Por Mateo Madridejos, periodista e historiador (EL PERIÓDICO, 13/11/08):
Durante la campaña electoral, Barack Obama hizo varias declaraciones para subrayar que Afganistán es el frente neurálgico del combate contra el terrorismo, a pesar de que la estrategia de George Bush hizo de Irak una obsesión y casi un pretexto para desviar la atención y los recursos. Una de las secuelas de la absoluta prioridad iraquí, según los asesores de Obama, fue el fracaso sin paliativos en Afganistán, el deterioro de la situación siete años después de la caí- da del régimen de los talibanes en Kabul (noviembre del 2001) y el recrudecimiento del conflicto en la frontera paquistaní.
Los estrategas próximos al presidente electo, como Richard Holbrooke, arguyen que la guerra de Afganistán será más prolongada que la de Vietnam (1961-1975), hasta ahora la más larga de las libradas por EEUU. El actual embajador ruso en Kabul, Zamir Kabulov, espía del KGB durante los ocho años de ocupación soviética (1981-1989), que acabaron en un desastre y 13.500 muertos, advierte de que EEUU y sus aliados cometen los mismos errores, atrincherados en grandes bases y alimentando la ilusión de que el control de los centros urbanos basta para dominar todo el país, en una región que es un torbellino de pasiones y un rompecabezas con múltiples variables.
La historia nos instruye sobre la resistencia instintiva que suscita la ocupación en el mundo tribal afgano, como ya experimentó el imperio británico a mediados del siglo XIX. “Luego de haber cambiado el régimen, deberíamos haber hecho las maletas –declara el embajador ruso citado–. Nosotros no lo hicimos, y los norteamericanos, tampoco”. La misión antifeudal y modernizadora de la propaganda soviética ha sido prácticamente abandonada, de manera que el integrismo más feroz inunda el país, regado por el comercio floreciente del opio, mientras los talibanes denuncian con éxito las aberraciones occidentales de llevar las niñas al colegio o prescindir del burka.
Los europeos no saben qué hacer con las tropas en Afganistán, englobados en la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF, en siglas inglesas), un eufemismo para enmascarar una situación bélica, una estrategia errática y contradictoria. El atentado que costó la vida a dos soldados españoles confirmó el dilema de Europa ante una misión de paz que solo devuelve ataúdes. Las bajas norteamericanas de este año son las más elevadas desde que comenzó la guerra en el 2001.
SI OBAMA PIDE más soldados, la crisis dentro de la OTAN está asegurada. “El entusiasmo por la elección de Obama podría declinar rápidamente cuando el nuevo presidente envíe a Berlín su lista de exigencias militares”, anticipa el semanario Der Spiegel. Vaticinio aplicable en otras capitales. La cancillera Angela Merkel ha declarado que Europa debería en este como en otros asuntos colaborar más estrechamente con el Kremlin, lo que parece una incitación al abandono.
Obama insiste en que recusa el irritante unilateralismo de Bush, pero el corolario del cambio es un aumento de la ayuda de los aliados, concretada en soldados y blindados, no en médicos, enfermeras o carpinteros. Ante una insurgencia casi invisible e incapaces de ocupar todo el territorio, los soviéticos entonces y los norteamericanos ahora recurren a ciegas incursiones de represalia –bombardeos masivos–, que multiplican las víctimas y solo sirven para galvanizar a los resistentes, o mantienen a las tropas encerradas en campamentos bunquerizados.
La iniciativa seguirá en manos de EEUU, la potencia indispensable según Clinton, pero no sabemos qué estrategia se impondrá. Las visiones o teorías que quizá cuentan con más adeptos entre los recién llegados a Washington preconizan un Gobierno de coalición y reconciliación con los talibanes, que se juzga improbable, o una tribalización del conflicto, sugerida por Londres, como un remedo de la seguida en Irak por el general Petraeus, una fórmula harto arriesgada de lograr la estabilidad que implicaría la cesión de poderes ilimitados a las tribus, subtribus y clanes. El opio sería peor que el petróleo en Irak.
EL HACER LAS maletas no forma parte de las opciones que barajan Obama y sus asesores cuando fustigan tanto el poder de los señores de la guerra como la incompetencia y la corrupción del Gobierno del presidente Hamid Karzai. No sabemos qué razones alegan para el desenganche de Irak y el aumento casi simultáneo de tropas en Afganistán, pero existe el riesgo de que la guerra se extienda a Pakistán, en cuyas zonas tribales fronterizas, según todos los indicios, se refugian y reorganizan las milicias de Al Qaeda, una nebulosa islamista en connivencia con el fanatismo de los talibanes, estos poco interesados en una coexistencia cuando sueñan con volver a Kabul.
Obama defendió tanto los bombardeos como las operaciones de seguimiento en las zonas tribales de Pakistán, un país de democracia tan débil como Ejército omnipotente, intervencionista, y unos servicios secretos de ambigüedad calculada en sus vínculos con los talibanes. Cuando los exégetas de Obama sugieren una regionalización del conflicto, que incluiría un mayor compromiso de Islamabad y la negociación con Teherán, quizá olvidan que la unidad del Ejército paquistaní no resistiría la dura prueba de enfrentarse al integrismo islámico. Tendríamos el caos en toda la región y quizá las armas nucleares de Pakistán al alcance de los terroristas.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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