Por Timothy Garton Ash, catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 26/03/11):
Con Occidente desconcertado, todavía es posible que Gadafi se salga con la suya. Y este iba a ser el año en el que Europa iba a empezar a enderezarse… O sea que, ahora, los europeos son de Marte y los estadounidenses, de Venus. Los “monos derrotistas y aficionados al queso” -los franceses- han encabezado el ataque militar contra Libia. Y las águilas guerreras devoradoras de hamburguesas han titubeado en la retaguardia.
Solo que los estereotipos tan burdos son tan engañosos hoy como en la época de la guerra de Irak. Hoy, como entonces, los estadounidenses están divididos y los europeos todavía más. Francia y Reino Unido han encabezado la iniciativa para imponer una zona de exclusión aérea y tomar “todas las medidas necesarias” para proteger a la población civil libia. Alemania se ha distanciado de manera ostensible de la operación. El Gobierno de Obama, al principio, se mostró casi tan reacio como el alemán, pero cambió de opinión ante la brutal campaña de Gadafi para recuperar el poder, la extraordinaria posición de la Liga Árabe a favor de la intervención y las presiones de muchos estadounidenses. Una de las voces que exigió que se actuara fue la de Robert Kagan, el neocon que popularizó la frase “los estadounidenses son de Marte y los europeos, de Venus”.
Por lo que respecta a Francia, no debemos hacernos ilusiones sobre los motivos personales de Nicolas Sarkozy. Seguramente confía en que el hecho de convertirse en una estrella en el escenario internacional mejore sus índices de popularidad y le dé más posibilidades de ser reelegido el año que viene. Cuenta con que su actuación decisiva en defensa de los derechos humanos de los árabes oculte la espantosa actitud de adulación que ha mantenido siempre su Gobierno con los dirigentes árabes que pisoteaban esos derechos, como Hosni Mubarak -hasta hace poco, copresidente de la Unión para el Mediterráneo con Sarkozy-, el tunecino Zine el Abidine Ben Ali y… Muamar el Gadafi.
El primer ministro británico, David Cameron, está en una posición política muy distinta, pero ha llegado a una conclusión similar. Los motivos de las personas siempre son variados. Lo que importa son las virtudes y los defectos del caso y las realidades sobre el terreno.
No son los delirios de grandeza de Sarkozy lo que convenció a la Liga Árabe para que apoyara la operación, ni mucho menos al Consejo de Seguridad de la ONU para que la aprobase. Fue saber que Gadafi estaba matando a su propio pueblo y amenazando con eliminar a las “ratas” que se le oponían de casa en casa, “sin piedad ni misericordia”, lo que les hizo cambiar de opinión. Fue ver a Saif al Islam Gadafi (con un doctorado de la London School of Economics) despotricando sobre un carro de combate lo que les hizo cambiar de opinión. La decisión de intervenir, tomada con seriedad y sin engaños, se basa en una única premisa: la situación iba a ser muy pronto peor, incluso fatal para muchos, si no interveníamos.
Ese fue el argumento que convenció a una mayoría del Consejo de Seguridad de la ONU para votar a favor de la resolución 1973 (y que hizo que el presidente de Ruanda la apoyase). No a Rusia, China, Brasil ni India; ni tampoco a Alemania. Para mí, una de las imágenes más significativas de esta crisis fue la del embajador alemán ante Naciones Unidas, Peter Wittig, sentado con las manos juntas y una expresión afligida en el rostro, mientras, a su lado, el embajador de Gabón, Emmanuel Issoze-Ngondet, levantaba el brazo para aprobar una resolución que pretendía salvar a civiles inocentes de un dictador enloquecido con bigote. Me pregunto qué sintió en aquel momento Wittig, un hombre de lo más decente. ¿Mera incomodidad? ¿O algo más parecido a la vergüenza?
¡Pero si se suponía que Francia y Alemania eran la pareja inseparable en el corazón de Europa, dispuesta a darle una voz común y más fuerte en el mundo! Pues bien, en lugar de ello, los ministros francés y alemán de Exteriores, Alain Juppé y Guido Westerwelle, no ocultan sus discrepancias. “Yo digo lo que pienso y él también”, respondió Juppé con sequedad tras un brusco inter-cambio de opiniones mantenido entre los dos en Bruselas el lunes pasado. Y, según Le Monde, Juppé ha hecho esta demoledora valoración: “¿La política común europea de seguridad y defensa? Está muerta”.
