Por Warren Coats, licenciado en Filosofía por la Universidad de Berkeley, doctor en Economía por la Universidad de Chicago, ex director adjunto del Departamento Sistemas Monetarios del FMI. Consejero de política monetaria del Banco Central de Iraq, Traducción: Juan Gabriel López Guix (LA VANGUARDIA, 05/11/08):
A lo largo de las últimas seis décadas, Estados Unidos y gran parte del mundo han experimentado un crecimiento sin precedentes fruto de una mayor apertura y competitividad de los mercados interiores y exteriores. Este aumento de los niveles de vida ha sido bastante generalizado. Hoy los mercados financieros se encuentran sometidos a una gran presión, y la producción cae en buena parte del planeta. El Gobierno estadounidense surgido de las elecciones de ayer deberá responder a unos importantes desafíos en materia de política económica, puesto que habrá de enfrentarse a las debilidades a corto y medio plazo sin debilitar esa flexible, eficaz y dinámica asignación de recursos por parte del mercado que ha elevado los niveles de vida con tanta rapidez y para tantas personas.
La economía estadounidense se encuentra en recesión tras cuatro años y medio de acelerado crecimiento (tras la crisis de las puntocom y el 11-S). El actual derrumbe es parte de un ajuste necesario de los precios de la vivienda hasta unos niveles más asequibles y de un excesivo déficit del comercio internacional. El nuevo Gobierno tendrá que decidir si proporciona (y cómo) un estímulo fiscal para moderar la duración y la gravedad de la desaceleración. Es probable que tenga que reforzar las prestaciones de la protección a los desempleados, proporcionar a las instancias estatales y municipales unos recursos suficientes para evitar recortes y despidos susceptibles de contribuir a la tendencia descendente y aumentar y acelerar la reparación de unas infraestructuras muy dañadas.
Frente al pánico del sector financiero producido por la quiebra de Lehman Brothers (un banco de inversión) - y que ha amenazado con convertir la desaceleración económica en una grave depresión de efectos potencialmente duraderos-, el Gobierno saliente se ha unido a las extraordinarias medidas mundiales encaminadas a apuntalar el capital de los bancos y garantizar sus depósitos con objeto de facilitar su vuelta al nivel de crédito normal. Dichas medidas han tenido éxito en buena medida, pero plantean serios riesgos a largo plazo si no se revocan con rapidez. El Gobierno no tiene intención de retener las acciones de los bancos ni de prolongar las garantías más allá del tiempo necesario, ya que ambas medidas socavan la disciplina del mercado en la asunción de los riesgos bancarios. Y es que la presión para favorecer el crédito bancario (sobre todo, cuando este se respalda con el dinero de los contribuyentes) corre el riesgo de repetir la excesiva aceptación de riesgos, producto de la anterior presión gubernamental sobre los bancos para que concedieran créditos a lo que hoy se conoce como prestatarios hipotecarios subprime, causa principal de la actual crisis. Asimismo, la Reserva Federal deberá retirar las enormes cantidades de liquidez que ha suministrado de modo adecuado a los mercados financieros a lo largo del año.
Por otra parte, el nuevo Gobierno tendrá que reestructurar, racionalizar y hacer moderadamente más estricta la supervisión del sector financiero, y ya tiene por considerar una propuesta de reorganización del Departamento del Tesoro.
También heredará una revisión internacional de las instituciones financieras mundiales y los acuerdos para la supervisión de bancos y otras instituciones financieras con una actividad global. La primera reunión, anunciada como un nuevo Bretton Woods, se celebrará en Washington DC el próximo día 15. Dichas reuniones serán parte importante de una necesidad estadounidense general de fortalecer la cooperación internacional y su participación en los acuerdos e instituciones internacionales a través de los cuales tiene lugar la coordinación y la cooperación.
El apoyo nacional a la dirección estadounidense en la promoción del comercio internacional y la fracasada ronda de Doha ha disminuido. El nuevo Gobierno tendrá que encontrar el modo de convencer a los trabajadores de los beneficios de un mayor progreso hacia un comercio más libre. Ello puede comportar un fortalecimiento de la protección a los trabajadores que necesiten encontrar nuevos empleos dado que, en un mercado mundial, la fuerza de trabajo está obligada a cambiar a la luz de la evolución tecnológica y la ventaja comparativa. Enfrentarse a la caída de los niveles educativos estadounidenses es parte de este empeño, pero también una cuestión importante en sí misma si se desea conservar la hegemonía económica y política.
Estados Unidos debe volver a pensar su política energética, que le ha colocado en una clara posición de dependencia del petróleo extranjero, en beneficio del enriquecimiento de Irán, Venezuela, Rusia, Arabia Saudí y otros países. Deben considerarse nuevas perforaciones y nuevas tasas sobre las emisiones de dióxido de carbono en el contexto más general de una política medioambiental defendible. Además, el complejo sistema impositivo de Estados Unidos necesita una importante reforma general.
Los dos grandes partidos políticos han reconocido que la política de inmigración no funciona, por lo que debe hallarse una solución integral que se haga cargo de las necesidades de la mano de obra estadounidense, mantenga a los trabajadores temporales, garantice nuestras fronteras, refuerce el cumplimiento de las leyes laborales y proporcione cauces realistas para que puedan legalizar su situación esos 12 millones de inmigrantes ilegales que se calcula que residen hoy en el país.
Sin embargo, los dos elefantes de la habitación - a los que nadie quiere referirse- son los pasivos sin fuente de financiación asegurada de Medicare/ Medicaid y la Seguridad Social. Antes de los ingentes incrementos debidos al rescate de Wall Street, la deuda federal representaba un manejable 70% del PIB. Se calcula que las obligaciones de las prestaciones públicas sin financiación ascienden a unas diez veces la deuda existente. Está claro que las actuales promesas de gasto estatal no podrán cumplirse. Hará falta una combinación de algún tipo entre las reducciones de los derechos actuales y los aumentos de los ingresos fiscales. Nuestro objetivo debería ser minimizar la repercusión negativa sobre el crecimiento económico de esa combinación con el fin de maximizar los ingresos adicionales procedentes de una mayor base tributaria.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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