Por Pilar Rahola (LA VANGUARDIA, 19/11/08):
Me ocurre con los economistas lo que le ocurría al personaje de Vladimir Nabokov, el enigmático Van de Ada o el ardor,cuando se encontraba delante de un científico. Ante la ciencia, es decir, ante el conocimiento surgido de la demostración empírica, el intelectual notaba el vacío de la especulación intelectual, como si fuera un simple malabarista en la cuerda floja de las ideas. La ciencia es inapelable, hasta que otra teoría demostrada refuta la anterior. La especulación intelectual, en cambio, es dialéctica, y aunque goza de la impunidad de no necesitar demostración, también sufre el miedo a ser pura entelequia mental. Si el magnífico Van de Nabokov expresaba, pues, su envidia ante el científico, yo me atrevo humildemente a expresar la mía ante los economistas, esos narradores de la dura prosa del dinero, capaces de elevar teorías al aire, como si fueran burbujas de jabón, y parecer ciencia exacta. Probablemente la economía es la menos científica y la más literaria de las ciencias, pero goza de un prestigio casi religioso, como si lo suyo fuera pura matemática y no lo que realmente es: un ejercicio inteligente de adivinación esotérica.
No importa que no intuyan los cataclismos bursátiles, ni la explosión de las burbujas inmobiliarias, ni el hundimiento del dinero basura.
Tampoco importa que sus organizaciones no prevean ni solucionen dichos cataclismos. Por muchas piruetas que hagan a metros de altura siempre caen de pie. Al fin y al cabo, si nadie entiende qué le pasa realmente a la economía, los que dicen saberlo - aunque lo sepan poco- se convierten en una envidiada casta.
Y ha sido esa notable casta la que ha hecho tocar las campanas: ha acabado un ciclo histórico; llega la refundación del capitalismo; estamos a las puertas de un nuevo paradigma. Como no tengo otro remedio que creerlo, saco mis gafas de observar, me acomodo en el humilde rinconcito de mi reflexión, e hilvano algunas preguntas que me hierven en el tintero.
¿Esa reunión de Washington representa el salvavidas que nos salvará de nuestro anunciado naufragio? Dicen los corresponsales que Washington ha significado el final de la era neocon,enterrando también su aguda alergia a cualquier intervención de lo político, en lo económico. Vuelve el Estado a tener su papel en el mundo del dinero, y con él, retornan las vocaciones reguladoras. Ese es el espíritu que ha bendecido la reunión de Washington, y los agoreros se felicitan por el éxito, y nos auguran tiempos mejores. Sin embargo, algunas cosas no me cuadran, y por ello retorno a mis inquietas preguntas.
Por ejemplo, Washington ha entronizado a las tres nuevas potencias del mundo, convertidas ya en realidades inapelables: China, India y Brasil. Ayer hablaba del caso indio, en la sección de Internacional. Bien, si esos tres países son el nuevo paradigma de la fortaleza económica, y los tres basan su economía en el desprecio más flagrante a los derechos laborales, sociales y medioambientales, ¿ese es el horizonte hacia el cual andamos? ¿La salvación del capitalismo necesita adelgazar los derechos laborales duramente conquistados? ¿El modelo europeo del Estado de bienestar es un modelo en remisión? Además, no olvidemos que las tres grandes nuevas economías del planeta se fundamentan en sociedades con masas ingentes de población sumida en la pobreza extrema, y convertidas en mano de obra semiesclava. ¿Eso es lo que necesita la economía, para garantizar su progreso? Por supuesto, me dirán que Europa es distinta. Pero lo cierto es que el Sudeste Asiático está copando los mercados, que necesitamos de ellos para subsistir y que difícilmente podremos mantener nuestro bienestar social, si queremos garantizar nuestro ritmo de crecimiento.
Debe ser por ello que en la cumbre de Washington se ha hablado muchísimo de libertad, pero sólo vinculada al mercado. Ni se ha hablado de derechos políticos, ni laborales, ni sociales, ni civiles. Muy al contrario, algunos de nuestros salvavidas económicos están situados en dictaduras brutales. Me llama poderosamente la atención, además, que la palabra pobreza tampoco haya formado parte de la agenda de los notables reunidos en la cumbre, y ello a pesar de que Lula da Silva, el presidente de Brasil, llegó al poder enarbolando esa bandera. Pero ya se ha olvidado. Y, sin embargo, la pobreza extrema de millones de seres conforma el naufragio más sangrante de la economía mundial.
En este sentido, puede que los reunidos en Washington se hayan erigido como los garantes de la salvación, pero ¿de cuál? ¿Del libre mercado regulado por leyes democráticas, que garantizan un cierto reparto del bienestar? ¿O del beneficio del capital, sea cual sea la forma de garantizarlo? Porque hay una diferencia notable entre ser una economía poderosa, con 800 millones de personas que nacen y mueren en la calle, arrastrándose en la miseria, o ser una economía estable, que garantiza una vida digna a sus ciudadanos. ¿Ser India, o ser Europa? ¿Ser Arabia Saudí, o ser España? No es lo mismo. Y por ello cabe hacerse otra pregunta literaria, con permiso de Raymond Carver: “¿De qué hablamos cuando decimos que hablamos de capitalismo?”.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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