Por Daniel Griswold, director del Center of Trade Policy Studies en el Cato Institute en Washington, DC (REAL INSTITUTO ELCANO, 31/10/08):
Tema:[1] Los candidatos a las elecciones presidenciales norteamericanas Barack Obama y John McCain han adoptado posiciones totalmente distintas en la importante cuestión del comercio internacional.
Resumen: Durante la campaña electoral y en su historial de votaciones en el Senado, los candidatos a la presidencia de EEUU, Barack Obama y John McCain, han adoptado posiciones muy distintas en la importante cuestión del comercio internacional. McCain, senador republicano por Arizona en cuatro legislaturas, se ha descrito a sí mismo sin ambages como un defensor del libre comercio. Obama, senador en su primera legislatura del Partido Demócrata por Illinois, es mucho más cauteloso a la hora de valorar la importancia del comercio, reconociendo sus beneficios de forma abstracta pero oponiéndose a la mayoría de los acuerdos comerciales en la práctica. Este ARI examina sus respectivas posiciones sobre la liberalización del comercio, y considera las implicaciones para las próximas elecciones presidenciales y del liderazgo de EEUU de la economía global.
Análisis
McCain votó a favor y sigue apoyando el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, o NAFTA en inglés) con Canadá y México. Votó a favor del TLC, el acuerdo de libre comercio que EEUU firmó en 2005 con cinco países de Centroamérica y con la República Dominicana. Votó a favor de normalizar las relaciones comerciales con China al tiempo que se oponía a los aranceles punitivos contra China por motivo de su moneda. Votó en contra de la enmienda Byrd, que reparte impuestos anti dumping a las empresas norteamericas solicitantes y que ha sido denunciado con éxito por la UE ante la OMC. Se opuso a los proyectos de ley proteccionistas y cargados de subvenciones de 2002 y 2008, y está en contra asimismo de los subvenciones al etanol que distorsionan el comercio. Apoya además los acuerdos de libre comercio propuestos con Colombia y Corea del Sur.
Aunque reconoce que el comercio perjudica a algunos trabajadores norteamericanos, McCain sostiene que el libre comercio impulsa el crecimiento y la innovación para beneficio de una mayoría de norteamericanos. Es uno de los pocos políticos que defienden las ventajas para el consumidor de la competencia en la importación, así como los evidentes beneficios que obtienen los productores al aumentar sus exportaciones.
En un artículo publicado en el Wall Street Journal justo antes de las primarias del Super Martes en febrero, el asesor jefe de economía de McCain, y ex director de presupuestos del Congreso, Douglas Holtz-Eakin, resumió así la postura del candidato respecto al comercio:
“El señor McCain afianzará el liderazgo de EEUU en el comercio global. Es esencial que los trabajadores norteamericanos tengan acceso al 95% de los clientes del mundo que se encuentran fuera de nuestras fronteras. EEUU debería comprometerse en esfuerzos multilaterales, regionales y bilaterales para reducir las barreras al comercio, nivelar el campo de juego mundial y conseguir una aplicación efectiva de las normativas comerciales mundiales. Abrir nuevos mercados para el comercio de bienes y servicios es un aspecto indispensable de la libertad económica, para empresarios y trabajadores, y un camino probado para alcanzar una mayor prosperidad.
“Como estudiante de historia, el señor McCain está en contra de quienes predican la falsa virtud del aislacionismo económico –aquellos que instan a EEUU a esconder la cabeza bajo la arena–. El mundo cometió el grave error de levantar muros contra el comercio hace 75 años, lo cual contribuyó a la Gran Depresión. Desde entonces, EEUU ha liderado la lucha para reducir las barreras comerciales. Ha cosechado los beneficios de un crecimiento sostenido en los niveles de vida, un formidable despliegue en innovación y avances técnicos, una explosión en la variedad, la calidad y en la reducción de los precios de los bienes de consumo, un incremento de la propiedad de la vivienda, y el ascenso a la posición de la mayor economía del mundo”.
La única cuestión comercial a la que McCain se opone es a reducir las barreras con Cuba. Al igual que el presidente Bush y la mayoría de los republicanos, apoya el prolongado embargo comercial de EEUU frente a la isla caribeña de gobierno comunista. McCain ha votado sistemáticamente a favor de mantener el embargo y de la prohibición de viajar a la isla.
