Por Joseba Arregui, presidente de la asociación cultural Aldaketa (EL PERIÓDICO, 13/01/09):
El título vale en sentido literal: Dios ha comenzado a dar vueltas por algunas ciudades –Londres, Barcelona, Madrid, de momento– a lomos de los autobuses públicos, y pronto lo hará, seguro, en casi todas las ciudades que se precien. Ello va a aumentar su presencia –negada, simplemente puesta en duda o afirmada– más que cualquier acto organizado por la Conferencia Episcopal Española. El inicio se debe a una asociación de ateos y librepensadores británicos. Y parece que ha molestado a no pocos creyentes. Aunque un creyente cristiano no debería tener razones para molestarse porque se ponga en duda la existencia de Dios: todo buen creyente debe llevar dentro un potencial ateo.
Más debería molestar que los ateos se apropien del término librepensador: ¿no se puede ser cristiano y librepensador, por mucho que este término esté vinculado a los ateos en Europa? ¿Cuál es la verdadera raíz de la libertad: la supuesta autosuficiencia humana, el solipsismo humano o el encuentro con el otro?
Bien mirado, el lema usado por los ateos y autodenominados librepensadores británicos es muy correcto: Probablemente Dios no existe. Si es que existe, desde luego no lo será como consecuencia de un cálculo de probabilidades. Solo el teísmo racionalista de la Ilustración llegó a proponer a Dios como el gran relojero que puso en marcha el universo que desde entonces puede funcionar solo, gracias a su propio movimiento, como algunos relojes modernos son capaces de hacerlo. Dios no es demostrable, ni siquiera como hipótesis de probabilidad. Dejaría de ser Dios. Estaría sujeto a la capacidad racional humana, que, aunque parece que vuelve a olvidarse, siempre es ambigua.
Dios no puede entrar en el horizonte de la ciencia. No es nada nuevo. Lo han sabido todas las religiones cuando han sido serias consigo mismas. Creer no es saber. La fe no es el resultado de una ecuación, ni de un cálculo de probabilidades. Es muy improbable que Dios exista: todas las apuestas deberían ir dirigidas a que no existe. Lo cual tampoco es ningún argumento en contra de su existencia. Pero esta solo se puede creer, no saber ni calcular en su probabilidad. Algún teólogo ha escrito, creo que con acierto, que Dios no es necesario. Por eso es gracia, regalo. Por eso está fuera de las coordenadas que gobiernan este mundo. En otro caso no sería Dios. No merecería la pena. Estaría de sobra, pues estaría sometido a las potencias de los hombres, y no les añadiría nada.
DIOS ES MÁS QUE improbable, especialmente el Dios cristiano, que afirma de sí mismo que ha muerto en la cruz de Jesús dentro de la historia humana. Y si el mundo que habitamos es producto del azar y la necesidad –Jacques Monod–, la misma vida es bastante improbable, aunque, al parecer, bastante real. Y si la vida es improbable, ¡cuánto más la libertad! Si la necesidad gobierna el mundo, si lo que es posible saber de la realidad se encuentra solo en el horizonte de lo que se puede calcular en su probabilidad, la libertad humana es la mayor de las quimeras. Bien pudieran los librepensadores escribir en los autobuses urbanos: “La libertad es probablemente imposible, no te esfuerces en vano”.
El Dios cristiano, el Dios que muere en la muerte de Jesús, es mucho más que improbable. ¿Cómo va a ser probable un Dios que se niega a sí mismo en su omnipotencia sometiéndose a la muerte? ¡Dios, el Dios cristiano, el primer ateo y el primer librepensador! De hecho, ya Hegel entendió que la cultura moderna era aquella en la que se ejecuta la muerte metafísica de Dios, llevando así a su total significado el fenómeno de la muerte histórica de Dios en la cruz de Jesús. Y, en su secuela, Nietzsche proclamó que Dios había muerto, aunque creo que añadió que los hombres preferían no darse por enterados.
EN ESTE NO darse por enterados se inscribe el significado del grafito que apareció en Mayo del 68 en alguna universidad francesa: “Dios ha muerto, Marx ha muerto, y yo empiezo a sentirme muy mal”. Claro que al estudiante que pintó esa frase se le escapó que el hombre moderno se salva –pues de eso se trata cuando alguien dice que se encuentra muy mal– gracias a la ciencia. Por eso debió añadir lo que se atribuye a Oppenheimer, uno de los padres de la bomba atómica: la ciencia ha perdido su inocencia. “Dios ha muerto, Marx ha muerto, la ciencia ha perdido su inocencia, y yo empiezo a encontrarme muy mal”.
Pero ¿quién se atreve a recordar hoy las palabras de Oppenheimer, en estos momentos en los que la ciencia nos promete la curación de casi todas las enfermedades, la anulación del envejecimiento, latentemente, la inmortalidad, el descubrimiento de la partícula Dios, la recreación de la creación del mundo en el CERN y su LHC, el gran colisionador de partículas? No podemos arrebatarnos a nosotros mismos la única creencia que nos ofrece, en un mundo cada vez más desorientado, un mínimo de certeza: la creencia en la ciencia, que no deja de ser creencia, fe.
El Dios que da vueltas en los autobuses urbanos de nuestras ciudades y cuya probabilidad es negada por los iniciadores de la publicidad parece que goza de buena salud. Mejor dicho: la fe en Dios goza de buena salud, para escándalo de los ateos, aunque quizá también de algún creyente que otro.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
El título vale en sentido literal: Dios ha comenzado a dar vueltas por algunas ciudades –Londres, Barcelona, Madrid, de momento– a lomos de los autobuses públicos, y pronto lo hará, seguro, en casi todas las ciudades que se precien. Ello va a aumentar su presencia –negada, simplemente puesta en duda o afirmada– más que cualquier acto organizado por la Conferencia Episcopal Española. El inicio se debe a una asociación de ateos y librepensadores británicos. Y parece que ha molestado a no pocos creyentes. Aunque un creyente cristiano no debería tener razones para molestarse porque se ponga en duda la existencia de Dios: todo buen creyente debe llevar dentro un potencial ateo.
Más debería molestar que los ateos se apropien del término librepensador: ¿no se puede ser cristiano y librepensador, por mucho que este término esté vinculado a los ateos en Europa? ¿Cuál es la verdadera raíz de la libertad: la supuesta autosuficiencia humana, el solipsismo humano o el encuentro con el otro?
Bien mirado, el lema usado por los ateos y autodenominados librepensadores británicos es muy correcto: Probablemente Dios no existe. Si es que existe, desde luego no lo será como consecuencia de un cálculo de probabilidades. Solo el teísmo racionalista de la Ilustración llegó a proponer a Dios como el gran relojero que puso en marcha el universo que desde entonces puede funcionar solo, gracias a su propio movimiento, como algunos relojes modernos son capaces de hacerlo. Dios no es demostrable, ni siquiera como hipótesis de probabilidad. Dejaría de ser Dios. Estaría sujeto a la capacidad racional humana, que, aunque parece que vuelve a olvidarse, siempre es ambigua.
Dios no puede entrar en el horizonte de la ciencia. No es nada nuevo. Lo han sabido todas las religiones cuando han sido serias consigo mismas. Creer no es saber. La fe no es el resultado de una ecuación, ni de un cálculo de probabilidades. Es muy improbable que Dios exista: todas las apuestas deberían ir dirigidas a que no existe. Lo cual tampoco es ningún argumento en contra de su existencia. Pero esta solo se puede creer, no saber ni calcular en su probabilidad. Algún teólogo ha escrito, creo que con acierto, que Dios no es necesario. Por eso es gracia, regalo. Por eso está fuera de las coordenadas que gobiernan este mundo. En otro caso no sería Dios. No merecería la pena. Estaría de sobra, pues estaría sometido a las potencias de los hombres, y no les añadiría nada.
DIOS ES MÁS QUE improbable, especialmente el Dios cristiano, que afirma de sí mismo que ha muerto en la cruz de Jesús dentro de la historia humana. Y si el mundo que habitamos es producto del azar y la necesidad –Jacques Monod–, la misma vida es bastante improbable, aunque, al parecer, bastante real. Y si la vida es improbable, ¡cuánto más la libertad! Si la necesidad gobierna el mundo, si lo que es posible saber de la realidad se encuentra solo en el horizonte de lo que se puede calcular en su probabilidad, la libertad humana es la mayor de las quimeras. Bien pudieran los librepensadores escribir en los autobuses urbanos: “La libertad es probablemente imposible, no te esfuerces en vano”.
El Dios cristiano, el Dios que muere en la muerte de Jesús, es mucho más que improbable. ¿Cómo va a ser probable un Dios que se niega a sí mismo en su omnipotencia sometiéndose a la muerte? ¡Dios, el Dios cristiano, el primer ateo y el primer librepensador! De hecho, ya Hegel entendió que la cultura moderna era aquella en la que se ejecuta la muerte metafísica de Dios, llevando así a su total significado el fenómeno de la muerte histórica de Dios en la cruz de Jesús. Y, en su secuela, Nietzsche proclamó que Dios había muerto, aunque creo que añadió que los hombres preferían no darse por enterados.
EN ESTE NO darse por enterados se inscribe el significado del grafito que apareció en Mayo del 68 en alguna universidad francesa: “Dios ha muerto, Marx ha muerto, y yo empiezo a sentirme muy mal”. Claro que al estudiante que pintó esa frase se le escapó que el hombre moderno se salva –pues de eso se trata cuando alguien dice que se encuentra muy mal– gracias a la ciencia. Por eso debió añadir lo que se atribuye a Oppenheimer, uno de los padres de la bomba atómica: la ciencia ha perdido su inocencia. “Dios ha muerto, Marx ha muerto, la ciencia ha perdido su inocencia, y yo empiezo a encontrarme muy mal”.
Pero ¿quién se atreve a recordar hoy las palabras de Oppenheimer, en estos momentos en los que la ciencia nos promete la curación de casi todas las enfermedades, la anulación del envejecimiento, latentemente, la inmortalidad, el descubrimiento de la partícula Dios, la recreación de la creación del mundo en el CERN y su LHC, el gran colisionador de partículas? No podemos arrebatarnos a nosotros mismos la única creencia que nos ofrece, en un mundo cada vez más desorientado, un mínimo de certeza: la creencia en la ciencia, que no deja de ser creencia, fe.
El Dios que da vueltas en los autobuses urbanos de nuestras ciudades y cuya probabilidad es negada por los iniciadores de la publicidad parece que goza de buena salud. Mejor dicho: la fe en Dios goza de buena salud, para escándalo de los ateos, aunque quizá también de algún creyente que otro.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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