martes, noviembre 11, 2008

Horacio y la nave del Estado

Por Olegario González de Cardedal (ABC, 09/11/08):

EN tiempos de tormentas, que amenazan la estabilidad económica de naciones y familias, ¿quedarán tiempo y sosiego para hablar de poetas y de naves, de mares con otras tormentas y de marinos con otras responsabilidades? Mientras nos sentimos acongojados por estos problemas urgentes, no podemos olvidar las tormentas morales y culturales, que son más silenciosas pero tienen secuelas más profundas.

Pocos años antes del nacimiento de Cristo, el poeta romano Horacio elevaba su voz ante las tentaciones que padecía la nave del Estado. Habiendo salido de graves peligros y recobrada la paz civil, pretendía abandonar el puerto y volver a alta mar, quedando a merced de nuevas galernas. «Las nuevas olas, ¿te llevarán de nuevo al mar, oh Nave? Ay, ay, ¿qué haces? Queda y no te alejes del puerto… ¿No ves cómo tu lateral se ha quedado sin remos y el ábrego violento quebrantó tu mástil y gimen las antenas y apenas podrías sin maromas afrontar el piélago imperioso?» (Odas I, 14)

Las decisiones políticas llevan consigo decisiones éticas previas. Si aquellas son competencia exclusiva del Gobierno legítimo, éstas sin embargo deben ser analizadas por los ciudadanos. Las líneas siguientes, sin mezclar planteamientos políticos y éticos, enumeran en forma de pregunta algunas cuestiones morales y situaciones sociales sobre las que debemos reflexionar, porque no hay política sin ética. Los grandes filósofos y teólogos de la Escuela de Salamanca así lo practicaron. ¿Quién lo debe hacer hoy?

I. El mercado y la política por sí solos no generan valores ni ideales y una sociedad que ha embarcado a los ciudadanos por los desfiladeros del dinero fácil, del éxito inmediato, de la fama a cualquier precio, no tiene resortes para preparar a las nuevas generaciones a una mayor fidelidad a los imperativos de la justicia y de la solidaridad, de Dios y del prójimo. Los valores y criterios deben ser cultivados privada y públicamente. No es verdad que sólo importe la dimensión social de la persona y que en el orden individual todo esté permitido. Lo que el ser humano es en su hondón personal terminará reflejándolo en su hacer. Quien no es justo en lo privado no lo será en lo público. La vida política sólo será limpia si a la vez cultiva las fuentes de las que toman savia sus raíces: la cultura, la ética, la religión, el arte, la utopía.

II. La gran tentación de la Nave hispánica hoy es mirar al pasado con resentimiento, dejando el puerto de la convivencia lograda en el decenio 1970-1980 y sellada con la Constitución. Tentación de declarar ilegítimas las decisiones de ese decenio y arrancar desde otro comienzo como el único que resanaría la convivencia española. Con ello se vuelve a una intelectual guerra civil, inherente a querer haber tenido razón, seguir teniéndola y desde ahí juzgar, condenar y excluir a quienes no comparten el mismo punto de partida. Y puestos a mirar hacia atrás; ¿dónde poner el comienzo de la legitimidad? ¿En qué guerras o en qué paces situaríamos la verdad de España? Es sagrada una decisión de magnanimidad, de perdón y de reconciliación por parte de todos, para que haya paz real, a la vez que se rehacen situaciones de manifiesta injusticia, olvido o marginación.

III. Junto a este hecho generador de enfrentamientos, otros ponen también en peligro la nave del Estado en un sentido y de la democracia en otro. El primero de ellos es el debilitamiento de la credibilidad del poder judicial. A partir del momento en que a finales del decenio 1980 los dos grandes partidos políticos decidieron repartirse la designación de quienes presidirían los órganos de la justicia, los ciudadanos percibieron que estaba perdiéndose la autonomía de ese poder judicial, necesaria para garantizar la real democracia y asegurar la igual defensa de todos. Lo que estamos viviendo respecto del Poder judicial y del Tribunal constitucional son sólo los tristes extremos bochornosos, inherentes a aquella decisión. Se comienza a dudar de la justicia y a pensar que todo dependerá de quien tenga en cada momento el poder político, desencadenando desmoralización interna en la sociedad.