Obama ha sido un crítico implacable del TLCAN con Canadá y México, el mismo acuerdo al que el presidente Bill Clinton diera carácter de ley 1993. En un debate con la senadora por Nueva Cork, Hillary Clinton, antes de las primarias de Ohio en marzo, Obama dijo que, de alcanzar la presidencia, exigiría a Canadá y México que revisaran el tratado para incluir normas mínimas en materia laboral y medioambiental. Si los dos vecinos más próximos a EEUU se negaran a satisfacer esta exigencia, Obama se comprometía a utilizar “la amenaza de una cláusula de excepción” para persuadirles.
Esta amenaza plantea todo tipo de problemas con respecto a la credibilidad de EEUU. Perpetúa además un engaño cruel según el cual unos pequeños ajustes en un acuerdo de hace 15 años pueden llevar al renacimiento económico de ciudades industriales en declive como Youngstown, en Ohio. Al parecer, un asesor de Obama aseguró al Gobierno canadiense que la declaración de Obama “reflejaba más una maniobra política que un proyecto político”, así que está por ver hasta qué punto forzará Obama la renegociación del tratado en caso de convertirse en presidente.
La trayectoria y la retórica de Obama no han estado siempre en contra de la liberalización comercial. Junto a McCain, apoyó los de libre comercio con Omán y Perú, y a diferencia de su oponente que está más en la línea dura, Obama desea en realidad suavizar el fracasado embargo comercial y de viajes a Cuba en vigor desde hace 48 años.
En su libro The Audacity of Hope, que fue éxito de ventas en 2006, Obama reconoce que la expansión comercial puede beneficiar a la nación en su conjunto:
“No hay duda de que la globalización ha aportado importantes beneficios a los consumidores norteamericanos. Ha bajado los precios de artículos antes considerados de lujo, como televisiones de gran pantalla y melocotones en invierno, y ha aumentado el poder adquisitivo de los norteamericanos de rentas bajas. Ha ayudado a mantener la inflación bajo control, incrementado los rendimientos de millones de norteamericanos que invierten hoy en día en bolsa, suministrado nuevos mercados para los bienes y servicios estadounidenses, y ha permitido a países como China y la India reducir la pobreza de forma espectacular, lo cual a largo plazo contribuye a conseguir un mundo más estable”.
Sobre el TLC con Centroamérica y la República Dominicana, Obama reconoce que, “visto de forma aislada, el acuerdo plantea una pequeña amenaza para los trabajadores norteamericanos… Hubo algunos problemas con el acuerdo pero, en general, el TLC fue probablemente positivo de forma global para la economía de EEUU”. Y sin embargo, justificó su voto en contra de ese acuerdo como “la única forma de hacer constar una protesta contra lo que considero falta de atención de la Casa Blanca hacia los perdedores del comercio”.
La única votación importante en la que Obama no coincidió con Hillary Clinton fue la enmienda de 2005 que hubiese impedido a los negociadores estadounidenses en la OMC acordar algún tipo de restricción a las actuales leyes anti dumping norteamericanas. Clinton votó a favor de esta enmienda, Obama en contra. Podría ser un rayo de esperanza sobre hasta donde está dispuesto a llegar el senador Obama para aplacar a las circunscripciones más tradicionales de su partido en materia de comercio.
El impacto del comercio en las elecciones estadounidenses
Las reservas sobre el comercio, aunque muy generalizadas, no han sido decisivas en las elecciones presidenciales. Los norteamericanos esperan que sus presidentes sean más hombres de Estado que típicos miembros del Congreso con miras más estrechas. El presidente debe buscar el bien de la nación en su conjunto, lo cual incluye establecer relaciones en el extranjero mediante la expansión comercial y de las inversiones. La retórica proteccionista que puede suscitar aplausos ante una multitud partidaria, a menudo no tiene ningún eco en la campaña electoral general.
Las campañas presidenciales del pasado están llenas de ejemplos de candidatos que intentaron utilizar la carta del comercio sin éxito: en 2004, John Kerry señaló con el dedo a “ejecutivos traidores” que estaban externalizando puestos de trabajo para mandarlos al extranjero. En 1992, H. Ross Perot advirtió sobre un “alarmante sonido de fuga” de los trabajos e inversiones que huirían en estampida a México si el TCLAN se convertía en ley. En 1988, Michael Dukakis criticó a los inversores extranjeros que estaban haciéndose con el poder de la economía del país, y en 1984, Walter Mondale predijo que los jóvenes norteamericanos pronto se dedicarían a barrer alrededor de ordenadores japoneses y a vender hamburguesas el resto de sus vidas. Que yo sepa, ninguno de ellos llegó a ser presidente.
Incluso en la temporada política de 2008, las voces más populistas de ambos partidos no consiguieron adhesiones. En el bando republicano, el mensaje de los que querían cerrar la puerta a la inmigración no cuajó. Y en el bando demócrata, el candidato más opuesto al libre comercio, el ex senador por Carolina del Norte y ex-candidato a la vicepresidencia John Edwards, no llegó a tener importancia y abandonó la campaña en sus inicios.
A principios de esta primavera, el mismo Congreso reescribió las reglas que rigen la competencia para promocionar el comercio, a fin de aparcar por el momento el Acuerdo de Libre Comercio EEUU-Colombia. Fue una bofetada en todo el rostro de uno de nuestros mejores amigos en Latinoamérica, un gobierno que está plantando cara a su bravucón vecino, Hugo Chávez. Cediendo a la presión de los sindicatos, los líderes del Congreso impidieron incluso que el acuerdo fuese sometido a votación. Era la primera vez desde los años 70 que el Congreso cambiaba las reglas básicas del llamado fast track authority, concepto bajo el cual el congreso vota sí o no a un acuerdo de libre comercio negociado por el ejecutivo, pero no puede proponer enmiendas. Desde el momento en que el Congreso aprobó esta competencia por primera vez en 1974, los presidentes tanto demócratas como republicanos la han utilizado para aprobar las rondas de negociaciones GATT de Tokio y Uruguay, así como acuerdos comerciales con 14 países, incluidos Israel, Canadá, México, Jordania, Australia, la República Dominicana y cinco países de Centroamérica.
Conclusiones: El resultado más probable de las elecciones será un impasse legislativo sobre el comercio. Lograremos, por defecto, el “tiempo muerto” que proponía Hillary Clinton. Sin nuevos acuerdos, el “cumplimiento” de los mismos se convertirá en el objetivo prioritario de la política comercial de EEUU. Aumentará la presión para que “endurezcamos” nuestra posición con los socios comerciales denunciando más casos ante la OMC, más acciones de salvaguarda y más casos especiales contra China. El proyecto de ley agrícola de 2008 probablemente ya haya socavado cualquier iniciativa nueva que pueda presentar EEUU en la Ronda de Doha. Un compromiso fuerte del Congreso de defender cada punto de las leyes anti dumping norteamericanas complicará los esfuerzos para alcanzar un acuerdo final.
El consuelo que nos queda a los defensores de la liberalización comercial es que es poco probable que veamos una vuelta drástica al proteccionismo. El sistema federal norteamericano se diseñó para evitar cambios políticos radicales. Los sistemas de control y de contrapeso que incorpora nuestro sistema atajarán probablemente el peor tipo de legislación comercial. En primer lugar, cualquier proyecto de ley comercial deberá pasar por el Senado, históricamente más inclinado a favor del libre comercio, donde tendrá que lograr el apoyo de 60 votos sobre 100 para cerrar el debate.
En segundo lugar, los presidentes tienden a aprender una vez que toman posesión del cargo que la protección comercial conlleva un alto precio para la nación en su conjunto. En 1992, Bill Clinton se presentó a las elecciones con un programa generalmente pro comercio, pero también amenazó con ponerse duro con los “carniceros de Pekín” prometiendo condicionar las relaciones comerciales normales a la cuestión de los derechos humanos. Pero una vez en el cargo, tuvo que considerar el posible daño económico y para la política exterior que se ocasionaría al país en su conjunto si se impusieran aranceles punitivos a los artículos chinos. Clinton abandonó de forma rápida y sabia esta condición previa.
Pese a ese sistema de controles norteamericano, el resultado de las elecciones presidenciales de este otoño tendrá un impacto apreciable e incluso radical en la dirección de la política comercial de EEUU. Basándonos en sus trayectorias respectivas, un presidente McCain seguramente apueste más por nuevas iniciativas para liberalizar el comercio que un presidente Obama. Y si se diera el caso de que una legislación destinada a crear barreras comerciales llegase a la mesa del próximo presidente, es prácticamente seguro que un presidente McCain lo vetaría, mientras que sería mucho más probable que un presidente Obama convirtiera en ley este proyecto legislativo.
[1] Este trabajo se basa en comentarios de McCain realizados durante un simposio celebrado en Barcelona el 5 de junio de 2008 y patrocinado por la Cámara de Comercio de Estados Unidos en España.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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