Por Glòria Soler, historiador (EL PERIÓDICO, 07/11/08):
La confirmación de la existencia de una crisis económica mundial ha desencadenado una imprevista e imprevisible corriente crítica sobre el sistema capitalista, modo de vida de tres generaciones de europeos y norteamericanos que, desde la segunda guerra mundial, hemos crecido en un mundo ajeno a las circunstancias adversas de nuestros antepasados. Es cierto que en repetidas ocasiones las contradicciones inherentes a la democracia, la creciente marginación social en los países desarrollados o los vaivenes económicos han cuestionado las reglas del juego.
Pero el sistema ha encontrado siempre la fórmula para recuperarse, consiguiendo emerger aun con más fuerza. Así ocurrió tras los sucesos de mayo de 1968 y también con las duras reconversiones económicas de los años 70 y 80, los sucesivos aumentos del precio del petróleo o el imparable flujo migratorio de las dos últimas décadas.
SIN EMBARGO, por primera vez en casi un siglo, la situación presenta algunos elementos relacionados con los momentos de grandes cambios. A falta de un modelo alternativo que suscite la necesaria tensión crítica, como lo fue el comunismo soviético, y sin un marco conceptual que fundamente su futuro, el capitalismo parece condenado a volver la vista atrás para reconciliarse con sí mismo. Tras la muerte de Dios y el desmoronamiento de las utopías, los esfuerzos de los intelectuales se encaminan a vencer el consecuente estado de estupefacción mediante un reencuentro con la historia.
Así, el filósofo Tzvetan Todorov sitúa las raíces comunes de Occidente en la vertiente humanista de la Ilustración, señalando que la cuestión no es volver al pasado para poder identificarnos con un proyecto intelectual, político o religioso que el presente nos niega. Eso no sería posible ni deseable. Se trata, siguiendo el debate de los ilustrados, de conocer los ingredientes antiguos para elaborar otra mezcla.
Más allá de estas propuestas, el desafío de entender nuestro tiempo a través de la historia se manifiesta de una manera especial en la rehabilitación del género biográfico. En opinión del historiador François Dosse, la biografía es un género híbrido, que se sitúa en la tensión constante entre la voluntad de reproducir un pasado real vivido y la recreación de un universo perdido. Plutarco, el gran maestro del género en la antigüedad, redescubierto y venerado por los renacentistas, compara sus Vidas paralelas con el retrato de un pintor que privilegia unos rasgos frente a otros. La pretensión del biógrafo de dar sentido a una vida presentándola como una unidad coherente es imposible, pero su ilusión resulta necesaria porque incide en la gran cualidad del hombre, su capacidad de autodefinición. Después del largo eclipse de los siglos XIX y XX, la búsqueda identitaria se ha convertido en un terreno fértil donde el historiador, tal y como lo concebía Walter Benjamin, ha de proceder a la deconstrucción de la continuidad de una época para distinguir en ella una vida individual y al mismo tiempo contener esa vida, y hasta un solo momento de ella, en una época entera.
El reencuentro de la biografía con la historia a partir de la penúltima década del siglo pasado ha hecho proliferar un sinfín de propuestas fragmentarias y contradictorias. El compromiso con la verdad del biógrafo-historiador le exige rechazar las gestas narrativas del pasado, así como su anterior función moral para ofrecer al lector la autenticidad que espera. Pero este objetivo no resulta fácil pues la identidad biográfica, sometida a las múltiples alteraciones que provoca el paso del tiempo, es cada vez más plural y variable. En este sentido, cabe destacar el revuelo mediático debido al escandaloso lanzamiento de la autobiografía de Günter Grass en 2006 y el reciente descubrimiento de una delación cometida en su juventud por el también escritor Milan Kundera. El conflicto que plantea la necesaria voluntad de verdad de la biografía es su imposible distanciamiento del juicio moral. Querer sacarlo todo a la luz, como apunta Dosse, es a la vez la ambición que guía al biógrafo y aquello que lo condena al fracaso.
DESDE EL ámbito del Estado y de acuerdo con sus diversas circunstancias políticas, gobiernos y ciudadanos contribuyen también a la reactivación del debate histórico. Veamos tres ejemplos ocurridos durante el pasado mes de octubre: en el transcurso de la primera visita a Francia del papa Benedicto XVI, Nicolas Sarkozy realizó una apología del laicismo positivo e insistió en “las raíces cristianas de Francia”, cuestionando el mayor principio del republicanismo francés. El traslado de los restos de Juan Domingo Perón al mausoleo de San Vicente estuvo marcado por el enfrentamiento entre grupos peronistas que se saldó con más de 60 heridos. En España, a la orden del juez Baltasar Garzón de exhumar 19 fosas de la guerra civil le ha precedido un recurso de la Audiencia Nacional.
Finalmente, la fiebre historicista se extiende a los medios de comunicación. La necesidad de apoyar la información en un soporte histórico alcanza a todo lo noticiable, desde la crisis económica a los partidos de fútbol, desde el cotilleo de los famosos a la predicción metereológica. El presente, nos guste o no, viene cada vez más cargado de pasado.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario