Por María José Fariñas, profesora de Filosofía de Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid (EL PERIÓDICO, 30/03/11):
La globalización se ha caracterizado por una progresiva desregulación. Las empresas transnacionales -hacedoras de la globalización- comenzaron a actuar mediante redes globales que trascendían las fronteras y las leyes de cualquier país. Esta desregulación generó cierta cultura de la ilegalidad, especialmente entre los que sufrían los efectos más negativos de pérdida de derechos, de protección social, de puestos de trabajo, de seguridad y de ruptura de los vínculos sociales de la integración. La globalización ha quebrado muchos de los consensos básicos que caracterizaban la cultura de la legalidad de la era moderna. La erosión del papel regulador del Estado en las relaciones sociales y económicas, así como su centralidad política, y la supervisión de los organismos internacionales representan una quiebra de legalidad, que hace que el mundo sea ahora más inseguro en todos los ámbitos de actividad.
Hace más o menos una década, se lanzó la idea de la desglobalización desde la oenegé Focus on the Global South en defensa de los países que quedaban excluidos de los beneficios de la globalización. Los acontecimientos actuales ponen al día muchas de sus propuestas, pero ya no solo para los países pobres, sino también para los ricos. Durante las dos últimas décadas, y como consecuencia de la crisis del sistema financiero mundial, se están produciendo síntomas evidentes de una cierta desglobalización. La caída del comercio mundial, la reducción de las exportaciones, el descenso del consumo -al menos, del más depredador e irresponsable-, la crisis del turismo de masas y del turismo médico, el freno al modelo de crecimiento dominante, la creciente desigualdad socioeconómica y, sobre todo, las políticas proteccionistas, en sectores como la automoción, la electrónica o la agricultura, y el nacionalismo económico que puede gravar con nuevos impuestos y con regulaciones a las empresas y a las inversiones extranjeras son datos que hablan por sí mismos; hechos irreversibles que precisan de nuevos y adecuados mecanismos de control y de gestión. La tesis de la desglobalización propone nuevos espacios para buscar otras estrategias para un cambio que adquiere carácter fundacional.
La historia de la humanidad puede tomar formas de repliegue o de avance. Parece que hoy volvemos a ciertos repliegues o formas de resistencia económica y social, como consecuencia de algunos excesos de la globalización, que han generado una inseguridad ansiógena en los seres humanos. Estamos en un momento en que se transita puntualmente de la desregulación jurídica y política a la re-regulación, y viceversa.
Sin embargo, otros rasgos de la globalización siguen incrementándose. Me refiero a la externalización transnacional de puestos de trabajo hacia países en desarrollo que proporcionan mano de obra barata y abundante, cualificada o no. Este es un elemento de la globalización que no ha entrado en repliegue, sino todo lo contrario. Avanza y seguirá avanzando en diferentes ámbitos de la producción, especialmente en lo relacionado con los servicios (centros de llamadas, creación de software para finanzas, contabilidad, medicina e ingeniería, procesamiento de datos, algunas partes del I+D,¿) que se transfieren a firmas independientes en lugares como la India, Israel, China o antiguos países del Este. Tanto la externalización industrial de las últimas décadas, como la más reciente de servicios, han costado y seguirán costando su medio de vida a numerosos trabajadores de los países ricos, pero, por otra parte, han supuesto un incremento de la modernización en las sociedades de muchos países pobres, con un incremento de trabajo y de pequeñas y medianas empresas en países en vías de desarrollo.
Este potente proceso de expansión y transformación necesita de la acción política y jurídica. Habrá que adaptarse a una nueva manera de entender el mundo, a nuevas orientaciones en el comercio mundial, a nuevas regulaciones financieras, a reformas importantes en los mercados de trabajo y a la presencia de nuevos actores económicos implicados en la globalización (como China, una de las principales potencias mundiales que, junto con EEUU, es una de las más interesadas en defender la viabilidad de la globalización mercantil), así como otros actores que no pertenecen al club de la globalización económica y entre los que ya han comenzado a surgir conflictos sociales e insatisfacción económica, canalizados en luchas políticas internas y en demandas de libertad.
Se necesitan instrumentos jurídicos y políticos nuevos para adaptar nuestras sociedades a los cambios tan radicales producidos en las últimas décadas y, lo que es más importante y más difícil, unos valores convergentes y una ética pública para el equilibrio de las nuevas sociedades globales. Sería conveniente incorporar elementos de la desglobalización, contemplando la diversidad en el proceso del desarrollo, poniendo límites al actual modelo de crecimiento ilimitado y redistribuyendo la riqueza mundial.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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