Por Norman Manea, autor del libro The hooligans´s return; en el 2006 recibió el premio Médicis Étranger. Traducción: Carlos Manzano (LA VANGUARDIA, 04/01/09):
Este año se celebra el vigésimo aniversario del desplome del comunismo en Europa. Los jóvenes de la generación poscomunista de la Europa oriental, liberados de la complejidad de saber demasiado sobre el pasado cruel, no parecen interesarse por lo que sus padres y abuelos padecieron.
Sin embargo, la reciente revelación de la supuesta complicidad del escritor checo Milan Kundera con el estalinismo es simplemente la última del largo periodo medio de vida de un pasado tóxico. Recordamos otros ejemplos: las acusaciones de colaboración con la policía secreta lanzadas contra Lech Walesa, las controversias públicas en Rumanía sobre el pasado fascista de Mircea Eliade y los ataques sobre el supuesto “monopolio judío del sufrimiento”, que equiparan el holocausto con el gulag soviético.
Friedrich Nietzsche dijo que, si miras a los ojos al Demonio durante demasiado tiempo, corres el riesgo de convertirte en demonio, a tu vez. Un anticomunismo bolchevique, similar en su dogmatismo al propio comunismo, se ha desmadrado de vez en cuando en algunas partes de la Europa oriental. En un país tras otro, simplemente se rehízo esa mentalidad maniquea, con sus enormes simplificaciones y sus manipulaciones, al servicio de los nuevos ocupantes del poder.
También se pueden encontrar rastros residuales de pensamiento totalitario en la hostilidad a los antiguos disidentes, como Adam Michnik o Vaclav Havel, quienes sostuvieron que las nuevas democracias no debían explotar los resentimientos ni buscar venganza, como hizo el Estado totalitario, sino crear un nuevo consenso nacional para estructurar y facultar a una sociedad civil genuina. Los antiguos generales de la policía secreta y miembros de la nomenclatura comunista, intocables en sus confortables villas y con sus jubilaciones, deben de sentir gran placer al ver las cazas de brujas actuales y la manipulación de archivos antiguos con fines políticos inmediatos.
Pero el caso de Kundera parece diferente…, aunque no menos inquietante. En 1950, Kundera, entonces un comunista de 20 años, denunció, según dicen, ante la policía criminal como espía occidental a un hombre desconocido para él, amigo de la novia de un amigo suyo. Aquel hombre fue interrogado brutalmente en un antiguo local en el que la Gestapo había torturado y pasó catorce años en la cárcel. El nombre de Kundera estaba en el informe del oficial investigador, autentificado después de que un historiador lo descubriera en un polvoriento archivo de Praga.
El solitario Kundera, que emigró a París en 1975, ha declarado que eso “nunca ocurrió”. Además, la temible policía secreta de Checoslovaquia nunca aprovechó ese incidente para chantajearlo o ponerlo en evidencia. Hasta no tener más información, tanto de Kundera como de las autoridades, no se revolverá ese caso, pero, si sucedió, requiere una mayor reflexión.
Por lo que yo sé, Kundera nunca fue informador y no podemos pasar por alto que más adelante se liberó de la obligatoria felicidad totalitaria que el comunismo propagaba. El decenio de 1950 fue el periodo más brutal de la “dictadura del proletariado” en la Europa oriental, periodo de gran entusiasmo y temores terribles que envenenó las inteligencias y las almas de todos, creyentes devotos, oponentes feroces o espectadores apáticos.
Además, el caso de Kundera no es único.
En el 2006 Günter Grass, ganador del Nobel, reveló que, sesenta años antes, siendo un adolescente, fue miembro de las Waffen-SS. Y hace unos años, el mundo se escandalizó al saber que el famoso escritor italiano Ignazio Silone había colaborado en su juventud con la policía fascista. La vida diaria bajo el totalitarismo, ya fuera comunista o fascista, estuvo basada rutinariamente en una profunda duplicidad cuyos efectos son muy duraderos.
No estoy de acuerdo con quienes dicen que no debemos interesarnos en los oscuros episodios de la vida de un gran escritor. ¿Por qué no? No debemos interesarnos para fines acusadores, sino para lograr una comprensión más profunda de una utopía sangrienta, demagógica y tiránica… y de la debilidad y la vulnerabilidad humanas.
Pero ¿podemos defender justificadamente a artistas e intelectuales moralmente comprometidos basándonos en el mérito de su obra y, sin embargo, condenar a personas comunes y corrientes por delitos con frecuencia menos graves? Un ejemplo atroz de ello fue el modo como los seguidores del filósofo rumano Constantin Noica defendieron su apoyo a la Guardia de Hierro fascista y su posterior colaboración con los comunistas, al tiempo que condenaban incluso a una genérica señora de la limpieza por fregar los suelos de los despachos de la policía secreta. ¿No se debería tener en cuenta igualmente el duro y monótono trabajo de esa limpiadora para mantener a su familia, sus hijos y su propia supervivencia?
Para entender aquella época, debemos conocer y juzgar cautelosamente circunstancias ambiguas y abrumadoras, sin simplificar nunca una realidad diaria multidimensional con vistas a la consecución de fines políticos en el presente. Como mínimo, para perdonar debemos saber lo que perdonamos. En la Europa oriental actual, tanto los viejos como los jóvenes se beneficiarán de esa lección. Moisés erró con su pueblo por el desierto durante 40 años, hasta que se liberaron de la venenosa mentalidad de los esclavos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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