martes, enero 06, 2009

El fracaso de las predicciones

Por Mijaíl Gorbachov, ex presidente de la URSS y premio Nobel de la Paz. Distribuido por The New York Times Syndicate. Traducción, Toni Tobella (EL PERIÓDICO, 05/01/09):

El año 2008 ha quedado marcado por la crisis financiera global. Nadie fue capaz de predecir ni su estallido ni su extensión; y no creo que nadie sepa cuándo acabará ni de qué manera. Lo que sí ya está claro es que las afirmaciones que se vertieron al principio sobre la crisis fueron irresponsables. Los próximos meses el mundo y la política mundial se verán sometidos a una dura prueba. La búsqueda de salidas ante la crisis será un proceso difícil y agónico. No todos los esfuerzos iniciales han sido efectivos. Este primer fallo en el funcionamiento de nuestro mundo globalizado nos pilló por sorpresa, y esencialmente poco preparados.

Releyendo los informes de la cumbre del G-8 celebrada en Japón el pasado julio, resulta increíble que, apenas un par de meses antes de la irrupción de la crisis, los líderes mundiales parecían ignorar los temblores que la anunciaban. La cumbre fue una reunión casi rutinaria. El mismo formato –la forma en que se preparó y gestionó– parecía pasado de moda. Necesitamos una nueva visión de liderazgo político global, una nueva disposición a trabajar juntos en este mundo globalizado. Los políticos van muy por detrás de los acontecimientos.

POR SU PARTE, la crisis de primeros de agosto en el Cáucaso fue totalmente imprevista, como un rayo en un cielo azul. Cualquier guerra, incluso una corta, es siempre un fracaso político y de la política. La desgraciada aventura militar de los líderes georgianos significó el desastre para millares de osetios, georgianos y rusos. Además, evidenció la falta de un sistema de seguridad efectivo en Europa para prevenir y resolver conflictos.

Los problemas se ciernen también sobre otros continentes. Las guerras civiles en el Congo, Sudán y otros lugares de África han costado miles de vidas.

Los ataques terroristas en Bombay no fueron más que un trágico recordatorio de la amenaza que plantea el terrorismo; también afectan a la responsabilidad del Estado en cuyo territorio se preparó este ataque a gran escala. La situación en Afganistán es de lo más sombría. Oriente Próximo sigue siendo un polvorín. Y para colmo, ha vuelto la piratería, desde la oscuridad de los tiempos.

Los flujos migratorios, la inestabilidad social en muchos países (incluyendo algunos muy alejados de la pobreza), los problemas recientes con alimentos contaminados, las violaciones de los derechos humanos a gran escala… La lista de los males del mundo podría seguir.

Hablando con gente de otros países, una y otra vez oigo las mismas preguntas: ¿Qué está pasando? ¿Qué nos aguarda? ¿Por qué han fracasado los líderes políticos mundiales a la hora de hacer frente con efectividad a las viejas y nuevas amenazas? Son cuestiones legítimas. Para contestarlas, debemos examinar las causas que subyacen a los acontecimientos recientes.

Estoy convencido de que la raíz de la actual agitación, tan extendida por otra parte, es la impotencia –incluso la falta de voluntad– por parte de los líderes políticos para evaluar correctamente la situación tras el final de la guerra fría y marcar conjuntamente un nuevo curso para el mundo. El complejo del ganador –la fanfarria ejecutada por Occidente tras la salida de la Unión Soviética del escenario internacional– oscureció el hecho de que el final de la guerra fría no era la victoria de un bando o de una ideología. Era más bien un logro común y un reto común también, una llamada hacia un cambio de envergadura.

¿Pero para qué cambiar si, como creían los políticos occidentales, todo iba sobre ruedas? Ellos continuarían guiando al resto del mundo con su indefectible doctrina del libre mercado y de las alianzas como la de la OTAN, dispuestas y celosas por hacerse cargo de la responsabilidad de la paz en Europa y más allá. Las consecuencias llegaron en el 2008.

HAY POR el mundo un clamor que pide el cambio. Un deseo que se hizo evidente en noviembre, en un acontecimiento que podría convertirse no solo en un símbolo de esa necesidad de cambio, sino también en un auténtico catalizador para dicho cambio. Dado el papel especial que Estados Unidos sigue ejerciendo en el mundo, la elección de Barack Obama podría tener consecuencias que trasciendan a aquel país. El pueblo norteamericano se ha pronunciado; ahora todo dependerá de si el nuevo presidente y su equipo saben mantenerse a la altura del reto.

A la elección presidencial siguió otro acontecimiento consecuente: la cumbre del G-20 en Washington presagió un nuevo formato de liderazgo global, reuniendo a los países responsables del futuro de la economía mundial. Y aquí está en juego mucho más que la economía. la economía mundial. El hecho de que a los líderes del G-8 se sumaran como socios paritarios los líderes de China, la India y Brasil y casi una docena de otros países fue un reconocimiento, quizá un punto reacio, de que el equilibrio económico y político en el mundo había cambiado. Es ahora un hecho que se da por sentado que un mundo con un único centro de poder, sea cual sea su forma o apariencia, ya no es posible por más tiempo.

Ahora se da por sentado que un mundo con un único centro de poder, sea cual sea su apariencia, ya no es posible por más tiempo. El reto global de un tsunami económico y financiero únicamente puede afrontarse trabajando conjuntamente. Emerge un nuevo concepto de hacer frente a la crisis en los ámbitos nacional e internacional. Los pasos que se están dando parecen más adecuados a las necesidades de un mundo global que el enfoque anterior, basado en la esperanza de que el mercado se ocuparía de sí mismo.

Si las ideas actuales para reformar las instituciones financieras y económicas mundiales se implementaran de forma consistente, indicaría que finalmente han empezado a comprender la importancia del gobierno global. Dicho gobierno transformaría la economía en algo más racional y más humano.

Es un reto de enormes proporciones, y no solo para la economía mundial. Pero se le puede hacer frente. Hemos de alentar el diálogo equitativo, democratizar las relaciones entre los países y hacer retroceder las tendencias militaristas en la política y el pensamiento. Lo que implica una nueva agenda para la política internacional.

Fuente: Bitácora AlmendrónTribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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