Por Francesc Sanuy, abogado (EL PERIÓDICO, 06/01/09):
Durante muchos años, los monetaristas de la escuela de Chicago, con Milton Friedman a la cabeza, fueron la bandera de los neoliberales y conservadores que querían arrasar el keynesianismo. Ambos planteamientos se presentaban como radicalmente incompatibles y contradictorios, y, de hecho, algunos se remontaban a las discrepancias entre Keynes y Hayek, el padre del liberalismo económico, y las exageraban para llevar el agua a su molino. Se las presentaba como un dilema entre La riqueza de las naciones de Adam Smith (el mercado) y El Capital de Karl Marx (el Estado). Pero, en realidad, cuando Friedrich August van Hayek escribió en plena segunda guerra mundial Camino de servidumbre, con un ataque feroz al exceso de planificación económica, Keynes le escribió para compartir algunos de sus puntos de vista, diciendo que la gran cuestión era encontrar el punto de equilibrio de una planificación moderada que funcionara bajo el control de unos gobernantes orientados por los valores morales y con voluntad de servir a Dios y no al diablo. De hecho, ellos dos eran perfectamente conscientes de que las respectivas posiciones no eran mutuamente excluyentes, ya que Keynes solo pretendía rescatar el capitalismo y evitar su destrucción como víctima de sus propios defectos. Reclamaba, evidentemente, la socialización de la inversión, pero solo proponía el sacrificio de una parte para salvar el todo.
Seguramente es por eso por lo que algunos gobernantes tratan, en estos momentos, de aplicar el monetarismo y el keynesianismo a la vez. En EEUU, por ejemplo, el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, hace de discípulo de Friedman y se dedica a inyectar liquidez con el objetivo de evitar la implosión del sistema financiero mediante la compra opaca de colaterales probablemente tóxicos. Pero, mientras tanto, el secretario del Tesoro, Henry Paulson, hace de seguidor de Keynes y asume un déficit público que estimule la inversión y el consumo del sector privado. En empirismo más pragmático ha llevado, por lo tanto, a la conciliación de posiciones aparentemente irreductibles. Cosa que no ha impedido, sin embargo, que, cuando el debate parecía definitivamente cerrado, hiciera aparición en escena un tercer protagonista patrocinado por la cancillera alemana, Angela Merkel.
EN EFECTO, la líder del Gobierno de “gross Koalition” discrepa de Paulson cuando él se queja de la falta de créditos o de las restricciones de las tarjetas de crédito a la hora de financiar el consumo. En Alemania creen que EEUU no ha entendido aún cuáles fueron las causas de la situación actual y que no es normal que el dinero de los contribuyentes vaya destinado a fomentar préstamos de alto riesgo, créditos imprudentes o un superconsumo de estirar más el brazo que la manga. No es un choque de civilizaciones como el que pronosticaba Huntington entre Occidente y el islam, pero sí un choque de culturas entre un pueblo germánico influenciado aún por las ideas del matemático y filósofo Otto Friedrich Bollnow, que consideraba virtudes económicas la frugalidad, el ahorro, la diligencia, el trabajo y, sobre todo, la norma de no tomar prestado dinero que no se esté totalmente seguro de que se va a poder devolver. Alemania tiene una tasa de ahorro del 12% de la renta familiar disponible, y un superávit de la balanza por cuenta corriente del 6% del PIB, además de un presupuesto sin déficit.
Nos encontramos, pues, ante un país entero que se rige por la ética protestante y una líder política que contrapone a la pirotecnia de franceses y anglosajones la mesura, la moderación y la práctica del sentido común. Dice que lo que necesitamos es “Mass und Mitte (medida y centrismo), una expresión acuñada por el otro gran economista antinazi, Wilhelm Röpke, inventor del humanismo económico, partidario del mercado libre, pero defensor también de gobiernos y bancos, centrales, guiados por valores morales y que sean protectores de los más necesitados, garantía de la competencia y obstáculo insuperable de la excesiva acumulación de poder. Su pensamiento fue la piedra angular de la creación de la economía social de mercado basada en el espíritu de empresa y la responsabilidad social. De vuelta del exilio de Ginebra, fue asesor económico de Konrad Adenauer y Ludwig Erhardt, tras haber escrito en 1937 La doctrina económica, una obra contraria al colectivismo y al intervencionismo estatal.
ESTAS SON las premisas a partir de las cuales Merkel propone ahora la ortodoxia económica y un capitalismo de rostro humano y con compasión. Cree que, después de tantas décadas de política orientada desde el lado de la oferta, un keynesianismo total y obtuso resulta preocupante. En resumen, el debate ya es trilateral. Y una voz potente, la del primer país exportador del mundo y principal locomotora de Europa, nos recuerda a todos que pedir créditos para endeudarse hasta las cejas cuando se está a punto de perder el trabajo se puede considerar, como el fumar, un pecado venial. Pero, igual que este pequeño vicio, aparentemente inocuo, puede tener consecuencias funestas. Por más que la política anticíclica de Keynes dijera que la inversión no se puede aumentar si no hay un crecimiento del consumo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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