Por Juan José Tamayo, filósofo y teólogo (EL PERIÓDICO, 25/03/11):
La eutanasia es un tema incómodo para la ética, quizá por una concepción sacral e idealizada de la vida y por una imagen trágica de la muerte y del miedo a la nada. Y no debiera ser así porque, si bien la vida no es un valle de lágrimas, tampoco es un jardín de delicias, y porque la buena muerte -ese es el significado etimológico de la palabra- es la consecuencia lógica de la propuesta ética del bien vivir y de la calidad de vida, defendida por todas las filosofías morales.
También resulta incómodo para una determinada ética cristiana, que considera absoluto el valor de la vida por encima de cualquier otro valor y la defiende incluso en situaciones en las que el sufrimiento mina al ser humano hasta sumirlo en un estado de humillación e indignidad y convertirse en tortura. ¡La vida por encima de la felicidad! Esa parece ser la opción recalcitrante de moralistas estrechos de miras contraria al mensaje de las Bienaventuranzas, que anuncia la felicidad para los pobres, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los constructores de paz, los perseguidos por la justicia, la gente infeliz.
La eutanasia es, sin duda, uno de los temas más incómodos de la agenda ética de quienes se consideran sus legítimos y únicos intérpretes, que la condenan sin matices, sin esfuerzo intelectual alguno, sin análisis crítico de la realidad, con argumentos que no resisten la prueba de la hermenéutica, ni filosófica ni teológica. Desoyen las opiniones de los expertos y adoptan posiciones dogmáticas inmisericordes. Uno de sus argumentos para oponerse a la eutanasia es la apelación a la idea de Dios como señor feudal, como dueño y señor de la vida que la da y la quita cuando quiere, donde quiere y a quien quiere, sin brizna alguna de sensibilidad hacia el sufrimiento humano, pasando de largo ante el dolor humano, ante las personas dolientes. Piensan y se comportan como los amigos de Job, que responsabilizan a este de ser culpable de sus sufrimientos para salvar la honorabilidad y la justicia divina diciéndole «te lo tenías merecido».
Los moralistas de vía estrecha todavía van más allá y llegan a falsear el significado de la palabra eutanasia, asociándola con el desprecio a la vida, la autodestrucción, la desesperación, la cobardía, la dejación de responsabilidades sociales, la frustración personal, identificándola con el suicidio. Así operan los obispos españoles, quienes están haciendo una campaña contra la eutanasia como preparación a la Jornada por la Vida convocada para hoy, fecha en la que la liturgia cristiana celebra la Encarnación de Jesús en el seno virginal de María. En la campaña vuelven a recordar los argumentos expuestos en la declaración del 19 de febrero de 1999, en la que califican la eutanasia de grave mal moral, y su defensa, de «equivocada en sí misma y peligrosa para la convivencia social». Lejos de constituir un progreso, es para ellos un retroceso que, citando a Juan Pablo II, responde a la «cultura de la muerte». La razón de su aceptación está, según la opinión episcopal, en el ateísmo hedonista y en una mala comprensión de la libertad. El «derecho a la muerte digna», dicen, es un eufemismo que, en realidad, significa «derecho a matar».
Para oponerse a la eutanasia apelan al sentido redentor del sufrimiento y recurren a los padecimientos de Jesús de Nazaret, que los asumió voluntariamente, en toda su crudeza, fue a la muerte sin levantar la voz, y, al decir de un arzobispo emérito español, no necesitó cuidados paliativos. Esta interpretación es una construcción ideológica de la moral católica que no responde al hecho de la muerte de Jesús ni a las causas que la provocaron. Jesús no muere para cumplir la voluntad de Dios, ni entrega su vida voluntariamente. Todo lo contrario. Cuando es detenido y se acerca el momento fatal, siente angustia, y está a punto de la desesperación. Es ejecutado tras un juicio en el que fue acusado de blasfemo por las autoridades religiosas de Israel y de subversivo por las autoridades políticas.
Me permito recomendar a los obispos la lectura del libro La eutanasia, una opción cristiana, de Antonio Monclús (GEU, Granada, 2010). Tres son las ideas principales que expone y que me parecen difícilmente refutables:
1. En la profundidad de la persona se encuentra el lugar de decisión sobre la conducta de uno mismo.
2. La eutanasia es una opción cristiana, y lo es desde la defensa de la vida en plenitud en el más genuino sentido evangélico.
3. El cristianismo no reconoce sentido redentor al sufrimiento, sino que lucha contra él y contra las causas que lo provocan.
Es posible que, tras su lectura, los obispos no cambien de opinión, pero encontrarán argumentos sólidos que, al menos, les harán pensar que su postura no es la única válida dentro del cristianismo. Con eso es suficiente.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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