Por F. Stephen Larrabee, ex miembro del Consejo de Seguridad Nacional y titular de la cátedra distinguida de Seguridad Europea en la RAND Corporation. Traducción de Kena Nequiz (Project Syndicate, 23/03/11):
Las dramáticas revueltas en Túnez, Egipto y Libia han funcionado como catalizador de un despertar árabe más generalizado que ha sacudido los fundamentos del orden político del Medio Oriente que existía desde finales de los años setenta. Si bien es muy temprano para pronosticar los resultados finales, ya se vislumbran algunas consecuencias regionales importantes.
En primer lugar, las revueltas son una espada de dos filos para Irán. El régimen iraní podría beneficiarse de la expulsión o el debilitamiento de los líderes y regímenes pro occidentales de Egipto, Jordania y Arabia Saudita, pero el aliento inicial que dio Irán a los levantamientos democráticos en Túnez y Egipto tuvo consecuencias inesperadas. Los funcionarios iraníes tuvieron que cambiar el tono cuando su propio pueblo comenzó a pedir los mismos derechos democráticos, lo que sugiere que el país podría enfrentarse a presiones más fuertes en favor de la democracia y el cambio político a mediano y largo plazo.
En segundo lugar, los desórdenes amenazan con aislar más a Israel. Con la partida de Mubarak, Israel ha perdido a su socio regional más importante. En efecto, dado el grave deterioro de las relaciones del país con Turquía, la salida de Mubarak lo priva de sus dos aliados más claros en la región. Aunque el régimen militar interino de Egipto ha prometido que respetará el acuerdo de paz de 1979, un gobierno nuevo, más democrático, podría adoptar otra posición.
En tercer lugar, las presiones por el cambio democrático han reforzado significativamente la influencia regional de Turquía. Mientras que los Estados Unidos y la Unión Europea tomaron una actitud cautelosa al principio, el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan apoyó abiertamente las manifestaciones por la democracia de la Plaza Tahrir – decisión que aumentó el prestigio de Turquía entre la oposición democrática de Egipto y en otros lugares de la región.
Muchos árabes consideran que el tipo de Islam moderado que practica el partido gobernante de Turquía, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), podría ser un modelo para el Medio Oriente. Muchos turcos han comenzado a ver las cosas del mismo modo. En una entrevista reciente, Erdogan indicó que Turquía podría ser una “fuente de inspiración” para los países del Medio Oriente, porque ha demostrado que el Islam y la democracia pueden convivir en armonía.
A primera vista, el modelo turco –que hace hincapié en la secularidad y la democracia—tiene un atractivo evidente en una región agobiada por gobiernos corruptos, autócratas, incompetentes e ineficientes. Pero la experiencia histórica y la evolución política de Turquía presentan diferencias importantes con respecto a las de los países árabes. Como resultado, su modelo no se puede trasplantar fácilmente.
El Islam turco es más moderado y plural que en cualquier otro lugar del Medio Oriente y, al menos desde finales del período otomano, Turquía ha intentado fusionar el Islam y la occidentalización. Esto distingue a Turquía de la mayor parte de los demás países musulmanes del Medio Oriente y le ha permitido evitar las agudas dicotomías y rupturas y la violencia que han caracterizado a la modernización política en otros lugares de la región.
El Islam moderado del AKP surgió en gran medida como respuesta a factores internos, particularmente los efectos acumulativos de varias décadas de democratización y transformación socioeconómica que crearon una nueva clase empresarial en Anatolia que era económicamente liberal pero social y políticamente conservadora. Esta clase, uno de los principales pilares del apoyo electoral del AKP, no existe en otros lugares del Medio Oriente.
Además, el modelo turco se debe en gran parte al liderazgo de Kemal Ataturk, el fundador de la República Turca. Ataturk, un convencido occidentalizador y visionario político, transformó el imperio otomano multinacional en un Estado moderno basado en el nacionalismo turco.
No obstante, Ataturk no inició la transformación de Turquía partiendo de cero. El proceso de occidentalización y modernización había comenzado a finales del siglo XIX bajo los otomanos, durante el período de la Tanzimat. Si bien los kemalistas buscaron romper radicalmente con el pasado otomano, hubo importantes elementos de continuidad entre sus esfuerzos de occidentalización y los que se llevaron a cabo a finales del período otomano. Ambos eran elitistas y estuvieron impulsados desde el Estado.
Estas importantes condiciones previas no existen en el Medio Oriente árabe. La mayoría de los países de la región carecen de instituciones y tradiciones políticas independientes y fuertes sobre las cuales se pueda construir un orden político democrático. También carecen de una sociedad civil dinámica.
Finalmente, los países árabes no tienen el beneficio de la tradición turca de Islam moderado ni su historia de éxito en la fusión del Islam y la occidentalización. Como resultado, es probable que el colapso de las viejas estructuras de poder en muchos países del Medio Oriente esté acompañado de un desorden político y una violencia considerables.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario