Por Enrique Fanjul, ex consejero comercial de la Embajada española en Pekín y presidente del Comité Empresarial Hispano-Chino. Es autor de tres libros sobre China (EL PAÍS, 26/11/08):
La transición democrática en China ya ha comenzado; el proceso está en marcha. Pero a diferencia de las transiciones en la antigua Unión Soviética y otros países comunistas de Europa del Este, el camino hacia la democracia en China no va a estar configurada por momentos claros de ruptura. Es una transición gradual, paulatina, con características propias.
La referencia a tener en cuenta para comprender la transición política de China no es la transición política en la Unión Soviética, sino cómo se ha producido la transición económica en China. La reforma económica, que se inició hace 30 años, ha sido gradual, paulatina, sin rupturas. No ha habido big bangs de la reforma (privatizaciones masivas, liberalizaciones bruscas de precios) como sí hubo en Europa del Este.
China fue liberalizando poco a poco su sistema económico. Se liberalizaron progresivamente los precios. Se permitió la propiedad privada en las empresas. En una primera etapa ésta se desarrolló fundamentalmente a través de la entrada de inversiones extranjeras. Más tarde se empezaron a privatizar empresas estatales. Fue surgiendo un sector empresarial privado chino, que cada vez tiene un papel más determinante en la economía.
Sin que se pueda identificar un momento en el que se produce el cambio cualitativo, la economía china ha dejado de ser socialista para convertirse en una economía capitalista. China tiene todavía un fuerte intervencionismo estatal en la economía, de eso no hay duda, y las empresas estatales siguen desempeñando un papel clave. Pero no es una economía que se pueda considerar socialista: una parte mayoritaria de la producción se produce en condiciones de sector privado y se comercializa a precios libres. Y la tendencia es hacia un creciente peso de los elementos privados en el sistema económico.
Según un tipo de análisis muy extendido, China ha registrado una profunda transformación económica, pero el sistema político, basado en la dictadura del partido comunista, no se ha modificado. En las versiones más extremas de este análisis, la situación política de China es muy poco diferente a la que existía hace veinte o treinta años.
Este tipo de análisis ignora el enorme cambio que se ha producido en China en el marco de libertades de la población. Los ciudadanos chinos disfrutan hoy en día de un grado de libertades personales incomparablemente mayor que el que tenían hace veinte o treinta años. Pueden viajar, cambiar de residencia, de trabajo, de una forma que hubiera sido inimaginable antes de la era de la reforma.La libertad de expresión, la
capacidad de crítica, también se ha ido expandiendo. En un reciente artículo, el periodista del diario The New York TimesNicholas Kristof contaba cómo durante los últimos cinco años ha ido probando la actuación de los censores en Internet. Haciéndose pasar por chino (Kristof vivió y fue corresponsal en China), Kristof ha escrito en chats y blogs comentarios críticos hacia el Gobierno. Al principio éstos ni siquiera eran publicados, porque la publicación requería la aprobación de los censores. Más tarde eran publicados, pero los censores los borraban al cabo de poco tiempo. Kristof señalaba cómo en los últimos tiempos sus comentarios criticando al Gobierno sobre temas como la masacre de Tiananmen o Falun Gong han sido publicados y han permanecido en la Red, incluso en la propia web del Diario del Pueblo, el órgano oficial del Partido Comunista Chino.
Lo mismo que China fue avanzando en la reforma económica y un día se encontró con que ya no era socialista sino capitalista, el marco de libertades, de crítica, de participación ciudadana irá avanzando, y un día, quizás no muy lejano, China se encontrará con que, por fin, se puede considerar como una sociedad democrática.
Como es lógico, es difícil anticipar los detalles del proceso. Quizás el Partido Comunista Chino cambie en un momento dado su nombre, pasando a llamarse Partido Social Demócrata de China, por ejemplo. Y muy posiblemente el Partido Comunista será el partido que gane las elecciones libres durante un periodo de tiempo. En Taiwan -una significativa referencia a tener en cuenta-, cuando se produjo la democratización, a fines de los ochenta, el Kuomintang, que había gobernado de forma dictatorial durante décadas, ganó las primeras elecciones de la nueva etapa democrática.
China se alineará en este sentido con las tradiciones políticas de las sociedades asiáticas de influencia confuciana, caracterizadas por un alto grado de estabilidad política y, según algunos, de autoritarismo. En Japón, el Partido Liberal Demócrata ha estado en el poder desde 1955 salvo un breve paréntesis en 1993. En Singapur, desde la independencia gobierna el mismo partido, el PAP (People’s Action Party), que en las últimas elecciones de 2006 obtuvo 82 de los 84 diputados elegidos por los ciudadanos.
Guste o no guste, el Partido Comunista en China conserva una amplia base de legitimidad ante la población, legitimidad basada en dos grandes factores. Uno lo podríamos considerar como histórico: el Partido Comunista ha sido la fuerza que reunificó China, terminó con las agresiones exteriores y con la debilidad del país, convirtiéndolo en una potencia respetada en el mundo. El segundo gran factor de legitimidad es económico y tiene su origen en la política de reforma: el Partido ha dirigido un proceso de transformación que ha permitido un gran avance económico, que ha supuesto la mayor revolución económica de la historia, en el sentido de que nunca hasta ahora un colectivo tan grande de población había mejorado tanto sus condiciones materiales de vida en un periodo de tiempo tan corto.
Lo anterior no significa que la comunidad internacional deba abstenerse o mantenerse al margen completamente de la evolución política de China. Pero debe actuar de forma que favorezca esta transición democrática, y no con acciones que serían contraproducentes para ésta.
Desde hace 30 años, en China existe una estrecha correlación entre crecimiento económico e inserción exterior, por un lado, y progreso de las libertades y de la democracia, por otro. Actuaciones que favorezcan el desarrollo de la economía de China, su interrelación con el exterior, contribuyen a favorecer el avance de las libertades y la marcha hacia la democracia. Sanciones económicas, boicoteos, tendrían un efecto contraproducente. Se debe, pues, actuar con realismo: puede resultar muy gratificante exigir elecciones completamente libres para mañana mismo, pero está claro que no es un objetivo realista.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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