Por Roberto Brodsky, escritor y periodista chileno residente en Washington (EL PAÍS, 01/11/08):
Las pizzas se recogen en la mesa donde se promueve a Obama, los tacos con salsa roja en aquella donde está la publicidad de McCain. En una mesa independiente, el público recibe su coca-cola y una servilleta estampada con la imagen de la bandera norteamericana, mientras una enorme pantalla proyecta las imágenes previas al último debate presidencial. En la Congregación Hebrea de Washington, una de las sinagogas más importantes del distrito de Columbia, ubicada en la calle Macomb, son cientos los convocados a seguir en vivo el debate y discutir el voto de noviembre. Que levanten la mano los indecisos, pide una de las anfitrionas. Nadie responde. ¿Y por Obama? Un poco más de la mitad alza los brazos. ¿Y por McCain? La otra mitad, y no hace falta agregar nada más. Una verdadera batalla verbal estalla en el salón. La comunidad de la calle Macomb ha decidido resolver el asunto de acuerdo con la tradición: donde hay dos judíos, siempre hay tres opiniones.
Nadie pretende eludir el tema, por otra parte. Cuatro días antes de la elección, el 30 de octubre, el campus de Georgetown anuncia la realización de un debate público con el título de moda: The Jewish Vote. Y si bien en la recta final las preferencias se inclinan hacia los demócratas, el voto judío no es un caso cerrado ni un mundo perfecto para Obama. La última encuesta difundida este mes por el American Jewish Committee otorgó un 57% para Obama contra un 30% para McCain, cifra muy inferior al promedio histórico de los demócratas: Kerry obtuvo el 76% del voto judío en 2004, Gore alcanzó un 79% en 2000, y Clinton tocó el cielo del 80% en 1996 y 1992.
“Obama aparece estancado en la intención del voto judío”, comentó David Singer, director de Análisis del American Committee, al informar sobre los resultados de la encuesta que, a diferencia de la reunión en la calle Macomb, mostró casi un 20% de indecisos. La respuesta no se hizo esperar: focalizado en los Estados que decidirán la elección -como Florida, Pensilvania y Ohio-, la máquina de Obama lanzó una ofensiva para ganar la confianza del voto judío en cuestiones clave para la comunidad: seguridad del Estado de Israel, pro-choice o libertad para los derechos reproductivos de las mujeres, reforzamiento de la Primera Enmienda que garantiza la libertad religiosa y de opinión, y una política pública acorde con las obligaciones éticas hacia el prójimo.
En Internet, territorio privilegiado de la batalla viral entre las dos candidaturas, la actriz y cantante judía Sarah Silvermann subió a la Red un clip titulado The Great Schlep (El Gran Arrastre), donde llama a los jóvenes obamistas a viajar a Florida para convencer a sus abuelos de un voto que podría ser decisivo. Más de 10.000 internautas se anotaron en la iniciativa para la fiesta del 12 de Octubre, y un millón de visitantes al sitio del Gran Arrastre convenció al bando de McCain de la urgencia de responder con otro vídeo, que el comediante judío Jackie Mason se encargó de animar en la página de la Republican Jewish Coalition.
Resultado del lance: obeso, falto de gracia y muy enojado, Mason predica los males de Obama sin ningún sentido del ridículo, mientras Sarah Silverman canta, sonríe, coquetea y hechiza a millones de jubilados en un Estado crucial para la elección. Allí, aunque el porcentaje del voto judío constituye sólo el 3,6% de los inscritos, nadie olvida la lección del 2000, donde por mucho menos el candidato Bush se hizo con el poder en el peor momento posible.
