de forma sucinta en un debate del Partido Demócrata en el 2007: “La doctrina Obama no será tan doctrinaria como la doctrina Bush, porque el mundo es complejo… Esto significa que si hay niños en Oriente Medio que no saben leer, ello constituirá un problema potencial para nosotros a largo plazo. Si China contamina, el problema en último término alcanzará nuestras costas. Hemos de cooperar con ellos para solucionar sus problemas tanto como los nuestros”.
Preguntado hace más de un año en un debate con otros candidatos presidenciales demócratas sobre si estaría dispuesto a reunirse sin condiciones previas con los dirigentes de Irán, Siria, Venezuela, Cuba y Corea del Norte, respondió: “Lo estaría. Y la razón es la siguiente: la idea de que de algún modo no hablar con determinados países es castigarlos - principio diplomático rector de esta Administración- es ridícula. Ronald Reagan no cesó de hablar con la Unión Soviética a la par que la calificaba de imperio del mal”.
¿Una conversación a solas con el detestado Mahmud Ahmadineyad? ¿Ha perdido el juicio Obama? El bisoño senador por Illinois dijo lo inconcebible, y muchos comentaristas afirmaron que su respuesta despejaría rápidamente la cuestión de su apuesta por la presidencia estadounidense. Nos dijeron que el senador “ultraprogresista” no captaba el sentir nacional e infravaloraba la determinación de Estados Unidos de enfrentarse a sus enemigos. El país de George W. Bush no estaba preparado para una política de apaciguamiento. Mostrando nervios de acero, Obama reiteró su compromiso de hablar con los enemigos de Estados Unidos. Como se observa, ni los expertos ni los oponentes de Obama comprendieron el ansia estadounidense de un cambio esencial de la política interior y exterior.
El talento de Obama descansa en esa capacidad de alimentar tal anhelo de una vuelta al realismo político - si no a un progresismo ilustrado- en los asuntos internacionales. Después de siete años del inicio de la costosa “guerra global contra el terrorismo”, Estados Unidos está por la labor de la normalidad, de la desescalada militar y del compromiso diplomático. Los estadounidenses caen ahora en la cuenta de que la política exterior de su país ha sido secuestrada por un puñado de ideólogos y manipuladores. Obama, reiteradamente, ha recordado a los estadounidenses el legado de Bush: haber empañado el rango y crédito del país en el mundo y granjearse más enemigos que amigos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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