Por Fawaz A. Gerges, de la cátedra Christian A. Johnson de Oriente Medio, Sarah Lawrence College, Nueva York. Autor de El viaje del yihadista: dentro de la militancia musulmana, Ed. Libros de Vanguardia. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 11/11/08):
Cabe considerar las prioridades de política exterior de Obama sopesando cuatro cuestiones clave que afronta su Administración: Iraq, Afganistán, Irán y el conflicto palestino-israelí.
Iraq. En la cuestión de Iraq, la postura de Obama supone una ruptura tanto con Bush como con McCain por su énfasis en que la nueva misión militar deberá consistir en dar por finalizada la guerra en ese país. Aunque el plan de Obama prevé la presencia de un contingente residual en Iraq, ha reiterado una y otra vez que no habrá bases permanentes.
La cuestión no es la de si se retirará de Iraq, sino de que con qué premura puede cumplir su promesa. Evidentemente, hallará resistencia de parte de las fuerzas armadas e incluso de algunos de sus asesores halcones, que querrán aplazar la retirada y que advierten de una posible catástrofe tras una salida estadounidense del país. Cuando Obama entre en la Casa Blanca, las presiones y cortapisas entorpecerán su deseo expreso de acabar con esa guerra.
En medio de la mayor crisis económica registrada tras la gran depresión, EE. UU. gasta en Iraq diez millardos de dólares al mes. Para Obama y su vicepresidente, Joe Biden, estabilizar y reforzar la economía y acabar con la onerosa aventura de Iraq son cuestiones de interés preferente. Obama tocó la fibra de la angustia de los votantes por la situación económica al vincular estabilización económica y gasto bélico.
Afganistán y Pakistán. Obama ya ha expuesto su argumentación para retirarse de Mesopotamia: Afganistán y las áreas tribales sin ley a lo largo de la frontera afgano-pakistaní, no Iraq, son el frente principal en la guerra contra el terrorismo. Pero ha englobado en ocasiones a los talibanes y a Al Qaeda, al tiempo que abogaba por variar la aportación de recursos gastados por Estados Unidos para derrotar a ambos.
Obama ha afirmado que enviaría al menos dos brigadas de combate adicionales a Afganistán y recabaría una mayor colaboración de los aliados de la OTAN. También ha amenazado con autorizar operaciones contraterroristas en Pakistán si las autoridades no garantizan la seguridad de su frontera con Afganistán y aplastan los campos de entrenamiento terroristas. Cabe confiar, sin embargo, en que las declaraciones de Obama hayan pretendido, en realidad, demostrar su temple y determinación y no sean compromisos blindados e incontrovertibles: no hay solución militar en Afganistán o Pakistán, como reconoce el Pentágono.
Al Qaeda ha cobrado últimamente más fuerza en la frontera de Pakistán con Afganistán merced a su estrecha colaboración con los talibanes, que recientemente han hecho gala de atentados terroristas suicidas estilo Al Qaeda con letales efectos. Pero el conflicto en Afganistán y Pakistán es mucho más amplio y complejo, dado que en esa área se ha constituido una temible coalición de fuerzas tribales pastunes y pathans a ambos lados de la frontera.
Independientemente de su éxito táctico, los bombardeos estadounidenses, que suelen provocar víctimas civiles, exacerban el nacionalismo afgano y los sentimientos antiestadounidenses en el área pastún, al tiempo que cimentan la perniciosa e impía alianza entre los talibanes y los extremistas extranjeros, capaz de desestabilizar al Pakistán nuclear.
En una postura que habla a su favor, Obama ha ofrecido una estrategia más compleja para estabilizar Afganistán, que incluiría cuestiones sobre su gobierno, seguridad política y económica, educación y empleo. Ha prometido apoyar al gobierno democráticamente elegido de Islamabad y “aportar soluciones a la pobreza y deficiencias educativas que sufre el país”.
El riesgo que afrontan Kabul y Washington radica en que los talibanes, envalentonados por éxitos recientes, rechazarán probablemente un acuerdo que implique compartir el poder y seguirán combatiendo, arrastrando de nuevo a la próxima Administración estadounidense al laberinto de la política tribal en Afganistán.
Este enfoque poliédrico sobre Afganistán debería permitir a Obama trazar una línea divisoria entre las tribus pastunes y Al Qaeda. Obama desplegará el poder blando estadounidense y se valdrá de instrumentos políticos para encararse a Bin Laden y tender puentes con los musulmanes. Obama ha dicho que una de sus primeras iniciativas será visitar un país musulmán de primera importancia para exponer claramente que EE. UU. no libra una guerra contra el islam. El estilo de Obama consiste en intentar alcanzar auténticas formas de colaboración multilateral y cooperar estrechamente con los musulmanes para detener la proliferación de violencia política y terrorismo. No debe infravalorarse tampoco la fuerza simbólica de la seducción personal que ejerce Obama a ojos del mundo musulmán. El presidente Obama - un afroamericano con antepasados musulmanes- hará trizas los extendidos estereotipos acerca de EE. UU. Una visita de Obama a El Cairo, Teherán o Indonesia enviaría un poderoso mensaje que resonaría en el mundo árabe en quienes sienten que Estados Unidos sigue viéndolos como el enemigo.
El proceso de paz entre Palestina e Israel. Obama sabe que ha de ofrecer algo más que una noble y edificante retórica para reparar los puentes rotos de la confianza con relación a los musulmanes. Lanzando un alfilerazo a su predecesor, ha prometido actuar con rapidez tras su toma de posesión para negociar un acuerdo de paz entre palestinos e israelíes basado en dos estados viables que convivan en paz y ha reafirmado que invertirá tanto su compromiso personal como el de la institución presidencial para posibilitar este importante avance.
Es innegable que Obama reconoce el discurso dominante estadounidense acerca de Israel como aliado especial. Se ha esforzado denodadamente en disipar sospechas e insinuaciones diseminadas por sionistas de línea dura y elementos de la derecha religiosa en el sentido de que se solidariza con los palestinos y no es amigo de Israel.
La postura de la presidencia de Obama sobre el conflicto palestino-israelí se parece a la de la presidencia de Clinton. De hecho, algunos de los propios protagonistas, principalmente sionistas progresistas como Denis Ross, pueden tener responsabilidades en esta delicada cuestión. Cabe esperar que hayan aprendido alguna lección de la incapacidad de Clinton para concluir un acuerdo.
En Taba, con el respaldo expreso de los asesores de Clinton, los negociadores palestinos e israelíes llegaron a un acuerdo sobre los perfiles concretos de un acuerdo de paz. La Administración Obama podría realizar otro serio intento destinado a unir a palestinos e israelíes. Obama parece dispuesto y comprometido a impulsar el proceso de paz, pero aún queda mucha telar por cortar.
Irán. Puede producirse asimismo un avance importante en la cuestión de las relaciones entre EE. UU. e Irán: Obama no sólo ha propuesto contactos directos a alto nivel, sino también una normalización de las relaciones diplomáticas. La Administración Obama ha mostrado su disposición a reconocer el creciente papel de Irán como superpotencia regional… si el régimen de Teherán “abandona su programa nuclear y el apoyo al terrorismo”. Ofertas tentadoras, ciertamente, a Teherán tras años de duras peleas con Washington. Pero el gobierno de ayatolás domina el arte del regateo y la negociación. Son plenamente conscientes de que EE. UU. precisa de su ayuda para salir de Iraq sin desencadenar genocidio, más agitación y caos. Como en Afganistán, normalizar relaciones con Irán requerirá una estrategia regional capaz de solucionar los múltiples conflictos en ebullición: guiar este proceso exigirá tiempo, esfuerzo y un prolongado compromiso por parte de Obama.
¿Podrá Obama superar todos estos desafíos en política exterior al tiempo que adecenta la economía estadounidense? ¿Podrá sortear los campos minados de las presiones institucionales, cortapisas y maniobras de poderosos grupos de presión que afrontará tras jurar su cargo? Hay buenos motivos para creer que efectivamente logrará devolver a su país al rango de primera potencia mundial, liderazgo que el propio país ha entregado sistemáticamente durante los últimos ocho años.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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