Por Tahar Ben Jelloum, escritor y miembro de la Academia Goncourt (LA VANGUARDIA, 23/11/08):
Los inmigrantes son incorregibles. Tienen demasiados hijos. Si al menos estos niños fueran como los demás, es decir, blancos, tranquilos, hablaran perfectamente italiano o castellano. ¡Ah, si pudieran ser mudos, tal vez incluso un poco sordos, quizá incluso invisibles! De hecho la mejor solución es que sean transparentes, es decir, inexistentes.
¿Por qué se casan los inmigrantes y hacen el amor? Es una cuestión que se les debería plantear cuando llegan a Europa. ¿Y por qué sus mujeres no usan métodos anticonceptivos? Antes, en los tiempos felices en que la inmigración estaba oculta, alejada del centro de la ciudad, en los tiempos en que sólo los hombres solteros venían a trabajar a Europa, era ideal. Los inmigrantes se volvían tan pequeños, tan modestos, que acababan por pedir perdón por existir y desaparecían tras las paredes. Los que iban a la ciudad caminaban de puntillas, sin hacer ruido, y cuando llegaba la noche, se escondían en sus ciudades de paso que les servían de dormitorio común. Eso ocurría en Francia. Hoy, Italia ha pasado de país de emigración a país de inmigración sin que le haya quedado ninguna huella. Qué suerte que Visconti nos ha dejado Rocco y sus hermanos,una obra maestra sobre las heridas de la inmigración interna italiana. Pero los políticos de hoy no son cinéfilos. Prefieren la televisión, de la que hacen el instrumento principal de la “sociedad del espectáculo”, como había previsto el filósofo Guy Debord.
Ni España ni Italia son países racistas. Como en todas partes, existe racismo entre la gente. Pero el racismo se expresa en estos países con una violencia nueva. En Milán fue asesinado un joven italiano que había tenido la desgracia de tener la piel negra. En otros lugares han ocurrido diversas agresiones. No las citaremos todas pero todo esto hace surgir inquietudes legítimas en la población, que asiste a un cambio importante de su paisaje humano y que aprende que el racismo puede ser asesino.
En Francia el Frente Nacional, el partido de extrema derecha, ha desculpabilizado a los defensores de la discriminación, les ha liberado, ha abierto las puertas de los bajos instintos racistas. De repente ya no se ocultan de expresar su aversión contra la gente de color, contra los gitanos, los árabes, los musulmanes. Vemos el mismo fenómeno en Italia, especialmente después de que las declaraciones de algunos políticos berlusconianos hayan permitido a la gente de la calle decir en voz alta lo que pensaban en voz baja.
En Italia se acaba de aprobar una ley que instituye clases especiales para niños “extranjeros”. Una ley importante, peligrosa e ineficaz. Es demagógica pues pretendiendo buscar lo mejor para los niños extranjeros les instala en una categoría discriminatoria. No es creando clases especiales como se resolverá el problema de la integración. No se integra separando. No se integra señalando con el dedo al niño surgido de la inmigración. He leído el texto de esta ley. Se diría que ha sido escrito por un viejo ciudadano de la Sudáfrica de la época del apartheid, alguien que ha elegido las palabras y las frases para que en ningún momento se descubra el racismo que figura en el fondo de la ley.
Italia es un gran país, una civilización bella e inmensa. No merece caer en esta especie de deriva de un racismo oculto.
Si los hijos de los inmigrantes no aprenden bien la lengua italiana no es culpa suya. Suecia tiene un programa de enseñanza de la lengua que aplica a los inmigrantes y a sus hijos cuando llegan al país. No hace discriminación entre unos y otros. Es en la mezcla de la vida cotidiana que un niño aprende la lengua. Con una clase reservada a los alumnos de nivel inferior no confiemos en verlos alcanzar su plenitud ni integrarse en el tejido social del país.
Ha llegado la hora de decirle a Europa algunas verdades:
- Los inmigrantes no sólo no regresarán a su país sino que otros inmigrantes vendrán a trabajar a los países europeos.
- Los niños surgidos de la inmigración son o serán europeos, no tiene sentido tratarles como inmigrantes cuando han nacido en territorio europeo y vivirán en Europa.
- Es urgente que Europa tenga una política común de inmigración. Para ello es útil y necesario poner en marcha un trabajo pedagógico en dos sentidos: enseñar a los recién llegados cuáles son las leyes y valores del país y explicarles sus derechos y sus deberes. Y al mismo tiempo dirigirse a los pueblos europeos para explicarles por qué Europa necesita inmigrantes, explicarles de dónde vienen, cómo viven, cuántos impuestos pagan, etcétera.
Un apunte desengrasante. Imaginemos que estamos en una ficción y que de un día para otro todos los inmigrantes vuelven a su país. Nos despertamos por la mañana y ya no hay inmigrantes. En ese momento veríamos a qué nivel se halla la economía del país.
En cuanto a la escuela, en Francia ha sido una magnífica máquina de integración. La escuela es una herramienta con la que se aprende a vivir juntos. Quizá algunos niños tendrán problemas, pero eso no está vinculado ni a la inmigración ni aún menos al color de la piel. En ningún tipo de escuela hemos visto que todos los alumnos sean los primeros de la clase. Algunos aprueban mejor que otros. Siempre ha sido así. Y por último, una constatación: el racismo transforma las diferencias en desigualdades.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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