Por Joschka Fischer, ministro de Relaciones Exteriores y vicecanciller de Alemania entre 1998 y 2005. Fue líder del Partido Verde alemán durante casi 20 años.© Project Syndicate / Institute for Human Sciences, 2009. Traducción de Claudia Martínez (EL PAÍS, 02/02/09):
Desde su nacimiento en 1948, Israel ha librado siete guerras contra sus vecinos, incluyendo la reciente guerra en Gaza. Si sumamos la primera y la segunda Intifada de los palestinos en los territorios ocupados en 1967, el total asciende a nueve. Desde una perspectiva militar, Israel terminó ganando todas esas guerras -o, al menos, no las perdió-. Pero estas guerras tampoco significaron demasiado cambio estratégico para Israel. De hecho, el conflicto medular entre Israel y los palestinos prácticamente no se ha modificado en los últimos 60 años.
El Plan de Partición de las Naciones Unidas de 1947, que dividía el ex mandato británico en Palestina entre ambos pueblos, nunca ha sido aceptado hasta el día de hoy. A veces lo rechaza un lado; a veces, el otro.
Israel hizo una “paz fría” con Egipto y Jordania, y también estableció relaciones diplomáticas con otros países árabes, pero nada cambió realmente en el nudo del conflicto, pese al proceso de paz de Oslo de los años 1990 y de otros acuerdos con los palestinos. El interrogante central sigue sin respuesta: ¿dónde termina Israel y empieza Palestina? Sin un acuerdo territorial entre Israel y los palestinos, el conflicto continuará indefinidamente.
Todos los involucrados saben que, al final, ambos lados sólo pueden aceptar las fronteras de junio de 1967 -incluyendo Jerusalén y un intercambio territorial más pequeño y negociado-, por más doloroso que sea. Todo lo demás es ilusorio y, entretanto, más inocentes seguirán perdiendo la vida.
Sin embargo, si bien es más que evidente que Israel no desaparecerá y que los palestinos no alzarán la bandera blanca de la rendición, las condiciones para una solución de dos Estados se están deteriorando. Llevó más de cuatro décadas que la OLP reconociera a Israel en los acuerdos de Oslo. Pero, con la victoria de Hamás sobre Fatah, la nueva fuerza hegemónica entre los palestinos regresó al casillero de salida: el rechazo de 1948. Hamás rechaza la paz con Israel y, en el mejor de los casos, está dispuesto a una tregua temporal. Es más, como parte de la Hermandad Musulmana, también persigue una agenda islamista, respaldado por Siria e Irán.
Del lado israelí, la presencia de aproximadamente 200.000 colonos en Cisjordania y el continuo desarrollo de estos asentamientos pesan más que todas sus palabras sobre los dos Estados. Dados los hechos in situ generados por Israel, existen dudas justificadas de que la solución de los dos Estados sea realmente factible.
La guerra en Gaza endurecerá esta tendencia negativa. Porque las bajas políticas palestinas incluirán al presidente Mahmoud Abbas y a Fatah. Su pérdida de legitimidad será irreparable.
Más allá de cuál sea el futuro militar de Hamás tras los últimos combates en Gaza, políticamente ha logrado asumir el papel de la OLP como legítimo representante de los palestinos. Esto significa que la política de Occidente de aislar a Hamás para debilitarlo, que se practicó desde su victoria en unas elecciones libres y justas en 2006, ha fracasado.
Silenciadas relativamente las armas y enterrados los muertos en Gaza, volverá a surgir la cuestión de una solución política. En el mejor de los casos, la tregua inicial, a través de una mediación internacional, puede convertirse en tregua supervida a largo plazo y en reconstrucción de Gaza. ¿Pero después qué? Tanto Israel como Occidente ya no pueden posponer la cuestión de cómo lidiar con Hamás, porque Abbas y Fatah son demasiado débiles y están demasiado desacreditados como para negociar un acuerdo de paz. Y no existe una respuesta fácil, ya que Hamás ganará estatus a través de las negociaciones, al mismo tiempo que mantiene su objetivo de destruir a Israel. ¿O aceptamos de facto la postura de Hamás de que la paz entre Israel y los palestinos no es posible y que las conversaciones de paz, por lo tanto, no tienen sentido? En ese caso, tendríamos que conformarnos con organizar una tregua hasta la próxima crisis. Pero eso, finalmente, haría que cualquier solución de dos Estados fuera una causa perdida y, aunque Hamás habría perdido militarmente, políticamente habría triunfado.
La alternativa a la solución de los dos Estados es la continuación del conflicto y la realidad de facto de la existencia de un único Estado entre el río Jordán y el Mediterráneo, en el que los palestinos, más pronto que tarde, representen una mayoría. Para Israel y los palestinos, ésta es una perspectiva sombría, tanto desde un punto de vista estratégico como humanitario. De hecho, es desahuciada.
Intentar liberar a ambas partes del callejón sin salida estratégico en el que se desenvuelven sólo será posible desde afuera. Primero, Estados Unidos debe intentar integrar a Siria y a Irán en una solución regional que también cambie fundamentalmente las condiciones tanto para los israelíes como para los palestinos. Segundo, EE UU debe imponer la solución de los dos Estados a las partes involucradas, lo que exigirá determinación y también mantener la unidad de los principales actores internacionales.
