Por Masha Lipman, editora de Pro et Contra, revista sobre políticas publicada por el Centro Carnegie de Moscú. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen (Project Syndicate, 30/03/11):
El gobierno ruso, sólidamente afianzado en el poder, ha salido invariablemente indemne de los malos resultados, la ineficiencia, la corrupción y la violación generalizada de los derechos políticos y las libertades civiles. Las encuestas demuestran consistentemente que el pueblo ruso no se engaña: la gente responde habitualmente en los sondeos que los funcionarios públicos son corruptos y egoístas. Más del 80% de los rusos, de acuerdo con una encuesta realizada el verano pasado, cree que “en la práctica, muchos funcionarios públicos violan la ley.”
Y, sin embargo, el primer ministro Vladimir Putin, que sigue siendo la persona más poderosa de Rusia a pesar de no ejercer la presidencia, ha gozado por años de altos y constantes índices de aprobación. Una caída leve a principios de 2011 probablemente reflejó la frustración por la injusticia social y una creciente sensación de inseguridad e incertidumbre sobre el futuro. Aún así, aproximadamente el 70% de los encuestados en un sondeo realizado en febrero dijo aprobar el desempeño de Putin. La aprobación del presidente Dmitri Medvedev es sólo ligeramente inferior.
Sin embargo, las altas calificaciones de los líderes rusos no indican una preferencia racional por quienes detentan el poder en lugar de los potenciales contendores; puesto que se ha amputado la competencia política en Rusia, las posibilidades de comparar y elegir no están al alcance de la izquierda política. Más bien, las cifras de estas encuestas son un “voto” para el statu quo; transmiten una sensación general de que no se desea un cambio político, a pesar de los ataques terroristas, las catástrofes tecnológicas, la policía sin ley o las elecciones fraudulentas.
Durante los años de gobierno de Putin, el Kremlin alejó cada vez más a los ciudadanos de la toma de decisiones, al prácticamente desmantelar las instituciones representativas. Las elecciones para gobernadores fueron abolidas hace seis años, e incluso los alcaldes electos de la ciudades han sido progresivamente sustituidos por funcionarios designados. Las encuestas indican habitualmente que más del 80% de los rusos creen no poder influir en los asuntos regionales e incluso nacionales.
Este sistema de alienación política es aceptado por una abrumadora mayoría de los rusos. Las “masas” y los “mejores y más brillantes” por igual no muestran interés en la participación política. Los grupos políticos de oposición no atraen el apoyo público, lo que hace fácil para el gobierno suprimirlos.
De hecho, en ausencia de participación política, el gobierno goza de una cómoda posición de dominio sobre la sociedad. En gran medida sigue existiendo el orden eterno de Rusia: un Estado dominante y una sociedad sin poder y fragmentada.
Dos veces en el siglo XX, el omnipotente Estado ruso quedó drásticamente debilitado: al principio, cuando el imperio ruso se derrumbó y al final, cuando la URSS dejó de existir. Sin embargo, en ambas ocasiones el modelo tradicional de dominación del Estado se restableció rápidamente.
Aunque las relaciones entre estado y sociedad muestran en Rusia un patrón tradicional, los diferentes líderes les han dado forma de manera distinta. El régimen de Stalin podría compararse con un padre cruel y sádico que mantiene a sus hijos en un estado de temor y sumisión. El modelo de Brezhnev se parecía a un matrimonio mal avenido, carente de amor o respeto, en que los cónyuges se engañan, se aprovechan uno del otro y se arrebatan sus posesiones una y otra vez, aunque el fuerte marido cuando recuerde de vez en a su esposa que es el que manda, exigiendo por lo menos una manifestación oficial de lealtad o, de lo contrario, que se atenga a las consecuencias.
Comparado con estos dos modelos, el modelo de Putin de relación entre estado y sociedad se ve como un divorcio o, por lo menos, una separación: cada uno se ocupa de sus propios asuntos y no interfiere en el ámbito del otro. Es un modelo que se puede denominar como un “pacto de no participación”. Puede que el Kremlin haya monopolizado la toma de decisiones, pero en gran parte no interfiere en la vida de los ciudadanos, permitiéndoles vivir sus propias vidas y buscar la satisfacción de sus propios intereses, siempre y cuando no interfieran en el ámbito del gobierno.
A diferencia de la URSS, que violaba masivamente el espacio privado de los ciudadanos, los rusos de hoy en día disfrutan de libertades individuales prácticamente ilimitadas. La naturaleza no invasiva del gobierno es bien valorada: la gente se aboca con entusiasmo a sus asuntos privados, con poco interés por una esfera política que voluntariamente ha abandonado.
Sin embargo, los últimos 20 años de amplias libertades individuales y limitadas libertades civiles han generado cambios en la sociedad rusa; si no en todos los ámbitos, ciertamente en determinados grupos. En particular, los rusos han adquirido algunas habilidades de organización y fortalecimiento de los vínculos comunitarios. El uso de redes sociales en línea, por ejemplo, ha crecido más rápidamente que en cualquier otro país de Europa y ha ayudado a crear algo parecido a una esfera pública: a menudo, la blogósfera rusa es un lugar para la expresión del enojo público sobre la injusticia social, los privilegios inmerecidos, la anarquía y la impunidad policial.
Las protestas socioeconómicas se han convertido en una característica de la vida rusa, sobre todo durante la crisis económica. A diferencia de los grupos políticos, que atraen un muy limitado apoyo público, en varias ocasiones las demandas socioeconómicas han reunido a miles de personas en diversas partes del país.
Más aún, en las grandes ciudades está surgiendo una nueva clase urbana de rusos avanzados y modernizados con buenas habilidades profesionales que se sienten a gusto en el mundo globalizado. El desarrollo de organizaciones de caridad privadas en los últimos años se debe principalmente a este grupo.
No obstante, a pesar de las oportunidades de la autoexpresión, el activismo y la consolidación comunitaria siguen siendo marginales y no alteran ni debilitan el dominio del Estado sobre la sociedad. A pesar del reciente aumento de las percepciones negativas en la opinión pública, la actividad de protesta sigue estando fragmentada e invariablemente se centra en ámbitos y exigencias locales.
Por ahora, al menos, los rusos de provincias y la nueva clase urbana han aceptado el pacto de no participación de Putin. De hecho, en caso de que las cosas salgan mal, lo más probable es que las personas citadinas, bien informadas y de mentalidad crítica sean más propensas a adoptar la forma más extrema de no participación: la emigración. En el actual clima político, los rusos más ilustrados prefieren utilizar sus habilidades y talentos para el logro de metas personales en el extranjero a ser la fuerza impulsora de la modernización de Rusia.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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