Por Irene Boada, periodista y filóloga (EL PERIÓDICO, 11/01/09):
“Al Reino Unido solo le quedan cinco años de vida”, ha dicho el escocés Tom Nairn, catedrático de Diversidad Cultural y Nacionalismo en la universidad australiana Royal Melbourne Institute of Technology. El novelista, también escocés, Allen Massie le daba 10. No de forma casual, estas declaraciones fueron realizadas en el 2007, momento a partir del cual una parte del Reino Unido pasó a estar gobernada por políticos reacios a su existencia. No solo el Partido Nacionalista Escocés (SNP), que obtuvo una ajustada victoria ese año, sino también los partidarios de romper la Unión: el Sinn Féin (SF), gobierna en Irlanda del Norte en coalición y el Plaid Cymru (PC), en el País de Gales.
La nueva era para los británicos comenzó hace 10 años con el estreno del nuevo laborismo. De una manera un tanto inesperada, los laboristas, liderados por dos escoceses, Tony Blair, nacido en Edimburgo, y Gordon Brown, en Glasgow, iniciaron el proceso político de la devolution: la formación de dos comunidades autónomas, tanto en Escocia como en Gales, con el retorno del Gobierno norirlandés después de su largo proceso de pacificación. Eso sí, sin el café para todos en Inglaterra. Este año que estrenamos, el Parlamento escocés y la Asamblea galesa celebrarán ya su 10° aniversario.
MIENTRAS Escocia tiene una tradición nacionalista más marcada, en el País de Gales el apoyo al nacionalismo siempre ha sido menor. En 1997, un buen número de escoceses, un 74%, votaron a favor de un Parlamento propio, mientras que solo un 50,3% de galeses votaba en favor del establecimiento de una Asamblea propia, con menos poderes que un Parlamento. De hecho, en un estudio realizado este año en Gales, solo un 13% del electorado está a favor de la independencia, e incluso un 20% sería partidario de la abolición de la asamblea.
Alex Salmond, de visita reciente en Barcelona, ha sido el primer nacionalista que se ha convertido en primer ministro de Escocia. Lidera el Gobierno en minoría, pero ya está haciendo cálculos para convocar un referendo por la independencia tras las próximas elecciones, el 2010, si obtiene un buen resultado. Salmond dice que la unión del siglo XVIII ya ha caducado y ya no sirve ninguna función política sino que provoca resentimiento. En cambio, prefiere una unión social con un enfoque muy práctico, con lazos más cívicos que políticos, manteniendo la monarquía y la presencia en la Commonwealth. El independentismo, en parte, se alimenta de aspectos económicos: si Escocia controlara los beneficios del gas y del petróleo del mar del Norte, que están situados en la costa escocesa, la prosperidad estaría asegurada. Pero la demanda por la independencia está basada, sobre todo, en causas culturales e históricas y, sobre todo, emocionales. De momento, la identidad compartida no ha sido causa de conflictos en décadas recientes, pero a los escoceses parece gustarles, cada vez más, su Parlamento autónomo; la tendencia en parlamentos autónomos es presionar para obtener más autonomía y la estructura de la Unión Europea, paradójicamente, hace la independencia hoy más costosa, con comercio libre dentro de la UE, una moneda única y políticas comunes de defensa.
Pero ¿hasta qué punto el SNP tiene apoyo sólido? Ganó con menos de la tercera parte del voto y con solo un diputado más que los laboristas. Los titulares de periódicos y la forma de hacer las encuestas podrían dar impresiones equívocas. E incluso, ¿hasta qué punto puede producirse una desintegración del Reino Unido? En el 2008, el Centro Nacional de Investigación Social señalaba un considerable descenso en la autodefinición de lo que es británico. Solo el 44% de ciudadanos británicos se definían con este adjetivo. Es particularmente significativo el bajo número de ingleses que se definían así: solo un 48%. No hay duda de que la valoración de los grandes iconos –la monarquía, el Parlamento, la BBC, el NHS (el sistema sanitario)– ha ido bajando, sobre todo entre la gente joven, y que la guerra de Irak capta que el poder se está volviendo inmune a la presión popular.
El columnista de The Times Tim Hames ha dicho, irónicamente, que Gordon Brown puede encontrarse siendo extranjero en el país que gobierna, en caso de que el SNP gane el referendo por la independencia. En general, hay simpatía entre ingleses y escoceses y los primeros no les pondrán trabas, si ese es el deseo de la mayoría. Sean cuales sean los cambios, posiblemente se desarrollen de una forma lenta pero amable, con cordialidad por todos lados, al estilo típicamente británico en esta actitud profundamente democrática que tanto envidiamos desde el Mediterráneo. Quizá se convertirá en una unión social, como dice Salmond.
