Por Barnet R. Rubin, director estudios Asia Society e investigador Centro de Coop. Intern, Universidad Nueva York, y Ahmed Rashid, autor de Descent into chaos: USA and the failure of nation building in Pakistan, Afghanistan and Central Asia (LA VANGUARDIA, 16/11/08):
El gran juego ya no es divertido. Los imperialistas del siglo XIX usaron ese término para describir la lucha entre los británicos y los rusos por el dominio de Afganistán y Asia Central. Más de un siglo después el juego continúa, pero ahora los jugadores han aumentado radicalmente, quienes viven en el tablero se han convertido en jugadores, y la intensidad de la violencia y las amenazas que representa afectan al resto del mundo.
Afganistán ha estado en guerra tres décadas, y la guerra se está extendiendo a Pakistán y otros países. Es necesario llamar a un tiempo de descanso para que los jugadores, incluido el presidente electo Barack Obama, puedan negociar un nuevo trato para la región.
Para garantizar la seguridad de Afganistán y su región se necesitará una presencia internacional por muchos años. Acrecentar las fuerzas de seguridad de Afganistán es, en el mejor de los casos, una medida supletoria, ya que el país no puede sostener fuerzas del tamaño que hoy necesita. Sólo un acuerdo regional y global para poner la estabilidad de Afganistán por encima de otros objetivos hará posible la estabilidad de largo plazo, permitiendo que el país sobreviva con las fuerzas de seguridad que se puede permitir.
En Afganistán, Estados Unidos y la OTAN deben dejar en claro que están en guerra con Al Qaeda y quienes apoyan sus objetivos globales, pero que no tienen objeciones si los gobiernos afgano o pakistaní negocian con insurgentes que renuncien a sus vínculos con Bin Laden. A cambio de estas garantías, podría retirarse una gran parte de las fuerzas internacionales, dejando un contingente que asegure un acuerdo político y entrene a las fuerzas afganas.
Un acuerdo político en Afganistán no puede tener éxito sin un gran trato regional. El primer gran juego se resolvió hace un siglo convirtiendo a Afganistán en un Estado intermedio en que los extranjeros no interferirían. Pero hoy es el escenario no sólo de la guerra contra el terrorismo, sino también de largas disputas fronterizas entre Afganistán y Pakistán, el conflicto indo-pakistaní, luchas internas en Pakistán, el antagonismo EE. UU.-Irán, las inquietudes rusas sobre la OTAN, la rivalidad chiíes-suníes y luchas en torno a la infraestructura energética regional.
Estos conflictos seguirán mientras Estados Unidos crea que la estabilidad de Afganistán es una meta subordinada a otros objetivos, lo que va acompañado de todos los riesgos que representa el resurgimiento del terrorismo y una crisis de la seguridad regional. Por eso Obama debe adoptar una fuerte iniciativa diplomática que abarque a toda la región y ayude a solucionar las prolongadas disputas entre los vecinos de Afganistán.
Además, EE. UU. debe reducir su dependencia en el ejército de Pakistán. Obama deberá apoyar firmemente al frágil Gobierno de Pakistán en sus intentos por controlar el ejército y el aparato de inteligencia, revirtiendo así décadas de apoyo a los militantes islámicos. El diálogo con Irán y Rusia sobre sus intereses comunes en Afganistán supondría más presión a Pakistán.
EE. UU. y otras potencias con intereses en Afganistán deben buscar reducir las actividades de India en Afganistán que Pakistán crea amenazantes o, si no lo son, asegurar que sean más transparentes.
Para este objetivo se necesita más que “presionar” a Pakistán. Sus instituciones de seguridad creen que afrontan una alianza entre EE. UU., India y Afganistán dirigida a socavar la influencia pakistaní en Afganistán e incluso desarticular el Estado pakistaní. Los líderes civiles evalúan los intereses nacionales de Pakistán de modo distinto, pero tampoco pueden ser indiferentes a la sensación crónica de inseguridad que sufre el país.
Pakistán no tiene acuerdos fronterizos con India, con quien se disputa Cachemira, ni Afganistán, que nunca ha reconocido explícitamente la línea Durand, la frontera entre Pakistán y Afganistán. Y el acuerdo nuclear entre EE. UU. e India reconoce en la práctica la legitimidad de India como potencia nuclear, mientras sigue tratando a Pakistán como un paria, con su notable nivel de proliferación. La presión no funcionará si los líderes de Pakistán creen que está en juego la supervivencia de su país. La nueva administración Obama debe ayudar a crear un amplio marco multilateral para la región, orientando un genuino consenso para lograr un Afganistán estable.
Un primer paso podría ser crear un grupo de contacto para la región, autorizado por el Consejo de Seguridad de la ONU, que podría promover el dialogo entre India y Pakistán sobre sus respectivos intereses en Afganistán y sobre la necesidad de encontrar una solución para Cachemira, hacer que Afganistán y Pakistán establezcan conversaciones sobre los problemas fronterizos y promover un plan regional de integración y desarrollo económico.
Para que las iniciativas que se emprendan tengan éxito, hará falta establecer conversaciones para una hoja de ruta que se modifique según las circunstancias. Estas iniciativas pueden parecer audaces, ingenuas o imposibles, pero sin esa audacia hay pocas esperanzas para Afganistán, Pakistán o la región como un todo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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