Si una solución impuesta falla, toda la región empezará a caer en una confrontación peligrosa durante los primeros años de la presidencia de Barack Obama. Y esa confrontación no se limitará a israelíes y palestinos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Desde su nacimiento en 1948, Israel ha librado siete guerras contra sus vecinos, incluyendo la reciente guerra en Gaza. Si sumamos la primera y la segunda Intifada de los palestinos en los territorios ocupados en 1967, el total asciende a nueve. Desde una perspectiva militar, Israel terminó ganando todas esas guerras -o, al menos, no las perdió-. Pero estas guerras tampoco significaron demasiado cambio estratégico para Israel. De hecho, el conflicto medular entre Israel y los palestinos prácticamente no se ha modificado en los últimos 60 años.
El Plan de Partición de las Naciones Unidas de 1947, que dividía el ex mandato británico en Palestina entre ambos pueblos, nunca ha sido aceptado hasta el día de hoy. A veces lo rechaza un lado; a veces, el otro.
Israel hizo una “paz fría” con Egipto y Jordania, y también estableció relaciones diplomáticas con otros países árabes, pero nada cambió realmente en el nudo del conflicto, pese al proceso de paz de Oslo de los años 1990 y de otros acuerdos con los palestinos. El interrogante central sigue sin respuesta: ¿dónde termina Israel y empieza Palestina? Sin un acuerdo territorial entre Israel y los palestinos, el conflicto continuará indefinidamente.
Todos los involucrados saben que, al final, ambos lados sólo pueden aceptar las fronteras de junio de 1967 -incluyendo Jerusalén y un intercambio territorial más pequeño y negociado-, por más doloroso que sea. Todo lo demás es ilusorio y, entretanto, más inocentes seguirán perdiendo la vida.
Sin embargo, si bien es más que evidente que Israel no desaparecerá y que los palestinos no alzarán la bandera blanca de la rendición, las condiciones para una solución de dos Estados se están deteriorando. Llevó más de cuatro décadas que la OLP reconociera a Israel en los acuerdos de Oslo. Pero, con la victoria de Hamás sobre Fatah, la nueva fuerza hegemónica entre los palestinos regresó al casillero de salida: el rechazo de 1948. Hamás rechaza la paz con Israel y, en el mejor de los casos, está dispuesto a una tregua temporal. Es más, como parte de la Hermandad Musulmana, también persigue una agenda islamista, respaldado por Siria e Irán.
Del lado israelí, la presencia de aproximadamente 200.000 colonos en Cisjordania y el continuo desarrollo de estos asentamientos pesan más que todas sus palabras sobre los dos Estados. Dados los hechos in situ generados por Israel, existen dudas justificadas de que la solución de los dos Estados sea realmente factible.
La guerra en Gaza endurecerá esta tendencia negativa. Porque las bajas políticas palestinas incluirán al presidente Mahmoud Abbas y a Fatah. Su pérdida de legitimidad será irreparable.
Más allá de cuál sea el futuro militar de Hamás tras los últimos combates en Gaza, políticamente ha logrado asumir el papel de la OLP como legítimo representante de los palestinos. Esto significa que la política de Occidente de aislar a Hamás para debilitarlo, que se practicó desde su victoria en unas elecciones libres y justas en 2006, ha fracasado.
Silenciadas relativamente las armas y enterrados los muertos en Gaza, volverá a surgir la cuestión de una solución política. En el mejor de los casos, la tregua inicial, a través de una mediación internacional, puede convertirse en tregua supervida a largo plazo y en reconstrucción de Gaza. ¿Pero después qué? Tanto Israel como Occidente ya no pueden posponer la cuestión de cómo lidiar con Hamás, porque Abbas y Fatah son demasiado débiles y están demasiado desacreditados como para negociar un acuerdo de paz. Y no existe una respuesta fácil, ya que Hamás ganará estatus a través de las negociaciones, al mismo tiempo que mantiene su objetivo de destruir a Israel. ¿O aceptamos de facto la postura de Hamás de que la paz entre Israel y los palestinos no es posible y que las conversaciones de paz, por lo tanto, no tienen sentido? En ese caso, tendríamos que conformarnos con organizar una tregua hasta la próxima crisis. Pero eso, finalmente, haría que cualquier solución de dos Estados fuera una causa perdida y, aunque Hamás habría perdido militarmente, políticamente habría triunfado.
La alternativa a la solución de los dos Estados es la continuación del conflicto y la realidad de facto de la existencia de un único Estado entre el río Jordán y el Mediterráneo, en el que los palestinos, más pronto que tarde, representen una mayoría. Para Israel y los palestinos, ésta es una perspectiva sombría, tanto desde un punto de vista estratégico como humanitario. De hecho, es desahuciada.
Intentar liberar a ambas partes del callejón sin salida estratégico en el que se desenvuelven sólo será posible desde afuera. Primero, Estados Unidos debe intentar integrar a Siria y a Irán en una solución regional que también cambie fundamentalmente las condiciones tanto para los israelíes como para los palestinos. Segundo, EE UU debe imponer la solución de los dos Estados a las partes involucradas, lo que exigirá determinación y también mantener la unidad de los principales actores internacionales.
Si una solución impuesta falla, toda la región empezará a caer en una confrontación peligrosa durante los primeros años de la presidencia de Barack Obama. Y esa confrontación no se limitará a israelíes y palestinos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario