Por Gabriel Jackson, historiador estadounidense. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo (EL PAÍS, 30/01/09):
No cabe duda de que los primeros pasos como presidente de Obama, entre ellos la gran cortesía que ha mostrado con su antecesor, así como los firmes y claros objetivos perfilados en su discurso de toma de posesión, la indudable variedad étnica de la población norteamericana y la atmósfera de júbilo y esperanza que cunde en todas las clases sociales del país, constituyen un excelente augurio de la mejora de la atmósfera política en Estados Unidos durante la recién estrenada Administración. Personalmente, yo estoy seguro de que tanto en política interna como en política exterior asistiremos a una notable rectificación de los desastrosos crímenes y errores cometidos durante la época de Bush-Cheney. Pero, haciendo también un esfuerzo por evitar graves decepciones en todo el mundo, quisiera plantear hasta qué punto podemos esperar avances en las diferentes áreas.
Desde el punto de vista de la política interna, seguramente se seguirá con éxito un programa de obras públicas de corte keynesiano o similar al del New Deal de Roosevelt. Cuando la crisis económica actual comenzó a dejarse sentir durante 2007 y 2008, ya hacía tiempo que la red de carreteras, puentes, escuelas, diques de contención contra las inundaciones y edificios públicos, creada en torno a 1935-1955, necesitaba de mejoras o sustituciones. Si cientos de miles de millones de dólares pueden destinarse a enmendar el daño causado al sistema financiero por los excesos cometidos en el sector, un número bastante menor de millones podrá destinarse a crear empleo y reconstruir las instalaciones que hicieron posible la recuperación económica y la expansión posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Obama y su equipo tienen estrechos contactos con los mejores científicos e ingenieros de Estados Unidos, de manera que hay muchas razones para confiar en que también se utilizarán los mejores y más novedosos materiales y tecnologías para incrementar la calidad de los futuros servicios públicos.
A la nueva Administración también le preocupa enormemente que Estados Unidos mitigue sus deficiencias actuales en materia de conservación del medio ambiente, sanidad y educación. Tampoco hay duda de su buena disposición y de su conocimiento de las necesidades existentes. Del mismo modo, la crisis absoluta en el sector de la automoción está posibilitando que se abra paso el desarrollo de los coches eléctricos e híbridos, algo que, de no haber sido por la tremenda resistencia de las empresas privadas afectadas, podría haberse hecho durante los últimos 20 años.
Puede que los avances sean más difíciles en lo tocante a la reforma del sistema sanitario y la mejora de la red de educación pública. Mis compatriotas estadounidenses, de todas las clases socioeconómicas, comparten un prejuicio: que los servicios privados son siempre, entre otras cosas, más eficientes y racionales que los públicos. Poco importa que la Universidad de California, Berkeley (pública) sea, en términos cualitativos, totalmente equiparable a la de Harvard (privada), o que las estadísticas de las últimas décadas demuestren que poblaciones de muchos países europeos y asiáticos con cobertura sanitaria universal viven más, y con mejor salud, que la población de Estados Unidos, donde existe una gran variedad de “opciones” privadas para personas que no pueden costeárselas.
En cuanto a los colegios, después de haber sido docente en diversas instituciones privadas y públicas, sé que en las primeras hay más moqueta y sillones algo más cómodos que en las segundas. No es sorprendente, y al decir esto no pretendo ser en modo alguno sarcástico, que a muchos adultos que buscan la mejor educación para sus hijos les impresione, consciente o inconscientemente, la presencia de mejores moquetas.
Con todo, el problema económico más difícil radicará en el esfuerzo por recuperar una auténtica y necesaria regulación del sector financiero. No voy a repetir aquí lo que ya he escrito sobre moral y capitalismo en diversos artículos relativos a los últimos desastres registrados en todo el mundo. Pero sí tengo que señalar que los millonarios, cuyos ingresos son literalmente cientos de veces mayores que los de profesionales competentes de otros sectores, no han reconocido públicamente esa necesidad, preocupándose más bien de que quizá el actual clima económico-político les impida percibir bonificaciones multimillonarias. Espero fervientemente que con la ayuda de economistas con conciencia social como Paul Krugman y Joseph Stiglitz, y también de profesionales expertos integrados en su propio cuerpo de asesores, el presidente Obama pueda convencer al Congreso y a la opinión pública de que, en contra de las convicciones del admiradísimo, y en cierto sentido muy admirable, presidente Reagan, el Gobierno es una parte esencial de la solución a los problemas que preocupan directamente al conjunto de la población de una sociedad democrática.
