Por Said Aburish, escritor y biógrafo de Sadam Husein. Autor de Nasser, el último árabe. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 22/11/08):
La paz en Oriente Medio sólo llegará cuando la gente comience a planear su patria futura sin olvidar las demandas de los otros. Es decir, cuando la desesperada contienda política actual ceda a la comprensión y aceptación mutuas. Factores que se anteponen a la definición de las fronteras y la decisión sobre los refugiados.
Como visitante frecuente de Tierra Santa, me he sentido rodeado habitualmente de muestras de desesperación que dan cuenta cabal de porqué es imposible la paz. Afortunadamente, mi visita más reciente rindió el fruto contrario, y al entrar en Jerusalén, el corazón palpitante de Tierra Santa, caí en la cuenta de que las cosas habían cambiado en sentido positivo.
Nada reemplaza a una visita a Jerusalén, ciudad de imponentes pasiones e historia viviente. Por ello me sorprendió que tal sentimiento de esencialidad pareciera superar toda posible separación entre árabes y judíos. Hay que reconocer que los habitantes de Jerusalén se hallan dotados de un mayor grado de comprensión mutua que los forasteros e ideólogos de todo tipo que parecen controlar su destino. Sin embargo, esta vez el sentimiento de esperanza que experimenté se asociaba indudablemente a un pueblo deseoso de seguir su propio camino y de sustituir la rigidez en la política y los políticos por una cosa distinta.
Abundan además los indicios de la nueva Jerusalén que aboga por la paz. Sari Nusseibeh, rector de la Universidad de Jerusalén y descendiente de una vieja familia árabe que custodió las llaves del Santo Sepulcro durante más de mil años, censuró en una conferencia de prensa a los dirigentes árabes e israelíes por su fracaso a la hora de promover la integración local. Académico notablemente respetado, ha criticado a unos y otros, actitud que ha recogido la prensa árabe en todo Oriente Medio.
Un día después de la citada intervención, un joven primo mío que pasó seis años en una cárcel israelí en los años ochenta por participar en la intifada me presentó a su socio israelí: son copropietarios de cuatro estaciones de servicio, hablan una mezcla de árabe y hebreo y ganan dinero.
Un amigo mío que vive en la línea de separación que divide la Jerusalén israelí de la árabe insiste en que los políticos han fracasado. Aprecia indicios positivos en los mínimos cambios que se producen. Curiosamente, interpreta mi comportamiento en Jerusalén como uno de esos mínimos cambios. Cree que parezco sentirme mucho más cómodo que en el pasado.
Siempre resulta muy agradable oír cosas como ésta. Y, por supuesto, el hecho de que tenga más amigos judíos y frecuente su amistad confirma su apreciación.
El ambiente en cuestión excede los límites de Jerusalén. Cerca de Belén me encuentro con un grupo de muchachas israelíes que lucen bordados palestinos en su atuendo veraniego. Entran sin temor en tiendas turísticas árabes donde hacen diversas compras. Los guardias israelíes no dan muestra alguna de contrariedad.
Volviendo al tema de Jerusalén, se aprecia una reaparición de algo que desapareció hace 15 años, cuando estalló la intifada de 1989. Entre 1967 y 1990, los árabes y los judíos cruzaban la línea que les separaba tras la guerra de 1967 para reunirse. En la mayoría de los casos, para ir a restaurantes al otro lado. En los años noventa, esto se interrumpió. Había demasiado miedo y violencia. Ahora se ha reanudado. Árabesy judíos se reúnen de nuevo. Los árabes van a los restaurantes de pescado de Jaffa mientras los israelíes pueden distinguir el buen hummus del mal hummus. Quizá el aspecto más prometedor de la extraña situación es la aparición de héroes “no políticos”. Nusseibeh no está promoviendo la paz política: cree, sinceramente, que ha llegado el momento propicio para la paz.
David Grossman, el escritor israelí que predijo la primera intifada en su libro El viento amarillo, es otro promotor de la paz exento de ambición política. En el caso de Grossman, los antecedentes y origen de su inquebrantable compromiso por la paz le dan un significado especial. Su hijo murió combatiendo en Líbano hace dos años. En una manifestación por la paz, Grossman dijo a una audiencia de 10.000 israelíes que su compromiso con la no-violencia era sin fisuras. En 1968, Naser, tras reconocer el liderazgo de Arafat en el conflicto árabe-israelí, aconsejó la búsqueda de la paz. Arafat hizo caso omiso.
En la actualidad, la gente que busca la paz no teme las consecuencias de defender activamente tal actitud. No son grupos políticos organizados los que surcan juntos las aguas del lago Tiberíades, gracias a Dios, sino quienes rehúsan reunirse posteriormente. En 1984, David Grossman y yo quisimos escribir un libro compuesto de una serie de relatos sobre árabes y judíos que se comportaban amablemente de forma recíproca de modo desinteresado. Entre las razones que nos impidieron terminar el proyecto se contó el miedo a las consecuencias. Estábamos equivocados, debíamos haber seguido adelante.
Cuando pregunto a unos y otros las razones por las que se detecta un ambiente más amistoso, ambas partes aluden al cansancio. Miembros integrantes de cada una manifiestan que están cansados del conflicto. Cuanto más pregunto e indago, más descubro que tienen razón. Intelectuales, guías turísticos, conductores del autobús y porteros de hotel están cansados de política estéril y reivindicaciones históricas. Tal vez Nusseibeh y mi primo son el futuro. Prefieren hablar con vecinos judíos a hacer caso omiso de ellos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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