Por Peter Singer, catedrático de Bioética en la Universidad de Princeton. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. © Project Syndicate, 2008 (EL PAÍS, 06/11/08):
La asombrosa historia de la elección de Barack Obama como presidente de Estados Unidos ha ayudado ya enormemente a restablecer la imagen mundial de ese país. En vez de un presidente cuya única cualificación para el cargo era llamarse como su padre, ahora tenemos a otro cuya inteligencia y capacidad de visión han superado el formidable obstáculo de tener un nombre exótico y ser hijo de un musulmán africano. ¿Quién habría podido pensar, tras las dos elecciones de 2000 y 2004, que los estadounidenses eran capaces de elegir a un candidato así?
Obama hizo campaña subrayando que es distinto a otros políticos y que va a efectuar un verdadero cambio. El llamamiento llevó a las urnas a multitudes entusiastas. Estamos, pues, ante una oportunidad histórica de acabar con el cinismo que inunda la política estadounidense desde hace decenios.
Muchos estadounidenses juzgarán al nuevo Gobierno en función de lo que haga en su país. Entre otras cosas, subir los impuestos para los que ganan más de 250.000 dólares al año y emplear el dinero para ampliar el seguro de salud a las decenas de millones de ciudadanos que -caso único entre los países industrializados- no disponen de él. También se ha comprometido a reducir los impuestos para los trabajadores con salarios medios y bajos y a mejorar el sistema educativo de Estados Unidos. Cumplir esas promesas con el sombrío panorama económico actual no será fácil.
Sin embargo, donde más impacto puede ejercer Obama es fuera de las fronteras de Estados Unidos. El año pasado, cuando habló ante el Consejo de Asuntos Mundiales de Chicago, proclamó la necesidad de un presidente norteamericano que sea capaz de hablar directamente con todos los que, en el mundo, anhelan la dignidad y la seguridad, y les diga: “Vosotros sois importantes para nosotros. Vuestro futuro es nuestro futuro”.
Para ser un presidente así, Obama debe comenzar por cumplir sus promesas de cerrar el campo de prisioneros de la bahía de Guantánamo, en Cuba, y acabar con la costumbre del Gobierno de Bush de encerrar a la gente sin decirle nunca por qué ni de qué se le acusa. Asimismo, debe iniciar el proceso para retirar las tropas de combate de Irak, una tarea que dijo que completaría en 16 meses. Materializar esas promesas contribuiría enormemente a restaurar la imagen de Estados Unidos en el mundo.
También es fundamental que desempeñe un papel constructivo en la reforma de Naciones Unidas. La estructura del Consejo de Seguridad tiene 60 años de antigüedad. Todavía da a los vencedores de la II Guerra Mundial el derecho a ser miembros permanentes y a vetar sus decisiones. Cambiar eso significaría inevitablemente diluir los privilegios de esos países, entre ellos Estados Unidos. Pero si hay un presidente estadounidense que puede vencer esa sombra histórica que pende sobre la ONU es Obama.
Obama tiene un padre keniano y ha pasado tiempo en las aldeas africanas en las que todavía viven sus familiares; por eso no es extraño que comprenda la necesidad de que los países ricos ayuden a los países en vías de desarrollo. El año pasado se comprometió a duplicar la ayuda exterior de Estados Unidos de aquí a 2012, hasta alcanzar 50.000 millones de dólares al año (una cifra con la que Estados Unidos todavía estaría por detrás de muchos países europeos en cuanto al porcentaje de su renta nacional destinado a la ayuda).
También hay que redirigir mejor esta ayuda para destinarla a quienes viven en extrema pobreza. Por desgracia, cuando preguntaron al hoy vicepresidente electo, Joe Biden, qué gastos podría reducir un Gobierno de Obama debido a la crisis financiera, mencionó la promesa de incrementar la ayuda exterior. No obstante, para duplicar la ayuda exterior haría falta una cantidad pequeña de dinero, en comparación con lo que se ahorraría con la retirada de Irak.
Tal vez el aspecto más difícil de la tarea de convertir a Estados Unidos en un buen ciudadano mundial sea la reducción de sus desmesuradas emisiones de gases de efecto invernadero, aproximadamente cinco veces más que la media per cápita mundial. El Gobierno de Bush ha malgastado ocho años preciosos durante los que nos hemos acercado peligrosamente al punto en el que podría suceder una cadena irreversible de acontecimientos que desemboque en catástrofe. El año pasado, el presidente de Uganda, Yoweri Museveni, acusó a los países industrializados de agredir a África con el calentamiento global. Puede parecer una exageración, pero aumentar la temperatura y disminuir el volumen de lluvia de un país predominantemente agrario puede resultar tan destructor para sus habitantes como que les bombardeen.
Obama debe hacer que Estados Unidos encabece los esfuerzos para reducir las emisiones. Luego, después de dejar clara su buena fe, debería ser capaz de elaborar un acuerdo con los líderes europeos para incluir a China e India en cualquier tratado que sustituya al Protocolo de Kioto cuando éste expire, en 2012. Quizá sea éste el mayor desafío ético de la presidencia de Obama. Su respuesta será decisiva a la hora de juzgar su mandato.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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