Si nos centramos en política exterior, no hay duda de que el presidente Obama cerrará Guantánamo, y que en todos sus contactos con naciones de uno u otro tamaño mostrará el respeto, la decencia y el interés humano que caracterizan tanto su comportamiento público como privado. Sin embargo, sus intenciones y posibilidades concretas están mucho menos claras en los ámbitos militar y diplomático que en lo relativo a la economía y la política interna. Irak y Afganistán, que siguen siendo lugares en cuyo seno hierven las rivalidades étnicas y religiosas, no han tenido, ni antes ni ahora, ningún deseo de amoldarse a las pautas y el liderazgo occidentales. En cuanto a Israel y los palestinos, las poblaciones de ambos bandos han sufrido tantos crímenes a manos de militares y terroristas, y las historias “míticas” han tenido tanta influencia en sus actitudes, que únicamente un sólido aval a la solución de dos Estados, consensuado por la comunidad internacional, podrá llevar la paz a la zona.
Dentro de Estados Unidos, Obama ha tenido ya una influencia tremendamente positiva en las actitudes, tanto públicas como privadas. Sin embargo, y discúlpenme por decirlo, en el siglo XXI, los restos de prejuicio racial que aún quedan en Estados Unidos no pueden compararse ni por asomo con los odios insensatos y suicidas imperantes en Oriente Próximo. Si China, Japón, Rusia, India, Europa, Brasil y Estados Unidos lograran unirse para convencer a Israel y los palestinos de una solución basada en la existencia de dos Estados que, avalada por todas esas potencias, proporcionara asistencia económica e institucional de larga duración, quizá la paz pudiera tener al menos una oportunidad en esa zona asolada por la guerra. Sin embargo, sin el consentimiento activo de las potencias antes mencionadas, no dejarán de alternarse periodos de paz o terror parciales, así como treguas temporales, en las que otras potencias sabotearán las iniciativas de pacificación o no harán nada por ayudar al proceso de paz.
Resumiendo, podría decir que tengo moderadas esperanzas de que con el liderazgo de Obama se puedan superar las peores consecuencias de una “exuberancia” capitalista descontrolada, propiciando una recuperación económica a gran escala. Espero también que pueda crear un nuevo y adecuado marco de regulación y transparencia, para que una confianza renovada fomente nuevas iniciativas, reactivando la prosperidad. En relación con el medio ambiente, la sanidad y la educación, no hay duda de que se orientará en la dirección correcta, aunque los avances podrán verse enormemente limitados si se conjugan los intereses empresariales con los prejuicios nacionales, que prefieren lo privado a los controles públicos.
Desde el punto de vista ético y constitucional no cabe duda de que Obama acabará con los peores abusos de Guantánamo, y también con los vergonzosos ejercicios conducentes a justificar la tortura, y con la práctica de cubrir los cargos públicos únicamente con republicanos fieles. Confío en que pueda deshacer gran parte del daño que el “régimen” de Bush y Cheney ha causado a las libertades, la transparencia del Gobierno y la reputación internacional de Estados Unidos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No cabe duda de que los primeros pasos como presidente de Obama, entre ellos la gran cortesía que ha mostrado con su antecesor, así como los firmes y claros objetivos perfilados en su discurso de toma de posesión, la indudable variedad étnica de la población norteamericana y la atmósfera de júbilo y esperanza que cunde en todas las clases sociales del país, constituyen un excelente augurio de la mejora de la atmósfera política en Estados Unidos durante la recién estrenada Administración. Personalmente, yo estoy seguro de que tanto en política interna como en política exterior asistiremos a una notable rectificación de los desastrosos crímenes y errores cometidos durante la época de Bush-Cheney. Pero, haciendo también un esfuerzo por evitar graves decepciones en todo el mundo, quisiera plantear hasta qué punto podemos esperar avances en las diferentes áreas.
Desde el punto de vista de la política interna, seguramente se seguirá con éxito un programa de obras públicas de corte keynesiano o similar al del New Deal de Roosevelt. Cuando la crisis económica actual comenzó a dejarse sentir durante 2007 y 2008, ya hacía tiempo que la red de carreteras, puentes, escuelas, diques de contención contra las inundaciones y edificios públicos, creada en torno a 1935-1955, necesitaba de mejoras o sustituciones. Si cientos de miles de millones de dólares pueden destinarse a enmendar el daño causado al sistema financiero por los excesos cometidos en el sector, un número bastante menor de millones podrá destinarse a crear empleo y reconstruir las instalaciones que hicieron posible la recuperación económica y la expansión posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Obama y su equipo tienen estrechos contactos con los mejores científicos e ingenieros de Estados Unidos, de manera que hay muchas razones para confiar en que también se utilizarán los mejores y más novedosos materiales y tecnologías para incrementar la calidad de los futuros servicios públicos.
A la nueva Administración también le preocupa enormemente que Estados Unidos mitigue sus deficiencias actuales en materia de conservación del medio ambiente, sanidad y educación. Tampoco hay duda de su buena disposición y de su conocimiento de las necesidades existentes. Del mismo modo, la crisis absoluta en el sector de la automoción está posibilitando que se abra paso el desarrollo de los coches eléctricos e híbridos, algo que, de no haber sido por la tremenda resistencia de las empresas privadas afectadas, podría haberse hecho durante los últimos 20 años.
