Por Joan Carles Gallego, secretario general de CCOO de Catalunya (EL PERIÓDICO, 21/03/11):
La irrupción de la cancillera Angela Merkel en el debate abierto en relación con la negociación colectiva, reclamando un cambio en el mecanismo de fijación de salarios, ha abierto una discusión que de nuevo obvia los problemas reales de nuestra economía, que no radican en el coste del factor trabajo, sino en la estructura económica sectorialmente desequilibrada y en la débil dotación de capital físico y de conocimiento disponible.
De nuevo los grupos de presión que representan intereses de sectores importantes de la economía, por poderosos, que se proyectan bajo el título de expertos economistas, manifiesto de los 100, etcétera, aprovechan para satanizar la fijación del salario en la negociación colectiva en base a la referencia del IPC, y reclaman adaptar el incremento salarial a la evolución de la productividad de la empresa. Una posición que olvida el papel que juegan los salarios en la economía de mercado y desconoce las dificultades de usar la productividad como variable de referencia.
Los sueldos son la principal, y mayoritariamente única, fuente de ingresos de la población asalariada del país. Por lo tanto, el salario representa el nivel adquisitivo y de bienestar de la mayor parte de la población. Los incrementos anuales de los sueldos, y de la ocupación, son determinantes en la evolución del consumo y, por lo tanto, de la demanda interna del país, un factor decisivo en el crecimiento económico. Los salarios son un componente importante de la estructura de costes de la empresa y, si bien los costes de personal no pueden crecer de manera continuada por encima de los incrementos de productividad, aquellos no son la única variable que actúa en la estructura del gasto.
Por todas estas razones, en la negociación colectiva se pactan incrementos de los salarios nominales que garantizan el mantenimiento del poder adquisitivo de la población asalariada. Y para hacerlo hasta ahora venimos utilizando la previsión de inflación, ajustando a posteriori las posibles desviaciones con las cláusulas automáticas de revisión salarial, que actúan cuando la inflación real supera la prevista. Y es también en la negociación colectiva donde se tienen que establecer los mecanismos para repartir parte de los incrementos de productividad para mejorar el poder adquisitivo de los salarios.
Esta secuencia permite mantener el potencial de compra de los trabajadores y, por lo tanto, el nivel de consumo agregado del sistema. También posibilita mejorar la capacidad adquisitiva del salario al aplicar una parte de los incrementos de la productividad, y otras partes a reinversión productiva o a retribución de los accionistas, lo que debe permitir el incremento de la demanda interna, vía consumo e inversión, contribuyendo así al crecimiento económico.
Este mecanismo funciona a nivel agregado, mientras que a escala de empresa puede necesitar de algún elemento corrector en función del contexto que hay que prever en la propia negociación colectiva. Pero pretender como única fórmula la adaptación salarial a la evolución de la productividad, como quieren determinados grupos de presión, comportará ineficiencias económicas y no mejorará la competitividad. A las dificultades para medir la productividad a nivel general, sectorial o de empresa, tenemos que añadir el carácter anticíclico del propio concepto de productividad, puesto que constatamos que en momentos de crisis hay incrementos de productividad y, por el contrario, en momentos de crecimiento la evolución de la productividad es más templada. Lo vemos estos últimos años en los que la crisis ha provocado una destrucción de ocupación proporcionalmente superior a la que ha representado la disminución del producto interior bruto (PIB), lo que da como resultado un crecimiento importante de la productividad aparente del trabajo: un 7,3% acumulado en tres años. Estos datos nos llevarían a la contradicción de fomentar un crecimiento mayor de los salarios en años recesivos y a bajar los salarios en la fase expansiva del ciclo.
Quizá sería más fácil hablar de beneficios que de productividad para medir la evolución de los sueldos. En cualquier caso, se necesitará mejorar los mecanismos de información y participación de los trabajadores si queremos que la negociación funcione, pero desgraciadamente la cultura empresarial de nuestro país es todavía reticente a abordar un aspecto que en la Unión Europea hace años que se ha superado.
Curiosamente, entre las propuestas de estos grupos ninguna hace referencia a limitar el abanico de remuneraciones salariales, que hoy llega a superar el múltiplo de 100, o a mejorar los mecanismos de cohesión social. Los estudios sobre las economías escandinavas demuestran que la competitividad más alta se registra en las sociedades más sindicalizadas, con menores desigualdades sociales y retributivas y con mayores prestaciones de servicios; garantizan la cohesión social, sin olvidar las inversiones en calificación, investigación e innovación.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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