“El voto judío es irrelevante, salvo quizás en Florida, donde de todos modos no creo que vaya a decidir la elección”, dice Jacques Berlinerblau, director del Programa de Civilización Judía en la Universidad de Georgetown y autor del blog On Faith,donde comenta con distancia bíblica los pormenores de la campaña desde la perspectiva secular de quien promueve la separación entre Iglesia y Estado. Aun admitiendo que una parte de la comunidad pueda sentirse atraída por la oferta republicana, o mantenga en alto su desconfianza con un candidato afroamericano, Berlinerblau desecha la posibilidad de que la sangría del voto judío hacia McCain vaya a tener la envergadura suficiente como para inclinar una elección. Y da cifras: del total nacional de votantes, un esmirriado 2% es judío, contra un 15% de afroamericanos y un aproximado 18% de latinos.
Menos preocupado de los números como de la capacidad para incidir en los candidatos y sus equipos, otros destacan la movilización de los judíos frente al futuro de la Casa Blanca. En Internet, en la academia, en la vida social, en las sinagogas: todos quieren hacer ver su punto de vista al respecto. Una carta de adhesión a Obama firmada por 300 rabinos fue distribuida a la prensa el pasado mes de septiembre, generando réplicas sobre la necesidad de mantener la tradicional distancia con Gobiernos y gobernantes.
Durante la última jornada de ayuno del Yom Kippur, o Día del Perdón, los judíos de Virginia no se perdonaron las diferencias y decidieron reunirse en el Templo Rodef Shalom para debatir el asunto durante el descanso del mediodía. Nadie escapa a la polarización, y en cualquier cena del viernes la mesa parece servida para tomar postura. “Me decidí por Obama cuando vi en su página de Internet la propuesta de reponer el hábeas corpus”, cuenta una simpatizante en medio de una reunión en Bethesda, tradicional enclave judío de Maryland.
La impecable trayectoria projudía de Joseph Biden como compañero de fórmula de Obama, unido a la particular repelencia que genera el ultraconservadurismo de Sarah Palin, juegan también un rol en la batalla por los indecisos. Y no faltan quienes han trabajado duro para convertirse: Deborah Lipstadt, profesora de Estudios Judíos y autora de textos sobre el Holocausto, se considera entre los 18 millones de electores de Hillary que -como mujer, judía y demócrata- tuvo que inclinarse ante los resultados de las primarias. Hoy, tras un penoso proceso de resignación, Lipstadt destaca la presencia de Dennis Ross y Daniel Krutzer entre los más cercanos consejeros judíos de Obama. El primero fue enviado especial del Gobierno de Clinton para el Oriente Próximo, y Krutzer fue embajador en Israel, nombres que se unen a intelectuales como George Soros y celebridades tipo Spielberg para tonificar una candidatura que parece inspirar si no todo el voto judío, al menos sí la discusión entre todos los judíos.
“Sociológicamente, los judíos no están en el campo de la ignorancia y el prejuicio”, escribió el editor jefe de New Republic, Martin Peretz, al hacer el catastro de razones por las cuales existen pocos judíos republicanos en escena. “El triste hecho es que, a pesar de que McCain es un hombre civilizado, educado y un buen amigo de Israel, su sector está en el campo de la ignorancia y el prejuicio. Ellos están contra la ciencia, contra la tolerancia, contra las leyes igualitarias, contra la tradición de los profetas, contra la libertad religiosa e intelectual”.
El mensaje es: hagamos fe, porque Obama es nuestro hombre. Lo cual vendría a confirmar el refrán de que los judíos viven como obispos, pero votan como puertorriqueños. Desde el campo republicano, por otra parte, la brecha de indecisos detectada por las encuestas no alcanza para abrigar demasiadas esperanzas. De hecho, Israel parece ser el único lugar del planeta donde McCain efectivamente aventaja a Obama: un 38% lo prefiere al candidato demócrata, que obtiene un 31% entre los judíos israelíes.
“Yo no soy Bush”, le dijo McCain a Obama en el último debate. “Si quiere discutir con él, tendría que haberse presentado hace cuatro años”. La mitad de la concurrencia en la sinagoga de la calle Macomb aplaudió a rabiar la salida de su candidato. Viendo las encuestas que llegan de Tel Aviv, sin embargo, es posible que, así como Obama se equivocó de rival, ahora McCain se haya equivocado de país.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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