Puede que los avances sean más difíciles en lo tocante a la reforma del sistema sanitario y la mejora de la red de educación pública. Mis compatriotas estadounidenses, de todas las clases socioeconómicas, comparten un prejuicio: que los servicios privados son siempre, entre otras cosas, más eficientes y racionales que los públicos. Poco importa que la Universidad de California, Berkeley (pública) sea, en términos cualitativos, totalmente equiparable a la de Harvard (privada), o que las estadísticas de las últimas décadas demuestren que poblaciones de muchos países europeos y asiáticos con cobertura sanitaria universal viven más, y con mejor salud, que la población de Estados Unidos, donde existe una gran variedad de “opciones” privadas para personas que no pueden costeárselas.
En cuanto a los colegios, después de haber sido docente en diversas instituciones privadas y públicas, sé que en las primeras hay más moqueta y sillones algo más cómodos que en las segundas. No es sorprendente, y al decir esto no pretendo ser en modo alguno sarcástico, que a muchos adultos que buscan la mejor educación para sus hijos les impresione, consciente o inconscientemente, la presencia de mejores moquetas.
Con todo, el problema económico más difícil radicará en el esfuerzo por recuperar una auténtica y necesaria regulación del sector financiero. No voy a repetir aquí lo que ya he escrito sobre moral y capitalismo en diversos artículos relativos a los últimos desastres registrados en todo el mundo. Pero sí tengo que señalar que los millonarios, cuyos ingresos son literalmente cientos de veces mayores que los de profesionales competentes de otros sectores, no han reconocido públicamente esa necesidad, preocupándose más bien de que quizá el actual clima económico-político les impida percibir bonificaciones multimillonarias. Espero fervientemente que con la ayuda de economistas con conciencia social como Paul Krugman y Joseph Stiglitz, y también de profesionales expertos integrados en su propio cuerpo de asesores, el presidente Obama pueda convencer al Congreso y a la opinión pública de que, en contra de las convicciones del admiradísimo, y en cierto sentido muy admirable, presidente Reagan, el Gobierno es una parte esencial de la solución a los problemas que preocupan directamente al conjunto de la población de una sociedad democrática.
Si nos centramos en política exterior, no hay duda de que el presidente Obama cerrará Guantánamo, y que en todos sus contactos con naciones de uno u otro tamaño mostrará el respeto, la decencia y el interés humano que caracterizan tanto su comportamiento público como privado. Sin embargo, sus intenciones y posibilidades concretas están mucho menos claras en los ámbitos militar y diplomático que en lo relativo a la economía y la política interna. Irak y Afganistán, que siguen siendo lugares en cuyo seno hierven las rivalidades étnicas y religiosas, no han tenido, ni antes ni ahora, ningún deseo de amoldarse a las pautas y el liderazgo occidentales. En cuanto a Israel y los palestinos, las poblaciones de ambos bandos han sufrido tantos crímenes a manos de militares y terroristas, y las historias “míticas” han tenido tanta influencia en sus actitudes, que únicamente un sólido aval a la solución de dos Estados, consensuado por la comunidad internacional, podrá llevar la paz a la zona.
Dentro de Estados Unidos, Obama ha tenido ya una influencia tremendamente positiva en las actitudes, tanto públicas como privadas. Sin embargo, y discúlpenme por decirlo, en el siglo XXI, los restos de prejuicio racial que aún quedan en Estados Unidos no pueden compararse ni por asomo con los odios insensatos y suicidas imperantes en Oriente Próximo. Si China, Japón, Rusia, India, Europa, Brasil y Estados Unidos lograran unirse para convencer a Israel y los palestinos de una solución basada en la existencia de dos Estados que, avalada por todas esas potencias, proporcionara asistencia económica e institucional de larga duración, quizá la paz pudiera tener al menos una oportunidad en esa zona asolada por la guerra. Sin embargo, sin el consentimiento activo de las potencias antes mencionadas, no dejarán de alternarse periodos de paz o terror parciales, así como treguas temporales, en las que otras potencias sabotearán las iniciativas de pacificación o no harán nada por ayudar al proceso de paz.
Resumiendo, podría decir que tengo moderadas esperanzas de que con el liderazgo de Obama se puedan superar las peores consecuencias de una “exuberancia” capitalista descontrolada, propiciando una recuperación económica a gran escala. Espero también que pueda crear un nuevo y adecuado marco de regulación y transparencia, para que una confianza renovada fomente nuevas iniciativas, reactivando la prosperidad. En relación con el medio ambiente, la sanidad y la educación, no hay duda de que se orientará en la dirección correcta, aunque los avances podrán verse enormemente limitados si se conjugan los intereses empresariales con los prejuicios nacionales, que prefieren lo privado a los controles públicos.
Desde el punto de vista ético y constitucional no cabe duda de que Obama acabará con los peores abusos de Guantánamo, y también con los vergonzosos ejercicios conducentes a justificar la tortura, y con la práctica de cubrir los cargos públicos únicamente con republicanos fieles. Confío en que pueda deshacer gran parte del daño que el “régimen” de Bush y Cheney ha causado a las libertades, la transparencia del Gobierno y la reputación internacional de Estados Unidos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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