EN PALABRAS del catedrático norirlandés Arthur Aughey, autor de The politics of Englishnes: “El ideal tanto para el Reino Unido como para España (si los españoles aceptan Catalunya y el País Vasco como naciones), es de solidaridad multinacional, basado en el principio de acuerdo. Con derecho a la autodeterminación, formalmente reconocido en el caso de Irlanda del Norte, e implícitamente en los casos de Escocia y el País de Gales, incluso en el de Inglaterra. Pero creo que la solidaridad entre las cuatro naciones sigue existiendo y todavía apoyan la unión desde cada lado. Quizá no será siempre el caso, pero seguirá así en un futuro próximo”.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
“Al Reino Unido solo le quedan cinco años de vida”, ha dicho el escocés Tom Nairn, catedrático de Diversidad Cultural y Nacionalismo en la universidad australiana Royal Melbourne Institute of Technology. El novelista, también escocés, Allen Massie le daba 10. No de forma casual, estas declaraciones fueron realizadas en el 2007, momento a partir del cual una parte del Reino Unido pasó a estar gobernada por políticos reacios a su existencia. No solo el Partido Nacionalista Escocés (SNP), que obtuvo una ajustada victoria ese año, sino también los partidarios de romper la Unión: el Sinn Féin (SF), gobierna en Irlanda del Norte en coalición y el Plaid Cymru (PC), en el País de Gales.
La nueva era para los británicos comenzó hace 10 años con el estreno del nuevo laborismo. De una manera un tanto inesperada, los laboristas, liderados por dos escoceses, Tony Blair, nacido en Edimburgo, y Gordon Brown, en Glasgow, iniciaron el proceso político de la devolution: la formación de dos comunidades autónomas, tanto en Escocia como en Gales, con el retorno del Gobierno norirlandés después de su largo proceso de pacificación. Eso sí, sin el café para todos en Inglaterra. Este año que estrenamos, el Parlamento escocés y la Asamblea galesa celebrarán ya su 10° aniversario.
MIENTRAS Escocia tiene una tradición nacionalista más marcada, en el País de Gales el apoyo al nacionalismo siempre ha sido menor. En 1997, un buen número de escoceses, un 74%, votaron a favor de un Parlamento propio, mientras que solo un 50,3% de galeses votaba en favor del establecimiento de una Asamblea propia, con menos poderes que un Parlamento. De hecho, en un estudio realizado este año en Gales, solo un 13% del electorado está a favor de la independencia, e incluso un 20% sería partidario de la abolición de la asamblea.
Alex Salmond, de visita reciente en Barcelona, ha sido el primer nacionalista que se ha convertido en primer ministro de Escocia. Lidera el Gobierno en minoría, pero ya está haciendo cálculos para convocar un referendo por la independencia tras las próximas elecciones, el 2010, si obtiene un buen resultado. Salmond dice que la unión del siglo XVIII ya ha caducado y ya no sirve ninguna función política sino que provoca resentimiento. En cambio, prefiere una unión social con un enfoque muy práctico, con lazos más cívicos que políticos, manteniendo la monarquía y la presencia en la Commonwealth. El independentismo, en parte, se alimenta de aspectos económicos: si Escocia controlara los beneficios del gas y del petróleo del mar del Norte, que están situados en la costa escocesa, la prosperidad estaría asegurada. Pero la demanda por la independencia está basada, sobre todo, en causas culturales e históricas y, sobre todo, emocionales. De momento, la identidad compartida no ha sido causa de conflictos en décadas recientes, pero a los escoceses parece gustarles, cada vez más, su Parlamento autónomo; la tendencia en parlamentos autónomos es presionar para obtener más autonomía y la estructura de la Unión Europea, paradójicamente, hace la independencia hoy más costosa, con comercio libre dentro de la UE, una moneda única y políticas comunes de defensa.
Pero ¿hasta qué punto el SNP tiene apoyo sólido? Ganó con menos de la tercera parte del voto y con solo un diputado más que los laboristas. Los titulares de periódicos y la forma de hacer las encuestas podrían dar impresiones equívocas. E incluso, ¿hasta qué punto puede producirse una desintegración del Reino Unido? En el 2008, el Centro Nacional de Investigación Social señalaba un considerable descenso en la autodefinición de lo que es británico. Solo el 44% de ciudadanos británicos se definían con este adjetivo. Es particularmente significativo el bajo número de ingleses que se definían así: solo un 48%. No hay duda de que la valoración de los grandes iconos –la monarquía, el Parlamento, la BBC, el NHS (el sistema sanitario)– ha ido bajando, sobre todo entre la gente joven, y que la guerra de Irak capta que el poder se está volviendo inmune a la presión popular.
El columnista de The Times Tim Hames ha dicho, irónicamente, que Gordon Brown puede encontrarse siendo extranjero en el país que gobierna, en caso de que el SNP gane el referendo por la independencia. En general, hay simpatía entre ingleses y escoceses y los primeros no les pondrán trabas, si ese es el deseo de la mayoría. Sean cuales sean los cambios, posiblemente se desarrollen de una forma lenta pero amable, con cordialidad por todos lados, al estilo típicamente británico en esta actitud profundamente democrática que tanto envidiamos desde el Mediterráneo. Quizá se convertirá en una unión social, como dice Salmond.
EN PALABRAS del catedrático norirlandés Arthur Aughey, autor de The politics of Englishnes: “El ideal tanto para el Reino Unido como para España (si los españoles aceptan Catalunya y el País Vasco como naciones), es de solidaridad multinacional, basado en el principio de acuerdo. Con derecho a la autodeterminación, formalmente reconocido en el caso de Irlanda del Norte, e implícitamente en los casos de Escocia y el País de Gales, incluso en el de Inglaterra. Pero creo que la solidaridad entre las cuatro naciones sigue existiendo y todavía apoyan la unión desde cada lado. Quizá no será siempre el caso, pero seguirá así en un futuro próximo”.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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