Lo importante no es la participación militar directa de Alemania. Todo el mundo habría entendido que eso no fuera posible. ¿Pero cómo puede Alemania no apoyar una resolución de la ONU respaldada por sus principales socios europeos, Estados Unidos y la Liga Árabe? Peor aún, Westerwelle mencionó las dudas de la Liga Árabe sobre la duración de la operación militar como argumento para defender la abstención alemana: “Hemos calculado el riesgo. Si vemos que, tres días después de que comenzara esta intervención, la Liga Árabe ya está criticándola, creo que teníamos buenos motivos”. Mientras los pilotos franceses y británicos arriesgan sus vidas en acción, el ministro alemán de Exteriores está prácticamente animando a la Liga Árabe a que haga más críticas. La palabra que se me ocurre es Dolchstoss (puñalada en la espalda).
Esta actitud de Alemania se debe a varias razones. Westerwelle es uno de los ministros de Exteriores más débiles que ha tenido el país desde hace mucho tiempo. El líder del Partido Demócrata Libre está aterrado ante varias elecciones provinciales importantes, igual que Angela Merkel. Como tantos políticos europeos contemporáneos, siguen la opinión pública en vez de guiarla. Y los alemanes, después de haber empezado a asumir poco a poco, en los años noventa, más responsabilidades internacionales, incluidas responsabilidades militares, ahora parecen haber recaído en una actitud de “dejadnos en paz”. Como si quisieran una Alemania que sea una gran Suiza. Por otra parte, el extraordinario crecimiento de sus exportaciones encuentra su empuje cada vez más fuera del viejo Occidente, en el comercio con países como Brasil, Rusia, India y China, los BRIC: precisamente con los que se alineó en la ONU.
Aunque piensen que Alemania tiene razón en el problema de la zona de exclusión aérea y que Francia se equivoca, reconocerán que estas divisiones ponen en ridículo las pretensiones europeas de tener una política exterior. Y recuerden que se suponía que este era el año en el que la UE, por fin, iba a organizar esa política exterior. “En la reunión de hoy”, dijo tras el encontronazo del lunes Catherine Ashton, la alta representante para la Política Exterior y de Seguridad, “ha quedado claro que la UE está resuelta a reaccionar de forma rápida y decisiva, y con una sola voz, ante los acontecimientos de Libia”. Merece un premio por haber sido capaz de decirlo con cara seria. Con los principales Estados miembros tan divididos, ni el mejor Alto Representante del mundo habría podido hacer gran cosa.
Entiéndanme: mis críticas a la actitud alemana no significa que no tenga dudas sobre esta operación. Las tengo, graves, como casi todo el mundo que conozco. Estoy convencido de que, si hubiese continuado la inacción, el resultado habría sido casi con seguridad terrible para los civiles a los que estaban atacando las fuerzas de Gadafi. Si no hubiéramos actuado, las cosas habrían ido a peor. Pero ahora tenemos que demostrar que las cosas van a mejorar por haberlo hecho.
Estamos atrapados en el vacío existente entre los límites definidos del mandato de la ONU -proteger a la población civil- y la condición necesaria para tener garantías de alcanzar ese objetivo: la caída de Gadafi. El único resultado que puede considerarse positivo es que la operación militar aprobada por la ONU, minuciosamente dirigida y limitada, permita a los propios libios deshacerse de Gadafi. Es probable que, para conseguirlo, el compromiso operativo por el que parece inclinarse esta coalición voluntaria -dar el mando a la OTAN, aprovechando su experiencia, en un marco político más amplio- sea la mejor vía. Luego, todo dependerá de la población sobre el terreno.
Sin embargo, son perfectamente posibles muchos resultados peores, entre ellos una partición conflictiva y prolongada del país, en la que Gadafi siga controlando la mitad oeste. Y una Europa dividida aumenta las probabilidades de que haya una Libia dividida.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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