IV. En los momentos en los que se elaboró la Constitución española salíamos de una dictadura, en la que no habían existido partidos políticos. En tal momento estos fueron considerados la expresión suprema de la iniciativa y participación de los ciudadanos en la responsabilidad pública. Se les otorgó un puesto privilegiado en el ordenamiento jurídico hasta el punto de que quedaron convertidos en el órgano de expresión de la voluntad ciudadana con peso jurídico obligatorio para el poder ejecutivo. Fueron excluidas o no mencionadas las vías de de representación, que no pasaran por ellos. La consecuencia es que cualquier reclamación ciudadana que no esté mediada por los partidos políticos carece de fuerza jurídica. Puede ocurrir que una parte muy elevada de la población reclame algo o rechace una propuesta del ejecutivo, pero si no la canaliza por un partido político, el Gobierno no está jurídicamente obligado a tenerla en cuenta y puede imponer su decisión, aun cuando más de la mitad de los ciudadanos estuviera contra ella. Toda la vida humana, ¿debe quedar mediada y condicionada a que uno asuma todo lo que un partido lleve en su programa? ¿Se quedará sin voz ni voto esa parte de la población, cuyos deseos no encuentran cauce en los correspondientes programas de los partidos? Sorprende comprobar que los movimientos cívicos, que tanta importancia tuvieron en la vida española durante los decenios 1960-1980, han desaparecido, asfixiados en gran parte por los partidos políticos que reclaman ser la única expresión legítima de la voluntad ciudadana.

V. Otra de las cuestiones éticas es la de la solidaridad entre las regiones. El hecho de que los gobiernos centrales han dependido de ciertos partidos, ha llevado consigo que algunas regiones hayan sido privilegiadas económica y políticamente respecto de las demás. No se trata sólo de reclamaciones de identidad histórica: lo que está en juego es el reparto del dinero, en unas direcciones u otras. Hay zonas subsidiadas y zonas privilegiadas por las inversiones en infraestructuras, desarrollo industrial y técnico, mientras que otras quedan marginadas, bien porque tienen menor población, o porque sus representantes no logran hacerse oír. Por ejemplo, la franja despoblada del oeste español desde Asturias hasta Huelva sigue sin tren, sin autopistas, sin acceso fáciles a Madrid o entre Portugal y España. ¿O es que el número de votantes que apoyarán a un partido u otro es la razón que decide si se ayuda o margina a las regiones?

VI. Conexo con este hay otros hechos que provocan el sonrojo y el natural rechazo. La historiografía y la crítica social han denostado hasta el escarnio los procedimientos propios del siglo XIX cuando los caciques iban comprando uno a uno los votos por ciudades y aldeas. Votos individuales a precio bajo. ¿Qué pensar de la oferta de grandes cantidades y transferencias a algunos partidos o regiones, para que apoyen leyes o candidaturas? En consecuencia, la conciencia ciudadana piensa que no prevalecen la ley y la justicia, sino el poder económico en manos de un ejecutivo, que se asegura su permanencia en el poder por cualquier medio y a cualquier precio. Todo ello debilita la confianza en la justicia y en la democracia, confianza que es esencial para el bien común.

Si ante las pretensiones abusivas del emperador el viejo campesino germano pudo exclamar: «¡Aún quedan jueces en Berlín!», y si ante la violenta actuación del Rey de Israel Ajab, el profeta Elías pudo exclamar, «No te es lícito quedarte con la viña de Nabot», ¿quiénes son los jueces y profetas que entre nosotros advierten de aquellas derivas que objetivamente nieguen el carácter social, solidario, del Estado, que define nuestra Constitución?

Horacio concluía su oda invitando a evitar las galernas del pasado, a no malversar la justicia y a no defraudar la esperanza depositada. «Tú, Nave, que mi inquietud antes fuiste y ahora eres mi amor y mi cuidado, huye del mar que baña las Cícladas tentadoras». ¿Qué Cícladas debilitan hoy la democracia y amenazan al Estado? Ante ellas hay que pasar del saber al hacer y del diagnosticar al decidir. Unos con la palabra, otros con la responsabilidad política y otros con la reclamación ciudadana.

Fuente: Bitácora AlmendrónTribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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